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37

No pude pegar un ojo en toda la noche por culpa de un desagradable sinsabor en el paladar.

No se suponía que las cosas fueran así.

No se suponía que nuestra amistad quedará trunca por una calentura infundada y un polvo que nada parecía importarle a ella...pero, ¿para mí? ¿Qué significaba lo que había pasado horas atrás?

Intentando resumirlo en una escena de sexo y nada más, fue imposible quitar de mi mente sus quejidos gozosos como su mirada penetrante y maliciosa.

Al día siguiente, me levanté de mal humor y con mucho sueño. Desayunando en silencio, Mani continuaba en su habitación para cuando cargué mi bolso deportivo al hombro y fui a lo de mi amigo el Chino.

Jugando para el culo, si bien no era Messi, tampoco solía ser de madera; sin embargo, ese mediodía no agarraba una pelota, le pegaba de puntín rompiéndome el pie con cada impacto y sin hacerle un gol ni al arco iris.

Molesto, me comí todas las puteadas de mis compañeros, quienes me gastaban por mi mal desempeño.

― La mina esa te está dejando sin piernas —Hernán Arrechaga, otro de los chicos del grupo, se mofó de mi pésimo juego. No podía negarle que estaba en lo cierto.

― Quién lo diría: parece que alguien está ablandando al rudo Matute —chocaron sus botellas de cervezas, riendo a carcajadas y a punto de comernos un Paty hecho en la parrilla de la casa de mi amigo, en Devoto.

― Nah....hace mucho que no jugábamos fútbol y bueno, mi entrenamiento ahora pasa por otro lado —suavicé mi malestar, recurriendo a otra broma.

Lo que realmente pasaba por mi cabeza, era digno de un adolescente inmaduro.

Regresando a casa a las 7 de la tarde, me propuse la dura tarea de definir mi situación con mi amiga o lo que fuera, aunque eso me tuviera buscando departamento en otro sitio.

Para cuándo abrí la puerta, ella estaba amasando unas pizzas.

¡Mierda! Yo amaba sus pizzas: finitas, livianas, crujientes...el olor a levadura me seducía más que un buen perfume importado.

― Hola...—saludé, dejando mi bolso en su sofá preferido —. No te doy un beso porque estoy hecho un desastre —me acerqué a la barra, bajando el cierre de mi campera con capucha. Aún estaba vestido con el shortcito deportivo de Huracán, las medias hasta la rodilla y los botines.

― Está bien, no te hagas drama, ¿vas a querer de roquefort? —señaló la heladera con las manos pegajosas.

Parecía que las cosas se acomodaban y eso, me devolvió el aire.

― ¡Obvio! Sos una genia ...—le agradecí con una amplia sonrisa. Nervioso, no pude con mi genio y jugueteando con mis dedos sobre la mesa alta, pregunté —: Mani...creo que tenemos que hablar, ¿no te parece?

Ella dejó de amasar; de espaldas a mí, su cabeza se rigidizó ante mi pedido.

― Sí, pero no sé si es el momento. No sé si tengo la fuerza para mirarte a los ojos y decirte qué me pasa —tragué duro al escucharla, su voz sonaba frágil.

Me puse de pie dispuesto a abrazarla por detrás, dispuesto a sincerarnos y hablar a calzón quitado. Era hipócrita pretender que todo siguiera igual. A poco de ella extendí mis manos y rodeé sus brazos. Mani endureció su espina. Temblaba como una hoja.

¿Qué nos estaba pasando?

― Andá a bañarte así comemos y vemos alguna de esas películas pedorras que tanto nos gusta, ¿dale? —borró con el codo lo que habíamos escrito con la mano y echó por tierra cualquier tipo de confesión de mi parte. 

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