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Finalmente, mi pesadilla se hizo realidad: Matías quería invitar a su novia Vanesa. Bromeando al respecto, fingiendo que era la misma Mani de siempre, la cual cargaba a su amigo por su falta de compromiso, ignoré a mi alma.
Arrumbando al dolor en el fondo de mi pecho, condenando mi corazón a la tristeza, me ofrecí a cocinarle a la chica perfecta a la que yo misma le permitía quitarme a mi amigo de mis manos.
¿Cómo sería ella? Físicamente, una diosa. Lo sabía por las fotos que Matías me había mostrado y porque gracias a su confianzuda actitud, podía ver sus posteos e historias de Instagram sin inconvenientes ni restricciones.
Amante del deporte, del aire libre y las salidas con amigas, era la mujer ideal. No existía fotografía que la encontrara despeinada, fuera de forma o incluso, sin una sonrisa fresca y jovial.
La odié por ser todo lo contrario a mí.
¿Lo amaría a mi amigo? Todo indicaba que sí. Matías no tenía quejas sino todo lo contrario. Competir con ella era un absurdo, puesto que yo tendría más para perder que para ganar.
― ¡No puedo creerlo! ¿Por qué te inmolás así? —Naty se cubría la cara en señal de reprobación.
― ¿De qué me sirve ponerme en contra?
― No era cuestión de llevarle la contraria, simplemente hubieras accedido al hecho de pedir comida.
― Quiero ser una buena amiga —levanté los hombros, dispuesta a hacer lo que fuera para ver feliz a Matías.
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