Yuuri movió sus pies de un lado a otro por la pista, practicando por enésima vez su rutina de esa temporada.

   Se veía tan en calma con el hielo, completamente pacífico. Desde lejos Yuri podía notar la manera en que su relajado cuerpo se movía con facilidad por el hielo, creando melodías con sus movimientos solamente, sin necesidad de ayuda extra.

   Tal vez eso era fascinante para Viktor, se dijo a sí mismo, amarrando las cuerdas de sus patines; tal vez el anciano había encontrado vida en esa melodía corporal.

   Brevemente se preguntó si él también la encontraría algún día.

—Hey, Yurio, ¿qué haces aquí tan temprano?—gritó Yuuri con un ruso bastante fluido, con medio cuerpo recargado contra el barandal de la pista.

—Ah, Yuuri... pensé que era más tarde, creí haberme quedado dormido. Ya me esperaba los regaños de Yakov...—se quedó callado un momento—, ¿y tú? ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Te corrió el anciano de la casa o algo?

   El japonés rió, una melodía suave y constante que le sacudía los hombros y formaba una sonrisa que llegaba hasta sus ojos.

—Ah, no. Me escapé, de hecho, Makkachin y Viktor decidieron quedarse despiertos hasta tarde anoche y hace rato eran peso muerto—se rascó la nuca—. Aún así, dudo que sea tan tarde, salí del apartamento con las ganas de tener un poco de tiempo para mí mismo a eso de las cinco de la mañana, ¿ya ha pasado tiempo? Vaya, supongo que me enfrasqué tanto en la rutina que...

—Todavía no son ni las seis—interrumpió el rubio, guardando su celular y pasando una mano por su cabello—. Mierda, creo que anoche no me tomé ni la molestia de cenar por andar jugando en el celular.

   El pelinegro empujó sus lentes hacia atrás con el dedo índice y tendió una mano hacia su amigo, ofreciendo una cálida sonrisa.

—Acompáñame, ¿si? Yo tampoco he comido nada.

   Y aunque quería decir que no, se encontró tomando la mano del japonés y dejándose arrastrar hacia los cambiadores.