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ii. the fugitive's daughter








ii.
la hija del fugitivo








Vega no había esperado demasiado del nuevo curso, pero se había hecho a la idea de que no la molestarían, al menos los primeros días.

Qué equivocada estaba. La primera mañana, mientras desayunaba, una lechuza voló hasta ella y dejó caer sobre su desayuno uno de los carteles de Se busca de su padre que había por todos lados.

Vega lo levantó, haciendo una mueca al ver que estaba empapado en leche. Claro, no bastaba con recordarle de quién era hija, también tenían que arruinarle los cereales.

—¿Quieres que lo queme? —preguntó Jessica, sentada a su lado.

La rubia estaba recorriendo todo el Gran Comedor con la mirada, buscando a un posible culpable, pero Vega dudaba que lo hiciera. La mayoría de los alumnos ya la estaban mirando y susurrándose entre ellos.

Hizo una mueca y le pasó el cartel a Jessica. A los pocos segundos, solo quedaba un montoncito de cenizas sobre la mesa.

—He mejorado este verano —comentó Jessica, satisfecha.

—Eso parece —murmuró Vega.

Apartó su desayuno. El regalo de bienvenida le había quitado el apetito por completo.

Por no hablar de que seguía dándole vueltas a lo que la profesora McGonagall le había dicho el día anterior, antes del banquete de bienvenida.

—Si necesitas ayuda con algo, Black —había empezado la subdirectora, mirándola con seriedad—, no dudes en notificármelo. Hogwarts debe ser un lugar donde los alumnos se sientan acogidos. No quiero que esta situación vuelva más difícil para ti el estar en el colegio, en especial este curso. Avísame con lo que sea.

Vega aún recordaba bien cuando McGonagall le había encontrado llorando en su primer curso, después de que unos alumnos de cuarto le dijeran todo tipo de cosas sobre su padre y ella. Todo cuando apenas acababa de descubrir de quién era realmente hija.

La profesora McGonagall siempre había ayudado a Vega en muchas cosas, por lo que ella no había dudado en darle las gracias por preocuparse por ella y asegurarle que le avisaría con lo que fuera.

Incluso cuando no pensaba hacerlo.

Todo el asunto de su padre iba a volverla loca. Completamente loca. En verano se había hecho a la idea de eso. Aunque, viviendo en su casa, era poco probable que estuviera especialmente cuerda.

Eso sin tener en cuenta sus genes. Después de todo, los Black estaban locos. Eso lo sabían todos. Que se hubieran casado entre primos durante décadas no ayudaba a que creyeran que su estado mental era el mejor. La endogamia solía producir efectos adversos si se prolongaba por varias generaciones, después de todo.

Vega se dijo que tendría que dejar de pensar en las razones por los que otros la considerarían una loca o acabaría coincidiendo con ellos.

—¿Quieres que vayamos ya a clase? —preguntó Jessica, consultando su horario—. Porque estoy deseando salir de aquí, pero tenemos Pociones y no sé cuál de las dos opciones es peor.

Vega lanzó una mirada fugaz a las otras mesas. Muchos aún la miraban sin ningún disimulo. Incluso algunos de Hufflepuff la observaban.

Snape era el menor de sus problemas en ese momento. Había aprendido a ignorarlo con los años, por mucho que al principio no comprendiera el odio del maestro hacia ella.

Jason se había presentado en el colegio a las pocas semanas de empezar su primer año, cuando Jessica le escribió para contarle que el profesor de Pociones había humillado a Vega delante de toda la clase y le había hecho llorar.

Sí, había llorado bastante en primero.

Ella se había negado a avisarlo. Después de todo, en ese momento habían pasado solo tres meses desde que Jason Bones los sacó a Nova, Harry y ella del orfanato. Pero Jessica, que se había convertido en su mejor amiga después de un breve periodo de enemistad, insistió en avisar a su tío. Él lo arreglará todo, había asegurado.

Vega no confiaba en los adultos, no después de los años en el orfanato, pero no quiso decirle nada a Jessica y le permitió avisar a su tío.

Al día siguiente, Jason Bones se presentó en Hogwarts y, tras una charla con Snape en privado —de la que salió bastante furioso—, se llevó a Vega a dar un paseo por los jardines y le enseñó una valiosa lección.

Hay idiotas en todos lados. Ellos querrán hacerte sentir menos. Pero no les dejes. Tú siempre serás mucho mejor que ellos porque no tienes la necesidad de pisotear a otros para sentirte bien contigo misma. Recuérdalo.

Hubiera quedado muy bien si, después de aquellas palabras, Jason no hubiera añadido Pero, centrándonos en Snape, si te hace cualquier otra cosa, hazle la vida imposible.

Vega no tenía claro si lo decía en serio o no. Es broma, dijo el hombre, al ver su expresión, pero si quieres no es broma.

Ella había asentido y le había dado las gracias en un susurro. Era raro que alguien se preocupara tanto por ella. Después de once años —ocho, en realidad, aunque ella no recordaba nada antes del orfanato— aprendiendo a hacerlo todo por sí misma y dejando que otros la pisotearan, con tal de que Nova y Harry estuvieran bien, que Jason intentara ayudarla era extraño.

Vega no había seguido su consejo. No porque no lo apreciara ni agradeciera, sino porque no estaba en su naturaleza. Ella siempre había sido pisoteada. Siempre.

Y eso no iba a cambiar, lo sabía.

—¿Crees que este año estudiaremos los venenos? —preguntó Jessica, mientras se dirigían a la mazmorra de Pociones—. Porque sería una lástima si Snape te molestara y al día siguiente muriera después de tomar accidentalmente zumo de calabaza envenenado.

Vega sonrió a su amiga, negando lentamente con la cabeza.

—Si me adelantas tu plan, no será misterioso, Jess —comentó—. Aunque sería capaz de hacerme la sorprendida.

—Lo dudo. Eres una pésima actriz —la pinchó la rubia.

Eso no era cierto, tanto Vega como Jessica lo sabían. Después de todo, en el orfanato había aprendido a mentir con tanta seguridad que nadie pensaba siquiera que no estuviera siendo sincera. Había que ocultar de alguna manera la magia accidental —aunque en ese momento no sabían que era magia— que los tres hacían de vez en cuando.

—¿Con quién tenemos Pociones? ¿Ravenclaw otra vez?

—Gryffindor —respondió Jess, echándole un vistazo al horario. Una sonrisa apareció en su rostro—. Bueno, este año será divertido. ¿Cuántos calderos crees que explotarán Fred y George antes de Navidad?

—Cuantos más, mejor —opinó Vega—. ¿Alguna clase con Slytherin hoy?

—Céntrate en sobrevivir a Snape, ya nos preocuparemos por eso luego —aconsejó Jessica.

Tarea complicada, teniendo cuenta que Vega ya se ganó una mala mirada del profesor en cuanto entró a la mazmorra. Estaba claro que la fuga de su padre no aumentaba la inexistente simpatía de Snape hacia ella.

—Recuerda lo que siempre dice tío Jason —murmuró Jessica, mientras ambas tomaban asiento en última fila—. Si el idiota de Snape ha llegado a profesor, nosotras seremos Ministras de Magia.

—Espero ser mejor que Fudge, en ese caso.

—Estoy segura de que lo serás.

—¡Black, Bones! —bramó Snape, desde su escritorio—, si hacen el favor de cerrar la boca y dejarme comenzar la clase...

Vega se tragó la réplica, como siempre hacía. Asintió una vez y guardó silencio. Snape no podía empezar aún la clase porque la mitad de alumnos aún no habían llegado. Pero no desaprovecharía nunca la oportunidad de regañarla.

El aula se fue llenando con rapidez. Cedric Diggory le saludó al entrar con uno de sus amigos del equipo de quidditch. Vega se lo devolvió, algo sorprendida. Angelina Johnson y Alicia Spinnet, de Gryffindor, les dirigieron a las dos una sonrisa antes de tomar asiento en una mesa cercana a la suya. Los gemelos y Lee llegaron justo a tiempo, ahorrándose el castigo de Snape por retraso.

Y en cuanto la clase comenzó, quedó claro que Snape no se lo pondría fácil a Vega aquel curso.

Fueron dos horas eternas. Después de una deprimente charla sobre los TIMOs, que tendrían lugar a final de curso, durante la que el profesor estuvo recordándoles a cada momento que, probablemente, la mayoría de ellos no alcanzarían el Extraordinario que él exigía para continuar en el nivel de ÉXTASIS, les ordenó hacer una poción que realizaron el año anterior, a modo de repaso.

Vega, a la que Snape había conseguido poner nerviosa con los TIMOs —¿Un Extraordinario? ¿Cómo iba a conseguir una E en Pociones?—, trató de concentrarse en hacer la poción bien.

Podría haberlo conseguido de no haber sido por la presencia constante de Snape a su espalda y los comentarios despectivos que éste soltaba de vez en cuando.

La clase terminó con el caldero de Vega vacío, pues Snape hizo desaparecer su —en sus palabras— penoso trabajo, de modo que Fred y George lanzaron una bomba fétida al salir del aula, como regalo para el maestro.

—Me odia —comentó Vega, tratando de quitarle importancia al asunto—. Más que nunca. No es como si me sorprendiera...

—Odia a tu padre —corrigió Jessica—. Ya sabes lo que nos dijo tío Jason. Esta es su patética venganza hacia él.

—Y no olvidemos a mi madre —respondió Vega, con un suspiro de resignación—. Aunque tampoco es que a vosotros os adore.

—Nos detesta, nos desprecia, nos odia —canturreó Fred—. Pero parece que a ti te quiere muerta, Vee.

—Sí, Fred, lo noté hace tiempo —dijo ella, sarcástica—. Gracias por decírmelo.

—Oh, venga, no te enfades —protestó el pelirrojo, pasándole el brazo por encima del hombro—. O, si te enfadas, hazlo con George. Él es el gemelo feo.

—¡Oye! —exclamó el nombrado, interrumpiendo su conversación con Lee—. ¡Tú eres el gemelo tonto!

—Ya empiezan —suspiró Jessica—. Huyamos antes de que nos obliguen a escoger bando.

—¡Lo siento, Lee! —gritó Vega, mientras seguía a su amiga, que había acelerado el paso—. ¡Perdón por abandonarte!

Nunca era buena idea estar presente en las peleas de Fred y George, por muy estúpidas que fueran. En cualquier momento, podías recibir una bomba fétida en pleno rostro.

Vega no sabía de dónde sacaban tantas bombas fétidas Fred y George, que siempre llevaban los bolsillos llenos de éstas, pero tampoco tenía interés en preguntar.

Apenas Jessica y ella salieron al pasillo, Vega se vio derribada por un ser pequeño y de voz aguda y chillona que parecía venir de las cocinas, a juzgar por los pasteles que llevaba en los brazos y que terminaron aplastados en el suelo cuando chocó contra Vega.

No tuvo tiempo siquiera de gritar antes de caer al suelo, siendo seguida por la otra. Sin embargo, sí que gritó al reconocer a Nova tirada sobre ella, con aspecto bastante contrariado.

—¡Mis pasteles! —exclamó la menor, con fastidio.

—¿Tus pasteles? —preguntó Vega, sin dar crédito—. ¿Y qué hay de tu hermana?

—Sobrevivirás a esto —replicó Nova, quitándole importancia—, pero mis pobres pasteles, no.

Vega se la quedó mirando desde el suelo, boquiabierta e indignada, mientras Jessica hacía esfuerzos por contener la risa y Nova contemplaba con una mueca sus destrozados pasteles.

—Nova —terminó diciendo Vega, viendo que su hermana no le hacía ningún caso—, sigo en el suelo.

—Y solo tienes quince años, eres joven, levántate o harás sentir mal a los ancianos como tío Jason o tío Remus.

Discutir era una batalla perdida y Vega lo sabía. De modo que aceptó la derrota y se puso en pie ella misma, aunque no sin antes lanzarle una furiosa mirada a Nova, cuyos ojos avellana brillaban con diversión.

—En realidad, incluso lo siento —dijo la menor, y Vega no fue capaz de saber si hablaba en serio o en broma—. Volveré a las cocinas. Por cierto, ¿habéis tenido ya clase con tío Remus?

—Por ahora, solo con Snape —respondió Jessica, con disgusto.

—Lo siento por vosotras. —Nova sonó mucho más sincera que cuando se disculpó con Vega, lo que hizo que la mayor se cruzara de brazos—. Me iría de Hogwarts si empezara así un curso.

—Aún te quedan cinco primeros días para ver si eso pasa —comentó su hermana—. Aunque los gemelos ya intentaron escapar y no salió bien.

—Soy mejor que ellos dos juntos —opinó Nova—. Me irá bien. Y ahora, voy a por pastelitos. Hasta luego, perdedoras.

Salió corriendo antes de que ninguna de las dos pudiera decir nada. Jessica miró a Vega, tratando de mantener serio el semblante.

—¿Cuándo crees que dejará de despedirse así?

Nova había adoptado la costumbre durante el verano y aprovechaba para despedirse así siempre que se acordaba de ello.

—Cuando llegue a quinto curso —decidió Vega, con seguridad—. Como pronto.

—Fantástico. ¿Crees que los gemelos seguirán discutiendo?

—Probablemente. —Vega se encogió de hombros—. Vamos, llegaremos tarde a clase.

Llegar tarde era sinónimo de recibir miradas. Vega había notado ya varios que discretamente se giraban para mirarla mientras iba por el pasillo. No deseaba ser el centro de atención más de lo necesario.

Cruzarse con los mellizos Carrow en el pasillo no mejoró el día de Vega en absoluto. Linette la observó fijamente un momento, antes de apartar la mirada, y Callum la ignoró por completo. Vega sintió un nudo en el estómago. Fantástico.

Ignoró la mal disimulada mirada de preocupación de Jessica y continuó andando como si nada hubiera pasado. En ese momento, lo último que necesitaba era preocuparse por los Carrow.

Se encontró dando vueltas al anillo en su dedo una y otra vez sin darse cuenta apenas del movimiento. Se obligó a sí misma a parar.

—¿Esa no es la hija del fugitivo? —escuchó decir en voz no lo suficientemente baja a un alumno de primero—. ¿Sirius Black?

Su compañero le chistó rápidamente, preocupado por que ella lo hubiera escuchado. Vega les dirigió una mirada que, aunque no pretendía ser amenazadora, pareció asustarlos.

Dejó escapar un gruñido por lo bajo y trató de ignorar todo y a todos. Menos a Jessica, claro.

La rubia la miró muy seriamente, antes de preguntar:

—¿Quieres que me encargue de ello?

Vega negó con la cabeza, sonriendo un poco. Jessica le había preguntado lo mismo el año anterior, cuando todos creían que tanto ella como Harry eran herederos de Slytherin.

Entender pársel y estar en Hufflepuff no parecía ser compatible, pero de un modo u otro Vega se las había arreglado para hacerlo. Por suerte, Nova lo había mantenido oculto —en gran parte, gracias a Vega— y se había librado de ser el blanco de tantos rumores. Harry se había llevado la peor parte, porque muchos creyeron que era un heredero y no una heredera. Aún así, Vega había recibido bastantes malas miradas en la sala común de Hufflepuff después de la petrificación de Justin Finch-Fletchley.

Casi se sintió como volver al orfanato, el día después de que ella hiciera estallar una lámpara accidentalmente porque una chica mayor que ella trató de intimidarla. Nadie se acercó a Vega nunca más tras aquello. Nadie excepto Thea, claro.

Podría haber sido algo bueno, pero se dedicaron a gastarle bromas pesadas a escondidas a partir de ese momento, en lugar de enfrentarla directamente, de modo que su situación no cambió tanto. Había hecho lo posible por mantener a Nova y Harry fuera de aquella situación, pero había sido prácticamente imposible.

Lo único que Vega había podido terminar haciendo por eso había sido provocar a los bromistas para convertirse en el blanco de todas las bromas y así mantener a su hermana y su primo a salvo de éstas.

Hizo una mueca al recordarlo, sin poder evitarlo. Generalmente, no tenía apenas ningún buen recuerdo del orfanato, a excepción de algunos con Harry y Nova. Los de Thea eran más agridulces, aunque eso podía ser debido a la nostalgia y no a que no hubieran sido realmente felices.

—Has puesto esa mirada —comentó Jessica, tratando de sonar despreocupada.

Esa mirada era la que ponía cuando se perdía en los recuerdos en el orfanato. Era diferente de la mirada, que era la que sus ojos mostraban cuando trataba —inútilmente— de recordar algo de su vida antes del orfanato.

Uhmm —murmuró Vega, sin saber qué más decir—. Tal vez.

—No estoy ciega, Vee —rio Jessica—. Lo he visto.

—A lo mejor sí estás ciega. ¿Y si necesitas gafas, como Harry?

La rubia sacudió la cabeza, sonriendo.

—Te aseguro que mi vista está mejor que la tuya, teniendo en cuenta que soy yo la que te dice qué pone en la pizarra en clase.

—Culpa a los genes Potter de eso.

—Al menos, tienes buen cabello —opinó Jessica, divertida—. Será también por los genes Potter.

Vega le dedicó una sonrisa torcida.

—Supongo que sí.

A veces, le gustaría tanto saber más sobre su familia materna. Vega querría poder decir que era una persona práctica, que no se lamentaba inútilmente por cosas que no podía remediar, pero no era cierto.

Más veces de las que le gustaba admitir fantaseaba preguntándose cómo hubiera sido su vida de no haber sido por la guerra. Si hubiera crecido junto a su madre y a su padre, en lugar de en el orfanato. Si Nova, Harry y ella hubieran tenido una infancia más feliz y despreocupada.

Hubiera sido bonito, sin duda.

También sería bonito si los alumnos con los que se cruzaba no se la quedaran mirando con cara de susto, como si creyeran que estaba loca y en cualquier momento podía saltar sobre ellos y asesinarlos, como buena hija de su padre que era.

El odio de Vega por Rita Skeeter aumentaba a cada segundo. Aquella mujer de verdad la había hecho ver ante toda la comunidad mágica como una loca adolescente con instinto asesino que debía ser encerrada.

Perder los nervios con Rita Skeeter no había sido buena idea.

—Ahora tienes la otra mirada —comentó Jessica, sacándola de sus pensamientos. Cuando Vega se giró para mirarla, la rubia le sonrió levemente—. Si de verdad no quieres que nos encarguemos de ello, solo nos queda esperar. Sabes cómo van las cosas aquí. En una semana, como mucho, se les habrá olvidado. Tendrán temas más interesantes de los que hablar.

No se olvidarán si el periódico sigue mencionando a mi padre a diario, pensó Vega, pero no se atrevió a expresarlo en palabras.

—Tienes razón —respondió, tratando de convencerse de que su amiga tenía razón—. En cuanto la temporada de quidditch empiece, el tema se olvidará.

—Además, Nova probablemente amenace a todos. Ya sabes, ella no te pedirá permiso para encargarse de la situación.

—Oh, seguro que no —asintió Vega, sacudiendo la cabeza—. Sería sorprendente si aguantara más de dos días sin asesinar a Zacharias Smith.

Jessica arrugó la nariz.

—Ese idiota —gruñó—. No entiendo como un niñato de tercero se atreve a actuar así.

Vega se encogió de hombros. Después de cinco años aguantándolos, había llegado a acostumbrarse a los comentarios burlones de otros sobre su apellido. Zacharias Smith solo era un imbécil más al que aguantar. Aunque uno muy pesado y al que Nova detestaba desde el principio.

—Hay idiotas en todos lados —se limitó a decir Vega.

La misma frase que Jason le dijo tras su primer choque con Snape. Se había convertido casi en su lema en los últimos años.

—¡Bones!

Tanto Jessica como Vega se giraron al escuchar el grito, encontrándose, para sorpresa de ambas, con Cedric Diggory.

El capitán de Hufflepuff llegó hasta ellas y le entregó a Jessica un libro de Pociones. La rubia puso cara de confusión.

—Te lo has dejado —explicó Cedric—. Snape me ha mandado a devolvértelo.

—Perderé la cabeza un día de estos —protestó Jessica, para sí misma—. Gracias, Diggory.

Él sonrió.

—No ha sido nada. —Se giró hacia Vega, sonriendo un poco más—. ¿Has visto el tablón?

—Sí, tenemos guardia esta noche —respondió Vega, asintiendo—. Parece que no nos dejarán ni dos noches de descanso.

Cedric rio.

—Eso parece, sí. —Tras dudar un momento, dio un paso atrás—. En fin, nos vemos esta noche, ¿no?

—En la sala común después de cenar —asintió Vega.

El otro pareció conforme.

—Ahí estaré. Nos vemos, Black. Bones.

Dio media vuelta y se alejó por el pasillo. Jessica, que había estado el último minuto muy ocupada guardando el libro en su mochila, levantó la cabeza hacia Vega y esbozó una sonrisa pícara.

—¿Ya has enamorado a otro?

—Como si todos los días cinco cayeran a mis pies —bufó Vega, divertida por la idea.

—Puede que cinco no, pero uno o dos...

—¡Jess!

La rubia rio.

—Está bien, está bien. Vamos a clase antes de que nos castiguen el primer día.

Vega sacudió la cabeza y siguió a su amiga por el pasillo, ignorando una vez más las miradas indiscretas de los alumnos junto a los que pasaba.

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