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Algo más tranquilo, dormí como un bebé.
Como la semana venía difícil, no pude salir con Vanesa; no obstante, las cosas con Mani continuaron como si nada, por lo que cursé la invitación pertinente para que mi cita venga a cenar a casa.
Contenta, aceptó sin dudarlo.
Para cuando el día llegó, al entrar al departamento su rostro fue muy elocuente.
― Waw, este lugar es una verdadera joya.
― Aquí vivía la abuela de Mani. De todos modos, ella tenía una amiga arquitecta que la ayudó a ponerlo a punto y dejarlo así de copado.
― ¿Y dónde está tu amiga? —de repente, como por arte de magia, Mani hizo su aparición triunfal.
Sacudiendo su cabello mojado, se presentó.
― Hola, ¿cómo estás? ¿Así que vos sos la famosa Vanesa? —mi amiga se acercó y le dio un beso. Vanesa frunció la nariz.
― Y vos, la famosa Mani —respondió la rubia, visiblemente incómoda.
Se estudiaron por un instante y sin decirse nada más, me anticipé tomando de la mano a Vanesa para llevarla a conocer la terraza, desde la que podía verse el pintoresco barrio de Barracas y aledaños.
― Esta noche Mani cocinó especialmente para vos —le dije, tomando asiento en una de los bancos de madera e hierro, en el exterior.
― ¿Corroboraste que no le haya puesto nada raro a mi porción? —preguntó, con un sarcasmo impropio de ella.
― ¿Por qué lo decís? Estaba contenta de verme con alguien —comenzamos a besarnos tiernamente, pero Vanesa mantenía una postura reticente.
― No puedo creer que seas tan tonto de no darte cuenta que esa chica muere por vos.
― ¡Ay, por favor! —exageré mi negativa —. Ella muere por las mujeres. Dudo que no esté ahora mismo queriéndote sacar de su cabeza.
Vanesa roló sus ojos, en claro desacuerdo.
― Las mujeres tenemos un sexto sentido. Olfateamos a la competencia desde lejos.
― ¿Ah, sí? ¿Y ella es competencia?
― De las peores. Las amigas son de las primeras que hay que desconfiar —guiñó su ojo y casi a la rastra, me regresó al departamento.
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