Como el ying y el yang, como Batman y Robin, como el panqueque y el dulce de leche, nos ensamblábamos a la perfección. Y no solo en el plano sexual.

Prometiéndonos absoluta sinceridad y sumando aún más sonrisas a nuestra vida plagada de complicidad, empezamos a transitar un nuevo camino: éramos amigos y amantes.

La mejor poción.

Dedicándole poemas casi todas las noches, con ella despuntaba mi vicio de escribir, hobby archivado en alguna parte de mi pasado y que Mani me hizo reflotar sin pensarlo.

Escondiéndonos del mundo, no importaba el volumen de sus gritos agudos, ni que yo tuviera un poco de vértigo y mucho menos que los invitados nos estuvieran buscando por todo el buque; haciendo el amor en un camarote, entre risas y jadeos, estallamos sin control.

Sus bucles oscuros me hacían cosquillas y como venganza, yo raspaba sus pechos semicubiertos con mi dejo de barba.

― ¿Te duelen las piernas? ―ella largó una de esas carcajadas fuertes que lo contagiaban a uno hasta en el momento más inoportuno de todos.

Jalé de su labio inferior y me aparté, acomodando mis prendas y recordando que estábamos en pleno festejo de bodas.

Decidiéndonos por algo especial y muy alocado, organizamos un casamiento en un barco. Menos de treinta invitados, entre familiares y amigos selectos, "rompimos el chanchito" e hicimos una fiesta a nuestra medida.

― ¿Estoy decente? ―me preguntó arreglándose el vestido.

― Preferiría tu indecencia, para serte franco ―la atrapé nuevamente contra la puerta del dormitorio y le di un beso estruendoso y potente.

― ¡Basta ya! Tenemos que salir a dar la cara. Es un bote chico y se van a dar cuenta rápidamente que no estamos con ellos, ¿no te parece?

― Si no queda otra... ―acepté a desgano, estampando otro beso en su cuello. Ella se retorció de las cosquillas.

― ¿Listo?

― Siempre...―ella me tomó de la mano y nos preparamos a salir nuevamente a superficie.

Ya éramos marido y mujer.

Ya no había excusas para no ser feliz.

FIN

**** Gracias a todos por apostar a esta nueva historia ****