C U A R E N T A Y C I N C O
Cuando volvimos del parque a la casa de nuestros tíos, papá nos pidió que recogiéramos algo de ropa más nuestras cosas de la escuela.
Luego de eso fuimos a nuestra vieja casa. La casa donde había tanto recuerdos felices como tristes.
En esta ocasión, me fue un poco más fácil entrar. Claro que aún me generaba nervios y un malestar, pero por suerte no tuve ningún ataque de pánico, así que eso ya de por sí es una gran mejoría.
Ava estaba en su habitación arriba, jugando con las muñecas que tiene aquí, mi hermana suele venir más seguido que yo. Para mí aún es difícil todo lo que pasó. Aún me traen recuerdos pero supongo que ahora con todo lo de la aclaración de mamá, los que vengan cuando esté durmiendo aquí ya no serán tan malos, pero todo queda en una simple suposición, una que espero se haga realidad.
Papá y yo estamos sentados en los sofás de la sala de estar, había llevado mis cosas a mi habitación con excepción las de la escuela. Necesitaba ayuda con la tarea de matemáticas y cálculo. ¿Qué? Oye, no soy un matematleta. Diría que soy un total bobo en la materia.
—Entonces pi al cuadrado me daría... —me detuve al ver que papá no me prestaba atención—. Eh, papá, ¿Qué pasa?
Suspira echándose hacia atrás en el sofá grande, yo estaba sentado como un yogui en el suelo, parezco a un crío de preescolar aprendiendo a sumar.
Dejé la lapicera sobre mi libreta.
—¿Estás así por lo de mamá? —pregunto con cautela.
—Sí, aún estoy... sorprendido.
—Yo también estuve así cuando hablé con ella.
Papá me mira, curioso.
—¿Cuándo hablaron?
—Mañana se hace una semana.
—¿Y no planeabas decírmelo?
—Sé que no debí mentirme, es solo que mamá no quería que le dijera a nadie. Ella misma quería dar sus explicaciones.
Recuesta la cabeza del apoyo del sofá, viendo al techo.
—Papá... —dije—. ¿Qué fue lo que pasó cuando tenía ocho años? El ataque de mamá... ¿Por qué no me lo dijeron antes?
Se acomoda en su lugar, apoyando sus antebrazos de sus muslos, entrelazando ambas manos.
—Tenías ocho, Evan. Aún eras un niño. No quería preocuparte con todo lo que le pasó a tu mamá.
—Ella me dijo que estuvo en coma durante tres semanas, ¿Es cierto?
Papá asiente aunque no dice nada durante un par de segundos que se convirtieron en minutos. A la final, despide un largo suspiro pesado.
—Es cierto —respondió—. Fue un momento muy difícil. Recuerdo que la neurocirujana me había dicho que tu mamá sufrió un fuerte golpe en la cabeza.
—¿Pero eso cómo la llevó a estar en coma?
—Todo se resume al golpe, Evan. Un fuerte golpe en la cabeza puede causar muchos problemas. Tu mamá tuvo algo de suerte. Las pruebas no habían mostrado hemorragias, así que no hubo falta que la introducieran en cirugía, pero la resonancia magnética había mostrado inflamación cerebral, así que... tuvieron que inducirla en coma para que su cerebro descanse durante el tratamiento que le emplearon.
Por el tono de voz en que lo decía, le estaba costando hablar del tema. Me sentí mal por preguntarle.
—Está bien, papá. Ya... ya es suficiente, no me tienes que decir más.
Menea varias veces con la cabeza.
—Tú también tienes derecho a saber, hijo. Me preguntabas por tu mamá siempre que iba a la casa de tu abuela. Mereces tener una respuesta.
No refuté nada, así que él prosiguió:
—No quería llevarte porque no quería que vieras a tu mamá así. Sabía que te destrozaría. Así que preferí dejarte con tu abuela.
»Fueron tres semanas duras, no quería irme del hospital pero tenía que estar atento de ti. La doctora se mostraba positiva, diciendo que habían mejoras todos los días, pero aún así... era difícil.
Lo imagino, por como cuenta las cosas, por la tristeza en sus ojos. Aquel ataque no fue solo difícil para mamá, también lo fue para él.
—Las tres semanas dónde tú mamá estuvo en el hospital, la policía buscó a los agresores de tu madre. Fue difícil cuando los encontraron porque no hubo quien confirmara que eran ellos —suspira negando cabizbajo—. Los hijos de perra casi salen libres. Consiguieron relacionarlos con un caso anterior, meses antes de que pasara lo de Christina. La víctima accedió a ir al juicio.
»Yo no falté, era una muchacha menor que tu madre en aquel tiempo, pero le hicieron las mismas torturas, se llamaba Rachelle, gracias a ella es que a esos malditos les dieron más de veinte años. No solo habían sido dos víctimas de aquí, tu tío descubrió que también habían habido ataques con los mismo patrones en Holbrook, solo que nunca lograron que las víctimas fueran al estrado.
»Creí que todo había acabado cuando tu mamá despertó. Los primeros días fueron duros. Depresión, insomnio, los dolores terribles de cabeza que le daban. Tenía miedo de que ella... —su voz se apagó.
—Se rindiera.
Él asintió.
—Dos años después se enteró de que estaba embarazada de Ava, cuando me lo contó tenía la sonrisa de felicidad más grande que le había visto —comenta como si estuviera recordando ese día—. Christina... ella siempre había querido tener una niña. Alguien a la que peinar, comprarle vestidos, y cuando se enteró de que iba a ser hembra... nunca la había visto tan feliz —susurró—. Nunca me imaginé lo que pasó unos meses después.
—Yo tampoco lo imaginé —convine con una mueca.
Nadie se lo esperó, en realidad.
—Creí que ya todo lo que tenía que ver con lo que pasó esa noche había quedado ahí. Creí... yo creí que... —balbucea papá, luego apreta los labios—. No imaginé que sería tan grave. Y... y después de dos años...
—Superar las cosas no es fácil, papá —mi mirada pasa a mis muñecas libres de las pulceras, dejando ver esas marcas—. Mamá tuvo de las peores recaídas depresivas que he escuchado, lleva luchando con sus pesadillas desde hace casi una década. No importa cuánto tiempo pase, mientras tú mente no sane, tú no sanas.
»Duele lo que hizo, duele mucho, pero... la entiendo. Sé lo que es caer en ese pozo oscuro, sé lo que es llegar al límite y decirte «No merezco esto, no quiero esto».
—Tú no merecías sufrir, Evan —asegura.
—Mamá tampoco lo merecía —murmuro—. Le ví las cicatrices de las muñecas.
—Fueron por... —papá pasa saliva con dificultad—. Las mordazas con las que la ataron...
—En ese momento, solo pude sentir dolor, por ella, por mí, por todo. Es como si volviera a tener quince años y esté tomando las tijeras, si fue horrible para mí, para ella fue peor —hay un silencio doloroso en la sala—. No la justifico, pero... ¿Crees que seamos capaces de...?
—¿Perdonarla? —complementa por mí—. Yo... no lo sé. Aún tengo que pensar todo lo nos dijo —fija la mirada en su anillo—. No creía que aún lo conservara.
—Papá, sé que en aquella videollamada dije que traerla a nuestras vidas no sería tan fácil como chasquear los dedos, pero desde esta perspectiva... sí se puede, un paso a la vez, pero se puede. ¿No te gustaría... volver un poco a la normalidad de antes?
La única respuesta que tuve fue un suspiro.
—Me encantaría, hijo. Me encantaría volver un poco a lo de antes. Yo también la pasé mal, pero... —su voz se apaga, es cómo si no quisiera admitir algo.
—Tienes miedo de que pueda irse otra vez, ¿Verdad? —asintió—. Yo también tengo miedo de eso, pero tenemos la oportunidad de volver a empezar, de por fin ser una familia, así sea de una forma... extraña.
»Yo sé que aún hay que pensar, yo también debo hacerlo. Siete años de dolor no se perdonan de la noche a la mañana. Pero veo posibilidades, papá —ahora me tocó a mí suspirar—. No quiero perder la única oportunidad que tenemos de que ella vuelva. Ava la necesita y yo también.
»He aprendido que empezar desde cero no siempre está mal, empecemos otra vez. No todo será igual, claro, pero nunca está demás intentarlo.
»Así que, ¿Qué dices, papá?
Él me regala una sonrisa de lado.
—Tienes razón, Evan: hay que pensar, tomarnos nuestros tiempos. Yo también veo la posibilidad de tenerla de vuelta, así solo sea como tu madre. No quiero que Ava crezca sin su mamá. Y si ustedes pueden perdonarla, yo también podré hacerlo. Fue... no sé si aún es así, pero era mi mejor amiga, yo también anhelaba esto: una explicación. Así que, creo que sí puede ser posible darle el perdón.
—A su tiempo —dije.
—Pero posible —agrega papá.
Ambos sonreímos.
—Papá, tú... ¿Conservaste tu anillo de bodas porque aún... amas a mamá?
Esta respuesta me la dió casi de inmediato:
—Nunca dejé de hacerlo, Evan —murmura—. Mejor sigamos con las ecuaciones.
-
Aunque en casa todo estaba yendo algo bien, en la preparatoria no es así.
Los pasillos están repletos de alumnos nerviosos. Lo que resta de curso los profesores nos mantendrán ocupados con exámenes, tareas importantes he informes. Incluso Aidan, quién siempre tiene una actitud relajada, ahora se la pasa en la biblioteca, leyendo, trabajando, estudiando para exámenes y haciendo informes más largos que el guión que debe de aprenderse.
Sí, oficialmente Aidan pertenece a la clase de teatro. Nos dijo que su primera presentación sería a finales de noviembre. Será la forma en la que recibiremos el mes de diciembre: con una obra teatral invernal.
La clase extra de teatro no siempre ofrecen espectáculos. Solo se resume a enseñarles a los alumnos que se sumaban a la clase técnicas del teatro, Aidan parecía muy emocionado con todo. Él nunca lo admitirá en voz alta, pero mi mejor amigo es la Reina del Drama.
Otra cosa que no está bien en la preparatoria es mi situación con cierta chica castaña.
A Bea no la veo desde el viernes de Halloween, no he hablado con ella por ningún medio.
Tampoco me atrevía a hacerlo.
Soy cobarde, ¿Okey? Siempre le tuve miedo a su rechazo, también a que pudiera encontrar algún defecto en mí y se alejara. Y cuando por fin tuve las agallas de decirle lo que sentía, ví con mis propios ojos el cómo estaba saliendo con alguien más.
No me atrevía a hablar con ella porque no quería. Espero que ese chico Remo la haga feliz. Lo espero en serio. Bea es la chica más genial, hermosa he increíble que alguna vez tuve el privilegio de conocer.
Ella merece lo mejor del mundo.
Y «lo mejor del mundo» no es un chico que no tiene las agallas para decirle la verdad, que sus muñecas tiene viejas cicatrices por cortes y que tiene ataques de pánico por ver su vieja casa.
Sentado en el suelo del pasillo de los casilleros, intento entender las leyes de la gravedad para mi examen de física. Odio física, odio los número y odio estas leyes. Todos hemos visto una manzana caer, ¿Por qué demonios a Isaac Newton se le ocurrió investigar el por qué la manzana caía? O mejor, ¿Por qué no se pudo quedar dormido bajo una palmera de cocos? Ahora se nos haría más fácil la cosa a los estudiantes.
Resoplo sintiéndome frustrado. En serio que odio esto, no entiendo los números ni fórmulas, por lo que estoy casi seguro de que llevo un serio caso de discalculia. Mi mirada se desvía de las palabras sin sentido del libro para fijarse en el suelo a cuadros frente a mí para empezar a seguir un par de tenis viejos pero que aún así a ella le quedan bien.
Por el rabillo del ojo ví a Bea en su casillero. Va con un pantalón de mezclilla negro que le llegaba justo por los tobillos, junto con una blusa mangas largas color azul cielo. Sin duda ese color le favorecía bastante. Escucho como tararea una canción y advertí en que lleva sus auriculares puestos. Sacó un par de libros de su casillero y lo cerró. Al hacerlo, me vió sentado en el suelo.
No pude más que sonreírle de lado.
Es lo mínimo que puedo hacer. Claro que tenía en mente muchas más cosas pero algo me limitaba: ella tiene novio.
Suspira antes de sonreírme de lado.
Demonios, ¿Afrodita estará haciendo alguna de su magia de amor? Porque tan solo me sonrió así pude sentir como se me aceleraba el pulso.
O es que estoy bien chalado por ella.
Bea se acerca a mí y se sienta a mi lado en el suelo. Hubo tensión varios segundos dónde solo se escuchaba la canción a través de sus auriculares: Friends Don't Let Friends Dial Drunk de los Plain White T's.
—¿Estudiando? —preguntó al fin.
—Sí, tengo un examen de física en unos minutos —no me digno a verla—. ¿Y tú?
—Preparada, supongo. Oye, Evan... ¿Podemos hablar de lo que sea que esté pasando entre nosotros?
«Entre nosotros» un «nosotros» que está en la zona de amistad. Y como odio estar en la zona de amistad. Casi tanto como la física he Isaac Newton.
—¿Qué tiene? Yo lo veo igual de siempre.
—¿«igual de siempre»? —repite—. Pues tu «igual de siempre» no se parece al mío. Hace días no hablamos, y tu último comportamiento digamos que no fue el mejor.
—¿Todo bien? —me preguntó.
«No, nada bien» quería responderle.
La ví y me fue imposible no sentir esa sensación de que... la había perdido. Quizá porque sí lo había hecho.
—Sí, está todo bien —respondí.
Sabía por la expresión que tiene Bea que no me había creído.
—¿Estás seguro? No lo pareces —preguntó una vez más.
Sonreí sin gracia.
—Sí, Bea, estoy seguro.
No quería, en serio no lo quería, pero el tono cortante salió sin más. Sin poder pensarmelo bien.
—Oye, yo solo estoy preocupada por ti. No he sabido nada de ti en tres días. Me dejaste plantada en el parque. ¿Y ahora? Te comportas así. No te entiendo. ¿Qué demonios te pasa?
—¿Qué me pasa? —repetí en un murmuro—. Te lo dije, no me pasa nada. Estoy bien. No deberías estar preocupada.
—Pero lo estoy —ella se cruza de brazos.
—Yo no te pedí que lo estuvieras.
Soy testigo del momento en que su rostro cambió completamente: de estar preocupado y curioso, a estar triste y molesto. ¿Por qué habría de estar triste? Ella debe tener asuntos más importantes que yo.
—Bien, no te molesto otra vez.
La conversación de ese día se repite en mi cabeza, junto con la conversación por mensaje.
Me debatía por qué cosa escribirle. Borraba, reescribía todo y lo volvía a borrar. A la final solo mandé:
Hola.
No es nada original, pero no sé qué más decirle. Su mensaje tardó solo segundos en llegar:
¿Qué?
Yo: ¿Qué haces?
Pulgarcita: ¿Te importa? Hoy en clases no parecía que te importara mucho.
Me sentí mal en el acto. De verdad la había tratado pésimo.
Sé que fui tonto, lo siento.
Pulgarcita: Fuiste un gilipollas, Ross.
Yo: Sí, tienes razón. Fui un jodido gilipollas. En verdad, lo siento.
Pulgarcita: Tengo que irme, Evan.
Lo comprendí. Así que suspirando rendido, envié:
Adiós, Bea.
—¿Qué es lo que pasa, Evan? —me preguntó Bea.
—No pasa nada, Bea —dije tratando de no sonar cortante—. Solo he estado un poco ocupado, es todo.
—Entonces, ¿Por qué no me ves?
—Te oigo, ¿Es necesario verte?
Sorpresivamente sentí su mano girar mi cara en su dirección con delicadeza. Bea tenía una mirada decisiva, una que le había visto muy pocas veces.
—Es necesario porque no me gusta estar así. Evan, estás a mi lado y a la vez siento que estás a millones de kilómetros. Si confías en mí, me dirás qué te pasa.
¿Qué me pasa? Me pasan muchas cosas: la escuela, el estrés por todos los proyectos, el tema de mamá, Bea, el hecho de que tenga novio y que me siento mal conmigo mismo porque no aproveché la oportunidad que tenía.
—Nada me pasa, Bea —decidí responder—. Solo es la escuela. Es todo —cierro mis libros y los guardo rápidamente en mi mochila. Me levanto del suelo, Bea me ve entre frustrada he irritada. Le sonrío y le extiendo mi mano para ayudarla a levantarse—. Venga, Pulgarcita, todo está en orden.
Suspirando aceptó mi mano. Quise alargar el contacto por más tiempo, pero ví que a pocos metros venía Remo, así que solté su mano de la mía. Bea frunció el entrecejo.
—Te... te veo luego, Bea.
—————————
Nota de la autora:
Hey, hey, hey.
Lamento no haber actualizado ayer, es que no tenía internet y bueno, sin internet no me conecto.
Ojalá les haya gustado.
Besos y abrazos con canciones de los Plain White T's, recuerdos y despedidas tristes.
MJ.
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