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D O S

—¿Qué tal si celebramos en el bar de la calle catorce? —propone Aidan, muy emocionado.

—¿En serio? ¿El bar de la calle catorce?

—Es un buen bar y lo sabes. ¡Ahí fue el primer lugar donde nos embriagamos!

—No me lo recuerdes —hice una mueca de dolor, rascando mi cabello—. Ni recuerdo como llegué a casa.

—Ni yo, pero es un buen lugar para celebrar ¡Ahí será! —dio un leve golpe a nuestra mesa para declarar el fin de la discusión.

El motivo por el que Aida quiere celebrar, es por haber sacado una de las mejores notas en un trabajo el cual nos esforzamos muchísimo. Todas esas noches de desvelo, ojeras, más cafeína de la que nos gusta tomar y casi quedar sordos por la bocina que usábamos para levantarnos han valido la pena.

Bueno, casi. Si pudiera evitar la compra de esa estúpida bocina, lo haría.

El profesor de nuestra última clase del día entró al salón al mismo tiempo que mi teléfono vibró indicando la llegada de un nuevo mensaje:

Entrenamiento al final de clases.

—Evan, guarda el celular si no tendré que confiscartelo —pidió el profesor sin siquiera echarme una mirada pars confirmar que tenía el teléfono en manos—, ahora.

—Te dije que tiene ojos en la nuca —susurró Aidan a mi oído.

No tuve más opción que volver a guardar mi teléfono si no quería que mi tía viniera a retirarlo por mí.
-

—Por favor, amigo, ¡No vayas! El capitán debe de tener excepciones para faltar a los entrenamientos.

—El capitán es el que menos puede faltar, Aidan —repito, cerrando mi casillero—. Es quien da el ejemplo.

Aidan resopla frustrado, siguiéndome por el pasillo.

—¿Qué es más importante? ¿Ir al entrenamiento para el primer juego del año o ir a embriagarte con tu mejor amigo por sacar una buena nota?

Me detengo a medio pasillo, tomando mi mentón como si pensara su pregunta.

—Bueno, ya que lo pones así... ¡La primera opción, imbécil! —retomo mi camino— Tengo que ir al entrenamiento, Aidan. Lo dijiste, es el primer juego del año, lo que significa: uno de los más importantes.

—¡Oh, por favor!

Después de insistir unos diez minutos más y recibir más negaciones de mi parte, Aidan decidió echar el plan de embriagarse a la basura y escogió pasar la tarde viendo películas.

—Las películas no me dejarán de lado por un entrenamiento —se cruzó de brazos muy digno, ignorandome.

Cómo las clases ya habían terminado, todos los alumnos fueron abandonando la preparatoria de a poco. Aidan hizo el favor de llevarme al complejo deportivo en el centro de la ciudad: un edificio con forma de caja, con la fachada de cristal, columnas de hierro que sostienen un techo sobre la entrada, dónde también ponía: «Complejo Deportivo del centro de Ciudad Nevada» escrito en grandes letras negras.

—Nos vemos —me despido de Aidan, bajando de su auto.

—Claro, primero rechazas mi propuesta, luego me pides que te traiga, ¿Y lo único que consigue es un «Nos vemos»? ¡Que buen mejor amigo, Evan Ross! —lo escuché gritar desde dentro, haciéndome reír.

Entro al gran edificio y subo las escaleras para ir a los vestidores de hombres, dónde no había nada más que las bolsas con la ropa de cambio de los demás integrantes del equipo. Ya veo el segundo sermón de responsabilidad de hoy.

Saco el uniforme de mi bolsa que consiste en las hombreras bajo la ropa, la cuellera, coderas, los guantes, pants y las espinilleras, además del casco y el protector bucal. No querrás que un disco vaya en mala dirección y termines con un par de dientes mellados.

Aprecio mis dientes y le tengo el suficiente miedo al dentista como para cuidarme.

Sobre las protecciones me puse la camiseta ancha tintada con los tres colores representativos de la preparatoria: el morado oscuro, el cual resalta más, el amarillo que es una línea horizontal por encima de los hombros y una blanca en la parte inferior de la camiseta, casi rozando el final. El nombre y número estaban en grande en color blanco por la parte de atrás, la mía citaba el «01» y el «E. Ross» escrito arriba en letras más pequeñas.

Termino de atar más agujetas de mis patines y salgo a la pista con el casco y el stick en manos.

Ahí pude ver algunos del equipo yendo por la pista sin razón, entre ellos Gabriel, un pelirrojo buena onda y ala derecha. Andy, un gran amigo mío y portero. Miles, un chico menudo pero veloz, también el ala izquierda del equipo. Alan, uno de los defensores junto con Mario. Yo soy el capitán y stopper del equipo.

Además de ellos, otros chicos estaban hablando no sé qué demonios, el entrenador estaba del lado de las gradas revisando su libro de jugadas. Aprovecho su distracción para entrar a la pista con discreción y tal vez así evitarme un segundo sermón sobre la responsabilidad.

-

Después del arduo entrenamiento, voy hacia las bancas, dejo el stick a un lado al igual que el casco y me sirvo un vaso de agua que tomo con rapidez para saciar mi sed.

—Aahh —suspiro con alivio al sentirme refrescado.

Veo hacia las asientos en las gradas dónde encuentro a varias chicas, algunas las reconozco por ser amigas de algunos chicos del equipo, otras por ser sus novias, pero las restantes solo las dejo como las chicas que practican gimnasia y ballet que solo vienen a ver los entrenamientos cuando sus horarios terminan.

Raras...

Levanto la mirada a los asientos un poco más arriba de donde me encontraba, se venía acercando una figura menuda, lleva una sudadera azul cielo que le queda muy holgada y por llevar la capucha no pude ver su rostro hasta que a unos pocos peldaños se la bajó.

—Muy buena vista —se acerca para apoyarse de la valla gris que nos separa.

—¿Te gusta lo que ves? —bromeé, sacando de lo más profundo de mi interior la valentía para mantener esa conversación.

Ella dejó ir una risita. Sí, precisamente la risita que me quita el aire.

—Puede ser que sí.

—¿Qué haces aquí, Bea? —le pregunto, sirviendo otro poco de agua.

Ese entrenamiento había sido matador. Estaba seguro de que me dolería todo más tarde.

—¿No puede una chica disfrutar del entretenimiento de un montón de chicos lindos? —refutó sarcástica, alcé una ceja—. Buen entrenamiento, Ross

Salió de las gradas dando tumbos, la conocía bastante como para saber que alguna canción pegadiza de Taylor Swift se estaba reproduciendo en su cabeza. Apostaría a qué la estaba tarareando. Estuve ahí de pie, viéndola marcharse hasta que la perdí de vista.

Sacudí la cabeza, negando a no sé qué, tal vez a mí, tal vez pensando que es rara o muy bonita. Lo que sea que fuera, me hacía sonreír como idiota.

Oh, esa chica...

Al finalizar el entrenamiento, nos dejan ir a casa, me despido de los demás chicos que se van en auto propio o los han venido a buscar. No me queda más opción que tomar el transporte público si no quiero tomar el largo camino a pie.

Estas son las consecuencias por haberle prestado el auto a la tía. Es que esa mujer maneja como una loca.

-

—Esto pica demasiado, Ava —rasqué mi cuello que picaba como nunca—. ¿Estás segura que no me la puedo quitar?

—¡No!

—Vamos —insisto, volviendo a rascar—. Tengo una corbata en mi habitación, me sentaría más a la ocasión y a mi estilo. El fucsia y yo no vamos de la mano, hermana.

Ava parece pensarlo un momento.

—Está bien, pero vuelve pronto —me quitó la cosa peluda que picaba como el demonio.

Salgo de la habitación de mi hermana para ir por mi corbata a mi armario. Mi hermanita es bastante terca, estuvo media hora insistiendo para que jugara con ella a la fiesta del té y no pude resistirme cuando puso los ojitos de bebé con el puchero. Esa niña sabe que son mi debilidad y los usa a su favor, pequeña genio.

Mientras hacía un desastre en mi armario en busca de la corbata, a mi teléfono llegó la notificación de un mensaje.

Papá.

Este fin de semana iré a buscar a tu hermana. Avísale a tus tíos, estaré allá temprano.

Respondí con un simple «Vale»

Se preguntarán: ¿Por qué no vives con tus padres? ¿Por qué vives con tus tíos?

No fue una decisión a la que me permitiera opinar. Sí, visitamos a papá todos los fines de semana, Ava entre semana va con nuestra tía a dónde trabaja para hacerle «visitas sorpresas» que ya no son tan sorpresas; además, pasamos todos juntos los días festivos y vacaciones, y papá trata de estar siempre en contacto con nosotros. Lo que pasa es que, con su nuevo trabajo como supervisor en la empresa donde trabaja, no puede cuidar de Ava todo el tiempo, y yo no estoy lo bastante cualificado como para atender a mi hermana más allá de las cosas sencillas, y nuestra madre... bueno, son temas complicados.

Mientras que papá resuelve toda esta etapa complicada en su nuevo puesto donde lo ahogan en papeles hasta el cuello, nosotros nos quedamos en la casa de nuestros tíos. Nuestro psicólogo creyó que sería un buen ambiente para Ava y para mí estar aquí con nuestros tíos en vez de solos en una casa que... a mí me trae malos recuerdos. Nadie quería un nuevo accidente, y honestamente, yo tampoco.

Al encontrar la corbata, me la puse de forma vaga alrededor del cuello y volví a la habitación de Ava, que estaba sirviendo el "té" en sus tacitas de juguete.

—Hey, enana, papá vendrá el fin de semana a buscarte. ¿Estás emocionada?

—¡Sí! ¡Fin de semana con papi! —levanta los brazos hacia arriba con emoción.

—Tenemos que preparar tu mochila —estuve a punto de levantarme pero Ava me tomó de la mano y jaló hacia abajo con una fuerza que no sabía que poseía.

—Oh, no, primero la fiesta del té —y volvió a su sillita plástica para seguir sirviendo el té misterioso.

Entre beber agua saborizada con azúcar, algunas galletas un poco rancias y unos panquecitos que no tenía ni idea de donde Ava había sacado, se nos fue la tarde. Mi hermana había terminado quedándose dormida con la cabeza recostada de la mesita de té. La tomé con cuidado de no despertarla, le quité la tiara y la tira de plumas moradas y la acosté sobre su cama.

Sonreí observandola dormir, se veía tan tranquila y pacífica, algo que despierta no lo es en lo absoluto. Alrededor de su cabeza le puse la cánula que tiene que usar para poder mantener estable su respiración al dormir, también le dejé su viejo osito de felpa y un beso en la frente antes de salir de su cuarto.

Mi hermana para mí es una de las personas más importantes, desde el primer momento que supe de su existencia hasta el final de los tiempos. Ava es como mi pequeña mejor amiga, no soportaría que algo malo le sucediese, no otra vez.

Iba a mitad de escaleras abajo cuando me detuve para escuchar la conversación que mantenían mis tíos en la cocina. Sé que es de mala educación escuchar a escondidas, pero si me veían sabía que dejarían de hablar y esto tenía que escucharlo.

—¿Puedes creerlo? ¡Después de todo lo que hizo! De todo lo que ellos pasaron... otra vez quiere volver así como si nada a sus vidas. Cómo si nada hubiera pasado. Aún no me lo creo, amor.

—Yo también estoy sorprendido —conviene el tío—. Lo que les hizo fue terrible, pero, ¿Sabes? De cierto modo me esperaba esto. Supongo que no deberíamos de sorprendernos tanto de lo que haga o diga esa mujer.

Termino de bajar las escaleras para entrar a la cocina, apenas verme, mis tíos silenciaron su conversación. Se nota la tensión en el aire.

—¿Algún problema? —los miro, frunciendo el seño.

—No, ninguno, cariño —respondió ella, intentando sonreír de forma tranquilizadora.

Solté un suspiro, no sé si cansado, triste o algo frustrado. Lo que sea, se fue. Todo eso tenía que dejarlo ir, y si ellos siguen tratándome como aquel niño de diez años, como el delicado adolescente de quince, no sería una tarea fácil.

Me gusta que sean francos conmigo, aún con temas que son dolorosos. La terapia de choque debería ser una opción en esta casa.

—Oigan, sé que se preocupan y tal, pero venga ya, tengo diecisiete años y ya han pasado dos años desde... desde ese momento. Sé que quieren cuidarme, ¡Pero ya no soy un niño! Soy lo bastante mayor como para saber las cosas —compartieron una mirada dudosa, crucé mis brazos sobre el pecho—. Los he oído.

La sorpresa por mi declaración apareció en sus rostros, permaneciendo más en el de la tía Ness. Ellos creían que no puedo con este tema, y comprendo eso, muy en el fondo, es algo que me sigue afectando, pero debía... debía de dejar de darle la importancia que tiene ahora como para lastimarme.

—Está bien si no me quieren decir, tampoco es que me importe algo que tenga que ver con ella.

—Tu tía la vió hoy en el parque —habló el tío, su voz tenía una nota de precaución que me irritó lo suficiente como para resoplar por lo bajo—. Dijo que los quiere ver otra vez.

—Cariño, entendemos si quieren hablar con ella...

Meneo la cabeza sin dejarla terminar.

—No la queremos ver otra vez.

—Pero Ava...

—Ava no sabe nada —mi voz se vuelve severa—. Nadie se ha atrevido a decirle la verdad, no sabe lo que ella hizo, lo que nos hizo a todos. No queremos verla otra vez —decreto por segunda vez.

—¿Ustedes... o tú? —sugiere el tío, mirándome con una ceja arqueada.

—Es parte del pasado.

Con eso dicho salgo de la cocina. No quería hablar más del tema, había llegado a mi límite referente a eso. Era suficiente por hoy y por todos los días restantes.



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