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c a r r e t e r a

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El semáforo titila en amarillo al mismo tiempo que mis párpados se cierran.

La radio está encendida, pero mis sentidos siguen tan aturdidos, aún estando exento de sustancias alucinógenas, que me siento vacío; como si me hubiesen sacado todos los órganos con una pinza de asar sin anestesia alguna. Me duele la cabeza, me palpita y puedo sentirla sangrar, sin embargo, no está el líquido espeso y rojo manchando mi mano, no hay nada. Me siento alucinar. Parece ser, que la única sustancia dañina en mi sistema es la desdicha del desamor.

Observo mis manos ásperas encima del volante; mis uñas cubiertas por el esmalte negro ahora están desgastadas, y la cutícula quedó al ras de los dedos, a tal punto que la punta de la piel quedó blanca y mordisqueada, origen del ataque de ansiedad de hace unas horas. En mi dedo anular izquierdo todavía siento el fantasma del anillo que arrojé al inodoro hace dos días, llevándose consigo la promesa que hicimos al ponérnoslos.

Luego contemplo el cielo a través del parabrisas, negro, nublado. Casi sin esperanza. Y siento mis ojos arder cuando, inevitablemente, me encuentro comparándolo con sus rulos casi oscuros, juguetones y tímidos al tiempo en que mis dedos se escondían en la maleza castaña y acariciaban. Y después, se dibujan sus ojos en mi mente, resplandecientes sin la necesidad de lentillas, incomparables a cualquier otra nebulosa descubierta y por descubrir, mirándome a mí y sólo a mí mientras, en silencio, adoraban cada rincón oculto de mi rostro.

Y veo las estrellas en el cielo, aún cuando está nublado.

Kim Taehyung, ser tan magistral. Me prometiste miles de cosas en silencio, dándote el lujo de deletrearlos con tu mirada, probablemente riéndote en tu mente por mi reacción, embelesada ante tu belleza física, sintiéndome diminuto cuando tus labios me besaban.

En cambio, con tu boca sellaste pocas promesas frente a mí, quizá consciente de que nunca intentarías cumplirla ninguna. Una de ellas, y quizá la que más se me quedó grabada, fue la de que me dejarías llevarte a tu casa al obtener mi anhelada licencia de conducir.

Ambos llegábamos hostigados a nuestras casas luego de pasar todo el día de una estación de metro a otra, entre la universidad y el trabajo; del trabajo a casa del otro; de casa del otro, luego del resto de una tarde lasciva, a la propia. Estabas tan feliz por mí el día que pasé el examen de conducir que me llevaste a comprar helado, ambos faltando a nuestros trabajo para pasar la tarde más completa juntos.

Y mientras esperábamos el metro como cada día, reímos de tal forma que nuestras risas sobresalían entre todo el bullicio y contagiábamos felicidad a los demás pasajeros cansados, que también reían sin comprender el contexto. Y lo dijiste, "no puedo esperar por viajar contigo en el auto de tu padre", tengo esas palabras guardadas en mi memoria desde entonces. Probablemente estas fueron el presagio del desastre que sucedería después.

Y ya podía visualizarnos: cuando al fin obtuviera mi licencia de conducir, iría hasta una carretera abierta y libre de peligro para pisar el acelerador a fondo entrelazado de tu mano, con la adrenalina y el amor eterno a tu persona corriendo entre mis venas con la misma velocidad que mi auto en el exterior.

Pero no sucedió. Porque, al igual que otras tantas promesas vacías, no cumpliste, pues hace ya una semana que la tengo. Y,  pocos días antes, te encontré besándote con la chica rubia en el patio de mi propia casa.

Kim Taehyung, eres un maldito cínico.

Apenas un día antes me habías terminado, con la excusa de "tomarnos un tiempo". Y yo ya sospechaba que ese tal tiempo tenía un nombre y apellido. No obstante, ni siquiera en mis más oscuros sueños, creí que mi corazón podría romperse así, tan latente y doloroso, hasta que te vi con ella. A pesar de que muy profundo de mi ser, ya lo sospechaba cuando le dirigías miradas parecidas a las que me dedicabas a mí cuando recién nos conocimos.

Ni siquiera les dirigí una segunda mirada, atravesé la entrada con una velocidad impropia de mí y estrellé la puerta de mi casa tan fuerte que los perros de la calle comenzaron a ladrar y los vidrios de mis ventanas temblaron, las mismas tres sacudidas que dio mi débil corazón hasta que, finalmente, se quebró.

Me quedé de rodillas, sujetando mis costillas con las manos en un intento de conseguir estabilidad, deseando enterrarme las manos en el pecho y arrancarme el corazón con mis propios dedos, convencido de que sólo así dejaría de doler.

Mis lamentos ahogados despertaron a mi dulce madre, que descansaba plácida en la planta de arriba, y al verme se dispuso en su labor de ampararme como el niño pequeño que nunca dejé de ser para ella, susurrando sutiles palabras en mi oído para cederme tranquilidad. No obstante, a pesar de su voz sosegada, en sus ojos pude ver el odio por ti que despertaba después de contarle lo que vi el el patio, a nada de salir convertida en demonio para arrancarte la cabeza y consentir a su hijo.

Pero te salvé, Taehyung, porque en ese momento no pude hacer nada mas que abrazarme a ella, queriendo quedarme enterrado en el refugio de sus brazos, lejos de la crueldad de las personas en el exterior.

Y ahí, con mi madre arrullándome como si quisiera que mi dolor se le transfiriera a ella, sólo ahí conseguí tranquilizarme luego de eternos minutos.

Fue un dolor sublime, Taehyung, jamás creí que en mi vida pudiera experimentar algo similar. Mucho menos proviniendo de ti, la persona que me juraba amor eterno cada vez que hacíamos el amor. Yo entregándome a ti en cuerpo, alma y mente; iluso, con la falsa creencia de por fin ser amado escurriéndome de los ojos; y tú, en cambio, burlándote insensible de mí.

Es que simplemente no puedo figurarme cómo es que te ves tan feliz sin mí. Porque sé que no éramos perfectos, teníamos altas y bajas como cualquier otra pareja; discusiones terminados en llanto, provocados por celos innecesarios en el otro por el simple capricho de vernos reventando en chispas del enojo. Pero jamás, Taehyung, jamás me sentí así por nadie más. Fuiste mi primer amor, impregnaste tu esencia en mí desde el día que nos conocimos, deslizándose hasta llegar al fondo de mis pulmones. Y entonces, pudiéndote inhalar, te convertiste en mi oxígeno.

Y me duele el cuerpo, la cabeza y el espíritu de imaginar que fui un simple entretenimiento inhumano para ti, que yo fui el único que realmente amó durante todo este tiempo. Debería darte vergüenza seguir respirando, sabiendo que dejaste a un chico amparado rogando tu regreso, arrastrando debilucho la mitad de su corazón bajo sus pies.

Y sí fui hasta la carretera abierta, vacía, pero sin tu compañía; sin tu mano entrelazada a la mía. Las lágrimas bajando avinagradas una tras otra mientras el viento chocaba rudo contra mi rostro, limpiando esas espesas invasoras por mí. Pisé a fondo y aún más, queriendo clavar mi pie en el acelerador y, si se pudiera, estrellarme en el borde del fin del mundo, donde pudiera descansar sin tu pesado recuerdo colgándose de mi cuello.

Una semana después y todavía no me quedo sin lágrimas para llorarte desde que te vi besándote con ella, cuando hoy, hace unas horas, volví a encontrarme con ustedes después de creer tontamente que nunca más volvería a verlos, casi olvidando que seguimos viviendo en la misma ciudad y que tú continúas tu vida sin ningún tipo de remordimiento. En la fiesta de graduación de Seokjin, uno de nuestros mejores amigos y que, por ocuparse con los asuntos de su graduación, no se enteró a tiempo de nuestra ruptura. No hasta que me escuchó llorando desconsolado en el baño, en medio de un ataque de ansiedad del que me consolaba Jimin, mi mejor amigo.

"Deja de llorar, Jungkook, me duele verte tan herido por culpa de ese animal" murmuraba en son de aliento, sin dejar de abrazarme contra él como mi madre lo hizo días antes.

Jimin también era tu amigo, pero después de la afligida llamada que le hice porque necesitaba un poco de consuelo, decidió no volver a hablarte en vida. No sin antes asegurarse de dejarte un pómulo morado con su pequeño puño que, sinceramente, no sabía que podría causar tanto caos. Aún así, no puedo evitar sentir un poco de pena por él, porque jamás podrá conocerte como yo lo hice.

No quise molestarles más la fiesta, a pesar de que mis amigos me pidieran irse conmigo para hacerme compañía, así que después de recomponerme un poco, al menos lo suficiente para ponerme de pie; me escapé del baño y de la fiesta, procurando que no me vieras en ningún momento por el salón. No deseaba que tuvieras el placer de ver la débil imagen que te propusiste a dejar de mí.

Y aquí estoy, repasando en mi aturdida mente la canción que me dedicaste, agazapado a tu piano, meses antes y que no tardé en aprenderme de memoria, llegando a recitarla cada vez que necesitaba reconforte y que, a partir de hace una semana, se volvió un amargo y triste recuerdo más. Me pregunto si también le dedicarás una canción a ella o, peor aún, le cantarás la misma canción que a mí.

"I still wonder, wonder, beautiful story..."

Mi única pregunta, Taehyung, es ¿alguna vez, aunque sea en un comienzo de delirio, me amaste?

Porque mi integridad amenaza con desmoronarse de pensar que, de los dos, yo fui el único idiota que se enamoro profundamente de la sinfonía de tu alma. Porque me niego a pensar que la preciosa historia de amor que escribimos juntos, fue una burla desde el comienzo.

Porque te dediqué horas, días y años pensándote, dedicándome a ti únicamente.

Algo tan lindo como lo nuestro no pudo ser producto de mi mente, quizás es absurdo, pero estoy convencido de que no, no cuando mi mente tiene grabada cada confesión que provenía del fondo más celestial de tu ser, quizá el único sitio donde nunca podrá habitar la maldad que recorre el resto de tu sistema, que inundaba el mío, yo sin ser totalmente consciente; cada vez que nuestros labios se besaban y nuestros cuerpos desnudos formaban uno solo.

No supe cuanto tiempo pasó hasta que, lejano a mi subconsciente, percibí un desfile de cláxones detrás de mí. Y es así cuando regreso al presente, a uno donde tu ausencia fría ocupa el asiento copiloto y el semáforo vuelve a titilar a amarillo cuando lo busco, sin alcanzar a cruzar la calle y retrasando a los demás vehículos que esperan antipáticos detrás del mío, tocando sus bocinas con furia por mi tardanza. Un suspiro resbala de mi garganta, temeroso, y me dedico a limpiar mis mejillas empapadas con otra toallita clínex que luego arrojo al asiento trasero. Un instantáneo momento imagino tu cuerpo sentado reemplazando la sombra que me abruma, pero se deshace tan rápido como llega.

Son las once de la noche en el estéreo encendido del auto, del cual ahora se reproduce una que mis sentidos, poco a poco despertando, no tardan en identificar como "nuestra". Falling. Justo ahora parece que todo lo que conozco está conspirando para dejarme aún más desdichado.

Quizá en un futuro, cercano o no, al momento en que la ausencia del chico castaño que abrazó mi corazón, me prometió amor infinito en forma de un par de anillos que testificaban nuestra alianza risueña y, posteriormente, apuñaló con la navaja más afilada que encontró el corazón que tanto se dedicó a cuidar...; al momento en que su ausencia deje de resquebrajarme desde el interior de los órganos hasta mi piel, podré volver escuchar sin adusto esa canción.

Pero por ahora, me apresuro a cambiar de estación, alejando junto a la estática esos momentos felices que tardaré en borrar de mi memoria, pues se han quedado impregnados en mi piel cual tatuaje, y me dedico a conducir con precaución cuando el semáforo cambia a verde, tratando de convencerme de que no tardé casi un año en conseguir mi licencia para desperdiciarla ahora.

Y es entonces que me doy cuenta de adónde me dirigía, inconsciente y todavía medio atolondrado. La casa de Kim Taehyung. Aquella dirección que percibía como mi segundo lugar seguro, el primero siendo el mismo Taehyung.

Sin embargo, contrario a lo que incluso yo creía, sonrío. Y es una sonrisa genuina, traviesa, porque tengo una idea para desquitarme un poco contra aquel diabólico ser de rostro acendrado.

Estaciono mi auto en la vereda contraria, asegurándome de que no haya nadie espiando en la calle, y salgo guardando mis manos en los bolsillos del abrigo que resguarda un poco de calor antes de cerrar la puerta del auto. Recorro la calle tranquilo, las luces de afuera y adentro están apagadas, señal de que Taehyung no ha regresado de la estúpida fiesta y los señores Kim probablemente estén durmiendo. Y cruzo cauteloso hasta la jardinera del patio trasero, donde descansan tranquilas las adoradas niñas de Taehyung: girasoles.

Para cualquier otra persona normal, esa no sería una venganza suficiente. Pero para Taehyung, esas flores eran su vida, las cuidaba como si se trataran de sus propias hijas. Lo sabía porque no se cansaba de hablar de su amor a los girasoles, y yo mismo le ayudé a plantar una y a crear el corral de maya que las cuidaba de los gatos de la vecina.

Entonces, saco mi mano del bolsillo del abrigo, empuñando el pequeño encendedor que siempre cargo conmigo, y sin piedad, tal como lo hizo él conmigo, comienzo a quemar los girasoles desde el tallo hasta cada uno de sus delicados pétalos, asegurándome de no dejar nada vivo, como su intención no fue dejarme respirando. Hasta que el amarillo se transforma en naranja y, finalmente, en negro.

Satisfecho, y repentinamente sintiéndome incluso un poco más fortalecido, salgo a zancadas del patio trasero y me encamino hasta el auto que me espera cómplice en la vereda. Quizá no pueda hacer sentir a Taehyung como él me hizo sentir a mí; humillado, utilizado y desecho, no obstante, anhelo que ver sus preciados girasoles encenizados le de su merecido.

Y comprenda que Jeon Jungkook no se quedará abatido ante su humillación. Quizá ahora sí, pero no por mucho tiempo. Ni por toda la vida, como seguramente se lo había propuesto.

Sin nada más que hacer en esa calle donde encontré un ápice de gloria, me dispongo a alejarme para nunca más volver, deseando con el último pétalo de girasol quemado, simulando un diente de león, que
mi corazón ahora herido alguna vez pueda volver a sanar. Solo. Hasta que pueda dejar de estar jodidamente enamorado de ti, desterrado inclusive la más pequeña célula de mi cuerpo que me siga atando a tu ser.

Mientras tanto, mi único amor será mi licencia de conducir.


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