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Capítulo dos: El Pacto

Todos sabemos muy bien lo tedioso que es levantarse temprano por la mañana, más si no estas acostumbrado o si has tenido una mala noche, en la que no te has podido dormir. Por eso mismo, es que en ese momento Lawrense se encontraba maldiciendo su suerte mientras se ponía las botas y se peinaba el cabello.

Mientras se veía en el espejo, pensaba en como solucionar aquel problema. Por alguna razón, no  dejaba de pensar en el rostro enarbolado de Lorette. Se sentía un tanto estúpido por ser tan orgulloso y altanero.

Suspiró.

Pesadamente salió de su habitación. Hizo dos pasos en dirección al primer piso, pero se detuvo al escuchar que alguien lo seguía en silencio.

—Buenos días, pequeña…— murmuró sin galantería, con una voz cansada.

—Buenos días.— susurró ella, algo tímida, ya que se sentía igual de estúpida por haberse enojado de esa manera la noche anterior.

El conde notó que no se atrevía a mirarlo a la cara, suspiró cansadamente. Aunque no se lo quería admitir y le costaba decirlo, él le debía una disculpa.

—Perdón…— musitó casi entre dientes, costándole cada silaba de dicha palabra.

Lorette se paró en seco, sorprendida. Ella creía que le tocaba disculparse y no al revés. Miró a su alrededor, buscando apoyo en algo que  no estaría.

—No… creo que yo debería pedirle disculpas— comenzó vacilante y tímida.— Debería haber respetado su forma de pensar y no haberme ofendido, como lo hice.

Hizo una leve reverencia, implorando un perdón que para el hombre era un insulto. Lawrense, tomó aire, intentando entenderla. Estaba demasiado cansado y nervioso como para mantener la calma.

—Dejémoslo así.— se atrevió a susurrar, apartando la vista, sintiendo cierta vergüenza y pena por la circunstancias.— Ambos estuvimos mal, ambos estamos nerviosos, tu cultura no es la misma que la mía y yo no estoy acostumbrado a tu gente. Te disculpo si eso te calma… pero, yo creo que el que estuvo mal fui yo. No debí haberte tratado así.

La albina se quedó mirándolo por un momento, si saber qué decir o qué hacer. Ella no estaba acostumbrada a que un hombre le pidiera disculpas, siempre era al revés. Con su gente, un hombre que se precie de serlo nunca se rebajaría a admitirle un error a una mujer, ya que eso era el equivalente a perder el respeto de estas. Alzó los ojos, mirando el rostro un tanto avergonzado de aquel noble, arqueó una ceja y meditó en sus palabras.

—Tienes razón, dejémoslo así…— concluyó al fin con una sonrisa que al conde le supo a cinismo.— Además, se nota que no acostumbras a tratar con gitanos…

Dicho esto se adelantó un poco, dejándolo atrás. Él miró por encima de su hombro, con una sonrisa ladina. Sabia a que se refería la joven con eso ultimo, “no acostumbras a tratar con gitanos”.

—Cierto es… pero, pequeña mía, yo no busco tu respeto a base de agrandar mi ego… para ser realista, ni siquiera me interesa que me respetes.— Susurró para si antes de dar la vuelta y seguir su camino, consiente de que ella no lo había escuchado.

Ya en el pequeño salón comedor, aquel que se usaba para el día a día, vieron asombrados el despliegue de platillos y bebidas que tenían para desayunar. El conde sonrió con sorna y miró por encima del hombro a la muchacha que observa aquella mesa atiborrada de comida con la misma expresión de un niño en una juguetería.

—Tal parece, que Mary esta feliz de que haya visitas.— mencionó como quien no quiere la cosa y le extendió la mano.— Ven…

Ella lo miró confundida y tomó su mano, dejándose conducir hasta su silla. En la cual el conde la apartó un poco e hizo el típico gesto de galantería de ayudarla a acomodar su asiento. Aunque sabia que no era necesario, eran varios años de costumbres los que llevaba encima, como para ser descortés en ese momento. Además, seguía sintiendo que debía enmendar determinados tratos de la noche anterior.

Se sentó en el lado opuesto a ella y se sirvió un vaso de zumo de naranja, bebiéndolo de un solo sorbo.  Apunto estuvo de decirle algo, pero se interrumpió ante el despliegue de criadas con las bebidas del desayuno.

—Buenos días, milord.— saludó en una solemne cortesía una morena de unos dieciocho años, señalando las jarras de café, leche, chocolate y la tetera con hiervas .— ¿Qué gusta desayunar hoy?

Lawrense esbozó una sonrisa aburrida, como si con ese gesto quisiera decir lo obvio. Bueno, para él, la respuesta era obvia.

—Déjame el café, Juliette, que yo me serviré.— musitó, ausente, al ver que la morena no se daba por aludida.

Aquella doncella repitió la pregunta a la pequeña joven que acompañaba al conde en aquel momento, pero esta vez con un tono de voz hostil, cosa que a ojos de nuestro protagonista no pasó desapercibido. Lorette, no se dio por aludida, aparentemente su inocencia le daba la posibilidad de ser inmune a la envidia.

—Eh…— titubeó, ante la mirada atenta del conde y la mirada fulminante de Juliette, para luego esbozar una tierna sonrisa.— Déjame la tetera.

Lawrense debía admitir que se estaba divirtiendo al ver a su criada ahogarse en su veneno ante la actitud desinteresada de aquella albina, no obstante, también debía estar atento ante la posible actitud agresiva de Juliette. La conocía malditamente bien, así que sabia que podría ser capaz de tirarle la tetera con el agua hirviendo y después excusarse que se tropezó con un pie de la gitana. Para su suerte nada de eso pasó, solo miradas hostiles y silencios ingenuos.

Después de que todo estuviera servido, despidió a sus empleados.

—¿Acaso los grandes Lores no desayunan con los criados a sus lados?— indagó curiosa la pequeña.

Lawrense entendía a que se refería, tener a esos chismosos silenciosos en  fila esperando una orden suya. Gruñó por lo bajo, odiaba las preguntas y más si era de mañana, amaba y necesitaba el silencio. Pero le tuvo paciencia, por alguna razón extraña, lo que la albina dijera no lo molestaba realmente .

—Algunos…— respondió ausente.— pero, yo prefiero desayunar solo… oh, bueno. En este caso, tú eres la excepción a la regla. De todas formas, no te ofendas si te pido que en este momento desayunemos en silencio. Dispénsame, pero he dormido muy poco y muy mal.

Lorette quería indagar más, al menos así lo pudo ver él aquellos  ojos curiosos. Pero, la joven, prefirió hacerle caso, así que desayunaron en completo silencio. De esa forma, también trascurrió el camino en el coche desde la gran mansión del conde hasta el campamento gitano.

Ambos dormían, el conde apoyando su mejilla en el dorso de su mano, con un equilibrio precario. La jovencita dormía acurrucada en el hombro derecho de él. Un leve movimiento lo despertó, un ruido suave. Lawrense, miró a su costado, allí dormía, plácidamente acomodada en su hombro, la escuchó ¿ronronear? Bueno, si, podríamos definir aquellos pequeños ronquidos como un suave ronroneo, que al hombre le hizo gracia.

Miró por la pequeña ventana de su coche, pronto llegarían a su destino, pronto él y ella se separarían. No es que eso lo entristeciera, al fin de cuentas, ambos querían eso. Sino, más bien, esa despedida le dejaba un sabor un tanto amargo.

Volvió la mirada a aquella melena blanca, domada por un ligero moño. Sonrió amargamente, mientras llevaba su mano derecha a la cabeza de ella y la acariciaba con suavidad. Por alguna razón, sentía que la extrañaría. Pero, intentaba recordarse a si mismo que era mejor así, ella estaba mejor con su gente y él… solo.

Sintió como el coche bajaba la velocidad, hasta detenerse. Frustrado, abrió la ventanilla y como pudo se acercó a esta, indagando por el motivo de aquella pronta parada.

—¿Qué sucede Willy?— indagó.

El cochero, un hombre entrado en sus sesenta años, bajó del coche y se dirigió a abrirles la puertecilla. Con su sombrero en mano y una actitud solemne, como queriendo pedir disculpas por existir, esbozó.

—Discúlpeme, Señorito, pero nos aproximamos al campamento y…— se interrumpió con timidez.

Lawrense suspiró fastidiado, entendía lo que le pasaba a Willy. Miedo, miedo a los gitanos. Se tragó sus ganas de insultarlo por ser un cobarde y se esforzó en sonreír, a la vez que movía su mano como si lo dispensara por su cobardía.

—No se preocupe. Gracias por aproximarnos.— susurró conteniéndose el odio para luego dar vuelta la cara y despertar suavemente a Lorette.— Despierta… Bella Durmiente, tenemos camino por delante.

La pequeña se desperezó lánguidamente, apartándose de él como si nada pasara. Se levantó del asiento. Esperó a que Lawrense bajara del coche y bajó las escalinatas como una sonámbula, ignorando la mano extendida del hombre, que la miraba perplejo.

Siguieron el camino que quedaba hasta el campamento, en completo silencio. A medida que se iban acercando, escucharon el correteo alegre de los niños, las risas francas de los hombres que bebían sentados en la entrada de las carpas, el chismoseo de las matronas gitanas. Todo eso, el conde, lo escuchó en aquel idioma de esa raza y no pudo evitar sentir una oleada de nostalgia.

A medida que se acercaban, se iban cruzando con personas que saludaban a Lorette, pero que miraban asombrados o desdeñosos a Lawrense. El conde les devolvía las miradas con recelo y fastidio. Puede que no lo consideraran uno de ellos ¿Qué más daba? Tampoco era como si él se creyera un gitano. Pero lo que si le molestaba, era la impertinencia de aquellos susurros, él los entendía bien.

《Vaya, la Rata Albina, consiguió un bello Payo… no es de extrañarse, los únicos que ligarían con ella son los Payos, que nada saben de la vida》

Oyó decir atrás suyo, iba a responderles, odiaba, por alguna razón que llamaran a Lorette “rata albina”, pero una pequeña mano lo detuvo. Miró en esa dirección sorprendido y vio que la mencionada le negaba con la cabeza y con un dedo índice posado en sus labios, le indicaba que callara. Suspiró hondo, quitándose la rabia de encima y siguió el camino, altivo y petulante como siempre.

Cuando faltaba poco para llegar a la casa de la pequeña, una vieja lo llamo.

—Ven… Ven, precioso Cale. No temas a esta pobre vieja, ven que algo debo decirte…

Lawrense simplemente la ignoró y siguió de largo. Otra cosa más que odiaba completamente, era que le quisieran leer el futuro o leer la mano ¿Qué tenia de importancia esto? ¿Para qué servía el conocimiento de lo que posiblemente pasaría, sino se podía evitar?

Para su suerte, llegaron más rápido de lo que esperaba a la casa de la pequeña. Aquella ultima carpa de toldos violetas con bordes dorados, que se apostaba en la cima de una pequeña colina. Al llegar, vieron a una joven, de larga y ondulada cabellera negra, piel morena, busto abundante y figura rubicunda, agraciada por donde se la viera.

Ella alzó la cara y sonrió alegremente al reconocer a aquella albina. Dando un chillido de alegría corrió a los brazos de Lorette. Ambas hermanas se abrazaron mutuamente.

—Te hemos estado esperando, hermana mía…— le dijo en rumano aquella mujer para luego mirar fijamente a los ojos de aquel desconocido y extenderle la mano, hablando en un ingles un tanto desafinado,  con una cálida sonrisa en sus labios.— Usted debe ser el Conde Lawrense Armstrong. Un placer conocerlo, mi nombre es Alelí.

Por primera vez en su vida, el conde no supo como responder a aquel saludo, un tanto coqueto y otro tanto desatinado. Se forzó a sonreír y besarle el dorso de la mano a aquella gitana.

—El placer es mío…— exclamó intentando sonar cortes, elegante y casual, como eran las etiquetas de aquella época.— ¿Por casualidad su padre…?

—Oh… hasta que al fin llegan…— interrumpió de forma cortante una segunda mujer, la hermana mayor.— Pase, mi padre lo está esperando. Y mi nombre es Xamara… deje la galantería para las cortesanas de alta cuna.

Lawrense estuvo tentado a responderle algo, pero prefirió el silencio,  tenia asuntos más importantes que atender. Entró en la carpa, dejando atrás a aquellas mujeres, escuchando como cuchicheaban con la pequeña.

—Bienvenido, joven Armstrong. Lo he estado esperando.— saludó un hombre desde la penumbra.— tome asiento, no sea tímido…

Al conde le costó un poco encontrarlo en la penumbra de aquel lugar. Entornó los ojos e intentó acostumbrar su vista.

—Buenos días, señor…— titubeó al verlo.

—Joel…— respondió el desconocido, sonriendo pacíficamente

Lawrense asintió y tomó una silla que estaba a un lado, para darle la vuelta y sentarse con el respaldo hacia adelante. Carraspeó dubitativo antes de hablar, por alguna razón sentía que lo habían encontrado con la guardia baja.

《Malditos gitanos… algo habrá hecho y no me di cuenta…》

Pensó desconfiado y tomo aire para destensarse y asi hablar con naturalidad, la misma naturalidad que empleaba ante los negocios que su padre le obligaba a realizar.

—Bueno… dejemos las presentaciones de lado ¿No le parece, señor Joel?- hizo una pausa esperando, con una sonrisa falsa entre sus labios, alguna respuesta departe de su oyente, esta llegó en modo de un vago asentimiento de cabeza.— Seré directo con usted, realmente, le estoy agradecido a usted y a mi padre, por el regalo que me han dado. Pero, no lo quiero, por favor, no lo malinterprete, su hija es hermosa, una mujer muy inteligente y una grata compañía. Pero, siento que se me da un honor que no merezco, una responsabilidad a la cual yo no estoy preparado para asumir. Y sobre todo, creo que su hija, no estará segura en mi sociedad.

Joel, levantó una mano, interrumpiendo silenciosamente aquel monologo. Se cruzó de brazos con un semblante serio.

—Oh, yo creo todo lo contrario. Entiendo que usted está molesto porque no se lo hayan dicho antes y porque lo metieran en un pacto sin su consentimiento. Pero vea, señorito, sabe muy bien que los pactos no se pueden romper así como así…— explicó con tranquilidad aquel viejo gitano.— pero, en vista de que concuerdo en algunas cosas con usted. Permítame hacerle una propuesta. Quédese con mi hija, un año nada más. Si al cabo de este, ninguno de los dos está interesado en el otro, Lorette podrá volver a su hogar.

Al escuchar aquellas palabras, el conde sintió una oleada de rencor y odio ¿Cómo era posible? ¿Anteponer una estúpida tradición al bienestar de su hija? ¿Acaso, a aquel hombre, le había vuelto el juicio? No, no lo aceptaba. No era coherente a sus ojos. Y se lo haría saber.

—¿Acaso, a usted le ha vuelto el juicio?— cuestionó mordaz, tensando su mandíbula.— ¿Cuánto ha pagado mi padre para que no quiera aceptar a su hija? Dígamelo, yo le daré el doble. Su hija estará mejor aquí, que conmigo. Y no acepto ninguna negativa de su parte.

Para ser sinceros, Lawrense era consiente de que esa actitud no era buena para ganar una negociación. Normalmente, él gozaba de un buen prestigio como negociador, pero en aquella oportunidad, los nervios le jugaron en contra. No y mil veces ¡No! Él, no podía aceptar tener a aquella muchacha viviendo en su mansión, no podía ni quería hacerla pasar por un martirio tan grande.
El hombre negó con la cabeza y luego respondió con una voz suave.

—Si es por dinero, no es el problema… el verdadero problema es que, mi hija aquí corre peligro, no hace falta que usted sepa cuales. Simplemente basta con que la acepte en su hogar un año. Además, tengo entendido que se contó la historia de los amantes… ¿estoy en lo cierto?

El joven quedó en silencio ¿Qué tenia que ver aquella historia con ese pacto? No lo entendía.

—Si, la conté yo… pero no entiendo a que se refiere.— se atrevió a responder a la vez que apoyaba su pulgar en su labio inferior.— Pero, si es por el tema de seguridad ¿ya le he mencionado que yo puedo proveerle guardias?

El gitano meneó la cabeza negando con decisión.

—¿Esta usted seguro que mi gente dejará que sus guardias vengan al campamento? Sea realista… si ni siquiera su cochero se atrevió a entrar ¿Qué nos asegura que la guardia lo hará? — cuestionó con seriedad, para luego cruzarse de piernas y sonreírle con suavidad.— Bueno, en vista que usted no tiene argumentos, espero que la visita de mi hija sea grata… como le está pareciendo hasta ahora.

Dicho esto, se levantó de su silla y fue en busca de Lorette, dejando al conde con la palabra en la boca. Este, a su vez también se paró y se dirigió al exterior. Al llegar a la puerta, vio a la pequeña Lorette hablar con su padre, un tanto entristecida, pero decidida. La vio asentir y aproximarse a la carpa, pararse en seco enfrente de él, dudando.

—¿A usted le gustan los gatos?— indagó un tanto incomoda.

—Prefiero los perros… pero no me disgustan ¿Por qué la pregunta?— respondió el hombre un tanto confuso.

—Entonces ¿Puedo llevar a Gabriel conmigo?— cuestionó recibiendo una vaga respuesta afirmativa de parte de Lawrense.— Gracias. Con permiso, iré a buscarlo.

Dicho esto entró en la carpa y desapareció en la penumbra.  Él, por su parte, se acercó a aquel grupo de gitanos que lo observaban.

Alelí lo recibió con una sonrisa, notando que se sentía incomodo entre las personas. En cambio, Xamara, al verlo acercarse, arrugó la nariz en gesto de desagrado y alejó la mirada, como queriendo evitarlo.

—¿Puedo preguntar porque ese desagrado hacia mi presencia, dulce dama?— indagó el hombre- normalmente esperan a conocerme un poco.

—¿Piensas que no sé que apartaras a Lorette de los suyos? Si simplemente eres un Payo ¿Qué sabrás tú de lo que sufrirá mi hermana por culpa tuya? — lo acusó mordazmente.

Aquellas palabras habían dado un efecto demasiado negativo en él ¿Qué si él sabría el dolor que pasaría la albina? Pues claro que lo sabia y podía arriesgar su cabeza, sin temor a equivocarse, al decir que él más que nadie entendía el sufrimiento que pasaría aquella pequeña. Cerró sus ojos e inspiró hondo, expulsando el aire para tranquilizarse. Los abrió y le sonrió cínicamente.

—Disculpa… pero yo no te conozco, no te he dado motivos, ni menos el derecho a que me hables y denigres de esa forma.— le respondió, seseante en un rumaní fluido.— ¿Estas segura que soy un simple “Payo”?

Xamara lo observó boquiabierta. Sin saber que decir. Joel y Alelí, en cambio, sonrieron complacidos.

—Escúcheme bien, Joel.- prosiguió el joven mirándolo con seriedad a los ojos.— Aceptaré a su hija en mi casa, como tal es el pacto. Pero por ningún motivo dejaré que se me confunda con mi padre. Recuerde esto, su hija sigue siendo su hija y si usted necesita o simplemente desea ir a verla. Las puertas de mi casa están abiertas, yo no interferiré en ello, ni menos les negaré ese derecho a sus otras hijas.

Dicho esto, hizo una vaga reverencia y se fue del lugar, avisándoles que se adelantaría, que Lorette podía quedarse todo lo que gustara, que él la esperaba en carruaje.

Deambuló por el camino ya antes hecho. Sintiendo como su piel se erizaba al sentir la energía del ambiente. Sintiéndose en una piel que no encajaba con su alma, incomodo al escuchar los susurros de los demás gitanos. Era cierto, él no era un Cale, pero tampoco era un Payo, como tal.

—Nos volvemos a ver…— susurró a su lado la misma vieja que lo había increpado hacia una hora antes.— ¿Podría darme un poco de su tiempo? Es importante que usted sepa lo que he visto en su rostro.

Lawrense la observó inexpresivo. Suspiró y se encogió de hombros ¿Qué más daba? De todas formas tenia que hacer tiempo antes de que llegara la albina. Asintió y siguió a la anciana, que ya se había metido en su carpa.

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