Capítulo 1
Levantar la cabeza de su cómoda cama por sí mismo fue todo un suplicio. Pesaba horrores, como si una caravana entera hubiese pasado por encima de ella sin la más mínima delicadeza. Debía admitir que le dolía muchísimo. Más de lo que le había dolido con mucho tiempo. Se reprochó mentalmente. El vino no le había hecho ningún bien. Estaba teniendo de las peores resacas que había vivenciado en su corta vida. Una vez sentado en la cama, se agarró la cabeza y apretó suavemente, como si quisiera contenerla de quebrarse en pedazos.
Se hizo consciente de su propia respiración e intentó concentrarse en otra cosa que no fuera su obvio dolor. Se levantó con cuidado de la cama y camino un par de pasos que se salía de memoria hasta la ventana. Sabía que sería una tortura absoluta abrir la cortina para ver al sol, pero debía hacerlo. Tenía que ver qué momento del día era. Por la brillante luz que lograba colarse por la tela deducía que no era muy de la mañana. Tomó aire y sin mucha compasión abrió la cortina.
Casi se le escapó un gemido de dolor al tener la luz allí. En toda su cara. Era doloroso y a la vez necesario. Estuvo un rato más allí, intentando acostumbrarse a la maldita luz que entraba y le llenaba el cuerpo de vitamina D. Cuando por fin pudo abrir un poco más los ojos contempló la posición del sol. Arrugó las cejas y se volvió a la habitación.
—Es domingo... —murmuró a duras penas mientras caminaba a su nochero. Se sirvió un pequeño vaso de agua. Se lo bebió como si fuera un brebaje milagroso y miró con cierto repudio a su habitación.
En días como aquel, detestaba tener que levantarse. Pero era su deber.
Tardó un poco más de lo usual en arreglarse para salir a la vida real. Se puso sus ropas sin ayuda y se arregló con lentitud. No quería hablar con nadie aún. Era inevitable tener que salir y cumplir su deber como rey, pero también nadie sabía que se había levantado. Era domingo después de todo. Nadie lo despertaba en ese día, no tenía horas para su deber. Pero aun así tenía que cumplirlo. Nadie iba a ser el Rey de Heartland por él.
Con su corona bien puesta y su única joya morada reluciendo brillantemente, se acomodó su capa con esmero. Miraba a la nada en la habitación, en general el dolor lo estaba distrayendo de todo. No le dejaba pesar claramente y solo lo hacía divagar entre unas ideas. Hasta que una cuestión en concreto le hizo detenerse unos momentos y dejar de mirar al vació. Algo le faltaba. Había algo que no le estaba encajando en esa mañana de domingo. Pero no sabía que era exactamente. Nadie había venido a despertarlo, sí, pero eso solo ocurría una vez por semana.
Repasó cosas de su mente un rato, pero no encontró respuesta. Todo parecía estar en su lugar. No había extraños ni nada, solo vació. Eso era lo regular. Siempre estaba solo en su habitación. Gruñó suavemente y trató de diluir eso de su mente, era una cuestión inútil si no había nada más que un sentimiento para comprobarlo. No debía de ser nada. Aunque hubiera una suave presión sobre su pecho en ese momento.
Terminó de acomodarse y empujó la puerta de su habitación como si nada para salir. Normalmente ese era el momento del día en el que su nariz se llenaba de distintos olores relacionados al castillo. Sus dos guardias, ambos Alfas como él mismo desprenderían el olor de siempre haciendo que se sintiera seguro de que eran los de confianza. Pero no olía nada ese día. Nunca lo hacía con resaca. Así que simplemente pasó de ellos. Sentía inseguridad en su castillo cuando no hacía eso.
Se estaba sintiendo mal esa mañana. Estaba con el mal humor a punto de ebullirle.
Y solo estaba empezando.
—Mi rey —una suave voz lo distrajo en su camino. Se volvió hacia la dama que estaba haciéndole una reverencia. Él solo cerró los ojos e inclinó su cabeza suavemente. Era Ruri, una de sus consejeras reales. Estaba igual de pulcra que siempre. Tenía un largo vestido rosa que le llevaba hasta el suelo.
—Buenos días —se obligó a poner su mejor rostro y voz. Ella probablemente sabía lo que le había ocurrido la noche anterior. Pero eso no lo excusaba.
—Espero que haya tenido una buena mañana hasta ahora —dijo ella, aún no levantaba los ojos a mirarle. Yuto estaría algo molesto de eso, de no ser porque en ese momento no estaba en sus cinco sentidos. No le gustaba eso, algo tenía que estar mal para que no se atreviera a enfrentarle.
Aunque normalmente mandaban a Shun a dar las malas noticias.
—Tengo algo de resaca —dijo mientras seguía avanzando por el pasillo, ella se apresuró a seguirle el paso. Tragó saliva tal vez demasiado alto para un pasillo vació—. ¿Ocurre algo? —estaba ido de sus sentidos parcialmente. No era idiota.
—Es solo que, mi rey —dijo ella bajando un poco la voz. Como si tuviera demasiada vergüenza como para decirlo en voz alta. Eso no hizo más que alertar a Yuto, ella no le hablaba así seguido—, usted no tiene resaca —el de ojos grises paró su andar junto con la de ojos rosas. Ella volvió a tragar saliva ante la mirada del otro. Visiblemente incómoda, miró hacia alguna otra parte y habló—. Mi rey, anoche ocurrió algo con usted, sufrió un ataque —No pareció sorprenderse del todo, es más, estaba haciendo justo lo que creía que iba a hacer. Mirar al suelo de un lado a otro buscando respuestas que su mente no tenía—, es de eso de lo que quería hablar. Si me permite, en privado —no lo decía por nadie en especial. Solo quería que, si había alguna reacción extraña, Yuto tuviera un área segura para ello.
—Kurosaki —ella se tensó visiblemente—, es mejor que no lo aplaces y me lo digas ahora—Yuto estaba ciertamente preocupado por su propia seguridad. ¿Un ataque? ¿Desde cuándo?
—Mi rey, es mejor que nos sentemos, tengo varias cosas que... —se aclaró la garganta—explicarle.
Ciertamente, a Yuto no le gustó nada de nada esa respuesta. Su estómago dejó de gruñirle y pasó a ser un gran vació lleno de preocupación. El desayuno iba a ser aplazado.
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—¡Dejad de servir! —gritó de la nada uno de los guardias reales. En el comedor, los meseros que había allí todos se quedaron quietos y miraron al mensajero—El Rey se ha reunido con su consejera Ruri —un mesero en especial soltó un bufido de molestia—, se tardarán un tiempo indefinido. Esperad ordenes para reanudar actividad —y cerró la puerta.
Yuri rodó los ojos y simplemente se retiró de la sala, si le iban a avisar cuando a su rey le iba a dar la gana de desayunar, le avisarían en la cocina. Al menos allí tenía un banco de madera donde sentarse. Y un cocinero al que molestar. Se desplazó por algunos de los pasillos segundarios donde los arcos eran inexistentes y los meseros más altos tenían que agacharse para pasar. Había una que otra rata asquerosa en el pasillo, pero las ignoró dignamente haciéndose camino apresuradamente.
Pensar era lo menos que necesitaba en ese momento.
Pensar era lo peor que le podría pasar. Por que sí lo hacía, si solo lo hacía un poco, iba a terminar asesinando a alguien. De la realeza, como si no fuera nada.
Llegó a la dichosa cocina que conocía desde hacía unos cuantos años. Las cosas estaban con menos movida que normalmente. Los panes, horneados con esmero por los mejores panaderos descansaban en sus canastas con paños encima. Las frutas estaban dejadas en otras canastas listas para irse a la mesa principal. Todos los demás platos estaban sin hacer prácticamente, faltaba unir las distintas partes de este en uno, pero ahora todo se trataba de empezar a preparar todo para el almuerzo. La gran cantidad de comida preparada y la que estaba en camino ocultaba la gran cantidad de olores que había en el restaurante.
Entre ellas la de Yuri. Apenas había salido de su celo hacía unas pocas horas y allí estaba, con un olor terriblemente dulce para cualquier Alfa. Había insistido una y mil veces que no debía de salir del sótano donde mandaban a todos los Omegas a pasar su celo. El sabía que seguía siendo demasiado tentador para los "carnívoros" que había en su entorno. Empezando por el Rey. Pero de todas maneras lo sacaron a patadas. Ahora estaba allí, lidiando con algunos dolores de panza, malhumor y sobre todo ira ante la desaparición de su compañero. Estaba escuchando cuchicheos al respecto a su alrededor.
—Oh, Yuri —allí estaba su "mejor amigo". Yugo. Un cocinero real que apenas podía ver en su jornada de trabajo—. No esperaba que estuvieras hoy —si es que ni siquiera se había enterado de lo que pasó anoche. Es que era tonto. Resopló, con su humor maravilloso y se sentó en un banco. Estaba en una esquina que sabía a nadie le interesaba que hacía allí y tampoco estorbaba—. Eh... Yuri —intentó llamarle la atención. Con todo, Yugo le conocía, sabía sus olores—, no creo que...
—¿Haya sido buena idea sacarme del sótano? —preguntó. El de ojos esmeraldas resopló suavemente, pero intentó concentrarse en seguir cortando cebollas—A mi tampoco, pero necesitaban el espacio —gruñó con descontento. Si de por sí estaba estresado por lo que ocurrió la noche anterior, esas dos chicas no dejaban de murmurar mentiras sobre su amigo desaparecido.
El sótano del castillo era un área exclusiva de Omegas que trabajaban allí. Cuando tenían el celo y apenas podían moverse debido al dolor y no tenían pareja, los mandaban allí a esconderse. Ningún Alfa tenia acceso allí, ni siquiera el Rey a no ser que fuese un caso extremo. Había un número considerable de habitaciones y un montón de sábanas para que se armaran un nido. Solo trabajadores iban allí, los reales habitantes del castillo tenían alguna otra habitación en el castillo.
—¿Eh? —a Yugo se le hizo extraño—Pero, hay suficiente espacio, no entiendo porque habrían de sacarte.
—Yo tampoco tengo idea —intentó ignorarlas. De verdad que sí. Podía soportar esa conversación. Por supuesto que podía.
—Eso es muy raro, ¿viste si ingresaron a alguien de la realeza? Quizá... —empezó a teorizar su amigo, pero se vio interrumpido.
—¿Quieren parar ustedes dos? —Yuri se había vuelto agresivamente hacia ese par de chicas. Había escuchado la palabra "Gamma" salir de sus labios con claridad. Algunos miembros de la cocina los miraron. No era normal que un Omega levantara la voz contra nadie. Pero ese estaba allí, se había levantado de un solo movimiento y miraba con cara de desaprobación a las chicas—No deberían decir tales cosas de un compañero nuestro —bufó molesto—. Es nuestro amigo, no podemos simplemente echarlo de lado.
Ambas se vieron totalmente incómodas a eso, dieron alguna respuesta monosílaba y se fueron a hablar a otra parte. Yuri bufó aún más molesto si cabe. "Vete a la mierda" era todo lo que concluía de esa conversación. Volvió a sentarse en su banco de madera, visiblemente molesto. Yugo frunció los labios. Buscó algo en su delantal y lo sacó. Unas cuantas hiervas que le había traído su hermana el día anterior para el dolor.
—¿Quieres? —se las mostró a Yuri, este, con las manos cruzadas sobre su pecho le miró con desprecio al reconocer lo que eran—Pueden ayudarte a bajar...
—A devolver la hogaza de pan que me he comido hace poco —dijo agresivo. Yugo se forzó a entenderle. Los dolores también le ponían ciertamente sensible. Aunque no le gustara en nada esa actitud que tenía.
—Vale, vale —dijo guardándose la bolsa en medio de su uniforme—. Solo digo que quizá tengas una alegría en esta mañana si...
—Si matara a alguien —dijo él con franqueza. Una imagen se le formó en la mente y gruñó—. Pero eso no importa, tienes que saber algo —sintió miles de miradas acuchillándole la nuca al mismo tiempo—. Pero te lo contaré en la noche, que cuando hablas conmigo no picas ni una cebolla.
Yugo suspiró. Agradecía que al menos se preocupara por su productividad. No quería que le ahogaran públicamente.
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—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó cuando creyó que habían caminado demasiado. Estaban en el jardín real. Era uno de los lugares más "privados" del castillo. Yuto siempre se sintió mucho mejor cuando estaba rodeado de plantas exóticas y pequeños lagos artificiales.
—Su majestad, ¿recuerda algo de la noche anterior? —preguntó la chica con esa voz suave que poseía. Lo miraba directamente, sin mucho miedo de por medio. El de ojos grises arrugó los ojos suavemente. Ciertamente, no había pensado en eso debido a su dolor de cabeza—¿Cualquier cosa?
—Yo... —titubeó. Su mente estaba en blanco sobre anoche. No tenia mucha idea. Sin embargo, se exigió a recordar. Como si, por alguna razón, sus recuerdos tuvieran el capricho de no querer salir en ese momento—Me retiré a mis aposentos antes de la cena. No quería cenar por alguna razón. Pero... no recuerdo mucho más —dijo mientras el ceño en su frente se veía terriblemente exagerado. Ruri asintió, sus labios se torcieron en una mueca—. ¿Tome mucho vino anoche?
—No señor, usted estaba molesto —le explicó—. Tuvimos una reinión en la tarde con el señor feudal Leo Akaba —Yuto casi hizo una cara de desagrado al escuchar ese nombre. Ese hombre solo le traía dolores de cabeza y problemas. Siempre estaba exigiéndole cosas, criticando sus movimientos y decisiones. Las ultimas peleas que había tenido eran por simplemente cobrarle los impuestos. No estaban en los mejores términos y por lo que le contaba su consejera, en esta ocasión le había logrado sacar de sus casillas de algún modo. No le extrañaba para nada—. Cuando se fue, sabíamos que no iba a bajar a cenar con nosotros —se obligo a tragar saliva y relajarse. Yuto era intimidante después de todo, parecía que le estaba acusando solo con mirarla con esos ojos grises. Se removió incómodamente en su sitio y tomó aire—. Así que enviamos a un siervo con su comida. Es... fue un grave error —admitió ella bajando la cabeza ligeramente.
—¿Desde cuándo mandan a los siervos a hacer esos trabajos? —Yuto estaba fulminándole con la mirada. Era un acto de pereza. Había varios meseros trabajando en el castillo. Podrían haber mandado alguno sin fastidiarles la cena. Si ella no lo sabía, al menos los otros tres debían saberlo. No se creía que Shun o Eva hubieran simplemente hecho un acto tan idiota. Nunca se les permitía andar en zonas que no fueran comunes por una razón.
—Desde nunca su majestad —tragó salir de nuevo—. Pero los meseros estaban atareados abajo, había uno menos y... —levantó la mirada. Volvió a tomar aire—Y pensamos que no sería mala idea, era solo dejarle la bandeja.
—¿Y que tiene que ver todo esto con mi memoria? —preguntó Yuto algo frustrado. Ella se alzó un poco y trató de ser lo más tranquila al revelarle.
—Antes de llegar a eso, queremos decirle que el siervo era aparentemente un Gamma —ella dijo las palabras con cierto miedo. Pero estaba estoica. La reacción de Yuto fue sencilla. Se agarró el puente de la nariz y cerró los ojos—. Tenía intenciones de seducirle y... marcarle.
Marcarle. Yuto tomó aire y lo soltó mientras seguía mirando hacia adelante. Había preocupación en su mirada. Marcar a un Gamma. Era la pesadilla de cualquier Alfa. Confundir a un Gamma con un Omega no podía ser tan difícil si sabían como jugar sus cartas. Había varias historias al respecto, varios nobles que habían caído en los juegos de uno, se habían acostado y terminaban marcándoles porque les ganaba su lado animal. Jamás volvían a ser los mismos. El miedo se instaló en su pecho y no se fue de allí. Si antes el corazón estaba temeroso y dolía, ahora a suras penas parecía que quería palpitar como era debido.
Marcarlo hubiera significado perderse. Totalmente. Ni Deltas ni Gammas debían ser tocados de esa manera. Podían hundir en la locura hasta el más estoico de los hombres. Hacerlos siervos de sus cuerpos. Locura era lo que les formaba en la cabeza. Omegas y Algas que caen en esas garras son incapaces de salir de allí, se privan de sus pensamientos y se rinden a otro.
Se preguntó si habría sentido ese mismo terror la noche anterior. Si se había dado cuenta a tiempo de la presencia del Gamma. Si había olido sus asquerosos olores si quiera. Como intentaba engañarlo. Hurgó en su mente nuevamente, tratando de escarbar aún más profundo en sí mismo. No había nada. Estaba seguro de que, un sentimiento tan profundo no iba a ser olvidado tan fácilmente.
—¿Por qué no lo recuerdo? —quiso alejar su mente de ese pensamiento. De ese miedo de quedar sumiso ante un sentimiento. Le aterraba, a cualquiera. No podía mentir.
—Usted se negó a él, su majestad —dijo Ruri tratando de darle un sentimiento de calma—. Usted notó que no era lo que parecía y le rechazó. Al verse descubierto, el Gamma —dejó la boca abierta. Su rey la estaba examinando. Intentó calmarse lo más que pudo y continuó intentando que pareciera como si no hubiera sido intimidada—. El Gamma le obligó a tomarse un brebaje para que usted olvidara todo lo relacionado a él.
Yuto se quedó mirando a los ojos que Ruri tanto se esforzaba en ocultar. Buscó la mentira, pero esta estaba fuera de su alcance. Su día definitivamente estaba yendo a peor.
Habían logrado borrarle parte de su memoria.
A él. El Rey de Heartland.
Yuto estaba inquieto. Sabía que era algo que se podía hacer. Había brujas después de todo. Capaces de hacer cosas inigualables y peligrosas. Revivir muertos, hipnotizar a personas, usar magia negra, crear fantasmas. Borrar la memoria era solo una de las cosas que podías pedirle a una que hiciera. No sabía mucho de ese mundo. Todo lo relacionado a ellas era total y absolutamente prohibido. La Necromancia era una plaga que querían exterminar y enterrar.
—¿Me desmayé? —preguntó él. Ruri asintió con un poco de delicadeza.
—Antes de que pudiera escapar, los guardias reales se dieron cuenta de lo que estaba pasando —relató—. Capturaron al Gamma, nos llamaron junto con el medico real. Él... hummm —se mordió los labios—Él dijo que estaba bien, pero que lo que lo mantenía de esta manera era el brebaje. Tuvimos... —tomó una suave pausa antes de seguir—Tuvimos que contactar con una bruja, su majestad —bajó de nuevo la mirada. Estaban siendo demasiado errores en una sola noche. No podía ocultar toda su decepción y estrés ante esto—. Hicimos negocios con ella. Hizo todo lo posible para revertir el efecto, pero era tarde.
Yuto suspiró con irritación. Se levantó de la banca en la que estaba sentado con Ruri. No la miró más. Ella intentó decirle algo levantándose también, pero el rey le levantó la mano en la cara y la paró de inmediato. El aire estaba pesado y espeso. Ella tragó saliva. Sabía muy bien que su rey no tomaba represalias con ellos, nunca lo había hecho por muchos errores que cometiera. Pero eso no la excluía de tenerle miedo de lo que podía llegar a hacer. Podría tener un final trágico. Cualquiera de sus cuatro consejeros podría tener un final trágico. Su vida estaba en sus manos. Siempre lo había estado.
—Quiero que todos los siervos que estén trabajando en el castillo sean llevados afuera a los cultivos o donde sea —dijo casi en un gruñido. Ruri asintió, aún si no podían verle—. No los quiero en mi castillo. Háganlo lo más pronto posible —se volvió un momento hacia ella, mostrando en parte el enojo agravado por el dolor en su cabeza. Que mal día estaba teniendo y lo que le faltaba—. Y quiero una reunión con los demás consejeros. Tenemos cosas de que hablar.
Dio el primer paso hacia otra dirección. Ruri tragó saliva. Se inclinó de manera respetuosa a él y dijo con voz alta y clara.
—Larga vida al Rey.
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En el transcurso de la mañana y la tarde los sentidos del Alfa volvieron en sí. Volvía a oler su alrededor. Pero el humor siguió justo como en la mañana. Pésimo. Aunque había que darle algo de crédito al día que le había tocado vivir. Tuvo una reunión con sus consejeros al inicio de la mañana y luego con algunos miembros de la nobleza. Básicamente recibieron advertencias de su parte de elegir mejor a sus siervos. Los trabajadores del castillo no hacían más que murmurar en las esquinas y pasillos. A cada oportunidad que tenían.
Era básicamente un escándalo el que se había formado en el castillo. Escándalo que se acabó esa misma tarde, cuando todos fueron testigos de la ejecución del supuesto Gamma. Era un chico de cabellos rojos y amarillos. Mucho menor que el rey. Gritó hasta en su ultimo aliento. Pidió perdón a todo pulmón al inicio y después chilló insoportablemente diciendo que ni era él. Nadie le hizo caso. Nadie movió una mano para detenerlo ni tampoco nadie dijo mucho al respecto. Unos segundos después de que cayese muerto, Yuto se levantó se su silla y se fue a atender algunos otros asuntos.
No dirigió palabra durante ese tiempo. Todos sus consejeros que lo acompañaron el resto del día incluso durante su cena solo recibieron su penetrante silencio. La única que parecía ligeramente preocupada por ello era Ruri. Los otros aceptaban el comportamiento de su rey sin mucho problema. De hecho, cuando terminó de cenar y se levantó sin decir nada, la pobre consejera pegó un saltito. Creyó que iba a decirles algo, cuando lo único que recibieron fue su espalda mientras se dirigía a su puesta. Eva fue la primera en dar una pequeña reverencia y empezar el coro de todos ellos.
—Larga vida al Rey —algunos de ellos se unieron en camino. Yuto no se volvió a ellos, solo siguió su camino a su habitación.
Caminó casi sin rumbo sumido en sus pensamientos. Justo como casi todo el día. Estaba demasiado pensante últimamente. Había sido, en cierta manera, un golpe contra su ego al ser engañado por un Gamma de esa manera. Normalmente tenía todo controlado. Siempre era consciente de como olían los otros que estaban en su presencia. Siempre. Ahora que no había notado algo tan notorio como un olor tan repugnante. Gruñó suavemente mientras miraba al suelo. Levantó la mirada cuando estaba llegando a su destino.
Allí en frente estaba su puerta, custodiada por dos guardias. Se preguntó como había sido todo, que les habría dicho a sus guardias de siempre y...
Esos no eran sus guardias. Afiló un poco la mirada al llegar. Los dos chicos parados allí no eran los que siempre estaban. Los habían cambiado. Olió suavemente el aire y arrugó la nariz. Eran dos betas. Como los anteriores. Se le hacía extraño, él no había ordenado aquello, ni siquiera se le había pasado por la mente. Quiso pensar que su comandante de la guardia real lo había hecho a sus espaldas. Tenía razón de hacerlo. Después de todo, si los anteriores no habían podido detener todo ese desastre de ocurrir, no veía porque quedarse. Pero se le hacpia extraño, Zarc hacia cambios todo el tiempo de sus guardias, peri siempre le avisaba cuando eran unos relacionados a él. Se dijo mentalmente que el día de mañana le preguntaría.
Pasó de sus nuevos guardias y entró a su habitación. Cuando cerró la puerta y mientras se quitaba su larga capa lo olió. Al inicio creyó que era algún olor remanente de anoche, pero poco a poco empezó a intensificarse más. Le llenó las fosas nasales en cuestión de segundos y lo logró embriagar. Fue como si hiciera eco dentro de sus sentidos.
—Demonios...
Se tapó la nariz y la boca de inmediato y se tiró hacia atrás para pegarse a la pared. Era el olor de un Omega. Pero no cualquiera, este era dulce y tentador. Más de lo que alguna vez había olido en toda su vida. Era delicioso, demasiado como para solo ser coincidencia. Se quedó muy quieto en su esquina. Luchó contra sus propios instintos de tirarse encima de quien fuera el dueño de semejante delicia. Nunca había tenido una atracción tan fuerte. Intentó calmarse y mirar a su alrededor a ver su había alguien adentro. Pero era negativo.
Tras un rato se quitó la mano de nariz y boca. Sus sentidos se habían calmado ligeramente. Olió un poco mejor. No era el olor de una persona presente. No había nadie en su habitación. Siguió el rastro conteniendo sus ansias. Creía que quizá era alguna de esas plantas que engañaban las apariencias y los olores. Si así lo era la quería pasa sí, era todo lo que había querido y más de un olor. Casi relamió sus labios y sintió su boca agua. Sorprendentemente lo llevó a justo debajo de su cama. Allí, triste y olvidada, había una camiseta amarilla apenas manchada.
Yuto la agarró entre sus manos y la miró mejor.Era de mesero. La acercó a su rostro y se embriagó con el olor impregnado enella. Su corazón, que todo el día había tenido una pesadez casi insoportable sealigeró y calmó al tener unasimple camiseta en su posesión.
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