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Caminé durante toda la mañana.
Recalando en el botánico, en plaza Las Heras, fundiéndome entre la gente de la avenida Santa Fe y Scalabrini Ortiz, ya no sabía qué hacer.
¿Y si daba el salto de fe necesario? ¿Por qué no confiar en que esta vez ella no me rechazaría?
Al llegar al loft, ella aún no estaba de regreso, como me esperancé. Tras un breve mensaje, Naty me confirmó que su última conexión había sido muchas horas atrás, por la tarde incluso, antes de nuestro altercado en mi habitación.
Recapitulé cada posible sitio.
Mi egoísmo solo me situaba en mis lugares preferidos y no en los suyos.
Di vueltas en círculo, como un perro que se buscaba la cola. Desorientado, me maldije por mi ceguera; si la perdía, me lo recriminaría toda la vida.
"Pensá, boludo...pensá", me golpeaba las sienes en busca de respuestas...
Sesudamente traté de recordar los nombres de sus compañeros de trabajo; entrar a Facebook no era más que tiempo perdido: yo tenía 15 amigos gracias a mi aversión a las redes y ella...682, mayoritariamente ligados a su local gastronómico.
Su casa, lo era todo. La cocina, su pedacito de lugar en el mundo...
¿Mundo? Viaje? ¡Si! Eso era...¡el aeroparque!
Cuando necesitaba de respuestas y aclarar su mente, Mani recurría al artilugio de sentarse frente al vidrio de la zona de cafeterías que balconeaba hacia la Costanera a mirar el amanecer tal como lo habíamos hecho frente al Lago Nahuel Huapi. Soñaba una vida distinta, junto a sus padres, quienes habían fallecido en un accidente vial en la ciudad de Balcarce, al regreso de su aniversario de bodas número 15.
Sin dudarlo, tomé un taxi en mitad de la calle y llegué a la puerta de embarques nacionales.
Chocando gente, mirándolos a la cara, maldije que el aeropuerto de Ezeiza estuviera inactivo por conflicto salariales y que ahora, este sitio fuera un caos total.
Rogando encontrarla, recorrí cada cafetería, cada kiosco, cada mostrador de venta de tickets. Pregunté a personal de seguridad aeroportuaria; obviamente estaban desbordados y no podían atender el pedido de un boludo monumental que lo único que deseaba era encontrar a su amiga y decirle que la amaba como nunca había amado a nadie.
¿Y si en lugar de mirar el paisaje se había tomado un vuelo para irse y no regresar?
Desestimé mi loco razonamiento, no había tenido tiempo de preparar equipaje ni mucho menos. Ella no se hubiera permitido solo un bolsito aunque más no fuera por dos días, tal como su escapada a Uruguay con su amiga Natalia, viaje que la tuvo con dos valijas repletas de ropa.
De brazos cruzados vi mi destino ideal deshacerse entre mis manos.
Desahuciado, salí nuevamente a la avenida. Caminé y caminé por Capital quichicientas cuadras, esperando encontrarla en algún lugar comprando enseres de cocina, de los que tenía miles y miles en sus cajones.
Fueron las 8 de noche cuando puse la llave en el cerrojo y el alma me volvió al cuerpo al ver una tenue luz por debajo de la puerta.
Abrí y me encontré a Mani enroscada entre almohadones viendo uno de esos programas de cocina que degradaban a los participantes y los trataban como idiotas por no saber preparar un risotto. Con la puerta por detrás me mantuve de pie. Ella, con rostro demacrado envolvía un tazón de sopa entre sus manos.
Fue entonces cuando mi corazón regresó a su sitio: latiendo junto al de Mani.
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