E X T R A I I
Cena con la familia Ferguson.
Evan
Me esperaba de todo ese día, en serio, cualquier cosa, como que habría un terremoto o que caería una tormenta de nieve en la ciudad y que nadie podría salir de sus casas hasta ya pasados los días.
Me imaginé tantos desastres naturales, tantas cosas que podrían pasar, excepto el que recibiría una visita especial de mi psicólogo.
Quizá eso sí debí imaginarlo.
Es un poco raro ver a Ernesto sentado en el sofá pequeño de la sala de mi casa, normalmente soy yo quien acude a su consultorio. En este día, él vino a casa.
-Nada malo va a pasar -asegura con ese tono tranquilo tan característico suyo-. Todo irá bien, Evan.
Yo no me creía lo mismo.
En ese momento, volví a sentir las pulsaciones apresuradas de mi corazón, el sudor en las palmas de mis manos y que inconscientemente me balanceaba de adelante hacia atrás en el sofá, intentando tener calma.
No funcionaba.
Estoy totalmente aterrado del evento de más tarde que en serio esperaba que cayera alguna tormenta de nieve esa día, preferiblemente cuando esté a punto de salir de casa.
-¿Pero qué tal y si... y si nada, pero nada sale bien? ¿Y si lo arruino completamente? -refuté sus palabras con un muy mal genio.
Aún tenía que trabajar en mi confianza y optimismo, lo sé.
Ernesto suspira meneando la cabeza, luego me regala una sonrisa ladeada que su intención principal era transmitirme seguridad, pero no lo estaba consiguiendo.
Llevo semanas sabiendo de esta cena, vivía con ello, trataba de no pensar tanto en el momento dónde conocería a los padres de Bea oficialmente siendo su novio, pero hoy... cuándo creí que todo estaría bien, que sería un día relajado, desperté a gritos por una pesadilla, ¡Hace tiempo que yo no tengo pesadillas! Pero al parecer, el imaginario señor Ferguson que se había colado en mis sueños tenía una intención diferente.
Sé que conozco a los padres de Bea, quizá no tanto como Aidan o Lyla ni con tanta confianza, he tenido un trato bastante corto con ellos, pero hoy eso cambiaría... ¡Y me aterra caerles mal! ¡O que me odien! Yo no quiero ser odiado, mucho menos por los padres, (y, sobretodo, el padre) de mi novia.
Cuándo menos lo esperé, me encontraba ansioso y nervioso a un nivel increíble.
Y desde hace más o menos una hora que Ernesto intenta tranquilizarme y nada que lo consigue. Yo quiero estar tranquilo, en serio, me duele el estómago de los nervios y mi piel no para de ponerse de gallina que ya empieza a incomodar.
Odio esto, odio estar nervioso y ansioso, me hace sentir mal y no me gusta.
-Evan, escúchame -miro a Ernesto-. Estás asustado, es comprensible y aceptable, pero no exageres situaciones que aún no has vivido. Me has dicho que conoces a los padres de Beatríz, ¿No? -asentí-. Bueno, tienes un punto a tu favor, te han visto y saben de ti, no eres un completo desconocido para ellos.
-Eso lo sé, pero aún así... -mis dedos sudorosos no dejan de tamborilear sobre mis muslos-, me da miedo, mucho. ¿Qué si el señor Ferguson me odia? ¡Estoy saliendo con su hija! ¡Y la menor! Es como profanar un tesoro pirata maldito.
Que a valido bastante la pena, pero aún así, ¡El señor Ferguson da miedo!
-Respira conmigo -indica, hinchando su pecho, acción que imité. Ernesto suelta el aire con lentitud-. Muy bien, sigue así.
Repetimos las respiraciones por al menos cinco minutos. No dejé de verle porque a este punto respirar se me dificultaba. No quería un ataque de pánico, ya sería el colmo para este día.
Cuándo siento que mi corazón no late tan apresurado, me relajo echándome hacia atrás en el sofá.
-¿Mejor? -me pregunta.
-En un uno por ciento.
De las escaleras escucho pasos y risas femeninas, una más infantil que la otra. Mi hermana, Ava, baja de un salto los últimos dos peldaños y mi mamá la imita. Sonreí por ello, me gusta verlas juntas, divertirse, actuar como... mamá he hija.
Mi hermana menor fija sus ojos marrones chocolate en mi psicólogo, que ladea una sonrisa y agita su mano para saludarla.
-Oh, ¡Hola, Ernesto! -saluda con emoción mi hermana, corriendo a su encuentro para regalarle un abrazo.
Ava conoce a Ernesto del mismo tiempo que yo, es decir: hace casi tres años. Aunque no es común que nuestras citas sean en casa, él a venido un par de veces y, en una ocasión, conoció a mi infante hermana.
-Hola, Ava, ¿Qué tal? -le pregunta, sonriendole. Mamá viene hasta a mí y se sienta a mi lado.
-Estoy genial, ¿Tú qué tal?
Dejo de prestarle atención a la charla entre esos dos cuando mamá empieza a acariciar mi cabello. Lo llevo un poco más largo de lo que me gusta, ya debería ir a hacerme un corte.
Las caricias me relajan un poco, recuesto mi cabeza del hombro de mamá y ella continúa pasando su brazo por encima de mis hombros.
-¿Estás mejor? -murmura.
Dejo ir un suspiro. Mamá fue la primera que vino a mi habitación esta mañana cuando desperté gritando. Se a estado quedando aquí estas semanas que estará en la ciudad antes de hacer unos viajes que no me a querido dar más detalles.
En ese momento, cuando ví a mi madre entrar con la mirada llena de preocupación a mi cuarto, me sentí como un pequeño yo de ocho años, siendo acurrucado por su mamá por haber tenido un mal sueño. Luego, cuando papá con Ava medio dormida en brazos aparecieron, recordé que tenía diecisiete y que todo lo que una vez había perdido, lo tenía de vuelta y mejorado.
Mi mamá, tenía a mi hermanita, a mi papá y, sí, estaba aún pasando el susto de la pesadilla, pero con mi familia a mi lado y un abrazo de Ava, el miedo pasó a segundo plano y pude disfrutar ese instante perfecto.
-Sigo asustado -contesté-, no creo que me relaje hasta después de la cena, pero... supongo que puedo pasarlo a segundo plano.
-Todo irá bien, Deano -sonrío a la mención de mi segundo nombre. A mamá le gusta llamarme así-. Solo confía en ti.
Alcé la cabeza y, acto seguido, envolví a mi madre en un abrazo que logró relajarme más que la terapia con Ernesto. Quizá esto era todo lo que necesitaba: un abrazo seguro y cálido.
-Creo que mi trabajo por hoy a terminado -anuncia Ernesto, levantándose del sofá. Me separo de mamá para verlo confundido-. A veces olvido que la mejor cura a cualquier cosa es un abrazo.
Debía de tener razón, ¿Cuándo no la tenía? Seguía nervioso y ansioso, pero más en un estado de segundo que en uno principal. Aún dudaba bastante de la cena, pero de lo que sí estaba seguro es que podría sobrevivir a ella.
-Igual gracias, Ernesto, por haberme soportado durante casi una hora -le digo, riendo un poco, también levantándome.
Él se ríe y pone una mano sobre mi hombro dando un apretón amistoso.
-Es mi trabajo, muchacho. Y sabes que cuentas conmigo.
-Lo sé, créeme.
Lo acompaño a la salida y también prometo contarle en una siguiente cita cómo me fue en la cena en la casa de los Ferguson. Ernesto se despide con un movimiento de su mano antes de entrar a su coche y desaparecer a la vuelta de la esquina.
Miro el cielo sobre Ciudad Nevada, el azul se mezclaba con el anaranjado del atardecer.
-Vale, hora de arreglarte para la cena.
-
-¡Tú puedes, Evan! -anima Ava.
-Vamos, hijo, ¡Sí podrás! -le sigue papá en el asiento de conductor.
-Ve, Deano, todo saldrá bien -asegura mamá en el de acompañante.
Asentí a sus palabras, tragando saliva, viendo con un poco de miedo irracional la casa de dos plantas de Bea.
-¿Y si le digo que me enfermé? -pregunto sin poder apartar la mirada.
-¡Oh, vamos, hermano! -se queja Ava-. ¡Tú puedes!
-¡Tú puedes, Evan! -le siguen mis padres al unísono.
Di un paso, dos pasos, tres pasos, tantos hasta llegar a la puerta principal y estar a punto de tocar el timbre con la mano libre, hasta que un chillido nada varonil y totalmente cobarde sale de mi garganta.
-No, no puedo.
Estaba a punto de dar vuelta y marcharme, hasta que la puerta se abre por completo, dejándome ver la imagen menuda de mi novia.
En ese momento perdí el poco aire que había en mis pulmones.
Para mí, todo el tiempo, Bea estaba preciosa. No me importaba si llevaba la peor prenda de su armario, ella ante mis ojos siempre se veía hermosa, pero hoy... se a lucido.
-Ah... -balbuceo sin poder quitarle la mirada de encima.
Ella despide una risita y acorta la distancia entre nosotros para dejar un beso en mi mejilla. Su aroma a fresas me embriaga.
-¿Quién quería huir de la cena, eh? -me mira con sus bonitos ojos verde oliva, arqueando una ceja divertida.
El que haya hecho esa declaración hace que me sonroje un poco. Vale, que ahora mi familia me cae un poco mal.
-Yo... perdón, es que... estoy muy, demasiado nervioso.
Ella se ríe otra vez.
-Tranquilo, nadie morirá esta noche.
Oh, vaya, que gran ánimo y sugerencia. ¿Cómo no había pensado que podía morir?
No me queda más opción que asentir suspirando. Miré sobre mi hombro al auto de papá y me despedí con un discreto gesto de mi familia.
-¡Suerte! -gritaron todos antes de irse.
Bea me toma de la nuevamente sudorosa palma, no veo mueca o una pizca de desagrado, solo su bonita sonrisa de calma.
-Vamos, pasa.
Dentro de la casa un gran olor a... ¿Pollo horneado? Llega a mi nariz y me hace respirar profundo. Bea me a comentado que su madre cocina de maravilla, yo he querido probar un platillo suyo desde que me lo dijo.
-Oh, por cierto, traje... galletas, para el postre -le extiendo las galletas con chispas de chocolate que con mamá nos habíamos esforzado en hacer.
Ella toma la caja y echa un vistazo, luego, se roba una y da un mordisco.
Bea siempre de ladrona de comida, aún no pierde la costumbre.
-Vaya, están geniales -admite, dando otro mordisco.
-Bueno, las hizo tu novio, ¿Cómo no van a estarlo?
Ella se echa una risilla tapando su boca con el dorso de su mano.
-Tienes razón, mi novio es un buen repostero -creo que no hay que decir que esa declaración me hizo sonreír como tonto. No tanto en la parte de que «soy buen repostero» más en la parte donde ella me denomina como su «novio». El término aún me sigue gustando-. Toma asiento, llevaré esto a la cocina.
Ella desapareció cuando cruzó el umbral en forma de arco que da a la cocina de la casa. Yo tomé asiento en uno de los sofás de la salita, no había nadie ahí y yo me sentía bastante incómodo.
Quizá porque en mi mente se desarrolla la escena dónde el señor Ferguson cruce la puerta principal, venga hasta a mí y me eche a patadas de su casa y me exija que deje de salir con su hija.
¿Y qué pasa si...?
Meneé la cabeza para espantar esos pensamientos. No, no, no.
Bea aparece otra vez en la sala, riendo por algo y exclamando:
-¡Vale, Brie! ¡Le diré!
-¿Qué dirás? -le pregunté en cuanto estuvo a mi lado.
Niega con la cabeza y se para frente a mí, poniendo las manos en su cintura. Aunque me está gustando la demostración, seguía sin entender.
-¿Eh...?
-Brie pregunta que si no notas algo nuevo -rueda los ojos, sentándose a mi lado-. Me arregló para la cena y tiene la insistente idea de qué tú lo notarías. No te preocupes, no importa.
Pues que Brie le atinó porque sí que lo noté.
-De hecho, sí me di cuenta.
-¡Te lo dije! -gritó Brie desde... ¿El comedor?
-¡Largo, chismosa! -le espetó Bea y Brie se fue entre risas, supongo que otra vez a la cocina.
-Bueno... cómo te decía, sí lo noté. Y estás preciosa, Bea.
Cómo cada vez que le doy un cumplido, sus mejillas morenas se sonrojan y eso me hace sonreír. Tengo un fetiche con hacerla sonrojar, me gusta.
-Tú también estás muy guapo, Ross.
Puede que inconscientemente, sus manos tomen las mías aunque su mirada no se aparta de mi rostro. Bea como novia es una chica bastante cariñosa, a veces demasiado, pero a mí no me importa el que sea así, me demuestra que de verdad siente algo hacia mí, algo casi tan intenso como lo que yo siento por ella.
Mis ojos se desvían a nuestras manos juntas, las mías, como de costumbre, están decoradas con dos pulceras en cada muñeca para ocultar viejas marcas, las suyas son un poco más pequeñas que las mías y varios tonos más oscuros. Bea jamás a sido de piel clara. Naturalmente yo soy más blanco que ella, (y a veces la molesto con ello, es entretenido) y no es tanto por el bronceado que recibió el verano de hace un año, es más porque ella de por sí es de piel morena y, en momentos así, (o cualquier otro) se nota mucho la diferencia de tonalidades entre nosotros.
Igual a mí no me importa, una de las principales razones por la que Bea empezó a gustarme es porque es una chica bastante linda, ¿Piel clara, oscura, morena o cómo sea? Por favor, si es blanca como un papel, endrina como una aceituna o tonalidad de un café con leche, ella me seguirá gustando.
-¿Emocionado? -me pregunta, haciendo que vuelva los ojos a su rostro.
-Nervioso -corrijo-. Tu papá da miedo, Bea.
-Tranquilo, que todo irá genial -ya he perdido la cuenta de las veces que he escuchado eso hoy. Bea se inclina un poco y deja un beso en mi mejilla-. Venga, que ya se hará hora.
Caray.
Mi novia me guió hasta el comedor donde nos encontramos a Brie poniendo los platos en cada puesto que sería ocupado, que en total la cuenta da de siete personas.
-Ya casi se acerca la hora, Evan -sonríe Brie, perdiéndose al cruzar el umbral de la cocina.
-No le hagas caso, está loca.
Quise hacerle caso a Bea, pero el comentario de Brie quedó haciendo eco en mi cabeza.
Poco no falta para que el papá de Bea cruce esa puerta, poco no falta para que esté sentado en una de esas sillas y probablemente empiece a interrogarme. Poco no falta para...
Una idea cruzó mi cabeza, una que no me gustaba nada.
Miré los lugares de la mesa que tenían platos al frente. Dos, claramente, serían para los padres de Bea. Dos más para ella y para mí, aún quedan tres, uno sería para Brie, y los otros dos...
Ay.
-¿Quién más viene a la cena?
-Mi hermano y mi cuñado, ¿Por? -pregunta, poniendo los cubiertos y cuchillos junto a un plato.
El universo me tiene que estar jodiendo.
-¿Estás bien? Te pusiste pálido.
Asentí tragando saliva.
-Sí, sí, estoy... bien.
Ella me mira con los ojos entrecerrados, intentando y, muy probablemente, descubriendo que le miento. Y si lo hizo, no dijo nada.
-Vale...
Después de eso, su madre en compañía de Brie y ayuda mía y de Bea, trajeron todo lo que comeríamos esta noche. Un pollo al horno que se ve y huele espectacular, un puré de papas casi tan tentativo, una bebida que aún no logro saber qué es y, ¿Eso es pan con ajo?
Esta cena tendrá buena comida.
No pasan ni diez minutos de que se terminó de poner la mesa cuando llega el segundo invitado. Un tipo que hasta ese momento no había visto antes, alto, moreno, cabello rizado color chocolate y ojos marrones de la misma tonalidad. En cuanto me saluda con un estrechón de manos y una sonrisa, noté el par de hoyuelos en sus mejillas, uno de cada lado.
-Soy Dixon, un gusto -se presentó sacudiendo nuestras manos.
-Evan, el gusto es mío.
Luego de la llegada de Dixon, aparecieron las dos personas que harían que me dé un ataque de algo ahí.
El señor Ferguson en compañía de Benjamín entraron al comedor y saludaron a los presentes con besos y abrazos y una palmadita a la espalda al novio de Brie, todos fueron saludados, excepto yo.
-Así que tú eres el famoso Evan Ross -comenta el padre de Bea sin apartar la mirada castaña de mí.
Asentí aclarando mi garganta lo más discreto que podía.
-S-sí, señor, soy yo. Un gusto.
No me gusta el silencio, no me gustan las miradas que me tienen él y Benjamín encima. En general, no me gusta la situación.
La mirada del señor Ferguson se extendió más de la cuenta, mis palmas sudan nerviosas y siento una gota de sudor caerme por la nunca.
-Y eres tú quién está saliendo con mi hermanita -más que preguntar, es una afirmación de Benjamín.
Volví a asentir.
-Así es.
¡Odio ese silencio!
-Bueno, mejor comamos, que se enfría -sugiere Bea y yo no puedo estar más que de acuerdo.
Todos toman asiento en sus respectivos lugares, afortunadamente, pude tener a mi novia de mi lado izquierdo y a Dixon del derecho. Por desgracia, Benjamín y su padre están frente mío, y no paran de matarme con la mirada.
La mayor parte de la cena transcurre con preguntas aleatorias, bromas de Brie, comentarios de Bea y Dixon y eventuales regaños de la señora Bethzy. Yo me zampo el puré de papa como si mi vida dependiera de ello.
-Y, Evan -pronuncia el señor Ferguson, dejando los cubiertos a un lado. Me echa una rápida mirada, y esta, en gran parte, se centra en mis muñecas-, ¿Por qué las pulceras?
En ese momento me atoré con un pedazo de pan.
Bea me da palmaditas en la espalda y Dixon me pasa un vaso de jugo para pasar el trozo de pan mal parado.
-¡Papá! -se queja Bea.
-¿Acaso no puedo saber? ¿Tienen algún significado o qué?
Cuándo siento que ya no voy a morir, tomo una respiración profunda y miro al padre de Bea. Su mirada y expresión seria sin ningún ápice de diversión. Estaba aún asustado de que me eche a patadas, pero también un poco resentido por su pregunta. Directa y sin rodeos, no hay problema con ello, me gusta que sean francos conmigo, pero no cuando de las pulceras se trata. Es tema prohibido.
-Sin ofender, señor Ferguson, pero el tema de las pulceras no es algo de mi agrado. No significan nada, es toda la respuesta que puedo darle.
De inmediato arquea una ceja hacia mí, Benjamín también. Los demás presentes, en cambio, asienten discretos hacia mí, Brie levanta el pulgar en aprobación.
-Muy bien, muchacho, lo respeto -y gracias-, tengo muchas preguntas para ti.
-Demasiadas -agrega su hijo.
-Pero la principal, ¿Qué clase de intenciones tienes con mi hija?
Escucho como ella se golpea el rostro con las manos, Bethzy se sostiene el puente de la nariz, Dixon a mi lado se centra en su cena y Brie rueda los ojos.
-Papá, por favor, no vas a empezar otra vez con...
-No, no, está bien -le interrumpo a Brie. Miro de reojo a mi novia, quién tenía las mejillas rojas-. Siendo honesto, su hija me trae hecho un loco -miro al señor Ferguson-. Me gusta muchísimo y eso ni lo dudo yo mismo, no tendría porque dudarlo ella o usted. ¿Mis intenciones? Aún no las tengo claras, apenas tengo diecisiete años, señor, pero si fuera posible, yo estaría mi vida entera con ella -siento la mirada incrédula de Bea en mi perfil-. Sé que suenan como las palabras de un adolescente chalado por una chica, quizá porque eso son, pero en serio, en serio, podría estar mucho tiempo con ella.
»Para mí no hay nadie más que su hija, señor. Créame cuando le digo que, literalmente, solo tengo ojos para ella.
Hay un silencio en el comedor. Todas las miradas están puestas en mí, todas incrédulas, todas fijas y empezaba a incomodarme.
Hasta que Brie se levantó de su asiento y empezó a aplaudir, llevándose la atención con ella.
-¡Uh! ¡Eso es, Evan! ¡Hermoso lo que has dicho!
-Has dicho algo precioso, Evan -sonríe la madre de Bea.
-Amigo, estuvo totalmente cursi he increíble -agrega Dixon.
Sus respuestas me agradan, pero las que más espero aún no llegan.
Benjamín toma una respiración profunda y asiente en mi dirección.
-Tienes mi buen visto, niño. Quieres a mi hermana, se nota, pero si la hieres -menea la cabeza-, uh, ahí estaremos mal.
-No lo haré -aseguro-, nunca.
-Más te vale.
Todos miramos a la única persona que no a dicho una palabra desde hace un rato.
El señor Ferguson despide un gruñido y da tres aplausos lentos y cortos.
-Lindas palabras, muchacho, lindas palabras. Tu relación con mi hija no la veo mal, pero estoy de acuerdo con Ben en que si le haces daño no querrás cruzarte con nosotros.
Trago saliva visiblemente.
-Dejen las amenazas, por favor -pide Brie-. Mejor terminemos la cena por Evan y Bea.
Tras esa declaración, el resto de la comida fue más ameno y conversador, pude sobrevivir sin morir encima del puré de papa y el papá y hermano de Bea ya no me miraban como lobos con hambre.
Puedo decir que, sí, ¡Sobreviví a la cena con los Ferguson!
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Nota de la autora:
¡Segundo extra de Loco Enamorado!
Este es, claramente, de cómo fue la cena de presentación en casa de los Ferguson, sentí necesario hacerlo porque como es Evan, creo que él necesitaba narrar este extra.
¿Dato curioso? Tenía planeado que lo narrara Bea en un inicio, pero nah', da más vibras de Ross que de ella.
¿Qué tal? ¿Les a gustado?
No se olviden que yo siempre andaré publicando extras en mis novelas terminadas, puede que para darle más de mis protas a ustedes, o puede que sea yo que aún no los supero.
Cómo sea, está cool.
Y no solo vengo a darles este pequeño regalito, también a darles una fecha: 13 de mayo, gente, estén atentos a mi perfil de Wattpad que habrá... uy, algo interesante.
¡Nos leeremos en Solo Me Importas Tú y El Soñador!
Besos y abrazos con nervios, malos sueños y preguntas imprudentes de Steven Ferguson.
MJ.
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