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Haciendo zapping, dormité un rato en mi sofá preferido. Era el de la casa que yo compartía con mis padres, cuando aún éramos una familia de tres y no, de una sola persona.
Recuperada psicológicamente de aquella tragedia que me tuvo huérfana apenas pasada mi adolescencia, no faltaba oportunidad en que los recordaba y soñaba con un futuro distinto.
Apoyándome en mis abuelos, siendo criada por ellos, a poco de la muerte de mis padres le siguió la de mi abuelo Nicola. Estando solas en el mundo, mi "nani" y yo intentamos ser felices y acompañarnos en este duro camino.
A los veinte años quedé desconsolada en el mundo.
Una pulmonía fulminante en pleno agosto la apagó definitivamente y me encontré sola, con un departamento enorme y avejentado y un dinero interesante en una cuenta bancaria.
Disponiendo de mi herencia a los 18 años, no había hecho total uso de ella aun; fue por entonces que conocí a una chica con la que hice buenas migas y me ayudó a reformar esta casa de la que imaginaba no desprenderme nunca más.
Sin embargo, a poco de terminar con las remodelaciones, apareció un mail de Matías en mi casilla, con quien yo chateaba cuando la conexión a internet me lo permitía (y a él también). En ese mensaje, me enviaba la hora exacta en la que su micro llegaría a Retiro.
A partir de entonces, de aquel ofrecimiento de compartir esta enorme vivienda, de sus ganas de estudiar lejos de un padre opresivo y controlador, es que nuestra historia comenzó.
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