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Un beso en la boca con una amiga en Bariloche, alcohol por demás y verborragia absurda, habían bastado para hacer correr una bola que en un momento, se tornó inmanejable.
Pero no quería perderlo, de ningún modo.
Yo ya llevaba viéndolo muchas noches; coincidiendo en los boliches, siempre me escabullía entre la muchedumbre para observarlo de cerca y esperar que avanzara hacia mí y me pidiera que baile con él.
Sin embargo, él solo escogía a las bonitas con aspecto de modelo, a las más lanzadas o a las que formaban parte de un grupo al que todos avanzaban en manada.
Yo era invisible.
Pero una noche, todo cambiaría: sumamente borracho, estuvo a punto de trenzarse con un pibe de otro colegio en la puerta de "Cerebro", el lugar de moda. Yo, con varias copas de más, me puse frente al desconocido, quien quería bajarle los dientes a mi galán, amenazándolo con que yo era amiga del dueño del boliche y que podía vedarle la entrada a cualquier otro sitio con solo chasquear los dedos.
El rubio patotero, incapaz de coordinar con decencia, se terminó yendo junto a su grupo de amigos, dejándome como la heroína involuntaria de esta historia.
― Waw...gracias, che –la voz de ese muchachito lindo fue suficiente como para saber que lo amaría por siempre.
― No fue nada –palmeé su espalda –. Pero no te metas en quilombos. ¿Dale? –inspiré profundo, rogando que me diera un beso.
Mi primer beso.
Sin embargo, él se mantuvo de pie, abriendo los ojos con dificultad y frotándose los brazos entre sí, presumiblemente con algo de frío.
― La puta...no sé ni dónde queda mi hotel –comenzó a reír, desaforado.
― ¿Y tus amigos?
― Curtiéndose a alguien, o chupando birra en algún lado...¡qué sé yo! –subió sus hombros y empezó a avanzar a los tumbos por la vereda.
Todo terminaría muy mal de no intervenir.
― ¿Te parece sentarnos un rato a tomar aire? En un rato amanece y capaz que se te pasa el pedo –señalé la ubicación no tan lejana del lago Nahuel Huapi.
― ¿Pero no nos comerá el monstruo? –preguntó en alusión a la leyenda urbana del "Nahuelito". Era muy dulce aun estando borracho hasta la médula.
― Yo te defiendo, quedate tranquilo –prometí y a partir de entonces, siempre estuve a su lado.
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