
31
Con los labios violáceos y desmayada del sueño, la dejé en su cama tras esa incompresible confesión.
La tapé con una manta tejida por su abuela Rufina y me quedé a su lado, contemplando su respiración por unos minutos que fueron eternos; imperceptible, el paso del aire se hacía lento, evidenciando un descanso profundo.
Jugando un rato a la PS en el comedor de casa, el tiempo me pasó volando. Ya de noche, corroboré que mi amiga estuviera viva; un ronquido me brindó la afirmación esperada.
Más aliviado, fue mi turno de ir a dormir: algunos mensajes subidos de tono con Vanesa fueron el mejor cierre que este día había podido tener.
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Al salir de la ducha, el ruido a la porcelana de las tazas me dio la pauta de que Mani ya estaba activa. Evidentemente, se había recuperado.
El corazón comenzó a bombear más rudamente cuando me acerqué a saludarla; como siempre, sin levantar sospechas de lo que mi cabeza quería saber, le di un beso en la sien, como ella hacía conmigo al irse.
― Me alegro de verte mejor. Ayer eras un desastre.
― Supongo —largó fuerte su aire contenido —. Perdón, me siento una tonta por haberme emborrachado así. Espero no haber hecho papelones —agregó sacando el pan de la tostadora.
― ¿Querés que te cuente qué pasó? —me mostré con una sonrisa perversa; sonsacarle de mentira a verdad, era una buena estrategia.
― Lo último que me acuerdo es haber discutido con vos porque te quisiste hacer el salvador conmigo —frunció la boca —, después, chupé tanto alcohol que tengo el recuerdo de ir en el taxi y de darme vuelta de un lado al otro de la cama —sonrió, dándome a entender sin imaginarlo, que su confesión de amor era una alucinación propia de la fiebre y de su estado de ebriedad.
Respiré, más aliviado. Lo último que necesitaba era saber que mi mejor amiga estaba enamorada de mí...
Sin embargo, a pesar de tan sesuda conclusión, una extraña sensación anidó en mi pecho durante toda la semana. Una incómoda contradicción me tenía inquieto, incluso, mostrándome disperso en las salidas con Vanesa.
Con otro viernes en puerta, dejé las llaves sobre la mesa y me fui directo a la ducha; en dos horas más pasaría a buscar a "mi chica" para ir al cine.
No era muy adepto a las películas en cartelera, pero ella adoraba la ceremonia de hacer la cola para comprar las entradas, hacerse de un buen pote con pochoclos y estar expectante por dos horas.
Le daba lo mismo ver cine francés que una comedia de Adam Sandler mientras fuera un estreno.
Nuestro vínculo realmente se estaba poniendo más serio, lo que me hacía pensar si acaso no era esa mujer que yo me negaba a dejar entrar en mi vida.
― Hey...¿Qué hacés vos acá que no estás trabajando? —sorprendido, con el toallón rodeando mi cintura y el torso húmedo por la lluvia de la ducha, pregunté al ver a Mani dando vueltas por la cocina.
― Hoy es mi viernes libre —respondió con naturalidad, llevando un vaso con agua a su boca.
― Ah...no me acordaba...—sin saber por qué, me sentí con pudor. Algo que jamás había mediado entre ambos...hasta ahora.
― Vos, ¿por salir con tu noviecita? —preguntó con ironía.
La cacé al vuelo.
― Sí, por salir con Vanesa —redoblé la apuesta —.¿Y vos? ¿De dónde venís así pintadita? —enfocando mis ojos, pude ver que estaba más maquillada que lo habitual, vestía una camisa ceñida y una falda negra que acentuaba su generoso culo. Me acomodé en una de las banquetas altas esperando una respuesta.
― De una cita —elevó sus cejas, desafiante por demás.
― ¿Ah sí? ¿De una cita? —repetí —, ¿y con quién?
― Con alguien...
― ¿La conozco?
― No.
― Es...¿hombre?
― No te importa...—continuó el juego, perverso y mezquino a esta altura.
― ¿Por qué nunca me hablás de tus parejas? ¿Por qué siempre hablamos de mí, de mi picoteo, de lo mucho que me cuesta el compromiso y nunca ponemos en tela de juicio cómo sos vos?
Resentido, vomité mi verdad. Ella no se lo esperaba. Ni yo.
― ¿ No serás vos la que tiene problemas de compromiso, acá?
― Pará, pará...—me mostró la palma de su mano, para nada simpática —. ¿Qué te pasa, boludo? ¿Quién te creés que sos para hablarme así?
― ¿Vos, quién sos?¿¡Quién todo lo juzga desde un pedestal!?
Enojados, hiriéndonos innecesariamente, ella presionó su mandíbula y se acercó dispuesta a continuar con la pelea verbal. Sin embargo, aunque intuí que todo terminaría peor, se detuvo en seco, me miró fijo y contuvo su discurso.
Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y su labio inferior tembló.
En ese momento de debilidad quise besarla, pero no por error o por estar borrachos como aquella noche en Bariloche sino como dos adultos que estaban enredándose sentimentalmente, de un modo desconocido hasta entonces.
― Mucha suerte en tu salida —disparó, letal, y se encerró en su habitación no sin antes dar un portazo de película.
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