i. a great year start
i.
un gran inicio de curso
Vega Black nunca había sido una gran fan del Ministerio de Magia, pero estaba empezando a odiarlo de verdad.
¿Por qué le habían enviado una carta el día de su partida a Hogwarts donde le preguntaban si había estado en contacto con su padre?
—Creo que tía Amelia y tú sois los únicos en el Ministerio con algo de inteligencia —le dijo a su tío, al tiempo que arrugaba el papel y lo tiraba a la basura—. ¿No quedó claro en el interrogatorio de la semana pasada que hace doce años que no tengo contacto con mi padre?
Jason Bones negó con la cabeza.
—Fudge solo quiere aparentar tener la situación bajo control —explicó—. La búsqueda no está dando resultado y no sabe qué hacer.
—Pues ha perdido el tiempo escribiéndome eso —comentó Vega—. Podría haberlo empleado en alguna otra cosa útil.
Todo lo relacionado con la fuga de su padre se estaba volviendo un dolor de cabeza. Vega maldecía el día que eligió usar el apellido Black en lugar del apellido de soltera de su madre. Estaba convencida de que ella y su hermana serían el centro de las miradas en Hogwarts.
Nova lo disfrutaría, sin duda, pero Vega odiaría cada segundo. Ya había tenido bastante que soportar por su apellido en primer año.
No creía que los problemas volverían en quinto, además de sumarle el hecho de que tenía los TIMOs a final de curso y Sprout había decidido nombrarla prefecta. ¿Acaso no tenía suficiente?
—Por cierto —continuó diciendo tío Jason—, ¿has dormido y te has despertado temprano o simplemente has estado toda la noche despierta?
Es demasiado listo, pensó Vega, fastidiada.
—No podía dormir —admitió; era lo mismo que llevaba semanas pasándole.
Vega comprobó si el café ya estaba listo y se sirvió una taza de inmediato al ver que sí. Por la mañana, necesitaba tomarse una para poder funcionar, sobretodo si se había despertado temprano o no había dormido en absoluto.
Harry entró poco después en la cocina, más dormido que despierto. Su pelo, ya de por sí despeinado, apuntaba en todas las direcciones. Llevaba las gafas en una mano, mientras que con la otra se restregaba los ojos. Llevaba la camiseta al revés, aunque parecía no haberlo notado.
—¿Vega y tú levantándoos los primeros? Qué sorpresa —comentó tío Jason, a modo de bienvenida—. Solo queda que Jessica baje la siguiente y hoy será el fin del mundo.
—Tengo sueño —fue todo lo que dijo Harry, tomando asiento junto a Vega.
Ella le alborotó el pelo aún más, a modo de buenos días. Harry se puso las gafas y trató de ordenar algo su cabello, aunque rindiéndose pronto.
—Probablemente lleguemos tarde otra vez este año —murmuró Harry—. Siempre lo hacemos.
—Mientras que tú llegues a la escuela en tren y no en coche volador, me dará igual llegar puntual o no —respondió Vega.
Susan llegó no mucho más tarde, y Nova minutos después que ésta. Jessica fue la última, como habitualmente. Vega adoraba dormir, pero lo de su amiga era exagerado. Y no solo cuánto le gustaba dormir, también podía hacerlo en cualquier lugar, algo imposible para Vega.
—Buenos días —saludó al entrar. Se sentó a la mesa, que los otros cinco ya ocupaban, y Jason le pasó el plato con sus tortitas—. Gracias —masculló, para luego bostezar—. Perdón. ¿Ya vamos tarde?
—Son las nueve —dijo Susan—. Puede que un poco solo, ¿no, papá?
—Nos dará tiempo de sobra —la tranquilizó tío Jason, quitándole importancia—. Remus nos esperará en la estación, creo. Dijo que tomaría el tren.
—¡Genial! —exclamó Nova, animada—. ¿Crees que llevará chocolate? Me prometió que llevaría con almendras para mí.
—¿Qué es lo que te pasa últimamente con el chocolate con almendras? —rio Vega—. Parece que solo quieres comer eso.
—Es que solo quiero comer eso —respondió su hermana menor, muy seriamente.
Jason los mandó a sus dormitorios una vez terminaron de desayunar, para que se terminaran de preparar y bajaran sus baúles al recibidor. A pesar de que se aseguró de tener todo, estaba segura de que algo olvidaría y tío Jason tendría que enviárselo por correo. Siempre le pasaba.
—¡Vee! —escuchó a Jessica gritar desde la habitación contigua—. ¿Tienes tú mi libro de Transformaciones?
—¿Por qué tendría yo tu libro de Transformaciones, Jess? —respondió Vega, también gritando—. ¡Mira si se te ha caído detrás del escritorio!
Vega sonrió para sí misma cuando, segundos después, Jessica le dijo que lo había encontrado. Después de cinco años, había llegado a conocerla tan bien como a Nova y Harry. Cuando Jessica no encontraba algo, generalmente se le había caído detrás o debajo de algún mueble.
Vega, Nova y Susan estuvieron en el vestíbulo poco después junto a sus pertenencias, listas para irse.
—¿Dónde están Harry y Jessica? —preguntó tío Jason, consultando el reloj—. El tren sale en media hora.
El ruido de un baúl cayendo por la escalera fue la respuesta.
—¡Harry! —escucharon gritar a Jessica—. Oh, por Merlín.
—¡Juro que ha sido un accidente!
—No le creo —le dijo Nova a Susan, seriamente.
Vega trató de mantener su expresión seria. Jessica llegó, arrastrando su baúl y con una expresión molesta, acompañada de Harry, que lucía algo avergonzado, aunque también divertido.
—¿Algo que comentar? —preguntó tío Jason, con las cejas arqueadas.
—Nada en absoluto —dijeron ambos al unísono.
El hombre no insistió.
—Los coches esperan fuera. Vamos.
Todos los años, unos coches del Ministerio los llevaban a la estación de King's Cross. Jason solía pedirlos en ciertas ocasiones, ya que al ser un miembro de alto rango del Ministerio, tenía acceso a ellos.
Los tres Bones subieron juntos a uno, mientras Vega, Nova y Harry subían al otro. Los coches tenían espacio para cinco personas, pero al ser seis, debían separarse.
Como de costumbre, Nova y Harry se pasaron el viaje discutiendo en broma, mientras Vega ignoraba sus inútiles intentos de incluirla en la falsa pelea. Sabía que ambos se pondrían contra ella en cuanto tomara parte de la discusión.
E ir contra esos dos juntos no era nunca buena idea.
Afortunadamente, llegaron unos diez minutos antes de la partida del tren. Colocaron sus baúles y jaulas en los carritos y atravesaron la estación a toda prisa, llevándose varias miradas curiosas de los muggles debido a las lechuzas.
Vega se mantuvo cerca de Harry en todo momento, como hacía desde la fuga de su padre. Ambos atravesaron la barrera al andén nueve y tres cuartos juntos, siendo seguidos pronto por los demás.
—¿Crees que servirá de algo volver a pedirle a Arthur que me firme la autorización? —le preguntó Harry a Vega, aunque no demasiado convencido.
Ella torció el gesto.
—No pierdes nada por intentarlo, aunque dudo que te sirva de mucho. Trabaja para el Ministerio y le tiene miedo a Black. No te dejará ir a Hogsmeade.
Harry suspiró. Vega detestaba tanto como él todo lo relacionado con el asunto de los tutores legales. Desde que salieron del orfanato, solo se había vuelto más complicado, ya que vivían con Jason, que era únicamente el tutor de Vega, pero tanto Harry como Nova tenían otros diferentes.
Vega odiaba la política familiar del Ministerio.
El andén, como siempre, estaba repleto de alumnos y familiares que los despedían. Trataron de avanzar entre la multitud, con dificultad. Unas voces atrajeron su atención.
—¡Eh, Black! ¡Bones!
—Adivino. Fred y George Weasley —dijo Vega, antes de girarse.
Y así era. Los gemelos Weasley se acercaban al pequeño grupo, seguidos de su madre, su hermano mayor y su hermana menor, todos ellos pelirrojos. Nova soltó un grito de alegría.
—¡Ginny, eres mi salvación! —exclamó, corriendo hacia la más pequeña de los Weasley—. ¡He pasado demasiado tiempo con estos cuatro, necesito compañía civilizada!
—Eso significa que quieres que te dé tu regalo de Egipto, ¿no?
—Tal vez.
La pelirroja se echó a reír y le tendió a Nova un pequeño envoltorio. La otra chica la abrazó con fuerza.
—¡Eres la mejor, te quiero! —gritó, emocionada.
Harry fue rápidamente junto a Ron y Hermione, que aparecieron detrás de los otros Weasley. El señor Weasley iba junto a ellos.
—Felicidades atrasadas, Vee —dijo Fred, acercándose junto a su gemelo—. Hemos traído bombas fétidas, podemos lanzar quince en tu honor.
—Gran idea, Freddie —respondió George, sacando una bomba fétida del bolsillo—. Podemos...
—¡Guarda eso ahora mismo, George Weasley! —le regañó su madre de inmediato.
Vega y Jessica se echaron a reír, mientras los gemelos, desanimados, guardaban las bombas fétidas.
—¿Vamos al compartimento de siempre? —preguntó Jessica.
—Claro —se apresuró a decir Fred—. Esperaremos a que mamá no esté vigilándonos todo el rato para lanzar las bombas fétidas en honor a Vega.
—No tenéis que...
—Sí, tenemos que hacerlo —la interrumpió George—. Nos caes bien, y nos encanta lanzar bombas fétidas. Es una buena excusa decir que es en tu honor.
—Incluso siendo prefecta —añadió Fred, con fingido desagrado—. Las bombas fé... ¡Ah, hola, mamá! ¿Qué tal estás?
Vega apretó los labios para no soltar una carcajada. Afortunadamente, la señora Weasley no la vio.
—Mamá, ¿podemos ir con Vega y Jessica a buscar un compartimento? —pidió Fred.
Su madre soltó un suspiro.
—Id, pero si me entero de que habéis tirado una bomba fétida, aunque sea por accidente...
—¡Gracias, mamá! —exclamó George, abrazándola.
Jessica y Vega, seguidas por Nova, se volvieron hacia Jason, que se había mantenido algo apartado junto a su hija. Harry también regresó al grupo.
—El tren está a punto de salir —advirtió Susan, mirando a la locomotora con el ceño fruncido.
—Sue tiene razón —comentó Harry—. No me apetece volver a ir en coche volador hasta Hogwarts, la verdad.
—No me recuerdes eso —suspiró tío Jason—. Subid las cosas ya, no volveremos a pasar por lo mismo que el año pasado.
—Al menos, este año he logrado llegar al andén —dijo Harry, animado—. Es un logro.
—Sube al tren y calla —pidió Vega, aunque sonreía.
Tratar de mantener a Harry lejos del peligro era una misión fallida desde el principio. Hacía mucho tiempo que Vega lo había aprendido, aunque se empeñaba en seguir intentándolo, fracasando cada vez.
Antes de subir al tren, abrazó a su tío con fuerza como despedida.
—Sabes qué hacer si alguien te molesta, ¿no? —preguntó el hombre, en voz baja.
—¿Amenazar con castigarlos ahora que soy prefecta? —propuso ella—. O siempre me queda amenazarlos sutilmente con maldecirlos.
Jason sonrió.
—Eso suena bien. Y no olvides amenazarlos con las bromas de Nova.
—Imposible olvidarlo —rio Vega—. Nos las apañaremos.
Ya no era como en primer curso, después de todo. Las cosas habían cambiado, Vega había crecido y había aprendido a manejar todo lo relacionado con su padre.
Su fuga complicaba todo, claro, pero Vega estaba segura de que sabría llevar bien la situación. O eso esperaba.
—Voy a volver a preguntarle a Arthur —decidió Harry, antes de subir al tren—. Te veo luego.
—Intenta no perder el tren, ¿vale? —dijo Jessica, en tono de broma—. Sería bastante molesto volver a repetir la experiencia.
—¿Por qué todos creéis que perderé el tren? —protestó Harry.
—Por tu historial —respondió Susan—. Tienes tendencia a meterte en problemas, por si no lo has notado.
—En muchos, muchos, muchos problemas —corroboró Nova—. Problemas que implican riesgo de muerte, de hecho.
—Gracias por llamarme problemático y suicida, ahora iré a hablar con Arthur —dijo Harry, rodando los ojos—. Os veré en el tren, porque no voy a perderlo. Lo juro.
—Ya veremos —se despidió Vega.
Las cuatro subieron al tren juntas, pero cada una fue por su lado: Susan se marchó en busca de sus amigas, Nova se despidió para ir junto a Ginny Weasley y Jessica le dijo a Vega que estaría en el compartimento donde habitualmente se sentaban, con los gemelos y Lee.
A Vega no le entusiasmó lo más mínimo verse sola en mitad del tren, mientras se dirigía al primer vagón para la reunión de prefectos.
Imaginaba que Cedric Diggory sería su compañero. Era la elección obvia. Sacaba buenas notas, se llevaba bien con todos y era de los más populares del curso. Además, Vega apostaba a que también sería el nuevo capitán del equipo de quidditch.
El chico perfecto, como solía llamarlo Jessica en broma. A veces, Vega se preguntaba si realmente era tan perfecto como todos creían.
El vagón estaba casi vacío cuando llegó a él. Solo Percy Weasley se encontraba allí, con su insignia de Premio Anual orgullosamente prendida en la túnica. Eso no fue una sorpresa para Vega, que ya lo sabía por las cartas de Fred y George.
—Hola, Percy —saludó, mientras tomaba asiento—. Me alegro de verte.
—Vega —respondió él, antes de estrecharle la mano pomposamente—. Lo mismo digo.
A pesar de las continuas burlas de Fred y George sobre su hermano mayor, a Vega no le desagradaba del todo. Es más, compartían ciertos gustos comunes, principalmente la lectura. Ambos charlaron un poco, mientras esperaban a que el resto de prefectos llegaran.
Conforme el vagón se fue llenando, Percy fue a la parte delantera, junto a Penelope Clearwater, y Cedric Diggory se sentó junto a Vega.
—Así que tú eres la prefecta, ¿no? —preguntó—. Debería habérmelo imaginado.
Vega sonrió.
—Yo ya suponía que tú lo serías también —respondió ella, haciéndole un sitio en el asiento—. Enhorabuena, Diggory.
—Gracias, Black. Lo mismo digo.
Su apellido aún le resultaba extraño en boca de otros, a pesar de haber pasado cinco años. Al fin y al cabo, era el apellido maldito, como Nova solía llamarlo en casa.
Ni Cedric ni ella intercambiaron palabra hasta que acabó la reunión. Aunque nunca había habido mala relación entre ellos, lo cierto era que apenas se conocían bien: Cedric siempre estaba rodeado por su grupo de amigos o el equipo de quidditch y Vega prefería pasar el rato con Jessica, los gemelos y Lee, además de con su hermana, su primo y Susan.
La reunión no fue completamente aburrida, pero Vega perdió el interés pronto. Las obligaciones de los prefectos eran conocidas por la mayoría de los alumnos, además de que ella le había preguntado a Jason cuando recibió la insignia, ya que él también había ostentado el cargo cuando estudió en Hogwarts.
A pesar de todo, fingió mostrar interés —algo que hacía a menudo en clase—, que fue más de lo que muchos hicieron. Aún así, cuando escuchó la risa despectiva de Linette, casi se congeló.
Tendría que habérmelo imaginado.
Claro que ella era prefecta. ¿Cómo no? Se giró con todo el disimulo que pudo y la distinguió al final del vagón, sentada junto a su hermano. Mientras que Linette tenía una expresión de aburrimiento, Callum mantenía el rostro neutro. Ella la miró y Vega se apresuró a volver a mirar al frente.
Estaba convencida de que ambos hermanos la habían visto mirando y eso bastó para que un leve rubor apareciera en sus mejillas. Soy una estúpida.
Fue la última en salir del vagón una vez la reunión terminó, fingiendo entretenerse en buscar algo en su mochila. Cedric, que debía hacer la guardia con ella, esperó pacientemente a que terminara, incluso cuando todos ya se hubieron marchado.
Los primeros minutos fueron algo incómodos. A Vega no se le ocurría ningún tema de conversación y tampoco estaba muy segura de cómo introducirlo. Finalmente, cansada del silencio, optó por ir a lo sencillo.
—¿Y qué tal el verano?
Era una pregunta que podía dar puerta a una conversación extendida o quedarse en dos simples frases. Vega esperaba que sucediera lo primero, pues la guardia iba a ser larga y no quería hacerla todo el tiempo en silencio.
—Oh, bastante bien. No he hecho demasiado, sobretodo practicar quidditch con mi hermana. Pero no ha estado mal. ¿Y tú?
Vega se encogió de hombros.
—No ha sido estupendo, pero no puedo quejarme. A partir de julio todo se volvió un caos, pero no han sido unas vacaciones horribles, después de todo.
—Oh, cierto.
Cedric pareció algo incómodo. Debía de haber olvidado por unos momentos que el padre de Vega era el prófugo que aparecía en las portadas de todos los periódicos. Si tan solo el resto de sus compañeros hicieran lo mismo, el curso sería bueno, pero Vega apostaba a que no lo dejarían pasar.
Se arrepentía de haber sacado el tema de su padre sin siquiera proponérselo: las palabras habían salido solas.
—Lo siento si te molestó —dijo, avergonzado.
—No pasa nada —lo tranquilizó, sonriendo—. Ya me acostumbré, después de todo. Son ya años de práctica.
No hablaron mucho más durante el resto de la guardia. Aquello parecía ser un adelanto al curso que le esperaba a Vega.
Ella deseaba tanto que su padre fuera otra persona diferente.
—Creo que ya hemos acabado —comentó Cedric, deteniéndose.
Y tenía razón. Estaban en el último vagón y, según el reloj de Vega, ya había pasado el tiempo establecido por los Premios Anuales.
—Eso parece.
Vega se alegró de despedirse de Cedric. No es que no le agradara, pero había sido una guardia bastante incómoda para ambos. Esperaba que no fueran a ser todas así, pues tendría que patrullar con él mínimo una vez a la semana, según los prefectos.
—¿Quieres venir con nosotros? —le ofreció Cedric—. Estamos en un compartimento, a mitad del tren. Malcolm, Heidi, Tamsin, Maxine, Anthony, Herbert, Michael...
—El equipo de quidditch al completo —completó Vega, sonriendo levemente—. Creo que no encajo ahí. De todos modos, Jessica, Fred, George y Lee están esperándome. Ah, y enhorabuena.
—¿Por qué? —preguntó Cedric, extrañado.
—El puesto de capitán de quidditch estaba libre —respondió Vega, como si eso fuera obvio—. Y estoy segura de que tú eres el nuevo. ¿Me equivoco?
Cedric sonrió, algo cohibido. Vega supo que había aceptado por su reacción.
—No te equivocas, soy el nuevo capitán —admitió—. Sería genial ganar este año la Copa, pero no sé.
—Puedes conseguirlo —le animó la chica—. Estoy convencida de que lo harás genial, Cedric.
—Gracias —respondió el chico, que casi parecía avergonzado—. Aunque me conformo con hacerlo bien.
—Apuesto a que será mejor que eso —dijo ella, sonriendo—. Ya nos veremos, Cedric.
—Hasta pronto, Vega —respondió él, con una pequeña sonrisa en los labios, conforme ella se alejaba.
No tardó demasiado en encontrar el compartimento donde esperaban sus amigos. En el momento en que entró, la tarántula de Lee se encontraba en el hombro de Jessica, que reía encantada. Vega decidió no hacer ningún comentario al respecto, pero aún así se sentó lo más lejos posible del enorme bicho.
—Y aquí llegó la prefecta perfecta —exclamó Fred, un relámpago de malicia atravesando sus ojos—. ¿Qué tal la charla con los Premios Asnales?
—Bastante bien —respondió Vega, quitándole importancia.
—¿Y la divertidísima guardia? —preguntó George, en un tono idéntico al de su hermano—. ¿Castigaste a muchos pobres alumnos traviesos?
—Me reservo el primer castigo para vosotros dos —replicó ella, tranquilamente—. Habrá que empezar con el nuevo cargo por todo lo alto, ¿no?
Lee y Jessica rieron ante la indignación de los gemelos, que miraron a Vega ofendidos. Ella le dio un codazo a Fred, que era quien estaba a su lado.
—Vosotros os lo habéis buscado. Soy prefecta, burlaros de mí y enfrentaros a las consecuencias.
—La perdimos, George —gimió Fred, mirando a su hermano con dramatismo—. Seguirá los pasos de nuestro querido hermano mayor y se convertirá en una Percy 2.0.
—Idiotas —masculló Vega.
—Así son, ¿qué esperabas? —rio Jessica—. Siempre pensé que Lee es el más inteligente de los tres.
—Y tenías razón, ¿cierto? —El chico sonrió con suficiencia—. ¿Acaso no soy intelectualmente superior a ellos dos?
—Tienes una tarántula, eso resta puntos —observó Vega.
—Al contrario, ¡eso suma puntos! —protestó Jessica—. ¡Las tarántulas son geniales!
—Estás loca —declaró Vega.
Jessica la ignoró y volvió a su charla con Lee, mientras Vega se giraba hacia los gemelos y les preguntaba por Sortilegios Weasley. Pronto, en el compartimento había una pequeña bengala, creación de Fred y George, dando vueltas en el pequeño espacio.
A la una, la bruja del carrito de comida pasó y Vega invitó a todos, convenciéndoles al recordarles que su cumpleaños había sido solo unos días atrás y no habían podido celebrarlo juntos.
Luego, no hicieron nada demasiado interesante. Jessica y Lee trataron de enseñar a la tarántula trucos solo para molestar a Vega, que terminó echándose una siesta solo para no ver al espeluznante bicho tratar de saltar sobre únicamente cuatro patas.
Cuando se despertó, fue debido a que se cayó del asiento al detenerse el tren.
—¡Mierda! —exclamó, desde el suelo—. ¿Ya hemos llegado?
—Es imposible —dijo George, frunciendo el ceño y tendiéndole la mano para que se pusiera en pie—. ¿Estás bien?
Vega asintió y aceptó su ayuda. Confundida, miró su reloj.
—Es muy pronto —comunicó—. No hemos podido haber llegado aún. ¿Creéis que habrá una avería?
El viento y la lluvia —que Vega no había advertido hasta el momento— sonaba con fuerza contra los cristales. Fred se asomó por el pasillo.
—Todo el mundo está saliendo —informó el pelirrojo—. Y...
Las luces se apagaron, dejando todo sumido en la oscuridad.
—Esto no me gusta... —dijo Vega, levantándose.
Todos sacaron las varitas y murmuraron «Lumos». Las puntas de sus varitas se iluminaron y les permitieron mirarse las caras unos a otros.
—¿Creéis que es posible que haya una avería? —preguntó Lee.
—No tengo ni idea —respondió Vega, asomando la cabeza por la puerta y mirando a ambos lados del pasillo—. Iré a ver.
—¿Quieres que te acompañe? —propuso Jessica, a quien no parecía hacerle mucha gracia que se fuera sola.
—No te preocupes —le tranquilizó Vega—. Vuelvo enseguida.
—¿Segura? —insistió Fred. Parecía más que dispuesto a acompañar a Vega.
Ella asintió.
—Nos vemos ahora. Pasaré a ver si Nova, Harry y Susan están bien y volveré.
Avanzó lentamente por el pasillo hacia la locomotora, chocando con docenas de alumnos en el proceso. Era de las pocas que había pensado en usar la varita, la mayoría estaban demasiado sorprendidos como para recordar el encantamiento.
Fue mirando a través de los cristales, por si veía a Nova, Harry o Susan. Estaba algo preocupada. Probablemente, solo hubiera sido una avería, pero aún así le parecía extraño.
Cuando ya casi llegaba a la locomotora, se dio cuenta de que algo iba mal. Se giró de inmediato, con la varita en alto, pero algo la derribó. Rodó por el suelo, entre la oscuridad. Se estremeció al sentir un frío gélido entrando en sus pulmones.
Trató de vislumbrar a quien estaba frente a ella, pero solo era capaz de distinguir una silueta negra encapuchada.
Un dementor. Vega maldijo para sus adentros y buscó la varita, que se le había escapado al caer. No le apetecía en lo más mínimo dejar que esa criatura le sorbiera el alma.
¿Qué mierda hacía un dementor en el expreso de Hogwarts?
La criatura se aproximaba lentamente hacia ella, sorbiendo el aire. La mirada de Vega empezó a tornarse oscura por los bordes. Oh, mierda.
No te desmayes, no te desmayes, no te desmayes, se ordenó, apretando los dientes al escuchar a lo lejos un grito femenino de terror. Lo que le faltaba.
El grito aumentaba en potencia. Se acercaba más a ella y Vega no sabía cómo pararlo. Su varita no estaba. El dementor se acercaba a ella, con la mano extendida. Mierda. La vista se le volvía borrosa. Trató de encontrar la varita, pero el grito era tan fuerte que le hizo taparse los oídos para tratar de escucharlo, lo que no sirvió de nada porque provenía del interior de su cabeza.
Vega chilló al sentir al dementor justo encima de ella.
—¡Expecto patronum!
Una figura plateada pasó a su lado, iluminando todo, y Vega, desde el suelo, observó cómo el patronus arremetía contra el dementor. Cerró los ojos, mareada y a punto de perder el conocimiento.
—¡Vega! ¿Estás bien? —preguntó alguien, yendo junto a ella.
Alguien ayudó a Vega a ponerse de pie, tarea difícil, teniendo en cuenta cómo temblaban sus piernas. La chica abrió los ojos y soltó un suspiro de alivio interno al ver que era Remus quien había conjurado el patronus.
No podía preocuparle que Remus, que le sujetaba con cuidado pero con firmeza para ayudarle a mantener el equilibrio, la viera así. Cualquier otra persona le hubiera irritado, con excepción de Jason o Mary, pero no Remus. Vega trató de incorporarse, sin éxito, pero él la sostuvo.
—¿Estás bien? —repitió.
Vega sacudió la cabeza, aunque estaba totalmente mareada. Le costaba enfocar a Remus, pero trató de hacerlo para ver si eso le ayudaba a mejorar.
—Sí, solo... ¿Qué hacía aquí un dementor?
—Buscar a Sirius Black —respondió el hombre, sombrío. Vega apretó los dientes—. Ven conmigo, creo que debes sentarte. Y necesitas chocolate.
—Tengo una rana de chocolate en el bolsillo... —murmuró Vega, aún sintiéndose mareada.
—Ve comiéndotela. —El hombre se agachó y recogió la varita de la chica del suelo—. Y toma.
—Gracias —dijo Vega, cogiéndola y guardándola en su bolsillo.
Sacó la rana de chocolate y le dio un mordisco. El frío gélido que aún sentía fue sustituido por una agradable calidez. Apoyándose en Remus, dejó que la guiara por el pasillo.
A cada bocado que iba dándole a la rana, iba encontrándose mejor, pero era consciente de que debía de tener un aspecto horroroso todavía. Notaba sus mejillas heladas e imaginaba que estarían mucho más pálidas de lo que ya era costumbre.
—¿Sabes si algo les ha pasado a Nova, Harry o Susan? —preguntó, preocupada.
—Susan está bien, he pasado a verla cuando iba a la locomotora —respondió Remus—. Harry y Nova... Bueno, ahora les verás.
El profesor abrió la puerta de un compartimento y Vega vio a Harry, Nova, Hermione Granger, Ron y Ginny Weasley, Neville Longbottom, Brigid Diggory y Primrose Wright, todos con chocolate en la mano, aunque sin comerlo, y con los rostros muy pálidos.
El profesor sonrió débilmente.
—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?
Los chicos dudaron. Brigid fue la primera en dar un buen mordisco a su trozo. Los demás la imitaron al ver que nada pasaba. Vega se dejó caer en un asiento junto a su hermana, que empezaba a recuperar el color en las mejillas.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo Remus—. ¿Os encontráis bien, Harry, Nova?
—Sí —murmuró él—. ¿Qué te ha pasado, Vega?
Ella sacudió la cabeza.
—Me he encontrado con un dementor, pero Remus me ha ayudado... ¿Vosotros dos estáis bien?
—De maravilla —asintió Nova, que había recuperado parcialmente el color, gracias al chocolate—. ¿Tienes más, Remus? ¿Traes de avellanas?
—No, Nova, lo siento.
—Hum... Yo sí tengo —murmuró Brigid.
Todas las miradas se dirigieron hacia ella. Incómoda, sacó de su mochila una tableta de chocolate y partió un trozo, que le dio a Nova. Pronto, la tableta había desaparecido. Vega sonrió a Brigid cuando ésta le dio un trozo, a modo de agradecimiento.
El grito que escuchó cuando el dementor la atacó resonó en su memoria, incluso a pesar del chocolate. Vega suspiró.
—¿Todo bien? —le susurró Nova; Vega advirtió que Harry tampoco le quitaba el ojo de encima. Asintió lentamente y trató de sonreír.
Qué gran inicio de curso.
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