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Lógicamente eres tú.

                                                        Lógicamente eres tú.

Sé que esto debe sorprenderte mucho, pero después de analizarlo de todas las formas posibles, decidí que si no tomaba cartas en el asunto simplemente me volvería loca. Así que como ves, aquí está mi explicación.

La explicación de porque me acerco a ti de este modo; no creas que lo hago como un acto desesperado, en realidad había estado barajando las distintas opciones. Pero… ¿para qué entrar en detalles? Quiero que cuando leas esto algo te quede perfectamente claro, y no vale la pena confundirte desde el inicio.

Bien, aquí voy:

Todo comenzó un invierno, no entiendo por qué siempre uno empieza las historias dando datos climáticos, tal vez pensando que así pone en ambiente al lector. ¿Alguna vez te detuviste a pensar eso? No, claro que no. ¿Por qué lo harías? Digo, no es que crea que eres una persona que no se tome tiempo de reflexión o algo por estilo, no busco ofenderte. Sólo supongo que la gente normal no se pone a pensar en eso y bueno, para serte honesta, yo creo que eres alguien normal. Al menos más normal que yo, pero en fin… era invierno.

Recuerdo eso porque mientras hacía mis trámites para escoger asignatura en la universidad, intentaba por todos los medios que no me tocaran horarios antes de las diez de la mañana. Es que odio el frío, y me cuesta al menos hasta esa hora poder salir de mi cama y no lucir como un zombi que ha extraviado su parcela.

Afortunadamente para mí, había armado un horario bastante coherente para afrontar un cuatrimestre invernal (sí, dije invernal, no infernal), exceptuando aquella maldita asignatura. Esa que sólo se dictaba los sábados a las ocho de la mañana; demás está decir que detestaba de pies a cabeza la idea. Y no porque fuese un sábado, ni siquiera por el horario, todo se debía a que era Lógica. Jamás le encontré sentido a Lógica. O sea, ¿qué demonios? A quiere a B, B quiere a C por lo tanto C es un alíen. Lo juro, sigo sin captar un cuerno de lo que ocurría en esa clase.

Y bueno que fuese un sábado de invierno a las ocho de la madrugada, sólo le sumaba ironías al asunto. Sé que no tienes esa asignatura y en fin… eres un condenado con suerte si te interesa mi opinión. En realidad no te pierdes nada y puedes confiar en mi palabra cuando te digo que; Lógica carece de cualquier significado coloquial con que lo utilizamos regularmente. Cuando alguien dice: eso no tiene lógica, realmente no tiene idea de lo que está hablando.

Pero regresando al punto inicial, yo debía cursarla sin importar cuán inútil me pareciera todo el asunto.

Tal vez has escuchado hablar del profesor de Lógica, digo muchas personas en el campus lo tienen reconocido, al menos de oído. Nadie puede ignorar que Arroyo es el epíteto del zombi, andante y no tan parlante. No puedes imaginarte cómo es pasar cuatro horas diarias escuchándolo hablar, o tratando de predecir qué diablos quiere explicar.

Así que allí estaba yo, un sábado a las nueve y media de la mañana garabateando un retrato del profesor, mientras éste se debatía la mejor forma de encarar la clase. Mi cuaderno tenía distintos dibujos del hombre; no que fuera guapo o algo por el estilo, pero era divertido capturarlo medio dormido sobre su escritorio. Hasta la fecha sospecho que él pasaba todos sus viernes de juerga, lo que más o menos explicaría su poca predisposición a enseñar los sábados. De acuerdo, me estoy desviando del asunto.

Luego de que el hombre escribiera un quinto ejemplo y se hubiese arrepentido a la mitad de la frase para borrarlo e iniciar una vez más, yo conocí el límite de mi paciencia. Y oye, la verdad es que me considero bastante paciente, pero ese día había amanecido particularmente frío y Arroyo me había colmado. Me levanté de mi asiento sin pedir permiso; lo sabes aquí nadie pide permiso pues no somos críos en la escuela. Dudo que el profesor notara que me escapaba a mitad de su clase, dudo que el hombre siquiera supiese que estaba frente a una clase.

Una vez en el pasillo deambulé hasta el cuarto de baño, mientras me esforzaba por hacer mis pasos cortos y muy, muy lentos. Mi deseo de alargar aquella muestra de intrepidez y rebeldía me desbordaba, a pesar de que nadie me pondría una sanción por no estar en el aula. Yo sentía que estaba haciendo algo grande, escapando clandestinamente de Lógica mientras mis compañeros seguían padeciendo a Arroyo. Vaya que me sentí bien, me sentí una chica mala. Entonces llegué a la intercepción con el otro pasillo y te vi. Bien, decir que te vi sería poco, pues en realidad casi te atropello en medio de mi huida.

Me había sorprendido encontrar otra persona deambulando en horario de clase, peor aún, me había sorprendido que tú lucieras tan tranquilo y relajado habiéndote escapado también. Pero tras compartir una mirada cómplice de reojo, dejamos el pacto planteado; ninguno de los dos abriría la boca.  Y lo sé, nadie nos regañaría por nuestra trampa, pero de alguna forma era genial poder contar con un aliado en los pasillos.

Pasaste de largo y yo te seguí con la mirada, creo que me tomé un segundo entero para detallar hasta el más sutil de tus rasgos. No es necesario que te los diga ¿cierto? Aunque si de algo vale, te diré que me detuve más de la cuenta en tu trasero. Porque alguien debe admitir esto sin vueltas: ¡tu culo es la gloria!

No soy de fijarme en eso, bueno, no hasta que te conocí. Pero ahí estaba, detallando tus hombros, tu espalda y una vez más aquel culito de pasarela. Admito que mi primera impresión de ti fue un tanto superficial, porque te había mirado por el simple hecho de que estás como un tren. Y cuando descubrí que entrabas al aula que enfrentaba justamente a la mía, me quedé paralizada un segundo. Porque, bueno… estabas más cerca de lo que habría esperado.

Siendo honesta contigo, aquel día lo iluminaste con tu presencia, recuerdo que regresé a mi clase y me importó poco o nada lo que se discutía. Yo sólo tenía pensamientos para aquel chico de sweater blanco, cabellos castaños y ojos como la miel. Aquel chico que me tuvo capturada un segundo entero con su mirada, aquel con el que ahora compartía el hobby de escapar a mitad de una clase.

Bastante iluso, no te discuto eso. Pero, ¿recuerdas cuando estabas en la escuela secundaria? Yo sí, y debo admitir que no había mucho que me motivara a asistir. Algunos chicos son buenos en una asignatura particular, por lo que esperan con ansias el día en que se dicta; otros tienen el enigmático don de entablar amistad con todos, cuestión que hace de la escuela un espacio para ampliar sus redes. Para mí no era tan así, no me gustaba ninguna asignatura más que otra y mis dones de socialización eran pobres, cuando no inexistentes. Lo que me motivaba a mí era ver al chico guapo de la clase, no importaba que él me hablara o no, no importaba si sabía que existía o si me pisaba por accidente. ¿Comprendes el punto? Él estaba allí y mi única posibilidad de verlo era asistiendo, entonces iba.

Creo que tú tuviste ese mismo efecto, eras el chico lindo que estaba los sábados y por la mera razón de que podría verte, hiciste de Lógica una materia más tolerable. Inconscientemente te buscaba por los pasillos durante la semana, pero nunca te veía, sólo los sábados. Y siempre que nos cruzábamos, nos ofrecíamos esta mirada de complicidad, la misma del primer día. No había palabras de por medio, no había ni siquiera una sonrisa. Éramos dos extraños que buscaban coincidir un segundo en un pasillo, mirarse y asegurarse que el otro aún no se había graduado.

Decir que me gustas quedaría bastante tonto, pero me gustas. Creo que debes haberlo notado a estas alturas; mientras yo perdía el tiempo preguntándome sábado tras sábado: ¿cómo no lo he visto antes? ¿Dónde diantres se esconde durante la semana? ¿Por qué no me habla?

Y entonces el cuatrimestre invernal se terminó, Lógica y Arroyo formaban parte de mi pasado, desafortunadamente nuestros encuentros también. No voy a negar qué me desilusioné al descubrir que ya no nos veríamos, que me desilusioné porque no me dirigiste la palabra. Me desilusioné porque, bueno… porque después de cuatro meses de verte, resultaba que no sabía nada de ti.

Te había armado todo un set de atributos que quizás no poseías y que sospechaba jamás podría confirmar, pero habías logrado que llegara al final de la cursada de Lógica y me tuve que conformar con eso. ¿Será que alguien se puede fijar tanto en otra persona? Nunca creí en el amor a primera vista y dudo que esto lo fuera, pero me gustaba pensar que había una razón para nuestros notables encuentros. Nunca parecían planeados, no es como si yo buscara encontrarte en realidad, pero allí estabas. A la vuelta de un pasillo, saliendo de un aula o bajando las escaleras.

Y una vez más me preguntaba, ¿cómo pudo haberse movido por aquí tanto tiempo y yo nunca lo hubiese visto antes? Mientras el tiempo pasaba, parecía más y más que cada uno de los encuentros estaban programado por alguna mano invisible, incluso parecía que cada uno trazaba el camino que debía seguir el otro y al final nos encontrábamos. Como la olla de oro en la punta del arcoíris, como un premio luego de una larga carrera. Pero al igual que la olla de oro o la carrera, parecía que lo nuestro estaba destinado a ser difícil y poco probable.

Comencé a conformarme con la idea de que todo había quedado como un bonito momento, pero digamos que el destino quiso meter su uña y por alguna cuestión ajena a ambos, tuvimos otro conjunto de sábados a nuestra disposición.

Era verano y puedo asegurarlo, porque te veías pecaminosamente delicioso en bermudas y camisetas de algodón. Fiel a tu estilo siempre llevabas algo blanco o de un tono muy similar. Con mi amiga te pusimos el mote de “chico de la remera blanca”, y ella comenzó a animarme para que te hablara. Nunca fui de las que avanzaran ante un hombre, soy muy tímida y suelo hacer esta estupidez que me asimila a un ente falto de vocabulario. Además de que no quería arruinarlo, sabía que si te hablaba todo se iría al demonio.

Ya no me causarías una sonrisa involuntaria, ya no te buscaría con la mirada y por sobre todo ya no te vería como mi chico misterioso.

Creo que debo explicar este punto, porque sí, eres guapo y me pareces alguien interesante. Y creo que esa es la razón principal, pues ¿por qué alguien guapo e interesante se fijaría en mí? No es que me menosprecie, pero soy realista, tú estas por encima de mi categoría. Ninguna persona que te viera podría pensar que no eres bien parecido y sé que tú lo sabes. Todos tus movimientos, tus miradas, tus sonrisas, cada cosa que haces las sabes orquestar para que toquen un ritmo propio. Y yo… bueno, yo me sonrojo como una quinceañera. Ciertamente no tengo idea de cómo ser sexy o impactante, no tuve ese tiempo de chica en que me gustaba vestirme como una Barbie y pasearme en tacones. No sé nada de eso que algunos llaman “ser femenina”, yo improviso sobre la marcha y normalmente por eso, nadie encuentra mis conversaciones dignas de ser oídas. Jamás supe cómo tratar a los hombres, hasta la fecha creo que he aburrido a todos mis posibles pretendientes. Así que opté por dejarlos callarme con besos y caricias. Es más fácil, mientras no abra la boca todos me adoran y cuando me conocen un poco mejor, dudan de que fuese una chica normal.

Sé que eso ocurrirá contigo, sé que cuando me preguntes sobre mis antiguos novios no podré mentirte a la cara. Porque admitiré que nadie me duró más de dos meses, admitiré que soy la persona que se disfruta una o dos noches consecutivas. De esas que se vuelven obsoletas con el tiempo. Y no porque no sepa manejarme en la cama, no creas que no sabría como tocarte o acariciarte. Mi problema es que odiarías la clase de persona que soy, no tengo un tema de conversación para ofrecerte, no tengo palabras dulces para regalarte.

Me gustaba soñar que contigo eso sería diferente, después de todo no nos conocíamos de nada, frente a ti podía ser alguien distinta. Podía ser la chica dulce, la chica que no agrede con palabras irónicas, la que sabe manejarse como todos esperan.

Así que aquí estoy, o mejor dicho aquí estamos. Han pasado casi cuatro cuatrimestres de cruzarnos, en un principio no era nada, en un principio sólo éramos dos individuos que estaban en un mismo edificio. Pero el tiempo pasó y comenzamos a reconocernos, las miradas compartidas eran más largas, más significativas e incluso me atrevería a decir que buscadas por ambos. Ya sabíamos qué pasillo tomar y a qué horario, ya sabíamos que el jueves a la noche al salir yo de historia te encontraría saliendo de análisis matemático. Lo sabíamos, lo creas o no, sabemos mucho más del otro de lo que pensamos.

Más allá de que te gusta el color blanco, más allá de que estudias ingeniería, más allá de que tomas el café con dos de azúcar y sin leche. Hay más cosas que fuimos reconociendo, sé que cuando llegas buscas mi auto en el aparcamiento, te he visto siguiendo el recorrido desde la parada de bus.

Lamento nunca haberte llevado, me temo que no nos tenemos esa confianza aún, pero se me rompe el corazón los días que te veo esperando el bus debajo de la lluvia. Muchas veces quise invitarte a subir y resguardarte en el interior, sabes que te cuidaría bastante bien ¿no? Todo sería diferente, contigo realmente lo intentaría, me comportaría y me esforzaría por agradarte. Porque quiero agradarte, pero no sé cómo, ni siquiera sé cómo hablarte. ¿Me aceptarías la invitación de resguardarte de la lluvia? ¿Del frío? ¿Del calor? ¿Me aceptarías?

Dudo que después de haber leído esto tu respuesta fuese afirmativa. Pero como dije al principio, necesito tomar cartas en el asunto. Me cansé de verte y sólo decirte “hola”, porque sí, ahora nos saludamos. Nos hemos visto tanto, que al menos ya perdimos el miedo a pronunciar una palabra. Nos hemos sonreído como idiotas, jugando a descubrirnos un poquito cada sábado, cada día que coincidíamos. Pero eso debe detenerse, me gustas hombre, me gustas. Desde aquel día en Lógica me atrapaste y a pesar que en todo este tiempo tuve otras parejas, parecía que siempre regresaba a ti. Porque cuando algún estúpido se terminaba por aburrir de mí, tú parecías esperarme con tu tierna sonrisa en el pasillo de siempre. Justo a la vuelta de los cuartos de baño, a dos metros exactos de la cafetería.

Yo me internaba en la universidad, esperando aquel encuentro, esperando que me devolvieras la esperanza en el otro sexo. Esa esperanza que me robaban diariamente, la misma que me rasguñaba el corazón con malicia haciendo que cada día fuese más intolerable que el anterior. Pero entonces estabas ahí y con un simple “hola” lo restaurabas todo.

Me he visto reducida a esta opción, porque quiero saber si realmente eres merecedor de todo esto que te he atribuido. Cuando termines de leer, me encontrarás a tu siniestra, no pido una muestra descomunal de romanticismo. Si quieres que sigamos eternamente con este coqueteo, sólo voltéate a la derecha, márchate y te juro que no haré aspaviento. Pero si estás dispuesto a explicarme por qué A que se enamoró de B y B que parece interesado en A, no están juntos. Entonces… entonces regálame una de tus dulces sonrisas, nada más es necesario para responderme. Te ofrezco que le des un poco de lógica a esta confesión, te ofrezco que me saques de este atolladero.

Si eres quien espero, recuerda entonces qué estoy justo a la vuelta de los cuartos de baño, a dos metros exactos de la cafetería.

La chica de Negro.

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Espero que les haya gustado, y gracias por darse un tiempito para leer esta historia. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia... o no xDD

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