V E I N T I D Ó S
Ya que estamos, les digo que escuchen Me, Myself & I de 5 Seconds Of Summer. No más porque la canción es tremenda.
Ahora sí, vayan a leer:
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Los crujidos de la grava bajo nuestros pies mientras pasamos por el sendero que lleva a la entrada principal es el único sonido que hay entre Bea y yo. En el pórtico tomo unas cuantas respiraciones profundas.
Tú puedes hacerlo, Evan.
Me repito eso una y otra vez, convenciendome de ello, solo que, en el momento dónde estoy a punto de girar el pomo de la entrada principal, dudo y me quedo congelado.
—Tú puedes hacerlo, Ross —asegura Bea, poniendo su mano sobre mi hombro y sonriendome. Seguramente no ha de entender nada de lo que me pasa, pero me apoya y asegura que todo irá bien.
Asentí afirmando sus palabras, girando el pomo de una vez por todas.
Cuando la puerta está abierta, el aroma familiar de esa casa llega a mis fosas nasales. No solo seguía igual por fuera, también lo está por dentro. La misma disposición de los sofás, las mesitas, incluso de esa manualidad que Ava hizo hace tiempo decorando la puerta del armario junto a las escaleras. Hasta las... fotografías.
—Guao —murmura Bea, la veo por encima de mi hombro, ella observa toda la estancia asombrada—. Linda casa —comenta, encontrándose con mi mirada.
—Eh... gracias.
Nos detenemos en el punto dónde la sala de estar está a nuestra derecha, las escaleras a la izquierda y el pasillo que da a la cocina en frente. No escucho nada aquí. En la sala no hay nadie, nadie baja de las escaleras ni viene de la cocina. ¿Se habrán ido al parque ya?
—¿Hola? —digo lo suficientemente alto para que se escuchara—. ¿Papá?
—¡Estamos en la cocina! —es el grito de la tía Vanessa en dicho lugar.
Le hago a Bea un gesto con la cabeza para que me siga a la cocina que está después de cruzar el pasillo. Además del baño de abajo y un armario donde papá solo guarda cachivaches, habían montones de fotos. De mi papá con Ava en su baile de Padre he Hija del preescolar, una foto mía con el uniforme de hockey de mi primaria, sonriendo a la cámara feliz de haber ganado mi primer juego.
Detengo mis pasos a mitad del pasillo cuando no escucho los de Bea seguirme, volteé a ver y ella se había quedado parada casi al inicio, viendo una fotografia. Frunzo el ceño, acercándome a ver cuál era, mi respiración casi se detiene otra vez.
Es una foto del momento en que me dijeron que iba a tener una hermanita. Recuerdo bien que fue en julio, a tan solo dos meses de mi cumpleaños número diez, también recuerdo que esa noticia fue la mejor que me habían dado. En la foto me veía realmente feliz, siempre había querido tener un hermano o hermana, y enterarme de eso fue como que me dijeran que me iría a vivir a Disneyland.
¿Quién se hubiera imaginado el dolor que pasamos los últimos meses del embarazo de mamá? Todo lo que pasó el día del nacimiento de Ava... aún no puedo dar una razón de por qué diablos lo hizo. Si ella estaba feliz, tan emocionada como nosotros.
—¿Esa es tu mamá? —la pregunta de Bea me saca de mis pensamientos.
—Sí, es ella —respondo, gélido. Odio la forma en como es mi mecanismo de defensa con el tema, pero es que es inevitable no poder actuar así, incluso si se trata de ella.
—Vale —no hace más preguntas, supongo que Bea ya se hace una idea de qué este es un tema muy delicado para mí.
Entrando de lleno en la cocina, sonreí por la escena que se desarrolla frente a mí.
Papá está cocinando lo que parecen ser panqueques, salteandolos en el aire. Mi tía está a unos pasos de él, lanzandole cosas al azar para que él las atrape y las cocine, aún cocinando los panqueques. Ava está sentada en un taburete alto de la isla, riendo mientras come de su desayuno. El tío Peter trataba de ocultar su risa, pero no se aguanta cuando la tía Vanessa le lanza un huevo a mi padre, que no atrapa y termina rompiéndose en su cabello.
Bea se atraganta a mi lado, presionando con fuerza sus labios para no echarse a reír hasta el cansancio. Veo a papá, que tiene ahora la cabeza metida bajo el chorro del fregadero.
—¡Que los huevos no iban, Ness! —exclamó.
Me aclaro la garganta para llamar la atención de mi familia.
—¡Chicos! —se aproxima a nosotros mi tía, dándome un beso en la mejilla y un abrazo para Bea—. Beatríz, que bueno verte otra vez.
—Lo mismo digo, señora Ross.
Mi tía hace un gesto con la mano, como si quisiera decir «no me digas así» de una forma bromista.
—Dime Vanessa, cariño.
Bea solo asiente, murmurando un «vale»
—¿Los trajiste? —pregunta Ava después de tragar un bocado de su comida, lleva puesto uno de esos lindos vestidos veraniegos que la tía le pone a veces, su cabello negro está trenzado a los lado de su cabeza con unos lazos decorando.
Mi hermana tiene pinta de una tierna muñeca, ¿He dicho que ella es muy linda? Porque en serio lo es, tengo a la hermana más linda y tierna de todas.
—Sí, aquí están, enana —le muestro la bolsa con sus preciados patines, dejándola sobre la mesada a mi lado
—¡Gracias! ¡Eres el mejor hermano del mundo! —me regala una enorme sonrisa de dientes torcidos y restos de comida en ellos.
—¿Ya desayunaron, chicos? —nos pregunta papá, secando sus manos y algunas gotas en su rostro con un trapo.
—Sí, señor Ross. Ya desayunamos —responde Bea.
Papá se ríe por alguna extraña razón.
—Dime Avan, Beatríz.
Ella frunce el entrecejo, viendo de mi padre a mi hermana y finalmente a mí.
—Ustedes tres tienen nombres muy parecidos.
Me encogí de hombros, riendo.
—Adivina quién los eligió.
—¡No soy muy creativo! ¿Vale? —se escucha el grito de papá desde la alacena.
—Avan, Evan y Ava —enumera los tres nombres—. Que solo les hace falta una niña para llamarla Eva.
Hay unas risas mías y de mi hermana y otras más cortas de mis tíos.
—Todas sus mascotas tenían el mismo nombre —comentó el tío Peter.
Nos volvemos a reír de papá y de su falta de creatividad.
—Guao, gracias hermano. El apoyo que caracteriza a esta familia es genial —ironizó, poniendo los ojos en blanco.
No sirvió de mucho el sarcasmo porque aún así nos volvimos a burlar de él.
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—¿Van a querer el postre? —pregunta la tía Ness a Bea y a mí—. Es helado de chocolate, Evan, tu favorito.
Eso sonaba muy tentador. Pero... Bea debe volver a casa, no quiero meterla en problemas porque yo quería helado de chocolate.
—No lo sé, tía. Debo llevar a Bea a su casa antes de...
—No hay problema, le escribí a mamá —intervino ella—. Le he pedido permiso para estar un tiempo más afuera y aceptó.
—¿Estás segura?
Ella asintió, sonriendo de labios cerrados.
—Segura, Ross.
Aún no estaba muy seguro, aunque Bea parece bastante tranquila y segura. Miré el helado que reposa en la isla, seguía siendo tentador...
—Vale, está bien.
Luego de terminar su desayuno, Ava subió a su habitación a arreglar sus patines, papá se fue a dar una ducha para ya no tener olor a huevo en el pelo y el tío Peter subió a arreglarse para la salida al parque que de seguro fue una petición de mi hermana.
Bea y yo nos quedamos en la sala esperando sentados en el sofá grande a que mi tía nos llamara para ir por los helados. No quiero arriesgarme a estar en la cocina y que esa mujer diga uno de sus comentarios que son una vergüenza asegurada. Tiene la horrible costumbre de decir algún comentario, o sacar a coalición momentos vergonzosos de mi infancia, no quiero que Bea escuche algo de eso por dos razones que considero muy justificadas: empezará a molestarme y puede que crea que soy un tonto.
Sí soy tonto, pero no quiero que ella piense que lo soy aún más.
Ambos estamos sentados en el sofá grande, ella de espaldas y yo de frente a la escalera, por esa posición, no pasé por alto el momento donde mi papá, tío y hermana bajaron juntos y se fueron a la cocina. Nada de esa escena hubiera sido rara, de no ser por la expresión juguetona, casi pícara de papá. Era muy impropia de él, diría que demasiado. ¿Cuándo yo había visto a mi papá hacer eso? Jamás.
Volví a concentrarme en Bea en cuanto ellos desaparecieron en el pasillo, está como hace un rato: callada, con la mirada perdida y distraída. ¿Qué pasó ahora?
—¿Estás bien? —no pude evitar preguntar.
—Sí, sí, estoy bien —su tono me dice todo lo contrario—. Solo... quería saber si podemos hablar de... —sus mejillas se tornaron de un rosa ligero—, lo que pasó hace un rato en el auto...
Creo que me puse más rojo que ella.
Oh, joder.
—Eh... —aclaro mi garganta, también me acomodé en mi asiento—, v-vale...
—¿Qué se supone que...?
Y como un acto milagroso del cielo, de la cocina vino un:
—¡Chicos, vengan! —de la tía Ness.
Me levanté con más prisa de la normal del sofá, no solo me gané una mirada rara de Bea, sino que también tuve un rápido mareo. Mi mejor excusa fue:
—Es helado de chocolate, mi favorito —y prácticamente salí huyendo de la sala.
No sé de qué huí, si de la conversación o de ella, o puede que ambas. Ambas es la respuesta más probable.
Al entrar en la cocina, noté que en la isla están nuestras tazas con helado de chocolate que aún despiden vaho de frío. No solo eso, sino que también están los mejores complementos para el helado: crema batida y sirope de caramelo salado.
Desde que soy un niño, tengo cierta costumbre de comer mi helado con esos dos acompañamientos. A mí familia le gusta con crema y sirope de chocolate, unos completos básicos, si se me permite decir, ellos no saben la delicia que le agrega el caramelo salado al chocolate.
—Adelante —dijo papá, comiendo una cucharada de su helado con crema—, has tu rara combinación.
Fui hasta la isla, sonriendo como un niño apunto de hacer la mejor invención culinaria, ¡Aunque sí es la mejor invención culinaria!
—¿Qué pasa, linda? —preguntó la tía Ness, no había notado que Bea estaba quieta en la entrada—, ¿No te apetece ya?
Ella negó con la cabeza, llegando a mi lado.
—No, no es eso. Es que... —sonrió, mirándome—, a mí también me gusta el helado de chocolate con caramelo salado.
Venga ya, no puede ser cierto.
—¿En serio? —pregunté, sintiendo incredulidad y felicidad al mismo tiempo.
—¡Sí! Le da un mejor toque, los sabores son asombrosos.
—¡Al fin alguien con mis gustos! —exclamé, haciendo reir a mi familia—. Es la mejor mezcla de sabores de todas.
—Por supuesto que lo es —afirmó lo obvio, ambos empezamos a agregar el mejor sirope a nuestros helados.
—Que gustos tan similares, y teniendo en cuenta lo de anoche... —el tío Peter no hace ni el más mínimo ápice de disimular o murmurar sus palabras, todos en la cocina los escuchan, bien incluída Bea que ahora tiene un intenso sonrojo.
No pasan ni dos segundos cuando yo también siento el calor en mi rostro, desvío la mirada cuando papá se fija en mí y me concentro en mi propio helado, teniendo ahora las manos sudorosas y las pulsaciones agitadas. Alzo la vista de nuevo, mi familia no deja de sonreír y darnos miraditas juguetonas, ¡Incluída Ava! ¡Pero que traidora, hermana! Papá aún tiene esa expresión juguetona en el rostro y sigue siendo extraño verlo con ella.
—Te gusta —formula sin emitir sonido a mí, y no es pregunta, es una afirmación.
Claro que es cierto pero no voy a decirlo en voz alta con mi familia aquí, mucho menos con ella.
Bea está bastante concentrada en su helado, volví la vista a papá, que sonríe pícaramente.
Este tipo de cosas es lo que no me agrada de la familia Ross.
—No, y no hablemos de eso —respondí de la misma forma, él levantó las manos en señal de paz.
No volvieron al tema.
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—Ojalá nos visites otra vez —mi tía se despide de Bea con un abrazo, guiñó un ojo en mi dirección antes de apartarse—. Serás bienvenida cuando quieras, Beatríz.
—Seño... —ella le da una mirada de «no, no»—... Vanessa, puede decirme Bea, lo sabe.
—Es que tu nombre es muy lindo. ¡Así se llamaba mi bisabuela! —Bea pone cara de sorpresa—. Es broma, no se llamaba así, pero tu nombre es muy lindo, cariño. No deberías avergonzarte de él.
Ella suspiró aliviada por lo bajo. Sé lo mucho que odia que le reiteren que su nombre es de adulta mayor, por eso prefiere siempre que la llamen por su apodo. «No suena como si fuera el nombre de una vieja de los 1900» comentó una vez.
Yo preferiría llamarla siempre «Pulgarcita» le va demasiado bien y adoro ver ese sonrojo que aparece cuando la llamo así.
—¡Adiós! —nos despedimos antes de salir.
El camino a la casa de Bea fue más animado que cuando íbamos a la casa de mi padre, comentamos sobre nuestro gusto al helado de chocolate con sirope de caramelo salado y como a los demás no les gustaba. Me dijo que ella es la única en su familia que lo disfruta así: a su madre extrañamente le daba náusea, a su padre simplemente no le gusta y sus hermanos detestan el sabor a tal punto que los hace vomitar.
¿Cómo podría? ¡En serio sabe asombroso!
—Nos vemos el lunes, Ross —se despide ella, bajando del auto cuando estamos frente a su casa.
Antes de que se alejara más, tomé el valor para llamarla:
—¿Si?
—Es que... eh, mañana tengo una presentación en el CallyCafé, no sé si... bueno, ¿Te... gustaría ir?
Malditos nervios, los odio. En serio que los odio. Quisiera ser un chico normal que le puede pedir con seguridad a la chica que le gusta que vaya a su presentación, ¡Me encantaría serlo! En cambio, soy este idiota nervioso por hacer una petición tan simple como esa.
A Bea se le iluminó la mirada de una forma tan linda que me hizo suspirar internamente, sus labios formaron una sonrisa.
—Claro, Ross, sería genial verte tocar o...
Sus palabras se ven interrumpidas por el llamado de su madre en la entrada de la casa.
—Nos vemos en la presentación —murmura, alejándose—. ¡Mami linda!
—¡Nada de «mami linda» ni nada! ¡Tú y yo tenemos que hablar, Beatríz! —escuché que refutó su madre.
Antes de entrar, Bea se voltea a verme y sonríe de labios cerrados, una sonrisa que sé que quiere decir: «me espera algo incómodo, te lo aseguro» cuando ella entra al fin, su madre se acerca a mi auto. No supe qué hacer, solo me quedé ahí congelado.
—¿Eres el chico con el que Beatríz estuvo anoche? —su tono firme asusta un poco.
—N-no señora, yo... —trago mis nuevos nervios. Joder, ¿Qué tienen las mujeres de esta familia con ponerme nervioso? No es lindo—. Yo... yo la pasé buscando en la casa de su amiga Lyla.
La señora madre de Bea entrecierra los ojos en mí, luego, hizo algo que no me esperé en esa situación: sonrió. Sonrió como si nada, como si minutos atrás no tenía una mirada capaz de mandarme al subsuelo.
—Evan, ¿cierto? —asentí—. No me tienes que mentir, hijo, sé cuándo los adolescentes mienten, eso hace más fácil la crianza de tres chicos. No tengo problema con que Beatríz haya pasado la noche en tu casa, con tal que no hayan tenido... pues, tú sabes —ella me guiñó un ojo. Empiezo a odiar que los adultos me hagan eso—, todo estará bien.
Mierda, no, no, no. No suponga eso.
—N-no, señora, no pasó nada. Ella... ella solo pasó la noche en mi casa —explico, otra vez con la sangre acumulada en mi rostro.
Asintió, parecía tranquila con mi respuesta. ¿Tal vez puede oler las verdades o sabe que me tiene lo bastante asustado como para no cometer la estupidez de mentirle?
—¿Has escuchado el dicho «No hay más ciego que el que no quiere ver»? —frunzo el entrecejo—. Si mi hija no ve lo que sientes por ella, tal vez necesite una demostración de ello.
Basta por favor, deje de decir esas cosas, ¡Me estoy sonrojando como un crío de octavo grado!
—No sé de... qué habla.
Vuelve a sonreírme, esta vez de modo comprensivo.
—Hay un brillo en tus ojos cuando la ves, no está mal estar enamorado, Evan. Puedo ver el miedo en tu mirada.
No digo nada, así que ella prosigue:
—No estés asustado, la vida es muy corta, y ustedes son muy jóvenes —y con eso, se fue de vuelta a la casa.
«No hay más ciego que el que no quiere ver» sus palabras se seguían repitiendo en mi cabeza.
Demonios, ¿Así de obvio soy que esa señora tan solo de verme unos minutos ya sabe lo que siento por su hija? Entonces, ¿La única que no se da cuenta era Bea? ¿O ella no se quiere dar cuenta?
Que horrible embrollo.
Volví otra vez a la casa de papá, (esta vez, no hubo ataque de pánico, aunque seguía sintiendo esa sensación de ahogo y nerviosismo) pasaríamos el fin de semana todos juntos ahí, y me parecía un plan agradable pese a que el lugar donde se llevaría a cabo no era mi favorito. Nadie tenía responsabilidades este fin de semana, exceptuandome a mí por la presentación que tendría mañana en la tarde en el CallyCafé. Después de eso, podría convivir con mi familia todo el fin de semana.
La casa seguía poniéndome inquieto, pero tenía que acostumbrarme a estar ahí. No puedo seguir huyendo de la casa que acumula recuerdos de mi infancia, tanto buenos... cómo malos. Y no siempre vamos a estar viviendo en la casa de nuestros tíos, en un momento teníamos que volver.
Solo esperaba que eso no pasara tan pronto.
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