Saharys movió un poco el cuerpo sin abrir los ojos para comprobar que todo estuviera en orden. Cuando estuvo segura que aún conservaba todos sus miembros y órganos intactos, lentamente separó sus párpados.

―¡Me alegra que haya recuperado la conciencia, su alteza! ― exclamó, con una sonrisa, un hombre vestido con una túnica azul que sería la envidia de cualquier elfo de Tolkien. La mitad superior de su rostro estaba cubierto por capas de tela y un elaborado pendiente con un enorme rubí brillaba en su pecho.

―¿Quién eres y dónde estoy? ― preguntó Saharys mirado a su alrededor y fallando en encontrar algo conocido―. Esta no es mi casa.

Y tenía razón, esa no era su casa ni su cuarto. Estaba sentaba en una cama suave y mullida que para nada se parecía a la suya. Muebles caros, en lo que parecía madera tallada con motivos orientales, adornaban la habitación e incluso habían elaboradas lámparas de papel colgando del techo. ¿Dónde demonios estaba?

―Lo será de ahora en adelante, Emperatriz ― pero antes que ella pudiera decir algo, el desconocido continuó hablando―. Me llamo Asir Naran y soy su consejero real; además de ser el mogian del palacio.

Cuando vió la cara de perplejidad en ella, agregó algo más―. Un mogian es, en términos que alguien como usted pueda entender, una mezcla entre monje y mago.

―¿"Terminos que alguien como usted pueda entender"? ¿Me está llamando bruta?

―Nuestra orden ha jurado proteger al reino tanto de peligros externos como internos, pero nuestro mayor deber es proteger la barrera entre su mundo y este ― continuó como si ella nunca hubiera hablado.

―¿Me está diciendo que me encuentro en otro mundo?

―Se encuentra en Secilian, Emperatriz.