El Reflejo

Marien se levantó pensando que ese día sería como todos los demás, aburrido y lleno de tareas a realizar. ¡Qué equivocada estaba!

Al ir al baño para lavarse la boca, levantó la vista al espejo que colgaba de la pared sobre el lavamanos y su cepillo de dientes resbaló de sus dedos hasta caer con un sonido agudo dentro del mobiliario de porcelana negra. Sus ojos chocolate se agrandaron y hasta parpadeó varias veces, cuestionando su cordura. Sin embargo, la imagen no quería desvanecerse del espejo sin importar cuantas veces cerrara los ojos o se pellizcara las mejillas.

Del otro lado del cristal podía observar agua y el rostro de un hombre de largo cabello negro que flotaba a su alrededor. Un trio de branquias se vislumbraban a cada lado de su cuello, las cuales estaban cubiertas de escamas azul claro que se desvanecían tras sus orejas humanas para luego aparecer sobre sus mejillas.

La mujer no necesitaba ver la cola de pez para saber que se trataba de un mítico tritón. ¿Pero por qué estaba viendo uno? ¿Qué hacía dentro de su espejo? O más bien, ¿qué quería de ella?

Como respondiendo a sus pensamientos, unas manos con membranas entre sus dedos atravesaron el cristal, aferrándose a las orillas. Luego emergió la cabeza del hombre, haciendo que ella diera un salto hacia atrás.

―Ven conmigo ―dijo el tritón, lamiéndose los labios mientras le sostenía la mirada.

Aquellos ojos negros sin irises parecían un pozo sin fondo. Su negrura asustaba, pero a la misma vez reflejaba el universo entero. Marien se descubrió deseando perderse en ellos y conocer todo lo que esa criatura de leyenda veía como cotidiano... saber todo el conocimiento que él poseía.

Sin darle tiempo a que su cerebro creara dudas, la mujer asintió y le ofreció la mano al tritón, quien la haló de inmediato dentro del espejo.

Ese fue su error. Lo último que la chica de ojos chocolate vio fueron un par de colmillos filosos dirigiéndose a su cuello.