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― Hola, ¿qué tal? –respondí el mensaje y al agregar el contacto en mi teléfono, vi la foto de la chica en cuestión. Rubia, ojos celestes, su posición intrínseca me daba la pauta de que el cuidado físico era lo suyo.

Muy linda a simple vista, con evidente cultura del ejercicio, supe de inmediato que era una de las profesoras de pilates de Leila.

No suelo escribir a desconocidos así como así, pero Leila me habló mucho de vos. ¡Insistió tanto que me convenció! –puso varios emojis llorando de risa.

Yo odiaba los emoji. Prefería las expresiones corporales frente a frente y no una sarta de circulitos amarillos con adornitos en la cara.

¿Qué estabas haciendo? Yo por entrar a dar una clase de pilates –y pegó el emoticón de una chica haciendo pesas. Revoleé los ojos. Sin embargo, aún no era motivo como para prescindir de la charla previa.

― Yo también. Pero de ejercicio mental –imitando su lenguaje millenial, puse un cerebro. Me sonreí estúpidamente por mi actitud.

Ambos son buenos. Mens sana in corpore sano –agregó con astucia y esa frase despertó mayor interés que el sospechado.

Guardé la pila de cosas que estaba corrigiendo dentro de mi mochila y continúe escribiéndole:

― Exacto. Y decime ¿Te interesaría salir a tomar un café o una cerveza un día de estos?

Si, dale. Yo trabajo por Palermo hasta las 20hs. De martes a jueves.

Y tras un puñado más de mensajes ese mismo día y los que le siguieron, saludos que incluyeron más corazones y manitos, quedamos en vernos el viernes de esa misma semana en un bar de Plaza Serrano a ver "qué onda".

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