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xviii. brother 2.0








xviii.
hermano 2.0








Vega quería que su madre le leyera un cuento. Pero su madre se había quedado dormida en su estudio, con el caldero junto a ella, y Vega no quería despertarla. Aura llevaba varias semanas trabajando sin descanso en algo que se había negado a compartir con los demás.

Así que Vega vagaba por la casa, con su libro de Los cuentos de Beedle el Bardo bajo el brazo, buscando a su padre. Le encontró casi dormido en el sofá del salón, pero no tuvo reparos en saltar sobre él y despertarle. Su padre nunca hacía nada, al menos que ella supiera. No tenía excusas para dormir.

Sirius soltó una fuerte exclamación y se incorporó de golpe, tratando de recuperar el aire. Vega rio y se abrazó a su cuello, lo que no ayudó a su padre a no ahogarse.

—¡Papi, papi! —exclamó, muy contenta—. ¡Léeme un cuento!

—¿Qué... hora... es? —preguntó Sirius, jadeando.

—¡Léeme un cuento! —insistió Vega.

Sirius bajó a su hija al suelo con delicadeza. La niña hizo un puchero y sujetó con fuerza el libro.

—¡Papi! —protestó—. ¡Léeme un cuento!

—Dame solo un momento, estrellita —bostezó su padre, restregándose los ojos—. ¿Altair está dormida?

—No llora —respondió Vega con obviedad.

—Me tomaré eso como un sí —dijo Sirius, cogiendo a Vega en brazos—. ¿Mamá está trabajando?

—Está dormida. ¡Léeme un cuento!

Sirius rio.

—Eres realmente persuasiva —comentó, cogiendo el libro—. Bien, ¿cuál quieres que te lea?

La Fábula de los tres hermanos —pidió—. Es la mejor.

—Muy bien, estrellita. Pero tienes que decir las palabras mágicas.

—¿Por favor? —dijo, mirándolo suplicante.

—Las palabras mágicas de mamá no, las de papá.

—¿Avada kedavra?

—¿Qué? ¡No! ¿Quién te ha enseñado eso?

Vega solo sonrió.

—Juro solemntememte que mis intenciones no son buenas.

—Lo has dicho mal. No hay trato.

—¡Papi! —protestó la niña, a punto de echarse a llorar.

—¿Y las otras palabras mágicas?

Vega pensó.

—¿Te quiero?

Sirius rio y le dio un beso en la coronilla.

—Pensaba en "Papá es genial", pero eso está bien. Te leeré el dichoso cuento.

—¡Bien! —exclamó la niña, casi saltando de alegría.

Se acomodó entre los brazos de su padre y escuchó con una sonrisa el relato, que Sirius interpretaba poniendo diferentes voces y haciéndola reír con sus gestos exagerados.

Cuando el cuento terminó, como siempre, Vega hizo un puchero. Conocía de sobra el final, pero siempre le causaba inquietud que la Muerte se llevara a los tres hermanos a pesar de todo.

—Papi, ¿qué pasa si la Muerte me lleva a mí? —preguntó, mirando a Sirius con los ojos muy abiertos, llenos de preocupación.

—No va a llevarte —aseguró Sirius—. No dejaría que la Muerte se llevara a mi estrellita. Nunca.

—¿De verdad?

—De verdad.

Vega se relajó visiblemente y sonrió.

—¿Te transformarías en perro y la morderías?

—¡Por supuesto! —respondió su padre, levantándola en el aire y haciéndole dar vueltas—. Le mordería con tanta fuerza que no volvería a acercarse a ti nunca.

La niña gritó y rio mientras giraba rápidamente, con Sirius sujetándola firmemente por las muñecas.

Vega enterró la cara entre las manos cuando el recuerdo terminó. Sollozó silenciosamente, sin saber el motivo exacto de ello. Luego, se levantó de la cama y en medio de la oscuridad y el silencio de su dormitorio, cogió el medallón que le había regalado su padre y guardaba en un cajón de la mesilla de noche.

Llevaba unos días demasiado sensible. Desde que Moody les mostró las maldiciones imperdonables en clase y le lanzó la maldición asesina a una araña frente a Vega, había soñado con su madre muriendo y tenido varias regresiones.

Cualquier cosa terminaba con ella conteniendo las lágrimas, algo que detestaba.

Bajó sigilosamente a la sala común, que estaba desierta, y abrió el medallón.

La fotografía que había metido en él aquel verano estaba ahí. Era una de las que Jason había conservado en un álbum de fotos de su madre: mostraba a Aura, Sirius, Vega y a una recién nacida Nova. En cuanto la había visto, Vega había sabido que quería llevar aquella foto en el interior del medallón.

Vega suspiró y miró a la chimenea, que crepitaba a su lado. Debería haber bajado una manta, ya que había comenzado a hacer más frío por las noches.

Frunció el ceño cuando le pareció distinguir un rostro entre las llamas.

Se puso de pie de un salto, desconfiada. No, no le había parecido ver un rostro, había un rostro.

Un rostro conocido.

—¿Papá? —llamó, con voz temblorosa.

Sirius Black le sonreía desde la chimenea. Sus ojos bajaron hasta el medallón que Vega sostenía.

—¡Vega! —exclamó—. Pensaba que habías olvidado este cacharro que te dio tu viejo padre.

Ella sonrió.

—No es un cacharro —replicó—. Fue un bonito regalo.

—Bah —dijo Sirius, quitándole importancia—. Ni con ochocientos medallones como ese compensaré todos los regalos que te debo.

—No me debes nada, papá —respondió Vega, sacudiendo la cabeza.

Sirius negó con la cabeza.

—No creo que eso importe ahora. ¿Sucede algo?

—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti —comentó Vega—. ¿No es demasiado arriesgado esto?

—Nah, estoy en una de las viejas casas de mi familia, escondido. Quería hablar con Harry, pero como no encontraba a nadie por Gryffindor, decidí pasarme por aquí. Harry me dijo que le había dolido la cicatriz y, después de lo sucedido en los Mundiales, creí que sería mejor estar cerca. —Al ver su expresión de sorpresa, preguntó—: ¿No te ha dicho nada?

Vega negó con la cabeza.

—No hemos hablado demasiado estos días. De hecho, no hemos hablado mucho desde que empezó el curso. —Había estado demasiado ocupada con el Torneo, Cedric y Moody. En ese momento, se sentía fatal por no haberse preocupado por Harry—. ¿Te dijo algo más?

—Que no me preocupara —respondió Sirius, divertido—. No le hice caso, por supuesto.

—Puede que él piense que no es nada. Si no me ha dicho a mí nada, puede ser que...

—Que no quiera preocuparte —completó Sirius—. Le viene de familia, y a ti también. Apuesto a que tú no le has contado la mitad de tus preocupaciones.

Vega se sonrojó.

—Soy la mayor, no tengo por qué cargarles a ellos...

Sirius sonrió. Esa respuesta no parecía sorprenderle.

—Imaginaba que dirías eso. Y, ahora, cuéntame. ¿Va todo bien? Porque parece que te preocupa algo, Vega.

—Solo estaba nostálgica —admitió ella—. He tenido otra regresión.

—¿Qué has visto?

—Quería que me leyeras un cuento, la Fábula de los Tres Hermanos.

—Era tu favorito —recordó Sirius, melancólico—. Pero te asustaba al mismo tiempo.

—Te pregunté si la Muerte iba a llevarme... Tú dijiste que nunca dejarías que eso pasara. —Hizo una pausa—. Me llamaste estrellita.

—Aura y yo te llamábamos así siempre. —Rio y negó con la cabeza—. Cuando naciste, yo quería que te llamáramos cachorrilla. Ya sabes, por mi forma animaga. Mamá quería decirte potrilla porque ella se transformaba en yegua. Horrible, lo sé. Creo que hasta ella lo odiaba, aunque nunca lo admitió.

»Después de muchas discusiones, negociaciones, utilizar a James, Remus y Peter de mediadores y casi anular nuestro compromiso... Acordamos llamarte estrellita. Es decir, tus nombres son por dos estrellas. Aura quiso seguir con la tradición de mi familia. Además, estrellita suena mucho mejor que potrilla. No que cachorrilla, pero...

Vega rio suavemente.

—Estrellita es bonito —admitió—. ¿De verdad casi anulasteis el compromiso por eso?

Su padre solo le dirigió una sonrisa divertida.

—¿Cuánto de cerca de Hogwarts estás?

—Unos quince kilómetros.

Vega hizo una mueca, preocupada.

—¿Y si te capturan?

—No lo harán —aseguró Sirius—. Confía un poco más en tu viejo.

Vega pegó un salto cuando escuchó unos pasos bajando las escaleras.

—Viene alguien. Adiós, papá.

Cerró el medallón sin dar tiempo a su padre a decir nada y se lo guardó en el bolsillo de la bata. Cedric bajó a la sala común y miró con sorpresa a Vega.

—No pensaba encontrarte aquí —admitió él, sorprendido.

—Ni yo a ti —dijo Vega, tratando de sonar despreocupada—. ¿Insomnio?

—Algo así. —Cedric se sentó junto a ella. Vega apoyó la cabeza en su hombro—. Llevas días rara, ¿sabes? Desde la clase con Moody.

Vega desvió la mirada.

—Me trajo malos recuerdos. Y que utilizara la maldición imperius en nosotros...

No había sido capaz de oponer la más mínima resistencia cuando su mente se quedó totalmente en blanco y sintió su cuerpo ligero. Las órdenes de Moody habían sonado en su cabeza y ella las había seguido. Aquello le había dejado una sensación desagradable por horas.

—Eso no impidió que fueras la mejor en clase de Transformaciones, con el mapache. Fue increíble —recordó Cedric. Vega se sonrojó, orgullosa—. Vega, no dejes que lo que haga ese hombre te afecte. Sí, no debería habernos enseñado eso. Pero es el profesor. No podemos impedírselo.

—Si no necesitara su clase para ser auror, la dejaría —gruñó—. Echo de menos tener a Remus de profesor.

—¿Por qué quieres ser auror? —preguntó Cedric, en un intento por distraerla—. Nunca pensé que eso sería algo a lo que quisieras dedicarte.

Vega se encogió de hombros. Cedric ya le había hecho aquella pregunta a principios del curso anterior. Pero no le importaba responderla de nuevo.

—Sí, supongo que es algo sorprendente. Supongo que no soy el tipo de persona que será auror en el futuro. —Casi esbozó una sonrisa irónica—. Pero siempre me ha atraído la idea. Como a Tonks. ¿La recuerdas? Iba a último curso cuando estábamos en segundo.

—¿Cómo olvidarla? —dijo Cedric—. Su pelo se veía en la distancia...

—Nos hicimos amigas, o algo parecido —explicó Vega—. Todavía nos escribimos de vez en cuando... Resulta que es mi prima segunda. Ser una Black significa estar emparentada con la mitad de Hogwarts, al parecer.

Ambos rieron. Vega se acurrucó junto a Cedric y suspiró. Él la abrazó y Vega cerró los ojos.

—Estoy agotada —admitió.

—Duerme un poco —dijo Cedric, acariciándole suavemente el pelo.

Vega recordó con nostalgia cuando Jessica la despertaba por las noches por sus pesadillas y ella hacía exactamente lo mismo para consolarla.

—Buenas noches —murmuró.





























Las clases se interrumpieron el treinta de octubre, puesto que debían recibir a los estudiantes de Durmstrang y Beauxbatons que irían a Hogwarts para tratar de participar en el Torneo. Los alumnos de Hufflepuff se reunieron con la profesora Sprout en la sala común, donde ella los separó por cursos y los hizo ir en fila a la escalinata de la entrada.

Ambos colegios realizaron grandes entradas, sin duda. Después de hacer aguardar durante lo que pareció una eternidad a los alumnos de Hogwarts, el gran carruaje de Beauxbatons, tirado por pegasos, aterrizó frente al castillo, seguido por el majestuoso barco de Durmstrang, que emergió del Lago Negro y trayendo, para sorpresa de todos, a Viktor Krum en él.

Aquel fue el mayor tema de conversación entre los alumnos durante el banquete de bienvenida a los alumnos extranjeros, al menos hasta que Dumbledore se puso en pie y dio otro de sus discursos, anunciando cómo los campeones del Torneo serían seleccionados.

Todos los alumnos de las tres escuelas mayores de diecisiete años que desearan participar tendrían que meter un trozo de pergamino con su nombre escrito en él en el cáliz de fuego, un artefacto mágico que escogería a un campeón de cada escuela. Para asegurarse de que nadie incumplía la norma de tener diecisiete o más, Dumbledore trazaría una línea de edad alrededor del cáliz.

—¿Crees que él será el campeón de Durmstrang? —se preguntó Cedric.

Se refería a Viktor Krum, claro.

—Saber quidditch no te garantiza ser campeón —recordó Vega—. Pero ¿quién sabe?

Un grupo de alumnos de Hufflepuff los rodeó a ambos tan pronto como el banquete terminó.

—¡Eh, Cedric!

Ernie Macmillan había logrado abrirse paso entre la multitud para llegar hasta ellos. El alumno de cuarto parecía entusiasmado.

—Aún vas a presentarte, ¿no? —preguntó, ansioso—. ¿Has visto a los de Beauxbatons? Apuesto que podrías superar a todos sin despeinarte. Y dudo que los de Durmstrang sean mucho más fuertes. Solo lo aparentan por esas capas...

Vega torció levemente el gesto. Muchos alumnos de Hufflepuff habían estado animando a Cedric a apuntarse al Torneo. Vega seguía teniendo un mal presentimiento, pero trataba de convencerse de que solo estaba siendo paranoica.

Se vio apartada de Cedric cuando aún más alumnos se acercaron a preguntar. Jessica y Susan la miraron, inquisitiva.

—Estás preocupada —comentó la rubia. No era una pregunta.

—Llevo días preocupada —admitió Vega—. Me da mala espina esto del Torneo.

—Dicen que habrá seguridad, ¿no? —dijo Susan, no muy convencida.

Vega bufó.

—También dijeron eso el año pasado y Harry casi se mata por culpa de cien dementores, lo dijeron el anterior y resulta que un basilisco intentaba matar a todos en el castillo, también lo dijeron el anterior a ese y...

—Ya, lo sé, lo sé —suspiró Jessica, nerviosa—. Pero este año tendrán más cuidado, ¿no? Tienen que tenerlo. No habrían hecho algo así de no saber que habría suficiente seguridad.

Vega le echó una mirada a Cedric, que hablaba con su hermana menor.

—Voy a elegir creer eso.

Cedric se libró de la multitud poco después y fue hacia Vega. Jessica se marchó con Susan, dejándolos a ambos a solas.

—¿Estás totalmente seguro de querer participar, Ced? —preguntó Vega, mirándole fijamente a los ojos—. Si es un contrato mágico de tipo vinculante, no podrás echarte atrás.

Cedric suspiró y asintió.

—Estoy seguro —dijo él, convencido—. Solo imagina el honor que sería para nuestra casa si yo saliera elegido. Sería...

Dejó la frase en el aire, con expresión soñadora.

—Lo sé —asintió Vega, soltando un suspiro. Seguía llena de dudas, pero no las compartió—. Sé que saldrás tú, Ced. No se me ocurre un campeón mejor.

Cedric era el orgullo de Hufflepuff. Había formado el mejor equipo de quidditch para su casa en muchos años, era de los mejores estudiantes, prefecto... Si fuera campeón de la escuela, su casa podría ser tomada en serio por una vez y tendría algo de gloria, algo a lo que Hufflepuff no estaba acostumbrado. Pero si pasaba algo...

Vega eligió creer que no pasaría nada. Que habría seguridad.

Esperaba no equivocarse.





























El banquete de Halloween se le hizo a Vega mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era su segundo banquete en dos días, no disfrutó la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor, Vega sólo deseaba que la cena terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.

Se había sentado junto a Cedric, quien tenía a Brigid al otro lado. Jessica había tomado asiento junto a ella. Sabía que estaba nerviosa y preocupada. Vega creía que Cedric sería elegido. Era de los mejores candidatos que Hogwarts tenía.

Hacía lo posible por no parecer preocupada, pero Jessica y Cedric sabían que lo estaba.

Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos consultaban los relojes.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de pergamino. La sala entera ahogó un grito.

Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

Una tormenta de aplausos y vítores inundó el Gran Comedor. Vega vio a Krum levantarse de la mesa de Slytherin y caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos —. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios. La atención de todo el mundo volvía a recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!

Una de las francesas se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.

Vega se la quedó contemplando cuando pasó a su lado. Era preciosa, de eso no había duda. Había escuchado a varios alumnos decir que podía ser medio veela. A Vega no le parecía algo totalmente disparatado.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

Vega apretó con fuerza la mano de Cedric.

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts—anunció— es ¡Cedric Diggory!

Vega soltó un suspiro, pero nadie la pudo escuchar. El jaleo proveniente de la mesa era demasiado estruendoso.

Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff, incluida Brigid, se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric, después de haber abrazado con fuerza a Brigid y haber recibido un beso de Vega, se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la concurrencia.

Jessica le tomó la mano y le sonrió, tratando de infundirle tranquilidad. Vega sonrió, intentando contagiarse por el ambiente festivo. Todos cuantos estaban a su lado comenzaron a felicitarla y darle palmadas en la espalda: sabían que era la novia del campeón de la escuela.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a...

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se había interrumpido.
El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas. Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Harry Potter.

—¿Qué? —exclamaron dos voces al mismo tiempo.

Vega y Brigid intercambiaron una mirada de incredulidad.

Aquello era imposible.

Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

La mano de Jessica se apretó con más fuerza en torno a la de Vega. Ella se había quedado de piedra. Su primo. Su primo de catorce años. Su nombre había salido del cáliz. No, eso era imposible.

Aquello no podía estar pasando.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Harry Potter! —llamó—. ¡Harry! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

Harry se puso en pie, se pisó el dobladillo de la túnica y se tambaleó un poco. Avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff, con cara de completo desconcierto.

Su mirada alternaba entre Vega, Brigid y la mesa de los profesores.

Cuando Harry pasó junto a Vega, ella tomó una decisión sin pensar siquiera en ella. No podía permitir que Harry fuera donde Dumbledore le mandaba. No le dejaría ir: se puso en pie y sujetó al chico por el hombro.

—No —dijo, casi en un susurro, pero se escuchó claramente debido al silencio—. Es un error. No pueden hacerte participar.

—¡Harry Potter! —insistió Dumbledore. Miraba con fijeza a los dos primos—. Y usted también puede venir, señorita Black.

La simple mención del apellido Black prendió en el Gran Comedor: los alumnos comenzaron a susurrar de inmediato. Harry y Vega seguían de pie, inmóviles, indecisos.

Vega negaba con la cabeza. Aquello no podía estar pasando de verdad. Tenía que ser una pesadilla.

—¡Harry Potter! ¡Vega Black! —llamó Dumbledore.

Harry asintió lentamente. Vega apretó la mandíbula y, sin quitar la mano del hombro de su primo, ambos avanzaron hacia la mesa de los profesores, bajo la mirada de cientos y cientos de ojos.

El camino fue eterno. Vega no miraba a nadie que no fuera a Dumbledore. Estaba decidida a impedir que Harry participara en aquello.

Le daba igual lo que el director o cualquiera de los profesores o miembros del Ministerio dijeran.

Ambos se detuvieron delante de Dumbledore. Harry seguía desconcertado, pero se esforzaba por ocultarlo. Vega tenía una completa y total expresión de desafío.

—Bueno... cruza la puerta, Harry —dijo Dumbledore, sin sonreír—. Puedes acompañarle, Vega.

Ambos pasaron por la mesa de profesores, salieron del Gran Comedor y se encontraron en una sala más pequeña, decorada con retratos de brujos y brujas. Delante de él, en la chimenea, crepitaba un fuego acogedor.

Viktor Krum, Cedric Diggory y Fleur Delacour estaban junto al hogar. Con sus siluetas recortadas contra las llamas, tenían un aspecto curiosamente imponente. Krum, cabizbajo y siniestro, se apoyaba en la repisa de la chimenea, ligeramente separado de los otros dos. Cedric, de pie con las manos a la espalda, observaba el fuego. Fleur Delacour los miró cuando entró y volvió a echarse para atrás su largo pelo plateado.

—¿Qué pasa? —preguntó, creyendo que habían entrado para transmitirles algún mensaje—. ¿Quieguen que volvamos al comedog?

—¿Vega? —dijo Cedric, notando que algo no iba bien—. ¿Pasa algo?

Ninguno de los dos sabía cómo explicar lo que acababa de suceder. Vega aún apretaba el hombro de Harry, sin poder evitar pensar en lo pequeño que parecía junto a los otros tres campeones.

No podía participar. Era solo un niño, tenía catorce años y merecía que, por una vez, su vida no estuviera en peligro constante. Vega se mordió el labio.

Oyó detrás un ruido de pasos apresurados. Era Ludo, que entraba en la sala. Cogió del brazo a Harry y lo llevó hacia delante, apartándolo de Vega.

—¡Extraordinario! —susurró, apretándole el brazo—. ¡Absolutamente extraordinario! Caballeros... señoritas —añadió, acercándose al fuego y dirigiéndose a los otros cuatro—. ¿Puedo presentarles, por increíble que parezca, al cuarto campeón del Torneo de los tres magos?

Viktor Krum se enderezó. Su hosca cara se ensombreció al examinar a Harry. Cedric parecía desconcertado: pasó la vista de Bagman a Harry y de Harry a Bagman como si estuviera convencido de que había oído mal. Fleur Delacour, sin embargo, se sacudió el pelo y dijo con una sonrisa:

—¡Oh, un chiste muy divegtido, señog Bagman!

—¿Un chiste? —repitió Bagman, desconcertado—. ¡No, no, en absoluto! ¡El nombre de Harry acaba de salir del cáliz de fuego!

—Da igual que haya salido del cáliz de fuego o de las urnas para Primer Ministro —dijo Vega, en voz baja y amenazante—. Mi primo no va a participar en ese estúpido Torneo. Antes, nos vamos del país.

Krum contrajo levemente sus espesas cejas negras. Cedric seguía teniendo el mismo aspecto de cortés desconcier to. Fleur frunció el entrecejo.

Pego es evidente que ha habido un egog —le dijo a Bagman con desdén—. Él no puede competig. Es demasiado joven.

—Exactamente —asintió Vega—. Es demasiado joven y no va a participar. Fin.

—Bueno... esto ha sido muy extraño —reconoció Bagman, frotándose la barbilla impecablemente afeitada y mirando sonriente a Harry—. Pero, como sabéis, la restricción es una novedad de este año, impuesta sólo como medida extra de seguridad. Y como su nombre ha salido del cáliz de fuego... Quiero decir que no creo que ahora haya ninguna posibilidad de hacer algo para impedirlo. Son las reglas, Harry, y no tienes más remedio que concursar. Tendrás que hacerlo lo mejor que puedas...

—¡No! —insistió Vega—. Maldita sea, tiene catorce años. Ni siquiera ha hecho los TIMOs.

Detrás de ellos, la puerta volvió a abrirse para dar paso a un grupo numeroso de gente: el profesor Dumbledore, seguido de cerca por el señor Crouch, el profesor Karkarov, Madame Maxime, la profesora McGonagall y el profesor Snape. Antes de que la profesora McGonagall cerrara la puerta, Vega oyó el rumor de los cientos de estudiantes que estaban al otro lado del muro.

—¡Madame Maxime! —dijo Fleur de inmediato, caminando con decisión hacia la directora de su academia—. ¡Dicen que este niño también va a competig!

Madame Maxime se había erguido completamente hasta alcanzar toda su considerable altura. La parte superior de la cabeza rozó en la araña llena de velas, y el pecho gigantesco, cubierto de satén negro, pareció inflarse.

—¿Qué significa todo esto, Dumbledog? —preguntó imperiosamente.

—Es lo mismo que quisiera saber yo, Dumbledore —dijo el profesor Karkarov. Mostraba una tensa sonrisa, y sus azules ojos parecían pedazos de hielo—. ¿Dos campeones de Hogwarts? No recuerdo que nadie me explicara que el colegio anfitrión tuviera derecho a dos campeones. ¿O es que no he leído las normas con el suficiente cuidado?

Soltó una risa breve y desagradable.

C'est impossible! —exclamó Madame Maxime, apoyando su enorme mano llena de soberbias cuentas de ópalo sobre el hombro de Fleur—. Hogwag no puede teneg dos campeones. Es absolutamente injusto.

—¿Que es injusto? —repitió Vega, sin dar crédito. Todos se volvieron hacia ella. A Vega no le importaba. El respeto y la vergüenza no importaban en ese momento, solo podía centrarse en sacar a Harry de aquello—. Injusto sería si fuera uno de los últimos cursos. Él tiene catorce años. Ni siquiera va a participar.

La profesora McGonagall la miró con una expresión de profunda preocupación.

—Creíamos que tu raya de edad rechazaría a los aspirantes más jóvenes, Dumbledore —comentó Karkarov, sin perder su sonrisa, aunque tenía los ojos más fríos que nunca—. De no ser así, habríamos traído una más amplia selección de candidatos de nuestros colegios.

—No es culpa de nadie más que de Potter, Karkarov —intervino Snape con voz melosa. La malicia daba un brillo especial a sus negros ojos—. No hay que culpar a Dumbledore del empeño de Potter en quebrantar las normas. Desde que llegó aquí no ha hecho otra cosa que traspasar límites...

—¡Cállese! —gritó Vega, sorprendiendo a todos. Harry la miró, boquiabierto—. No hable de quebrantar normas cuando usted se divierte ridiculizando a alumnos, lo que, en mi opinión, es la primera norma que los profesores deben cumplir. Cállese.

La Vega de media hora atrás hubiera preferido morir antes de gritar aquello a un profesor delante de tantas personas. Pero ¿la Vega que estaba viendo cómo iban a obligar a su hermano menor a participar en un Torneo peligroso y mortal? Lo repetiría con gusto.

Cedric le tomó la mano, que le temblaba, tratando de tranquilizarla. Vega estaba haciendo lo imposible por no echarse a llorar ahí en medio.

Todo en lo que podía pensar era No. No Harry.

—Te recomiendo que cierres la boca y recuerdes lo que es el respeto, Black —gruñó Snape, con expresión de estar dispuesto a asesinarla—, antes de volver a hablarme de ese modo a mí o a cualquier otro de los presentes, o me aseguraré de que...

—Gracias, Severus —dijo con firmeza Dumbledore, y Snape se calló, aunque sus ojos siguieron lanzando destellos malévolos entre la cortina de grasiento pelo negro.

El profesor Dumbledore miró a Harry, y éste le devolvió la mirada.

—¿Echaste tu nombre en el cáliz de fuego, Harry? —le preguntó Dumbledore con tono calmado.

—No —contestó Harry. Snape profirió una suave exclamación de incredulidad.

—Cierre la boca —gruñó Vega.

—¿Le pediste a algún alumno mayor que echara tu nombre en el cáliz de fuego? —inquirió el director, sin hacer caso a Snape ni a Vega.

—No —respondió Harry con vehemencia.

—¡Ah, pog supuesto está mintiendo!—gritó Madame Maxime.

Vega hubiera saltado a defender a su primo de no haber sido por Cedric, que básicamente le tapó la boca con la mano. Vega le miró, sin dar crédito.

—Tienes que calmarte —susurró él—, o las cosas acabarán peor para ti.

—Me da igual lo que me pase a mí —replicó Vega.

Snape agitaba la cabeza de un lado a otro, con un rictus en los labios.

—Él no pudo cruzar la raya de edad —dijo severamente la profesora McGonagall—. Supongo que todos estamos de acuerdo en ese punto...

Dumbledog pudo habeg cometido algún egog —replicó Madame Maxime, encogiéndose de hombros.

—Por supuesto, eso es posible —admitió Dumbledore por cortesía.

—¡Sabes perfectamente que no has cometido error alguno, Dumbledore! —repuso airada la profesora McGonagall—. ¡Por Dios, qué absurdo! ¡Harry no pudo traspasar por sí mismo la raya! Y, puesto que el profesor Dumbledore está seguro de que Harry no convenció a ningún alumno mayor para que lo hiciera por él, mi parecer es que eso debería bastarnos a los demás.

Y le dirigió al profesor Snape una mirada encolerizada. El aprecio de Vega por la profesora de Transformaciones aumentó exponencialmente.

—Señor Crouch... señor Bagman —dijo Karkarov, de nuevo con voz afectada—, ustedes son nuestros jueces imparciales. Supongo que estarán de acuerdo en que esto es completamente irregular.

—Hay que seguir las reglas, y las reglas establecen claramente que aquellas personas cuyos nombres salgan del cáliz de fuego estarán obligadas a competir en el Torneo —declaró Crouch, cortante.

Vega se quedó de piedra.

—Bien, Barty conoce el reglamento de cabo a rabo —dijo Bagman, sonriendo y volviéndose hacia Karkarov y Madame Maxime, como si el asunto estuviera cerrado.

—No, ni hablar. —Vega no entendía cómo Bagman podía siquiera decirme eso—. ¡No pueden dejarle participar!

—Ya has oído al señor Crouch, Vega —dijo Dumbledore—. Está obligado a participar en el Torneo.

Vega negó con la cabeza.

—Entonces, déjenme a mí ser la que participe —propuso, sin saber qué podía hacer para evitar aquello—. No soy mayor de edad, pero sé más que él, puedo...

—¿Y que Hogwag tenga más opogtunidades de ganag? —preguntó Madame Maxime—. Non!

—Me importa una mierda Hogwarts o ganar —gruñó Vega—. Solo quiero que mi primo no participe en este estúpido Torneo. Puede que a usted le importe mucho, pero le aseguro que no hay nada que a mí me preocupe menos que eso.

La directora francesa se quedó de piedra, claramente furiosa. Karkarov miró con desprecio a Vega.

—¿Esa es la educación que enseñáis a vuestros estudiantes, Dumbledore?

Au nom de Merlin! —exclamó Madame Maxime—. Nunca había pgesenciado semejante falta de guespeto como esta.

Cgeo que ella solo intenta defendeg a su hegmano, Madame Maxime —dijo, para sorpresa de Vega, Fleur Delacour. La francesa la miraba fijamente, casi pareciendo impresionada—. Yo tampoco dejaguía que mi hegmana pagticipaga en esto siendo una niña.

Vega no pudo evitar sentirse agradecida con la francesa. Aquello le había pillado bastante por sorpresa.

—Vega no pretendía ser grosera —añadió Cedric, mirándola con preocupación—. Estoy seguro. Yo haría lo mismo si fuera el nombre de mi hermana el que hubiera salido del cáliz. ¿No hay ninguna manera de evitar que Harry participe?

—Puedo ser yo —insistió Vega—. Compartimos sangre, el contrato puede extenderse a mí con un hechizo si Harry da el consentimiento, tiene que haber alguna forma de...

—No.

Vega miró a Harry, sin dar crédito. Él parecía haber salido por fin de su sorpresa y negaba, con aspecto decidido.

—No vas a participar, Vega —dijo, con total seguridad—. No vas a tomar mi lugar. Yo puedo con esto. Yo lo haré.

—Ni de coña, Harry —saltó ella—. Sé que puedes, pero eso no significa que vayas a hacerlo. Seré yo.

—Has dicho que el contrato se extendería a ti si yo diera mi consentimiento —dijo Harry, lentamente—. Muy bien, no lo doy. No voy a dejar que participes en esto.

Vega se le quedó mirando fijamente. Los ojos azules de Harry reflejaban completa decisión. Ella negó. No, no podía permitirlo.

—Harry, por favor —susurró—. Tienes que dejarme hacerlo, tienes que...

—No voy a permitir que te pongas en riesgo para salvarme a mí —interrumpió él—. Lo siento, Vee. Pero no.

—Harry...

Pero su primo negó. Vega sintió que Cedric la rodeaba con el brazo. Había comenzado a temblar en algún momento.

—Profesora McGonagall, ¿le importaría acompañar a Vega fuera? —preguntó Dumbledore.

—Por supuesto que no, Dumbledore —respondió la interpelada, que se había quedado mirando con lástima a Vega. Fue hasta ella y le pasó delicadamente el brazo por encima de los hombros, sustituyendo a Cedric—. Vamos, Black.

Vega se dejó llevar. No tenía sentido. Harry lo había dejado claro.

Salió al Gran Comedor, desierto a excepción de Nova, Jessica y Susan. Las tres corrieron hacia ella al verla.

Vega rompió en lágrimas antes de que llegaran y se refugió en los brazos de la persona que tenía más cerca: McGonagall, que se quedó sorprendida durante un par de segundos, antes de envolverla con sus brazos y tratar de calmarla.

Todo se había vuelto una locura.

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