V E I N T I O C H O
Bea
Suaves.
Como desde hace un tiempo me los he venido imaginando, los labios de Evan se sienten suaves, al igual que un malvavisco. Al principio sentí como estuvo tenso de la sorpresa, pero luego me correspondió y llevó sus manos a mi cintura para atraerme más a él.
Sus labios se mueven sobre los míos llevando el ritmo de este ansioso y dulce beso. Mis manos hicieron un recorrido de sus hombros hasta enredarse detrás de su cuello y empezar a jugar con su sedoso cabello.
Las puntas de mis pies empiezan a doler por estar encima de ellas y, aún así, no me alejo. Evan sabe lo que hace, lo sabe muy bien. Sus labios con cada ansioso pero lento roce con los míos hacen que sienta más mariposas en el estómago de las que ya tenía.
Esto se siente bien, se siente correcto y creo que ambos lo sabemos. Evan me besa con una lentitud y cariño increíble, pero también están esos eventuales roces dónde va con un poco más de prisa y da un chupón a mi labio inferior.
Quiero creer que, por esa forma en la que me está besando, él quería esto tanto como yo.
Poco a poco mis pies fueron cediendo al igual que mi respiración, por lo que terminamos alejándonos. Éramos respiraciones agitadas y labios hinchados y rojizos. Evan apoya su frente de la mía sin apartar sus manos de mi cintura. Cuando abro los ojos, él aún tiene los suyos cerrados y un sonrojo que le llega hasta el cuello. Igual yo me siento así de sonrojada. Además de eso, su expresión no decía nada, estaba en blanco.
—Evan, yo... —no pude terminar lo que iba a decir, lo siguiente que hizo, creo que debí de imaginarmelo.
Da dos pasos de retroceso y recoge su mochila, antes de bajar de un salto de la plataforma, me ve sobre su hombro murmurando un «lo siento». Evan sale del auditorio sin volver a mirar atrás, dejando todos mis pensamientos y emociones revueltos.
—¿Qué hiciste, Beatríz? —me reclamo, resoplando y sentándome en el lugar donde estaba él antes, apoyando mi cabeza de una mano—. Claro que él no va a sentir nada por ti.
Tremendo error que he cometido. Claro que alguien como Evan no va a sentir nada por mí, por alguien tan... simple. Cubro mi rostro con mis manos, soltando un lamento. Idiota, idiota, idiota. Debí ignorar el impulso, debí irme, debí...
Debí de pensar en las consecuencias, debí pensar dos veces y no ser impulsiva. Lamentarse ahora no sirve porque todo queda en un simple «debí», aún así no puedo dejar de reprocharme, de regañarme a mí misma.
No debí besar a Evan, no debí haberme fijado en él. Solo no debí... haberme enamorado.
—¿Bea? —los pasos de Lyla se acercan a dónde estoy, empezando a odiar mi existencia estúpida—. ¿Qué haces aquí?
—La he liado, Ly, tremendamente —lamento aún con mis manos escondiendo mi rostro.
—¿De qué estás hablando? —Lyla me toma de las muñecas para alejarlas de mi cara—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, Bee.
—No quiero hablar de eso ahora, Lyla —ella asiente, suspirando, acomodándose también a mi lado.
—Oye, ¿Qué tal si hacemos una pijamada hoy en mi casa? —me sacude de los hombros±. Hace tanto no tenemos noche de chicas.
—Pero pensé que te estabas quedando con Andy —digo, recordando la noche anterior cuando la dejamos en casa del rubio.
—Así es, pero aún así puedo ir a mi casa. Vamos, será divertido.
Lo pienso unos momentos, enroscado uno de los mechones de mi cabello en mi dedo.
—Vale, déjame avisarle a mamá —informo, levantándome del suelo para buscar mi mochila detrás de la cortinas del escenario.
Se supone que vine aquí solo a buscar un libro que olvidé por ayudar a los de teatro la semana pasada, no a besuquearme con Evan. Ojalá te hubieras limitado a eso, Beatríz, ¡Ojalá!
Tomé mi mochila y me la cuelgo al hombro buscando mi móvil, volviendo al escenario dónde Lyla me espera. Ya con el móvil en manos, le envío un mensaje a mi mamá:
¿Puedo quedarme a dormir en casa de Lyla hoy?
No pasaron ni tres segundo cuando mi mamá me responde.
Mami: ¿No sé supone que ahora debas de estar en clases, señorita?
Yo: Estamos en un descanso de diez minutos, entonces, ¿Puedo quedarme con Lyla hoy?
Mami: ¿No que los padres de Lyla están en un viaje de negocios?
Gruño rodando los ojos. Amo mucho a mi mamá, pero su lado sobreprotector y yo no siempre vamos bien, me parece tierno y me gusta que se preocupe por mí, porque sé que hay madres que no lo hacen, pero está rompiendo el acuerdo. Deben dejarme salir más, vivir más mi adolescencia como lo hicieron mis hermanos, no dejarme encerrada en casa siempre.
Mamá, solo será una noche, prometo que llegaré mañana después de clases.
Esta vez, sí pasan más segundos en responderme, incluso un minuto, dos. Sé que se lo está pensando a profundidad, sé también que pudo recordar el trato que tenemos ella, papá y yo.
Mami: Bien, pero te estaré llamando cada veinte minutos, ¿Okey?
Sonrío dando un salto en festejo.
Yo: Está bien, después de clases iré con ella a buscar mis cosas a la casa. Adiós
Mami: Bien, adiós.
—Mamá me dijo que sí —le informo a Lyla llegando a su lado.
—Súper, ahora vamos a clases, si no ambas llegaremos tarde —ella se levanta del suelo sacudiendo los costados de sus vaqueros.
Lyla enreda su brazo con el mío y así salimos del auditorio.
-
—¿Nos vamos, Bee?
—Dame un segundo —pido mientras acomodo unos libros que casi se me caen al suelo—. Y... ¡Ya está! —sonrío satisfecha cuando todas las cosas en mi casillero están acomodadas y no echas un desastre de hojas sueltas y lápices.
—¡Al fin! —exclama Lyla, haciendo un gesto de agradecimiento a nadie en específico—. Ahora sí, vámonos.
Ruedo los ojos, riendo por las tonterías de mi mejor amiga. Cierro mi casillero y giro a ver a Lyla, pero me detengo a media vuelta, mi sonrisa desaparece al instante, el buen humor que había recolectado también, siento mis mejillas sonrojarse.
—¿Qué pas..? —no completa su pregunta cuando nota el porqué me puse así. O más bien, por quién.
Aunque aún no le haya contado a Lyla lo que pasó con Evan en el auditorio, ella sabe cuándo me siento incomoda con una persona, sabe el momento exacto en el cual quiero ser tragada por la tierra.
Ella pasa su brazo sobre mis hombros y me obliga a dar la vuelta, quedamos de espaldas a él.
—Vámonos —y me arrastras consigo a la salida de la preparatoria.
Aún puedo sentir su mirada en el cogote, solo que no giré. No quería verlo, estoy... ni siquiera sé cómo estoy, o como sentirme. Si molesta, triste o... No lo sé, todo esto es muy confuso.
Lyla y yo tuvimos que irnos a pie a mi casa, el auto de Andy aún sigue en el mecánico, Aidan no pudo darnos el aventón porque tuvo que ir a buscar a Sam y Evan, ni siquiera hay que dar una explicación.
Cuando llegamos a casa, cansadas de tanto camino, en la sala nos encontramos a Ben, a Brie y a mi mamá, jugando un juego de mesa muy concentrados.
—Hola —los saludamos las dos, aún agotadas.
—Hola —responden al unísono sin quitar la vista de su juego, una partida intensa de Monopoly.
—¿Cómo te fue en clases hoy, hija? —pregunta mi mamá.
—Como todos los días —evado los detalles de que besé a Evan—. Hey, Ly, voy a buscar mis cosas, ya vuelvo —ella asiente de acuerdo.
Subo las escaleras hasta mi habitación, donde saqué los libros y cosas de mi mochila para guardar una muda de ropa, cepillo dental y el cargador de mi móvil. Cuando tengo todo listo, mi móvil empieza a sonar en uno de los bolsillos de mi chaqueta.
Llamada entrante de Ross.
Mi corazón se acelera incluso con tan solo una llamada suya. Mis manos temblorosas se acercan a la pantalla y deslizan el botón rojo, cortando la llamada. No quiero verlo, no quiero oírlo, por hoy, no quiero saber nada de él.
Pero claro, Evan tiene planes diferentes a los míos.
Pasaron tan solo diez segundos y la llamada volvió he hice lo mismo, desviarla. Decidí apagar mi teléfono, esta noche sería para poder olvidarme del mal rato que me hizo pasar en el auditorio y poder pasar una buena pijamada con mi mejor amiga.
Bajo la escaleras ya preparada con todo lo que necesitaba. En la sala Lyla estaba sentada en el brazo del sofá donde está sentado Ben, al parecer apoyándolo. Tal parece que mi amiga se interesó en la partida de Monopoly de mis hermanos y mamá.
—Ya estoy lista —aviso, llegando junto a mi hermana.
—Me rindo, Ben, nunca ganarás —Lyla se levanta de un salto del brazo del sofá.
—Eres muy malo, hermano —ríe Brie.
—Vale, no me lo recuerden. Ya tengo suficiente con que Lanie me lo restriegue en cada partida que tenemos —todos nos reímos—. Chicas, ¿Quieren que las lleve? Ya me cansé de perder.
Y aún cansandose de perder, nunca se niega a una partida.
—Claro, Ben, solo no manejes como psicópata.
Mi hermano mayor rueda los ojos.
—Sí, sí, vale, aprendí la lección, ¿Contenta?
Me echo a reír con Lyla, caminando a la entrada.
—No sé por qué no hablé de eso con Melanie hace años, me habría ahorrado unos cuantos sustos.
—Odio cuando ustedes hacen un complot contra mí —Ben toma las llaves del auto de mamá—. Traición en doble parte.
Meneando la cabeza por las tonterías que dice Benjamín, subimos al auto de mamá. Los veinte minutos que nos tomamos camino a casa de Lyla, ella y yo lo vamos molestando y bromeando. Lyla y yo tenemos un pasatiempo favorito: molestar a mi hermano, él lo sabe y vive con ello, pero no significa que de tanto en tanto alguna broma le moleste.
—Niñas, las dejaré botadas en cualquier avenida si siguen con sus bromas —amenaza mi hermano, por lo que Lyla y yo dejamos de molestarlo—. Gracias.
Dejamos las bromas para hablar de otras cosas, Ben nos preguntó qué haríamos esta noche y nos advirtió tener cuidado, y si pasa algo, que no dudemos en llamarlo. Cómo mis padres, mis hermanos también me sobre protegen mucho, aunque Brie es más flexible y apoya mi punto de que «debo vivir fuera de las paredes de la casa» Ben está más del lado de mis padres de «vive pero no cometas locuras, ten cuidado y, sobretodo, llámanos a cualquier emergencia»
Aún así, amo a ese idiota que tengo por hermano.
Benjamín aparca frente a la casa de Lyla; una casa adosada muy linda, con la fachada en color crema, un jardín delantero precioso con un camino que lleva a la entrada principal. La casa de Lyla siempre me a gustado por lo cómoda que puedo estar en ella, además, tiene una piscina increíble en el patio que más de una vez fue cómplice de mis bromas a mi mejor amiga.
—Gracias, Ben —digo a mi hermano, dándole un rápido abrazo antes de bajar del auto.
—¡Suerte en el juego! —desea Lyla, que ya iba camino a la entrada.
—Adiós, honguito —me desordena el pelo en ese abrazo y yo le doy un golpe detrás de la cabeza que lo hace reír—. Auch, malvada.
—Idiota —bajo del auto de mamá—. Saludos a Melanie.
Se despide por última vez y lo veo irse calle abajo, de seguro a hacerle una improvisada visita a la primaria a Melanie.
Sigo el camino hasta la entrada principal abierta y adentro solo el silencio me recibió. La casa de Lyla también es muy linda por dentro, tiene ese aire elegante por los colores blanco y negro que pintan las paredes decoradas de adornos y fotos. La sala es un espacio amplio donde solo están el juego de tres muebles y una mesa y con la vista directa a la cocina.
Voy y dejo mi mochila en uno de los muebles, en la mesita a su lado donde reposa la lámpara también hay una foto vieja donde estamos Lyla y yo, recuerdo bien que fue su cumpleaños nueve, ella iba con un lindo vestido de princesa rosado mientras que yo con uno morado, ambas con grandes sonrisas que le faltaban un par de dientes y tiaras sobre nuestras cabezas.
Que lindos recuerdos son esos.
Dejo la foto otra vez en su lugar y segundos después algo me empuja de atrás, haciendo que casi caiga de boca al suelo de no ser porque mis manos sirvieron de apoyo.
Vaya, que tiene fuerza.
—Hola, peludo —lo saludo riendo, girando y sentándome en el suelo—. ¿Cómo estás, amigo?, ¿Me has extrañado? —ladra en respuesta, lo que considero un «¡Sí te extrañé, Bea!»
La cosita más linda que aún impide que me levante es Lucky, la mascota de Lyla. Él es un perro raza golden retriever; su pelaje es de un color dorado brillante, con su collar azul oscuro y con su placa. Lucky es de un tamaño considerablemente grande, pero eso no le quita lo lindo y adorable que es.
—¡Ven, Lucky! —lo llama Lyla, él hace caso a su dueña y se aleja de mí.
—Pensé que también se quedaba contigo en casa de Andy —le comento, sacudiéndome el pelo de perro.
—Así es, pero los padres de Andy no son muy amantes de las mascotas —hace una mueca por eso—. Así que pasa la noche allá y antes de irme a la escuela lo dejo aquí o con la vecina de al lado.
—Necesitas una niñera para Lucky
Lyla también se ríe, sentándose mi lado en el sofá.
—Lo he estado pensando. Hola, mi peque —saluda a Lucky, quien recuesta su cabeza sobre los muslos de Lyla para que le haga mimos.
Lyla ama con locura a Lucky, es como su peludo mejor amigo. Aún recuerdo demasiado bien aquella noche lluviosa dónde ella llegó con prisas a mi casa y con este mismo canino mucho más pequeño, Lyla me contó que lo había encontrado en una caja junto al basurero, chillando en lamentos y que nadie además de ella lo había notado. Mi mamá la recibió esa noche he hizo uso de sus pocos conocimientos médicos para poder atender las pocas heridas que tenía Lucky antes de llevarlo al veterinario la mañana siguiente.
Desde ese día, él se a convertido en un can bastante querido por la familia Carvajal y Ferguson, mis padres adoran cuando Lyla va de visita y lo lleva, papá en gran parte porque puede hacer uso de su gran nariz cuando Lyla le permite llevarse al canino a sus expediciones en otras ciudades.
—¿Qué podemos hacer? —pregunta Lyla sin dejar de darle mimos a su mascota.
Encojo los hombros, acomodandome en mi lugar.
—No lo sé, ¿Qué tal películas, pizza y dulces?
—Me agrada esa idea, iré a ver qué hay en la despensa, ¡Vamos, Lucky!
Mientras Lyla revisa la despensa de su cocina, yo subo rápido a su habitación a dejar mis cosas. En el pasillo del piso de arriba saqué mi teléfono y decido al fin encenderlo, si mamá me llama y tengo el teléfono apagado, me matará, eso es seguro.
Apenas inició la página principal, aparecieron las veinte llamadas perdidas de Evan, también las tres de Aidan. Veo los mensajes y al igual que las llamadas, son bastantes.
Todos son de hace una media hora.
Lo siento.
¿Podemos hablar?
Perdón Bea, no debí irme.
¿Bea?
¿Estás ahí?
Por favor, ¿Podemos hablar?
Bea, yo... en serio, en serio lo siento. No quería irme así, perdón.
No seguí leyendo los mensajes. Salgo de su conversación y voy al contacto de mi mejor amigo.
Aunque no fue tan necesario, justo cuando iba marcar su número, aparece la llamada en la pantalla, la foto de Aidan, que él mismo eligió, como fondo. Hacía una de sus muecas raras que hace verlo gracioso.
—Hey, Ai —saludo pero no recibo una respuesta igual. Del otro lado hay murmullos raros, fruncí el seño—. ¿Aidan?
—¡Bea! —tuve que alejar el teléfono de mi oído—. Hey, oye... mmm.. —suena nervioso—. ¿Cómo estás?
Vale, muy raro. Aidan no me llama repentinamente solo para preguntarme cómo estoy. Aún del otro lado se escuchan esos murmullos.
—Eh, bueno, estoy bien, ¿Por qué lo preguntas?
—No, no, solo quer- ¡No!, ¡Dámelo! —escucho como forcejea con alguien.
—¿Aidan? —no responde, aún hay forcejeo de su lado, esto no me gusta—. ¡Aidan!
—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —su voz se oye agitada.
—¿Pero qué pasó?
—Nada, solo... —despide aire cansado—. Nada.
—Aidan, dime la verdad, ¿Qué pasó?
—Tranquila, Bea, solo era... era Sam. Quiere usar mi teléfono para jugar.
—Vale... —es obvio que no le creo, no me sabe mentir.
—Bueno, eso era todo. Nos vemos mañana, adiós. ¿Qué? No, ¡Hazlo tú! —lo último que dice se escucha lejano, antes de poder preguntar, la llamada se corta.
Veo la pantalla de mi teléfono con el ceño fruncido, ¿Pero qué rayos a sido eso? Solemos tener llamadas y conversaciones extrañas, pero esto sobrepasó el límite. Además, no me trago ese cuento de «Sam quiere jugar en mi teléfono», Aidan no me sabe mentir.
Solo que no tengo idea de con quién pudo haberse jaloneado.
Dejo mi mochila en la habitación de Lyla y también mis zapatos, andando ahora descalza por el piso de madera frío de la casa. Abajo Lyla servía en dos vasos dos tipos de refrescos diferentes: Coca-Cola y Sprite. Sobre la mesita de centro hay unos cuantos tazones con snacks.
—¿Qué veremos? —pregunto, tomando un puñado de papas y echándome al sofá.
—Tú solo dejate sorprender —guiña divertida el ojo hacia mí y le da play a la película en pausa
Durante el inicio no pude saber a ciencia cierta qué película era, hasta que al fin aparece la intro y doy saltos emocionada en mi lugar porque mi mejor amiga eligió poner Ant-Man, una de mis tantas favoritas de Marvel. Lyla se ríe de mi emoción.
He visto esta película incontables veces y aún así no me canso nunca, por lo que cuando va a mitad y Lyla le pone pausa, dejo ir una queja que mi amiga interrumpe con su pregunta:
—¿Quieres hablar de lo que pasó hoy ya?
Asentí sabiendo que no tengo más opción, por lo que Ant-Man queda para después. Le cuento todo lo que pasó, desde que lo encontré en el escenario, hasta como terminamos besándonos. Lyla sonrió cuando le conté esa parte de la historia, pero su sonrisa se borró al escuchar el momento en dónde él salió corriendo del auditorio.
—... Y no sé qué hacer, Ly, yo creí que solo me gusta a y ya pero me di cuenta que...
—Estás enamorada de Evan —termina por mí.
Asentí suspirando.
—¿Qué crees que debería hacer?
—Si te soy sincera, no lo sé —le doy una mala mirada. Ella alza sus manos a cada lado—. ¡Lo siento! Es que... Bee, Evan es alguien complicado, lo sabes. Yo creo que... deberías hablar con él.
—Pero eso es lo que no quiero, hablar con él.
—Tendrás que hacerlo en algún momento, Bea. No pretendes evitarlo toda la vida, ¿Cierto? —adiós a mi plan—. Deben hablar. Aunque aún no entiendo por qué huyó. Sé que no lo conozco como tú, Aidan o Andy, pero no soy ciega, he visto como te mira. Esa mirada es especial, Bea. Única.
—Tal vez hayas confundido las cosas —murmuro comiendo una patata.
—Yo no confundo nada, Bea. Estoy segura de que tú le gustas, debe de haber alguna razón por la que huyó como cobarde.
—No trates de justificar sus acciones, siento que te pones en mi contra —digo, fingiendo ofensa.
Lyla menea la cabeza riéndose.
—Jamás haría eso, ¿Cómo crees?
—¿En serio crees que debo hablar con él? —cuestiono, insegura.
—Es lo mejor, Bee, así tú aclaras tus dudas y él... pues.. él lo que sea que esté pasando.
—Gracias, Lyla.
—No hay de qué, Bee —ella me sonríe de lado y vuelve a darle play a la película.
En cuanto la película terminó fui a cambiarme a mi pijama porque ya estaba anocheciendo y Lyla se quedó abajo esperando la pizza que habíamos ordenado. Cuando regresé ya con mi pijama, Lyla subió, pidiéndome que esté atenta a la puerta por nuestra cena.
El timbre suena cuando estaba atacando el tazón de Doritos, sacudo mis manos y tomo el pago de la pizza de la mesa.
Abro la puerta, esperando ver a un repartidor, pero no. Mi mano queda congelada en el pomo y mis ojos ligeramente abiertos por la sorpresa, su nombre deja mis labios en un susurro:
—Evan...
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