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xxvii. a deeper love








xxvii.
un amor más profundo








Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde. Llevad toda la comida que podáis.

La simple carta de Sirius para Harry, Nova y Vega les hizo preocuparse.

—¿Qué hace papá en Hogsmeade? —se preguntó Nova, molesta.

—No lo sé —admitió Vega—. Pero puede que el tío Jason le haya ayudado.

Regresó con Cedric poco después de aquello, con cara de preocupación que él notó al instante. Jessica le miró, extrañada.

—¿Ha pasado algo? —preguntó la segunda.

—Nada importante —se limitó a decir ella.

Cedric le dio un beso en la mejilla y eso le ayudó a sonreír. Jessica susurró un awww con algo de burla, pero rápidamente calló al ver a George yendo hacia ella.

Fue el turno de Vega decir awww cuando ambos se besaron.

—Ah, cállate —dijo Jessica, riendo.

—Has empezado tú —se burló Vega.

Cedric rio al ver a ambos salir del Gran Comedor de la mano.

—Hacen buena pareja —admitió.

—Sí, eso te lo aseguro —respondió Vega—. Me alegro por ellos.

—Y yo que esperaba que dijeras que no hacían tan buena pareja como nosotros.

Vega se echó a reír ante aquello.

—¡Ni siquiera lo había pensado!

—Eso me ofende —repuso Cedric, que no parecía en absoluto ofendido.

—Bueno, si te sirve de consuelo, sí lo pensé, pero me pareció feo decirlo en voz alta.

Fue el turno de Cedric de reír.

—Me consuela un poco, sí.

Cedric la besó y Vega se dijo que realmente había echado de menos aquello. La sensación de calma, de seguridad, que le daba estar con Cedric. Cómo él parecía ser capaz de hacer que todos los males se disiparan.

Vega le abrazó y él rio.

—¿Y eso? No sueles ser tan cariñosa.

Ella le sonrió.

—¿Acaso no puedo?

—Nada de eso, solo me ha sorprendido.

Vega alcanzó a ver a Harry hablando animadamente con Brigid. Se sentía bien que las cosas hubieran vuelto a cómo habían sido antes. Solo había hecho falta que a ellas dos las secuestraran sirenas para ello.

El sábado Vega y Cedric bajaron juntos a Hogsmeade y ella se echó a reír cuando él le propuso, medio en broma medio en serio, que entraran a Madame Tudipié.

—Qué sitio más cursi —dijo, riendo—. Pero ¿por qué no?

Quisieron tomarse aquello más como una broma que otra cosa. Había tanto rosa en aquel sitio que a Vega casi le dolían los ojos, pero el té y las pastas que pidieron estaban buenas y Madame Tudipié los trató con su amabilidad y entusiasmo habitual.

—Nunca más volveremos a este sitio —le susurró Vega a Cedric.

—Ya veremos —respondió él, divertido.

—No, te aseguro que no —rio Vega.

Sin embargo, los dos disfrutaron en el establecimiento y luego salieron a dar una vuelta por el pueblo.

Caminar de nuevo de la mano de Cedric casi sorprendía a Vega, que había terminado por aceptar que no volvería a sentir aquello.

Le había echado mucho de menos, por mucho que hubiera tratado de pretender que no.

—Es la una y media —le avisó Cedric al de un rato, sorprendiéndola—. ¿No tenías que ir a algún lado?

Vega asintió.

—Tardaré un par de horas. Si prefieres volver al colegio...

—No me importa esperarte, Vega —respondió él, sonriendo—. Iré con los del equipo de quidditch. Nos vemos luego, ¿vale?

Vega le dio un beso a modo de despedida y fue capaz de ver la sonrisa que se quedó en el rostro de Cedric antes de correr a reunirse con Harry, Nova y los demás.

Estaban allí casi todos los que habían estado en la Casa de los Gritos: Harry, Nova, Brigid y Ron. Vega preguntó por Prim y Hermione y le dijeron que la primera estaba enferma, así que Hermione se había quedado a hacerle compañía.

Subieron por la calle principal, pasaron Dervish y Banges y salieron hacia las afueras del pueblo.

Vega nunca había ido por allí. El ventoso callejón salía del pueblo hacia el campo sin cultivar que rodeaba Hogsmeade. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían jardines más grandes. Caminaron hacia el pie de la montaña que dominaba Hogsmeade, doblaron una curva y vieron al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarlos. Lo reconocieron enseguida.

—Hola, Sirius —saludó Harry, cuando llegaron hasta él.

—¿Es raro si le digo papá a un perro? —quiso saber Nova, frunciendo el ceño.

El perro olió con avidez la mochila de Harry, meneó la cola, y luego se volvió y comenzó a trotar por el campo cubierto de maleza que subía hacia el rocoso pie de la montaña. Harry, Ron y Brigid traspasaron la cerca y lo siguieron. Nova y Vega fueron detrás.

Sirius los condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con sus cuatro patas; pero los que eran humanos se quedaron pronto sin aliento. Siguieron subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado y serpenteante. El perro movía la cola mientras ellos sudaban bajo el sol. Vega se decía que aquello era casi peor que la subida hasta la colina para los Mundiales.

Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegaron al lugar en que había desaparecido, vieron una estrecha abertura en la piedra. Se metieron por ella con dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se hallaba el hipogrifo Buckbeak. Mitad caballo gris y mitad águila gigante, sus fieros ojos naranja brillaron al verlos. Los cinco se inclinaron notoriamente ante él, y, después de observarlos por un momento, Buckbeak dobló sus escamosas rodillas delanteras y permitió que Nova se acercara y le acariciara el cuello con plumas. Vega, sin embargo, miraba al perro negro, que acababa de convertirse en su padre.

La sonrisa apareció en su rostro antes de poder evitarlo y, siendo invadida por los recuerdos que había recuperado a través de las regresiones, Vega corrió a abrazarle, con más entusiasmo del que ningún otro podría haber esperado. Sirius pareció ser el más sorprendido.

Llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo que cuando se había aparecido en la chimenea, y sucio y enmarañado como el curso anterior.

—¡Pollo! —exclamó con voz ronca, después de haberse quitado de la boca los números atrasados de El Profeta y haberlos echado al suelo de la cueva.

Harry sacó de la mochila el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregó.

—Gracias —dijo Sirius, que lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a devorarlo sentado en el suelo de la cueva—. Me alimento sobre todo de ratas. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.

Sonrió a Vega, Nova y Harry, pero a éstos le costó esfuerzo devolverle la sonrisa. Vega había sentido su estómago retorcerse y se sentía increíblemente mal al pensar en todo lo que había comido con Cedric, mientras que su padre tenía que alimentarse de ratas.

—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó Harry.

—Cumplir con mi deber de padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No os preocupéis por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.

—¿Que no nos preocupemos? —bufó Nova—. ¿Sabes que la peste negra vino de las ratas?

Al ver la cara de preocupación de los tres chicos, Sirius dijo más seriamente:

—Quiero estar cerca. Tu última carta, Harry... Bueno, digamos simplemente que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.

Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Ron los cogió y los desplegó. Brigid se inclinó sobre ellos.

Los primos, sin embargo, siguieron mirando a Sirius.

—¿Y si te atrapan? —insistió Harry—. ¿Qué pasará si te descubren?

—Vosotros cinco, Hermione, Jason y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un animago —dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.

Ron le dio un codazo a Harry y le pasó los ejemplares de El Profeta. Vega y Nova se inclinaron sobre ellos, curiosas. Eran dos: el primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo, «La bruja del Ministerio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora personalmente del caso».

Pero a Vega no le importaba nada de aquello. Ignorando los periódicos, tomó asiento junto a su padre y le observó con gravedad, mientras éste comía.

—Vas a estar yendo a la Casa de los Gritos todas las noches para que yo pueda llevarte comida —informó—. Y no admito un no por respuesta.

Sirius frunció el ceño.

—Estoy bien como estoy, estrellita, no hay por qué preocuparse.

La expresión de Vega cambió al escuchar el término estrellita, pero ella trató de volverla seria de nuevo.

—Si no vas a la Casa de los Gritos a recogerla, vendré personalmente hasta aquí todas las noches para traerte algo. No podemos dejar que estés comiendo ratas; Nova tiene razón, podrías coger cualquier enfermedad.

—No hace falta que hagáis nada de eso —gruñó Sirius.

—Papá, parece que no has comido nada cocinado en semanas y es perfectamente posible que sea así —protestó Vega, señalando el pollo—. Si vas a quedarte cerca de Hogsmeade, significa que podemos darte de comer. Es lo menos que podemos hacer, así que déjanos hacerlo. No hay nada que discutir.

Mientras tanto, los demás habían terminado de inspeccionar los periódicos.

—Suena como si se estuviera muriendo —comentó Harry. Vega supuso que hablaba de Crouch—. Pero no puede estar tan enfermo si se ha colado en Hogwarts...

—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius— . Dice que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.

—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...

—Apuesto a que Hermione diría que eso es el karma por haber despedido a su elfina —comentó Nova, divertida.

Ron rio.

—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó a Sirius.

Pero Sirius parecía interesado.

—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?

—Sí, en los Mundiales de quidditch —repuso Harry, y se puso a contar la historia de la aparición de la Marca Tenebrosa y de que habían encontrado a Winky con la varita de él en la mano, y del enojo del señor Crouch.

Cuando Harry hubo concluido, Sirius se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear de un lado a otro de la cueva.

—A ver si lo he entendido todo bien —dijo después de un rato, blandiendo un nuevo muslo de pollo—. Primero visteis en la tribuna principal a la elfina, que le estaba guardando un sitio a Crouch, ¿no es así?

—Sí —respondieron todos al mismo tiempo.

—Pero Crouch no apareció en todo el partido.

—No —confirmó Harry—. Me parece que dijo que había estado muy ocupado.

Sirius paseó en silencio por la cueva. Luego preguntó:

—¿Cuándo perdiste la varita, Brigid?

El rostro de ésta se volvió tan pálido como el de Sirius.

—La eché en falta al entrar en el bosque —murmuró Brigid.

—¿Crees que el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa le robó la varita antes de entrar al bosque? —preguntó Vega, frunciendo el ceño.

—Tal vez —dijo Sirius—. ¿Hablaste con Crouch o su elfina en algún momento, Brigid?

—Sí —admitió ésta—. Mi padre se detuvo a hablar con Winky para preguntarle dónde estaba su amo.

—¿Quién más había cerca?

—Mucha gente —respondió Brigid, frunciendo el ceño al recordar—. Recuerdo a los Malfoy y...

—¡Los Malfoy! —exclamó Ron de repente, tan alto que su voz retumbó en la cueva. Buckbeak sacudió la cabeza nervioso—. ¡Seguro que fue Lucius Malfoy!

—Le veo capaz —murmuró Nova.

—¿Quién más?

—Ludo Bagman —recordó Brigid.

—No sé nada de Bagman, salvo que fue golpeador en las Avispas de Wimbourne —comentó Sirius, sin dejar de pasear—. ¿Cómo es?

—No tiene mucho cerebro —comentó Nova.

—Se empeña en ofrecerme ayuda para el Torneo de los tres magos —añadió Harry.

—¿De verdad? —El ceño de Sirius se hizo más profundo—. ¿Por qué lo hará?

—Dice que tiene debilidad por mí.

Mmm. —Sirius se quedó pensativo.

—Lo vimos en el bosque justo antes de que apareciera la Marca Tenebrosa —le dijo Brigid a Sirius—. ¿Os acordáis? —añadió volviéndose a Ron y Harry.

—Sí, pero no se quedó en el bosque —observó Ron—. En cuanto le hablamos del altercado, se fue al campamento.

—¿Cómo lo sabes? —objetó Vega—. ¿Cómo sabes adónde fue al desaparecerse?

—¡Vamos! —exclamó Ron en tono escéptico—. ¿Es que crees que fue Bagman el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa?

—Es más probable que fuera él que la elfina —comentó Vega, aunque tampoco veía a Bagman capaz de aquello.

—¿Qué hizo Crouch después de que apareció la Marca Tenebrosa y de que hubieron descubierto a su elfina con la varita de Brigid? —quiso saber Sirius.

—Se fue a mirar entre los arbustos —explicó Harry—, pero no encontró a nadie más.

—Claro —susurró Sirius, paseando de un lado a otro—, claro, quería encontrar a cualquier otro que no fuera su elfina doméstica... ¿Y entonces la despidió?

—Fue realmente injusto con ella —murmuró Brigid—. Ella solo estaba asustada.

Sirius negó con la cabeza.

—Si quieres saber cómo es alguien, mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales —masculló, pensativo.

Se pasó una mano por la cara sin afeitar, intentando pensar.

—Todas esas ausencias de Barty Crouch... Se toma la molestia de enviar a su elfina doméstica para que le guarde un asiento en los Mundiales, pero no aparece para ver el partido; trabaja muy duro para reinstaurar el Torneo, y luego también se ausenta... Nada de eso es propio de él. Si antes de esto había dejado alguna vez de ir al trabajo por enfermedad, me como a Buckbeak.

—Ni se te ocurra tocarle —saltó Nova, poniéndose protectoramente frente al hipogrifo.

—¿Conoces a Crouch, entonces? —le preguntó Harry.

La cara de Sirius se ensombreció. De pronto pareció tan amenazador como la noche en que Vega lo había visto por primera vez, cuando aún creía que era un asesino.

—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me llevaran a Azkaban... sin juicio.

—¿Qué? —exclamaron a la vez Ron y Brigid.

—Maldito... —empezó Vega.

—¿Lo matamos? —propuso Nova.

—¡Bromeas! —dijo Harry.

—No, no bromeo —respondió Sirius, arrancando otro bocado al muslo de pollo—. Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?

Nova, Harry, Ron y Brigid negaron con la cabeza. Sin embargo, Vega soltó una exclamación de sorpresa.

—¡Tío Jason me habló de ello en verano! —dijo, recordando. Frunció el ceño—. Fue él quien decretó que yo debía olvidar todo porque tú habías alterado mis recuerdos.

—Todos pensaban que sería el siguiente ministro de Magia —explicó Sirius, con rencor—. Barty Crouch es un gran mago y está sediento de poder. Ah, no, nunca apoyó a Voldemort —añadió, comprendiendo lo que significaba la expresión de Nova y Harry—. No, Barty Crouch fue siempre un declarado enemigo del lado tenebroso. Pero, entonces, un montón de gente que estaba también contra el lado tenebroso... Bueno, no lo entenderíais: sois demasiado jóvenes...

—Eso es lo que dijo mi padre en los Mundiales —dijo Ron con un dejo de irritación en la voz —. ¿Por qué no lo intentas?

Sirius sonrió un instante.

—Vale, lo intentaré... —Paseó unos momentos por la cueva, y luego empezó a hablar—: Imaginaos que Voldemort está ahora mismo en su momento de máximo poder. No sabéis quiénes lo apoyan, no sabéis quién es de los suyos y quién no, pero sabéis que puede controlar a la gente para que haga cosas terribles sin poder evitarlo. Tenéis miedo por vosotros mismos, por vuestra familia y por vuestros amigos. Cada semana llegan las noticias de nuevas muertes, nuevas desapariciones, nuevas torturas... El Ministerio de Magia está sumido en el caos, no sabe qué hacer, intenta que los muggles no se den cuenta de nada, pero, entre tanto, también van muriendo muggles. El terror, el pánico y la confusión cunden por todas partes... Así estaban las cosas.

»Bueno, esas situaciones sacan a la luz lo mejor de algunas personas y lo peor de otras. Las intenciones de Crouch tal vez fueran buenas al principio, no lo sé. Ascendió rápidamente en el Ministerio y empezó a aplicar medidas muy duras contra los partidarios de Voldemort. Concedió nuevos poderes a los aurores: por ejemplo, permiso para matar en vez de capturar. Y yo no fui el único al que entregaron a los dementores sin juicio previo. Crouch empleó la violencia contra la violencia, y autorizó el uso de las maldiciones imperdonables contra los sospechosos. Diría que llegó a ser tan cruel y despiadado como los que estaban en el lado tenebroso. Tenía sus partidarios, por supuesto: mucha gente que pensaba que aquél era el mejor modo de hacer las cosas, y muchos magos y brujas pedían que asumiera el poder como nuevo ministro de Magia. Cuando desapareció Voldemort, parecía que era sólo cuestión de tiempo que Crouch ocupara el cargo más alto del escalafón, pero entonces sucedió algo bastante inoportuno. —Sirius sonrió con tristeza—. El propio hijo de Crouch fue descubierto con un grupo de mortífagos que se las habían arreglado para salir de Azkaban. Según parecía, buscaban a Voldemort para reinstaurar su poder.

—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Brigid con voz entrecortada.

—Sí —contestó Sirius, tirándole a Buckbeak el hueso de pollo; luego se apresuró a coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino. Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.

—Los padres ausentes son los peores —masculló Nova.

No debió pensar lo que aquello significaba para Sirius hasta después de decirlo; el rostro de su padre se ensombreció y agachó la cabeza, herido.

Nova puso cara de horror.

—Yo no me refería... —empezó, y Vega juraría que nunca le había visto tan arrepentida de algo.

—No importa —interrumpió Sirius, con voz ronca—. Tienes razón, después de todo.

Empezó a devorar el pan a grandes bocados, aunque parecía haber perdido el apetito. Nova se quedó completamente callada y Vega sintió horror al ver que sus ojos se habían llenado de lágrimas.

Tomó la mano de su hermana y se la apretó con fuerza, tratando de calmarla. Nova agachó la cabeza.

A veces, Vega olvidaba que su hermana, siempre tan descarada, insolente e indiferente a todo, tan solo tenía catorce años.

—¿Su propio hijo era un mortífago? —inquirió Harry, tras un incómodo silencio. Buscaba romper aquella tensión.

—No lo sé realmente —repuso Sirius, metiéndose más pan en la boca—. Yo ya estaba en Azkaban cuando lo llevaron. Éstas son cosas que en su mayor parte he averiguado después de haber salido. Desde luego, el muchacho fue descubierto en compañía de gente que me apostaría el cuello a que eran mortífagos, pero tal vez sólo estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.

—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Brigid.

Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido.

—¿Liberar a su hijo? No, Brigid, ya sabemos que no era el padre del año. Quería apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa... ¿No te da eso a entender cómo es? El amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.

—¿Entregó a su propio hijo a los dementores? —preguntó Harry en voz baja.

—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los dementores lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan calmándose... salvo cuando gritan en sueños.

Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más triste que nunca. Vega sintió el nudo de su estómago apretarse ante aquello.

—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.

—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año después de entrar.

—¿Murió?

—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a morir alguien porque los dementores lo sentían, se excitaban. El muchacho parecía bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mi celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que el muchacho. Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios dementores lo enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.

Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.

—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado. Cuando el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Hubo un prolongado silencio.

—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le dijo Harry a Sirius.

—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya — repuso Sirius, asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de recobrar su antigua popularidad si atrapa algún mortífago.

—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron eufórico.

Vega ya había escuchado de aquello y le parecía, cuanto menos, disparatado.

—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.

—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado.

Pero Sirius negó con la cabeza.

—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo vigilado.

—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry.

—Snape no es mi persona favorita —comentó Vega, en voz baja—. Pero no tiene pinta de ser alguien que planea un complot contra Harry. Sé que es una mierda de persona, pero...

—En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes oscuras; ya en el colegio era famoso por ello. Era un pelota empalagoso de pelo grasiento —añadió, y Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. Nova ni siquiera fue capaz de sonreír ante aquello—. Cuando llegó al colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos mortífagos. —Sirius levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los dos los mataron los aurores un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que son matrimonio, están en Azkaban; Avery, del que he oído que se quitó de en medio diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición imperius, todavía anda suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.

—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.

—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que tenía en el brazo, pero no vi qué era.

—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius, desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse de hombros—. Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser... pero si Karkarov está de verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... —Sirius miró la pared de la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera estado alguna vez al servicio de Voldemort.

—Permíteme dudar de eso —cortó Vega—. Dudo que incluso tú te lo creas. Venga ya, tío Jason me ha contado de Snape y mamá y más cosas. Era un mortífago. No tiene sentido que nos mientas, papá.

—Si lo fue, y no voy a decir si creo que lo fue o no, tuvo que dejarlo si Dumbledore le permite estar ahí —masculló Sirius, casi a regañadientes.

—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho? —insistió Ron.

—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que Ojoloco hubiera entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto. Sin embargo, tengo que decir una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nunca descendió al nivel de los mortífagos. Crouch, en cambio, es harina de otro costal... ¿Estará de verdad enfermo? Si lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está... ¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que tenía que juzgar las pruebas del Torneo?

Sirius se quedó en silencio, aún mirando la pared de la cueva. Buckbeak husmeaba por el suelo pedregoso, buscando algún hueso que hubiera pasado por alto.

Al cabo, Sirius levantó la vista y miró a Ron.

—Dices que tu hermano es el ayudante personal de Crouch... ¿Podrías preguntarle si ha visto a Crouch últimamente?

—Puedo intentarlo —respondió Ron dudando—. Pero mejor que no parezca que sospecho que Crouch puede estar tramando algo chungo. Percy lo adora.

—¿Y podrías intentar averiguar si tienen alguna pista sobre Bertha Jorkins? —dijo Sirius, señalando el segundo ejemplar de El Profeta.

—Bagman me dijo que no —observó Harry.

—Sí, lo citan en este artículo —dijo Sirius, señalando el periódico con un gesto de cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada olvidadiza, todo lo contrario. No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la boca cerrada. Recuerdo que a Aura nunca le cayó bien. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...

—Podría preguntarle a mi padre si sabe algo —dijo Brigid, sin demasiado entusiasmo.

—A Amos, ¿no? No, es mejor que no. —Sirius pareció tragarse todo tipo de comentarios—. Siempre me llevé mejor con su hermana que con él.

Brigid asintió; casi parecía aliviada. Sirius exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.

—¿Qué hora es?

—Son las tres y media —informó Brigid.

—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Le dirigió a Vega una mirada especialmente dura—. No quiero que os escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas. Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgáis de Hogwarts sin permiso, en especial tú, Harry: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.

—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de grindylows —contestó Harry.

Pero Sirius lo miró con severidad.

—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio.

—Ya somos dos —masculló Vega.

—Y no lo olvidéis: si hablais de mí entre vosotros, llamadme Hocicos, ¿vale? —terminó Sirius.

Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak dándole unas palmadas en el cuello.

—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer con otro periódico.

Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad. Nova se pasó la mayor parte del camino cabizbaja y en silencio, hasta el punto que Vega ya no pudo soportar más aquello. Cogió a su hermana del brazo y fue hasta su padre, en forma de perro.

—Te acompañamos a la vuelta —dijo, en voz baja—. Quiero hablar contigo.

Los otros tres no comentaron nada con respecto a aquello. Se despidieron de los Black y emprendieron el camino de regreso. Sirius les señaló a las dos chicas una caseta de aspecto abandonado en las afueras del pueblo y echó a andar hacia allí; ellas le siguieron.

—¿Ha pasado algo? —preguntó Sirius, al volver a su forma humana. Se veía totalmente alerta—. No podemos estar mucho tiempo aquí.

—Las regresiones —dijo Vega—. He visto muchas cosas. Han ido avanzando en el tiempo. Cada vez se acercan más al momento en que me borraron la memoria. La última la tuve antes de la segunda prueba.

Nova la miró, intrigada. No había escuchado de aquello. Vega no se lo había contado a nadie más que a Jason hasta el momento.

—¿Qué viste? —preguntó Sirius, con voz ronca.

—Estábamos en casa de James y Ariadne —dijo Vega, con voz temblorosa—. Organizaban una fiesta de cumpleaños. Fue el día antes de Halloween.

Sirius no necesitó escuchar más. Su expresión lo dijo todo. Nova también comprendió aquello al instante.

—Si van a seguir avanzando... —continuó Vega, con voz tensa.

—Vas a ver lo fatídicos que fueron esos dos días —continuó Sirius, cerrando los ojos—. Oh, mierda.

—No, quiero verlos —dijo Vega, sorprendiéndole tanto a él como a Nova—. Son mis recuerdos. Por muy mierda que sean, los quiero. Solo quería que supieras que ya prácticamente recuerdo todo.

Sirius la miró con fijeza.

—Esos recuerdos pueden ser peores de lo que crees que son, Vega.

—Van a llegar de todos modos, así que no importa si son malos o no; los voy a tener —respondió Vega—. Solo me queda aceptar eso.

—¿Recordarás la muerte de mamá? —preguntó Nova, en un hilo de voz.

—Y las de James y Ariadne —respondió Sirius, en tono grave—. Y cuando me arrestaron.

Vega asintió.

—Eso supongo.

—¿Estarás bien después?

—No lo sé —admitió Vega—. Pero intentaré que sí.

No hubo mucho más que decir después de aquello. Vega le dijo a su padre que le llevarían comida y Sirius se lo prohibió por completo. Terminó por convencerla al decirle que aquello aumentaría el riesgo de que él fuera atrapado.

Nova le abrazó con fuerza y le susurró algo que Vega no escuchó, pero que hizo a Sirius sonreír.

—Tened cuidado, Vega, Altair —pidió su padre, mirándolas con seriedad—. Y escribidme si necesitáis algo. Cualquier cosa. ¿Vale?

Ambas asintieron. Después, su padre se transformó en perro y se marchó de vuelta a su escondite. Vega y Nova regresaron a Hogsmeade.

—Yo voy a ir con Cedric, Nov —le dijo la mayor, deteniéndose frente a Las Tres Escobas.

Ésta asintió, sin decir una palabra. Aquello sorprendió a Vega.

—Iré a buscar a Ginny para volver —fue todo lo que respondió.

La vio marcharse, con el ceño fruncido. Aquello era algo tan raro en Nova... Sabía que le había sentado mal lo del padre ausente, pero aún así se le hacía difícil verla así.

Unos brazos familiares la rodearon y Vega se obligó a forzar una sonrisa antes de girarse hacia Cedric.

—¿Todo bien? —preguntó él, escrutando su rostro.

Vega apoyó la cabeza en su hombro.

—Estará mejor después de un abrazo —se limitó a decir.

Lo cierto fue que aquel abrazo le ayudó mucho más de lo que hubiera esperado.



















penúltimo cap :)

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