E X T R A V I
Bienvenido, sorpresa inesperada.
Evan
En mi vida, muchas cosas fueron inesperadas.
Enterarme a los diez años que iba a tener una hermanita fue inesperado.
El intento de suicidio de mamá fue inesperado.
Mi depresión, mi ansiedad y mis ataques de pánico fueron inesperados, también un golpe duro.
La displasia broncopulmonar de Ava fue otra cosa nada esperada.
Volver a tener a mamá en nuestra vida...
Son tantas cosas que no ví venir que sí hago una lista, me tomaría unas cuantas páginas. La mayoría de ellas fueron sorpresas nada agradables que nadie se vio venir, solo la inesperada sorpresa de tener a mi madre de vuelta en mi vida a los diecisiete fue el único golpe que me sentó bien con el pasar del tiempo.
Pero no solo cosas malas fueron inesperadas, también hubieron buenas.
El haberme graduado con honores de la universidad.
Haber conseguido un trabajo de lo que más me gusta hacer.
Haber asistido a las bodas de mis mejores amigos fue otra cosa de locos. De Andy siempre me lo ví venir, ¿De Aidan? Esa sí que fue tremenda sorpresa inesperada.
Pero de los acontecimientos inesperados que más me gustaron fue cuando Bea me dijo que estaba embarazada.
Cuando me pongo a recordar ese día, puedo jurar que era todo un manojo de nervios. Desde que ella se había ido en la mañana a pasar el día con Lyla hasta la tarde que llegó, yo no dejé de ser todo nervios. Me había dicho que ese día iba a hacerle la propuesta que llevaba semanas pensando, y aunque estaba asustado de lo que podía pasar, mi emoción fue más cuando me determiné a hacerlo.
Claro que no me ví venir la noticia que ella me tenía.
Y aunque fue una enorme, muy enorme sorpresa, solo fue un gran incentivo a hacerle la gran pregunta.
Y ahora estamos aquí, nueve meses después de aquel momento.
Desde hace un buen de rato que Bea lleva moviéndose sin parar en su lado de la cama, lo que me había hecho entre abrir los ojos. Yo aún tenía un sueño tremendo, pero con ella moviéndose de un lado a otro sin encontrar una posición cómoda, no podría dormir.
Oigo como gruñe molesta y se vuelve a acomodar.
Aunque no sea yo quien lleve la gran panza de nueve meses, la entiendo. Sé lo que es no poder dormir por incomodidad, así que solo por eso me limité a quedarme con la boca cerrada. Además, no quería repetir lo de la noche pasada.
Ya el moretón en mi brazo iba desapareciendo, no quería que volviera.
Unos largos y tediosos diez minutos después fue que ella se vino encontrando una posición cómoda: con la que se había acostado al inicio, fue que pude volver a cerrar los ojos y dejarme caer en el preciado mundo de los sueños. Desde que la movilidad de Bea había empezado a ser escasa, yo me ocupaba de muchas cosas en el apartamento. No me quejo, sé que debo ayudarla y más ahora, pero eso no quiere decir que al final del día no esté agotado.
Dejo ir una lenta respiración, relajándome más en mi lugar en la cama.
Cuando la pesadez en mis párpados empezaba a ser bastante, de pronto siento un golpe a mi brazo y como uñas se aferran a él, y como no llevo camiseta puesta, esas mismas uñas se me clavan en la piel.
—¡Ay, ay, ay, ay, ay! —me quejo intentando soltar mi brazo de su agarre, no puedo, solo se vuelve más fuerte—. ¡Bea, auch, auch!
—¡Auch yo, Ross!
No sé cómo es que logro encender la lámpara junto a la mesita de nuestra cama, cuando la habitación tiene un poco de iluminación, puedo ver qué mi prometida respira agitada, que su pecho no para de subir y bajar con cada segundo que pasa, su rostro empieza a humedecerse, que sus uñas ya han hecho que hilillos de sangre salgan de mi brazo y que... Oh...
Que... que su lado de la cama se encontraba húmedo.
Aún viendo eso, y también notando cómo se encontraba Bea, tuve la gran estúpida osadía de preguntar:
—Bea, ¿Te orinaste?
El agarre de su mano en mi brazo solo aumentó, eso dejará una cicatriz.
—¡Solo muévete!
Debo admitirlo, su voz, la mirada y como se encontraba, me asustó un poco... demasiado, muchísimo, para ser honesto.
Bea soltó su agarre en mi brazo y yo me movilicé lo más rápido que pude por la habitación, ignorando el dolor y ardor en el bíceps derecho, luego me veré eso. Busqué en el armario la pañalera que hace unas semanas atrás habíamos preparado con todo lo necesario para ella y para nuestro próximo bebé.
Tomé de paso una sudadera para ponermela, en la habitación, las quejas y resoplidos de Bea son lo que más se escucha. Me calzo los primeros zapatos que veo y voy de vuelta a la habitación, dónde Bea ya hacía el intento de ponerse de pie, pero los dolores y contracciones repentinas parecían no permitírselo.
—Duele, duele, duele mucho, mucho —la oí murmurar con los ojos cerrados.
—Hey, tranquila, tranquila. Aquí estoy, estoy contigo, Bea —animé ayudándola a levantarse.
Fue un tortuoso camino al estacionamiento, tanto para ella como para mí. En el lobby nos encontramos con el encargado limpiando su sitio de trabajo, fue en ese momento al verlo tan arreglado y ver las luces del alba venir desde las ventanas, que reparé en que apenas estaba amaneciendo. Debían de ser las cinco de la mañana.
Perfecta hora para nacer, hijo.
En cuanto nos vio venir del ascensor, Loyd vino a nuestra ayuda, dejando que Bea le tome con una fuerza bruta del brazo para así, de alguna manera, aminorar su dolor.
—Auto, hospital, ya... —suplicó Bea en cada respiración.
Loyd me ayudó a llevarla y subirla a la parte trasera de mi coche, dónde Bea se quedó tumbada acariciando su vientre crecido.
—Buena suerte —fue lo último que me dijo antes de yo salir a toda velocidad en dirección al hospital.
—Ross, te amo, te aprecio y te respeto, ¡Pero mueve el maldito coche de una vez por todas! —gritó desde los asientos traseros—, por favor.
Solo hice caso a sus órdenes, la ayudaba con sus respiraciones he intentaba distraerla con cualquier otro tema de conversación, pero nada funcionaba, ella seguía sufriendo allá atrás por el próximo bebé que se remueve adentro.
Y apenas ahora, es que caigo por completo en el hecho de que mi hijo... de qué nuestro hijo está a punto de nacer. No inventes, ¡Esto está pasando!
—¡Ross! —gritó Bea.
Fueron diez minutos que me tomó llegar al hospital después de ese último grito, Bea fue un poco más colaborativa y no estuvo de queja en queja cada segundo. Adentro, fue atendida con rapidez por unas enfermeras que luego se la llevaron en silla de ruedas a la sala de parto. No había que esperar para que dilatara más, ella ya estaba en trabajo de parto.
En medio de ese desolado y blanco pasillo, una auténtica sonrisa de emoción se formó en mis labios. Esto en serio estaba pasando, estoy a nada de conocer a mi hijo.
Busqué entre los bolsillos de mi pantalón de pijama mi móvil, en cuanto lo tuve en manos marqué a mis padres y después a los padres de Bea, todos afirmaron que estarían aquí en veinte minutos. Cuando le di la reciente noticia a mi mejor amigo, me hizo dar un sobresalto en mi lugar.
—¡¿Qué?! —gritó de su lado de la línea, hay una queja de la voz que reconozco como la de Hazel—. ¡Estaré allá en diez minutos!
Y con eso dicho, me colgó la llamada.
—¿Evan Ross? —oigo decir a alguien detrás de mí.
Me giré para encontrarme con una enfermera que me mira esperando una respuesta.
—Sí, soy yo.
—Venga conmigo, la señorita Ferguson solicita que esté en la sala de partos.
No dudé en ir tras la mujer.
Antes de permitirme el paso a la sala de partos, me dijeron que me pusiera un traje quirúrgico con un gorro parecido a los de cocina sobre la cabeza, en cuanto pude estar en la misma habitación que Bea, me apresuré en ir a su lado y tomarle de la mano, ella empezó a apretar con fuerza.
—Vamos, tú puedes, Bea —le animo, quitando mechones de su cabello castaño del rostro—. Confío en ti, Pulgarcita, eres fuerte y podrás con esto.
Aunque afirma con un asentimiento, de su garganta sale un sollozo doloroso. No para de tomar respiraciones agitadas y su rostro estaba bañado en sudor, sus mejillas rojas del esfuerzo.
—¡Vamos, Beatríz, solo puja una última vez, falta poco! —indica la doctora.
—Tú puedes, Bea, vamos —le dije en un murmuro, dejando un beso sobre sus nudillos.
Ella pujó una última vez.
Hay un momento de silencio y tensión en la sala de partos, hasta que es reemplazado por el estruendoso llanto de un bebé.
Una sonrisa se formó al instante en mis labios, y cuando ví a Bea, ella sonreía cansada, pero lo hacía.
La doctora se acercó a nosotros con un pequeño ser humano en brazos que no a parado de llorar.
—Felicidades, son los padres de un niño con grandes cuerdas vocales.
Eso nos hace reír a ambos, la doctora extiende sus brazos hacia mí para permitirme cargar por primera vez a mi niño. Su llanto lentamente va desapareciendo pero aún lleva una mueca de disgusto en su boquita, capaz por tanta luz.
—Hola, amigo —con mi dedo índice, acaricio suavemente su mejilla sucia—. Es un gusto conocerte, Archer Ross Ferguson, soy... yo soy tu papá —miro a Bea, sus ojos lleno de lágrimas de emoción—, y esta mujer con una gran fuerza que está aquí es tu increíble mamá.
Archer solo sigue moviendo sus bracitos en puños de un lado a otro.
—Bienvenido a la familia Ross Ferguson.
-
Luego de que a Bea la dejaran en una habitación de descanso y que a Archer se lo llevaran a atenderlo a mí me cubrieron la herida que ella me había hecho esta mañana.
Cuando la enfermera estaba saliendo de la habitación, cuatro pares de cabezas, dos de ellas pelirrojas, una pelinegra y otra rubia, se asomaron por el marco, justo antes de venir a tirarse sobre mí.
—¡No respiro!
Entre risas, Ava, Aidan, Andy y Sam dejaron de abrazarme.
—Amigo, ¡Felicidades! —el rubio volvió a abrazarme, agregando unas palmaditas a mi espalda—. Bienvenido al club de los padres, Evan, la estancia promete no dejarte dormir los primeros meses y estar lleno de vómito de bebé.
—Que asco —masculló mi hermana de dieciséis años antes de venir a abrazarme—. Felicidades, Evan, sé lo mucho que has esperado este día, estoy muy feliz por ti, hermano —agregó una de esas sonrisas suyas que son de mis favoritas: la llena de alegría que incluía su bonito hoyuelo.
No me importa cuántos años pasen, si ella tenía treinta y yo cuarenta, Ava siempre será mi hermanita y mi pequeña mejor amiga.
Le rodeo los hombros y le desordeno el pelo, lo que la hace reír. Escuchar su risa, después de lo que pasó hace un año, me fascina.
—Gracias, enana.
—Bueno, bueno, bueno —Aidan llega con nosotros he imita la acción que segundos antes yo hice con Ava—. Denme espacio, que es mi mejor amigo...
—Y mío también —terció Andy.
—Pero yo lo conocí primero, así que fuera, rubio idiota —Andy rueda los ojos divertidos, Aidan se aclara la garganta—. Principalmente, felicidades, amigo, ¡Eres papá, joder! Eso es increíble aunque Andy tenga razón, por lo que no querré abrazos tuyos ni de Bea por un buen tiempo.
—Pero mínimo que se roba a Archer cuando no lo vean —agrega Sam, el hermano de Aidan, que está cruzado de brazos al lado de Ava.
—Calla, niño —Aidan le hace un gesto de silencio—, sí, no lo negaré, capaz me lo robe, tengo que enseñarle a ser tan cool como yo —le empujo por el pecho—. Vale, es una broma. Solo quería felicitarte por esto, sé que serás el mejor papá de todos, Evan —pone su mano sobre mi hombro y me regala una sonrisa fraternal.
—Gracias, Aidan.
Luego de las felicitaciones de mis amigos y hermana, las miradas pasan a Sam, que frunce el ceño al darse cuenta de ello.
—¿Qué?
—¿No me vas a felicitar? —pregunto, reteniendo las ganas de reírme.
—Felicidades —dijo el muy idiota tan secamente, ganándose un golpe por parte de Ava—. ¡Oye!
—Antipático.
—Vale, ya. Felicidades, Evan, espero que tus meses de no dormir no sean tan malos.
Meneo la cabeza y le doy un suave empujón por el hombro que lo hace retroceder dos pasos. Tanto Sam como Ava habían cambiado en su adolescencia, el hermano de Aidan en mayor parte, pero aún así seguía teniendole cariño a ese niño pelirrojo.
Horas más tarde, cuando estaba con Bea en la habitación en compañía de nuestra familia, una enfermera tocó la puerta y con ella traía a cierto bebé que todos se han muerto por ver.
—Ya está listo para comer —informó la enfermera.
—Pero que lindo... —había oído murmurar a mamá.
—Es una monada —le siguió Ava.
—Aaaww —prosiguió Sam.
—Ese niño será tan cool como yo —rodé los ojos cuando escuché a Aidan.
Los murmuros así siguieron un rato hasta que la enfermera pidió a nuestra familia retirarse de la habitación para que Bea pueda darle de comer al bebé con tranquilidad.
—Es tan bonito —dijo ella, acomodandolo contra su pecho y dándole de amamantar.
Acerco mi mano para quitar un mechoncito castaño claro de su frente blanca.
—Me pregunto de qué color serán sus ojos —comenté.
—¿Verdes? —sugiere ella con una sonrisa—, que ya está bastante blanquito, por lo que será pálido como tú.
—¿Y si son grises? ¿Qué harás, Pulgarcita?
Meneó la cabeza sonriente.
—Igual lo amaré muchísimo —respondió en un murmuro dulce, lleno de un nuevo sentimiento: amor maternal.
Y es que en mi vida han habido tantos momentos inesperados, pero este... este se había vuelto mi favorito.
—Será un placer ser tus padres, Archer Ross.
—El mejor placer de todos —agregó Bea, sin dejar de sonreírle a nuestro hijo.
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Nota de la autora:
Bienvenidos a la etapa de padres de Evan y Bea, un par de adolescentes que hemos visto crecer a lo largo de la historia y de la mano de la historia de Aidan, que llegaron a este gran momento.
Este extra me encanta, es tan sencillo pero bonito a la vez. Conocimos a la bendición de este par, Archer Ross Ferguson, ¿Veremos más de él? Obvio sí, en el tercer libro de la saga que se publicará su primer capítulo este martes.
Pero hoy también les traigo una sorpresita por allá, ya la verán...
Ojalá y les haya gustado este capítulo bonito, nos leeremos este martes con Te Elegí A Ti.
Besos y abrazos con agarres fuertes, osadía estúpida y mucho amor
MJ.
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