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Enojada por su conducta idiota decidí emborracharme con mis amigos. Él, de seguro encontraría a quién conquistar o engañar con su sabiduría de profesor de historia.
Bebiendo de cuanto trago me ofrecían, fue turno de poner en marcha mi venganza; descontrolada, me meneé en torno a Rafael, el hermano de Zoe, a quien conocía de alguna que otra noche de reuniones en el bar de la esquina del instituto de cocina.
Jugueteando con él, aceptando sus manos en mi cintura baja, me comporté como una nena de primer grado.
En pleno baile caliente apareció Matías y una sonrisa rencorosa afloró por entre mis labios. Como macho dominante me sujetó del codo.
― Mani...¡vamos a casa! –ordenó alejándome de Froilán, el cubano amigo de Rafael y con quien sospechábamos, tenía una relación algo más fuerte.
Refunfuñando, chocando con la gente y tras discutir acaloradamente con Matías, fui rumbo a la avenida.
Con mucho alcohol corriendo por mis venas, aun conservaba cierto grado de raciocinio, el suficiente como para estar enfadada con él por su planteo ligado a los ideales y a mi personalidad y conmigo, por ser una cobarde incapaz de decirle que lo amaba...y no podía dejarlo ir.
Una vez que subimos al taxi, no quise ni mirarlo.
Al bajar, golpeé tan fuerte la puerta del coche que el tachero protestó por lo bajo y mi amigo debió disculparse, además de abonar el viaje.
Abriendo la puerta tras varios intentos, revoleé las llaves sobre la mesada, cayendo ruidosamente sobre el piso.
― ¡Dejá de querer ser mi salvador!,¡dejá de pensar cómo debo comportarme y cómo no! ¡No sos mi ángel guardián! Sos mi amigo... ¡mi amigo! –grité descontrolada y afectada en partes iguales.
Retrucándome la respuesta, se puso a poco de mí. Intimidatoriamente, no dejaba resquicio entre ambos.
― ¿Adónde querés llegar? –sus ojos fueron negros, inquisidores.
― Hasta donde estés dispuesto... –le dije, fuera de mí, fuera de todo juicio y razón, dictando que a partir de entonces, las cosas iban a ser distintas.
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