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A las 6 de la madrugada, antes de irme a trabajar, me contacté con Natalia, una de las poquísimas amigas de Mani y socia del restaurante, de la cual yo tenía su número por cualquier emergencia.

Ésta, era una.

Desconociendo el paradero de nuestra amiga en común, quedó en llamarme ante alguna eventualidad. Su tono había sido bastante malhumorado por cierto, lo que me hizo sospechar que ella algo sabía sobre el amor platónico de mi compañerita de casa.

Lo cierto, es que yo no podía ir a trabajar con esta incertidumbre a mi empleo; avisando que había tenido un imprevisto, ya inventaría algo más convincente.

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Yo la había tenido allí todo este tiempo, frente a mí. Incondicional, amiga, cómplice, la heroína de mis poemas de amor. El hombro sobre el cual lloré mis frustraciones, el faro que me orientó a seguir adelante cuando creí que los sueños eran imposibles y quizás, sufriendo por mis conquistas, mintiéndose a sí misma para que la herida fuera menos punzante.

Salí corriendo por las escaleras de emergencia sin destino concreto; el ascensor parecía estar estancado en otro piso. Agitado en demasía llegué a planta baja y la esperé sentado en el cantero con plantas de la entrada, entre algunas flores mustias y poco cuidadas por la encargada.

― Hola nene ¿cómo estás? ―Esther, del sexto piso, bajó con el carrito de las compras apenas pasadas las 7 de la mañana. Yo, sorprendido por la hora, la saludé y sin perder mis buenas costumbres, le abrí la puerta de salida y la ayudé a bajar los tres escalones que la separaban de la vereda donde continué sentado, esperando por la iluminación divina.

¿Hacia dónde había escapado Mani? Sonreí de lado, mi súper-chica se había anudado la capa y había salido volando, lejos de mí y de mis inseguridades de niño inmaduro alérgico al compromiso.

Mani ya no estaría esperándome con su comida, con su sonrisa desmedida y carcajada fuera de contexto.

 Ella había compuesto un personaje por creer que no era suficiente para mí sin saber que, por el contrario, era demasiada mujer para cualquiera.

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