D O C E
—¿Qué haces aquí?
—Oh, yo estoy muy bien Evan, ¿Y tú? ¿Cómo van las cosas en la escuela? —cuestiona, sarcástica, dándose a conocer un ligero problema al hablar el idioma junto con su insuperable acento.
Me reí, bajando de la plataforma.
—Vale, lo siento, ¿Cómo estás, Briana?
—Bien, ¿Y tú qué tal? —preguntó, sentándose en la mesa donde antes estaban Ava y Cally.
—Supongo que feliz, he conseguido trabajo aquí.
—¡Genial, Evan! Felicidades —ella sonrió.
—Eh, gracias —tomo la mochila morada de mi hermana y la cuelgo de mi hombro—. ¿Y qué haces aquí?
—Trabajo acá.
—¿En serio? —Briana asiente—. ¿Desde cuándo?
—¿Desde hace unas semanas? Creo que tres o cuatro —responde luego de pensarlo un par de segundos, igual no sonando muy segura.
—Que... raro. Hace una semana estuve aquí y no te ví.
—Oh, es que estuve enferma la semana pasada. Pero ahora estoy de vuelta.
—Bien por ti —la felicito, sonriendo de labios cerrados—. Hey, por cierto, ¿Qué tal las cosas en la preparatoria?
—Oh, todo genial. La gente es muy... —hace un gesto con su mano—. ¿Cómo son las palabra? Eh... gentil et amical.
—¿Gentil y simpática?
—¡Eso! Son muy simpáticos, no he tenido problemas.
Apreto los labios para contener la risa que quería soltar. En serio que es gracioso escucharla hablar remarcando demás la «r»
—Perdón, es que aún no supero tu acento, Briana. Es gracioso.
—Que soy francesa, ¿Vale?
Levanto las manos en señal de paz.
—Me ha quedado claro.
Briana menea la cabeza, suspirando entre una risa baja, ninguno de los dos llegó a decir algo más ya que la felicitación de un rubio recién entrado al escenario no nos lo permite:
—¡Amigo, que genial que has conseguido el trabajo! —se acerca a nosotros y pasa su brazo por encima de mis hombros, acto seguido me desordena el pelo cuál papá orgulloso de su crío—. Venga, que ahora te podré molestar más seguido, capitán —bromea Andy, fingiendo darme un golpe en la costilla con el puño.
—Lo mismo digo, evita discos —dije, empujándolo.
Briana se ríe aún en su asiento, Andy pasa su mirada azul de mí a ella.
—Hey, Bri —quita su brazo de encima de mis hombros y choca el puño con ella—. Pensé que vendrías mañana.
—Se supone, pero olvidé unas cosas la semana pasada y se me pasó también buscarlas entre semana —explica—. Bueno, chicos, los dejo, tengo otras cosas que hacer. Nos vemos mañana —se despide con una sonrisa de nosotros, saliendo del escenario.
Andy y yo quedamos solos en el lugar.
—No sabía que trabajaba aquí —le confieso al rubio luego de que Briana se fuera.
—No tiene mucho tiempo, además de que solo trabaja los sábados en la mañana y los domingos en la tarde, Cally no deja que se quede hasta la noche.
—¿Sabes? También va a nuestra preparatoria.
—Sí, lo sé, Aidan me la presentó —dijo—. Amigo, lo importante aquí es que te uniste a un trabajo donde la pasarás de maravilla —asegura haciendo el gesto de «okey» que me saca una risa breve.
—¿Ah, sí?
—Así es, tendrás a los mejores compañeros de trabajo y además de que después del turno, Cally siempre prepara unos snacks antes de irnos.
Oh, eso sí que es bueno.
—Así apaciguamos nuestras almas moribundas y hambrientas —bromeó cuando vamos saliendo del escenario.
La cafetería estaba parcialmente llena de personas, algunas en grupo y otras solitarias con la sola compañía de un aparato tecnológico. Algunas mesas estaban siendo atendidas por un chico pelirrojo con el rostro lleno de pecas que reconocí como Gabriel, el ala derecha del equipo de hockey, junto con dos chicas más que me resultan familiares. Andy y yo nos mantenemos de pie en la entrada al escenario que está a un lado de la barra.
—Ya conoces a Gabriel. La de allá —señala a una chica de estatura común, tez colorada y de cabello rizado color chocolate—, se llama Verónica. Es muy buena onda, te caerá bien. Y aquella de allá —señala con discreción a la otra chica que atendía con una sonrisa una mesa cerca del ventanal, alta, tono claro y cabello rubio-castaño ondulado—, se llama Christina.
Hubo un revoltijo en mi estómago cuando Andy mencionó ese nombre, lo ignoré lo mejor que pude hasta que pasó unos segundos después. Al detallar a lo lejos ambas chicas, más que parecerme solo «familiares» sabía que las había visto en otro lugar además de aquí.
—Un segundo, ¿Esas no son las chicas que luego del partido del año pasado para animarnos empezaron una guerra de comida en la pista?
Andy carcajea, quizá recordando aquella vez. Habíamos perdido uno de los partidos contra una preparatoria de Holbrook, por lo que estábamos un poco desanimados, pero ese par de chicas nos subieron los ánimos a todo el equipo con su improvisada guerra de comida en la pista del complejo deportivo. Claro que por eso se ganaron un castigo severo.
—Sí, sí son ellas. Por eso te dije que te caerán muy bien, son gente demasiado buena onda.
Andy me habla de los otros tres chicos que trabajan de medio tiempo también: un chico y una chica que tienen pinta de tener nuestra edad llamados Marco y Luz, y otro chico un año menor llamado Nico. En cuanto pudimos tener una breve conversación en su descanso, me agradaron al instante, Luz es bastante simpática al igual que Marco y Nico es un chico bastante cómico. Por lo que me contó Andy, Cally le da trabajos de medio tiempo a estos chicos los fines de semana. Los meseros que están aquí hoy no llegan ni a los diecinueve, el mayor es Andy solo por un par de meses y el menor de nosotros es Nico, con dieciséis.
Los turnos para los menores de edad son solo los fines de semana con un horario exacto: a partir de medio día empezaban algunos turnos y finalizan más tardar a las nueve de la noche.
—Bueno, empiezas mañana, entras a las tres —me informa Andy y yo le doy una mirada de «¿Por qué rayos me lo dices tú?»—. Cally me pidió que te lo dijera.
—Oh, vale.
—Nos veremos mañana —chocamos los cinco a modo de despedida.
—Espera, ¿No hay algo así como un uniforme o algo?
—No, sólo un simple delantal —toma de las puntas el delantal marrón que lleva atado a las caderas—. ¿A qué me queda lindo?
—Claro, Andy, muy lindo —él se carcajea soltando la tela—. Bueno, nos vemos mañana. Adiós.
Voy a la mesa donde Cally está sentada con Ava comiendo lo que parece ser un pye de frambuesas mientras escucha a mi hermana contarle una de sus épicas aventuras en el patio de la primaria.
-
—¿Te divertiste con Cally hoy? —le pregunto a Ava, saliendo del estacionamiento.
—Muchísimo, ¡Y preparó un pye muy rico! —responde mi hermana, muy emocionada. A Ava siempre le han gustado los postes que prepara Cally.
Lo que restó del camino a casa Ava me contó una de esas historias suyas, de esa vez dónde encontró un tilina morada, como ella suele llamar a la plastilina, en su mochila. Mi hermanita suele emocionarse por cosas pequeñas que resulta bastante tierno y lindo escucharla contar esas historias. Es algo que debo de aprender de Ava: aprender a disfrutar y apreciar más esos instantes felices.
Ya en casa, Ava pasó corriendo y preguntando a voz alta: «Tía, ¿Dónde estás? ¡Te traje algo!», buscando a nuestra tía para darle la rebana de pye que Cally le había dado.
—¡Aquí, cariño! —escuchamos el grito desde la cocina, Ava sale del pasillo de habitaciones junto a las escaleras y se va corriendo a la cocina.
—¡Mira lo que te traje! —anuncia, entregándole el envase con el postre a la tía Vanessa. Yo observo toda la escena de brazos cruzados apoyado en el marco de la entrada a la cocina.
—Mmm, ¡Pero que rico! —exclama, lo que hace a Ava reír, busca unos platillos para servir el pye en ellos—. Ven, Evan.
Me acerco a la isla en medio de la cocina, Ava me pide que la alce para sentarse en la orilla dónde segundos después sus pies se están balanceando en el aire. La tía Ness me pasa un platillo con un trozo del pye que se ve buenísimo. Mientras ella comía, le ayudaba a mi hermana a no pincharse la lengua con los dientes del tenedor. Hay un eventual «¡Ay!» por parte de Ava que me hacen reír por lo bajo y también hace que me gane malas miradas de mi tía que bien decían «No te rías de tu hermana»
Vale, pues perdón.
Después de comer el pye, subo a mi habitación quitándome el gorro de lana y la zamarra, dejando las prendas sobre la silla de mi escritorio. Caigo sobre mi espalda en la cama con mi celular en manos, revisando Instagram en busca de algo entretenido, hasta que la llegada de un mensaje interrumpe mi búsqueda y el nombre me pone nervioso.
¿Cómo es posible que con solo un mensaje suyo ya sienta ese cosquilleo en el estómago?
Bea
Buena presentación en el CallyCafé hoy, me alegra que hayas conseguido el trabajo.
Te iré a ver en tu primera presentación, Ross.
—¡¿Qué?! —medio grité, sentándome de golpe en mi cama.
¿Bea había estado hoy en el CallyCafé? ¿Ella me vio cantar y... le gustó? Despido un suspiro y paso mi mano por mi cabello, repitiendo ese mensaje una y otra vez en mi cabeza.
Bea me escuchó cantar y sí le gustó. ¿Por qué aquello me hace tan ridículamente feliz?
Me dejo caer otra vez sobre mi espalda, con la mirada fija en el techo y una sonrisa estúpida en los labios.
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