T R E I N T A Y T R E S
Bea
Me debato de si ir tras Evan o no. Muerdo mi labio inferior, indecisa. Luego la uña de mi pulgar es la siguiente víctima de mi indecisión.
¿Voy o no voy tras él?
Cuando ya tengo la uña del pulgar echa un desastre a causa de mis dientes, termino decidiendo qué no. No voy a ir tras él porque, seguramente, yo no soy su persona favorita ahora.
Sigo sin entender por qué el tema de la mamá de Evan es algo que lo pone a tal punto de incómodo y tenso, otra cosa que tampoco entiendo es por qué yo soy tan estúpidamente insistente con algo de lo que él no quiere hablar.
Evito estrellar mis manos contra mi cara solo porque estoy rodeada de personas.
Soy. Una. Gran. Tonta.
Esas cuatro sílabas las repito una y otra vez para mí porque no hay más verdad que esa: soy una tonta entrometida. Evan no quería hablar de ello, ¡No quería y yo le insistí!
Resoplo guardando mis cosas en mi mochila, luego yendo a comprar un sándwich sencillo para comer. Voy saliendo de la cafetería comiendo de mi sandwich de jamón y queso, con todo lo de Evan, el examen de italiano y el hambre que cargo, podría comer mil de estos en veinte minutos.
—¿Viste lo que pasó en la cafetería? —escucho la pregunta de unas chicas a pocos pasos de mí—. Él, obviamente, estaba alejándose de ella, ¿Cómo no hacerlo? Si es insoportable.
Doy otra mordida a mi sandwich, acercandome con paso lento.
—... Te lo he dicho, ellos son sus amigos por lastima —frunzo el ceño, yo conozco esa irritante voz—. No tiene sentido que dos de los chicos más populares se junten con una chica como... ella.
Su acompañante no pudo darle su insignificante respuesta porque aceleré el paso a ellas y dije:
—Sigues hablando tonterías, eh —cruzo los brazos—. Solo chorradas es lo que sabes decir.
Ella me da una mirada despectiva con sus ojos cafés.
—Beatríz, la verdad duele mucho, lo lamento —aprieto los puños aún escondidos entre mis brazos. Ella es tan insoportable—. Dime, ¿Por cuál otra razón dos de los chicos más populares serían amigos tuyos, si eres tan... —me mira de arriba a bajo con una mueca—, simple y extraña?
Respira, respira. Si una vez te aguantaste darle una paliza esta vez también puedes hacerlo.
—¿Quieres razones? —arqueo ambas cejas—. Pues mira que Aidan es mi mejor amigo desde hace once años. No soy hipócrita con ellos, están conmigo porque pueden confiar en mí.
»Ambos saben que pueden contar conmigo sin importar en qué términos estemos. Y una de las razones más importantes: no soy una mentirosa manipuladora que se aprovecharía de algo que me confiaron solo para usarlo a mi favor, mucho menos para magonear a alguien.
»Por eso están conmigo, porque a diferencia de ti, yo no les mentiría, no utilizaría los secretos que me confiaron solo para manipularlos.
—Eres una...
—Eh, cuidado con lo que dices —di un paso al frente, ella me mira con ese odio que desde lo que pasó me a tenido—. Habrán pasado dos años, soy más baja que tú, pero yo no dudaría en darte la paliza que Aidan una vez no me dejó. Así que, antes de hablar de lo que no sabes, mejor cierra la boca.
Con eso dicho, me di la vuelta y fui a mi casillero ya con el ánimo en nivel rojo. Cuando abro mi casillero, al instante se cierra de un portazo sonoro.
—Mira, niñata, no estés con tontas amenazas que sabes bien que no... —una risa entre incrédula y molesta se me escapa.
—Disculpa, disculpa, ¿Amenazas que no cumpliré? Por favor, Hasabell, tú sabes bien que sí soy capaz de agarrarte de las greñas mal teñidas que tienes. Y disculpa por defenderme de los chismes que salen de tu boca sucia.
—Si es solo chisme, ¿Por qué todos los estudiantes aquí piensan lo mismo que yo? —no respondo, lo que la hace sonreír satisfecha—. No tienes sentido, Beatríz, deberías aceptar de una vez por todas que ellos solo están contigo por lastima y que en cualquier momento te dejarán de lado por algo mejor.
Las palmas de mis manos duelen por como entierro las uñas con fuerza. Estoy conteniendo por muy poco las ganas de golpearla contra los casilleros, de arrancarle las greñas y decirle una y otra vez los insultos que me enseñaron los señores mayores en la excavación de Willesden.
La sangre me hierve de tantas molestia contenida y estoy segura que ello se demuestra en la mirada que le dedico a la insoportable chica frente a mí.
—¿Y ese «algo mejor» eres tú? Por favor, Hasabell, incluso una bolsa de basura es mejor que tú. Te di mis razones y ya tú si te las crees o no. Te lo dije, yo no soy una hija de perra manipuladora que se aprovecharía de un doloroso secreto, yo no soy tú y no soy ella. Lamento si herí tu ego de estúpida.
Dándole una última mirada de odio, me largo de allí. Ya hasta he olvidado le que iba a buscar en mi casillero.
¡Lo odio, lo odio totalmente! ¡Y a ella mucho más! Los estúpidos estudiantes hablan sin saber las cosas, solo dicen puras chorradas sin sentido. Aidan y Evan no son mis amigos por lastima, ¡Lo sé! Los conozco bien y sé que no me harían algo así.
Iba caminando por el pasillo mascullando entre dientes profanidades a todos los idiotas chismosos cuando un sudoroso brazo es pasado por encima de mis hombros. Giro la cabeza para ver a un sudoroso, apestoso y jadeante Aidan.
—¿Pero qué te pasó? —pregunto alejándome de su medio abrazo.
—Creo que corrí toda la preparatoria —responde, jadeante—. ¿Sabías que hay un cobertizo aterrador en el patio?
—¿En serio?
—Sí, parece abandonado. Te digo, nunca vayas ahí, Beatríz, nunca.
Asentí lentamente con la cabeza.
—¿Okey?
Aidan toma respiraciones profundas entre jadeos, su rostro está enrojecido y gotas de sudor le caen por los lados de la cara. Sí tiene pinta de haber corrido toda la preparatoria.
—¿Por qué ese chico de la cafetería te perseguía? ¿Qué hiciste ahora, Aidan Manuel?
Él hace una mueca de desagrado.
—Con el Aidan me basta y sobra, nunca vuelvas a llamarme en público por mi segundo nombre, Beatríz Anabella.
Lo miro indignada.
—Yo no digo el tuyo si tú no dice el mío, ¿Trato?
—Trato —sonríe triunfante, estrechando su mano que tomo.
—Entonces, ¿Qué hiciste?
Dejó caer los hombros, resoplando. Luego se pasa la mano por el pelo mojado de sudor. Aidan justo ahora da un asco horrible.
—Le gané en una partida de un juego y cree que hice trampa.
—Mal perdedor —Aidan murmura un «ni que lo digas» y de la nada hace una mueca de dolor—. ¿Qué pasó?
—Oh, nada —lleva su mano a su pómulo derecho—. Solo me duele un poco aquí.
—¿Te golpearon? —le pregunto cuando me enseña la mancha morada que empezaba a formarse.
—Oh, no, fui más rápido que ellos, fue que... —ríe nervioso—. Je, je, me lanzaron... —esa risa nerviosa se vuelve una más divertida—. Me lanzaron un zapato —responde entre una risa contagiosa—. Tiene puntería, me dió justo cuando miraba a ver qué tan lejos estaban.
—¡Idiota! —reprendo, riéndome. Algo de Aidan es que tiene una risa muy contagiosa. No importa qué tan mal sea un chiste que le cuenten, si él se ríe y estás cerca suyo, te reirás también—. Sigues siendo muy mal esquivando.
—Y por ello no me apunté al equipo de hockey.
Aidan y yo nos vamos riendo de su maratón con golpe de zapato volador hasta mi salón, dónde aún no había nadie adentro, ni siquiera el profesor, por lo que terminamos esperando afuera.
Como el ambiente cómico terminó, en mi cabeza se reproducen las palabras de Hasabell. Sé que no son verdad, pero fueron crueles y ahora que la molestia se me pasó un poco, puedo procesar y sentir bien lo que dijo.
Y sí, duele que te digan «reemplazable» y que puede llegar algo mejor que tú.
—Oye, Bea... ¿Bea? —Aidan dobla sus rodillas para estar más a mi altura—. Oye, ¿Qué pasa? ¿Por qué la cara larga?
Dejo ir un suspiro algo entrecortado, tratando de no pensar tanto.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —él asintió—. ¿Tú y Evan son... amigos míos por lástima?
Aidan frunce el ceño.
—¿Qué rayos? —escupe, incrédulo—. ¿Pero quién te a dicho algo?
—Es que... —desvío mi atención a mis pies—. Todos piensan eso y hace un rato me dijeron cosas... crueles. Y bueno...
—A ver, Beatríz —interviene Aidan, con una gran seriedad en su voz, incluyendo en su semblante—. La gente solo habla tonterías, Bea, lo sabes, pero si te hace sentir mejor saberlo, vale: Evan y yo no somos tus amigos por supuesta lastima. Por Dios, eres mi mejor amiga desde que tengo seis años, Bea, eres una de las personas en la que más confío y también una de las más importantes en mi vida.
»No creas en babosadas que dicen por ahí, Bea. Eres alguien increíble, cualquiera quisiera tener una amiga como tú —asegura, dándome una sonrisa fraternal—. Nunca desconfíes de nosotros, gnomo de jardín, porque te aseguro que Evan y yo somos tus verdaderos amigos.
»Además, tú conoces mis más profundos y oscuros secretos —«oscuros» no lo son tanto, pero sí que son profundos—. Así que por ese solo hecho es que nunca dejarás de ser mi mejor amiga. Y si dejas de serlo, te obligaré a qué lo sigas siendo, porque que yo recuerde, esta amistad no la acaba ni el fin del mundo, ni los exámenes de la escuela y siempre irá por viento y marea, además —alza a la altura de su cara su brazo derecho, dónde en la muñeca se exhibe una vieja pulcera de macramé color fucsia—, yo tengo el «mejores».
Imito su acción, alzando el mismo brazo, en cambio en mi muñeca hay una pulcera con el mismo tejido macramé, solo que en color rojo.
—Y yo el «amigos» —Aidan me sonríe—. Gracias, tonto pelirrojo —le doy un rápido abrazo en agradecimiento, aún él huele un poco mal.
—No hay de qué, enana —nos separamos—. Oye, y hablando de Evan, ¿No lo has visto? —mira por encima de mí el pasillo.
Paso saliva con nervios.
—No... no... no lo he visto.
Aunque no lo esté viendo directamente a la cara, sé que Aidan tiene los ojos entrecerrados puestos en mí.
—¿Por qué me mientes, Bea?
Vuelvo mi atención a él, empezando a sentir como mi nariz pica, no soy buena mentirosa, mi nariz empieza con una comezón incesante y uno de mis ojos adopta un tic raro.
—¿Yo? ¿Mintiéndote? —el tono agudo de mi voz ya me delató—. No lo hago, ¿Por qué lo haría?
—No sabes mentir, Bea. Además, sé cuando lo haces, la nariz se te pone roja en la punta y te restriegas las manos contra los muslos, evitando rascarte —cruzo mis brazos detrás de mí, mi nariz desgraciada no deja de picar—. También tus ojos tienen un tic como si tuvieras Tourette
—¿Tourette? Qué cosas dices, Aidan —le doy un golpe en el hombro—. Yo no tengo Tourette, ¡Eso sería algo loquísimo! —una risa nerviosa—. Hablando de eso, ¿Conoces a alguien que padezca Tourette? Porque yo no —cambio el tema no muy discretamente—. Hey, oye tú, ¿Conoces a alguien que tenga Tourette? —le pregunto a un chico que pasaba frente de nosotros. Me mira raro y sigue su camino—. Tal parece que no.
—También intentas desviar el tema —agrega—. ¿Por qué no quieres hablar de Evan?
—No por nada —contesto más rápido de lo que debería haberlo hecho.
Odio no saber mentir.
—Habla, Beatríz.
—¡Bien! —resoplo—. No sé dónde está, pero creo que se fue.
—Si es eso, ¿Por qué tantos rodeos para decírmelo?
—Bueno... —mi tono agudo volvió, dejo detrás de mi oreja un mechón de cabello—. Porque creo que se fue por mi culpa.
—¿Cómo que por «tu culpa»?
—Estábamos en la cafetería después de que saliste corriendo, él me...
—Espera, espera, espera —hace gestos con las manos para que me detenga—. ¿Tú y él estaban en la cafetería? —asentí confundida—. ¿Solos? —una pequeña sonrisa picarona se forma en sus labios.
Arqueo una ceja en su dirección, no entiendo el por qué de esa sonrisa.
—Eh, sí estábamos solos —respondo—. Entonces... él me estaba ayudando con unas preguntas para el examen de italiano del que te hablé, ¿Lo recuerdas? —Aidan asintió—. Bueno, un tema llevó a otro y... le pregunté sobre su mamá —murmuro lo último, cerrando los ojos como si esperara un golpe.
—¡¿Qué?! —alza un poco la voz.
—Sí... —suspiro—. No entiendo por qué se pone tan tenso con eso. Tú lo conoces de más tiempo que yo, ¿Por qué se pone así?
Aidan me da una mirada empática, torciendo los labios a un lado.
—No es algo que yo deba contarte, Bea.
—Pero... ¿Por qué?
—Es su historia, no la mía —oh, vamos—. Si Evan te lo quiere decir algún día, escúchalo de él. No de mí.
—Dudo que lo haga —murmuro, desviando la mirada, cruzando los brazos.
—¿Por qué lo dices?
—Porque... creo que él no confía lo suficiente en mí.
Aidan se echa una carcajada sin muchos ánimos que me confunde.
—Beatríz, especialmente hoy estás diciendo muchas chorradas.
No digo nada, pero aún lo miro confundida.
—Nunca vuelvas a creer en esa estupidez, Bea —continúa—. Tú eres una de las personas en las que Evan más confía, créeme. Lo que pasó con su madre fue hace bastante tiempo y le causó problemas —quiero preguntar, pero sé que me dirá que «No es su historia»—. Le cuesta confiar en otros, ¿Por qué crees que su círculo de amigos es tan pequeño? Solo somos tú, yo, Andy y creo que Lyla —agrega no muy seguro—. Si tú estás ahí, te aseguro que eres una de las personas en las que él más confía.
Le doy una sonrisa de boca cerrada.
—Gracias otra vez, Aidan.
—Estoy para aclarar tus dudas sobre tu chico.
Mis mejillas cobran un rápido color rojo y mis ojos lo miran sorprendidos, Aidan solo sonríe divertido.
—¿M-mi chico?
—Sí, tu chico. Me he dado cuenta de tus sonrojos cuando estás cerca de él.
—Yo no hago eso —siento que mi nariz empieza a picar.
Nariz, por favor, pido que no me traiciones.
—Tu nariz —señala Aidan.
¡Maldición!
—Te gusta, ¿no es así?
Doy una risa nerviosa.
—Es Evan, ¿A quién no le gusta? Todas aquí se mueren por él.
—Pero yo estoy hablando de ti, Bea, no de las demás. A ti te gusta, y mucho.
—No, claro que no —en serio debo de dejar de responder al instante, delata que miento—. Sí me parece lindo, pero él... él no me gusta.
Son patrañas, ¡Puras patrañas, Beatríz!
—Claro —su tono fue de mucho sarcasmo—. Digamos que te creo —pero yo sé que no lo hace—. Creo que entras a clases —señala mi salón, que ya empieza a llenarse de alumnos—. ¿Te llevo a casa después de clases?
—Claro.
—Bien —deja un rápido beso en mi cabello—. ¡Te pasaré buscando! —grita, alejándose por el pasillo.
Meneo la cabeza riendo y entro al salón. Aún sigo pensando en a dónde habrán ido Evan, de si estará ahora molesto conmigo. Espero esté bien, espero no lo haya puesto tan incómodo, espero...
Solo espero que no me odie por ser tan entrometida.
———————————
Nota de la autora:
Tourette: También conocido como Trastorno de Guilles de la Tourette, es un trastorno del sistema nervioso caracterizado por movimientos repetitivos o sonidos no intencionales.
El síndrome de Tourette comienza en la niñez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro