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C I N C U E N T A Y T R E S

Mini maratón 4/4

Ahora entendía a mi primo Arlo cuando decía que con el TDAH los tiempos en los que se la pasaba bien se iban... ¡Puf! Así, en cuestión de segundos.

Esas semanas que mamá pasó con nosotros fueron las mejores de todas. Fue un buena manera de empezar el año. Salíamos, pasábamos tiempo de calidad en familia y cosas que Ava nunca tuvo y que yo ya había olvidado.

Incluso mi mamá conoció a Bea.

Mi novia había vuelto de Seattle el mismo fin de semana que mi madre de Canadá, así que el domingo le había dicho a Bea para que fuera a mi casa, dónde allí, sorprendida, conoció al fin a la incógnita que era para ella mi madre.

—Es... es un placer, señora... —sus palabras quedaron en el aire sin saber cómo llamar a mamá.

Y es que era entendible, legalmente ella sigue siendo la señora Ross, pero con todo el tema y la situación que tenemos en esta familia, no sabemos si es apropiado (o cómodo para mis padres) que ella se siga presentando con su apellido de casada.

Secretamente creo que papá espera que ella vuelva a presentarse con ese apellido. Cuando cree que nadie lo está viendo, lo pillo dándole miraditas a mamá, y uno de esos momentos es este. Mamá soltó una risa suave para aligerar la tensión de Bea, la mirada que papá le dirigió era muy anhelosa, como si esperara ansioso que ella se presentara ante mi novia como «la señora Ross»

Y cuando no lo hizo, desvió la mirada a un lado, luciendo decepcionado.

—Lebreton, cariño, pero puedes decirme Christina.

—Es un placer conocerla, señora Christina.

—El placer es todo mío —mamá no perdía su sonrisa, y es que entre todos, ella era la más emocionada de conocer a Bea—, mis hijos me han hablado maravillas de ti.

—Eso es bueno, gracias.

—No sabes lo mucho que Evan parlotea sobre ti —Oh, oh—, horas y horas hablando sobre lo increíble que es su novia...

—Mamá —murmuré entre dientes, avergonzado.

—Lo inteligente que es, ¡Y como no! Lo guapa que le pareces —sentía hasta el cuello caliente—, ahí estamos de acuerdo, eres muy guapa, Beatríz.

No quería ni mirar a mi novia, solo quería que el sofá me tragara y escupiera en algún volcán activo de Hawaii.

—Vaya... —sentí su mirada en mi perfil—, es... lindo saber eso.

—Puede que algún día lo grabe y te lo enseñe.

Traidora mi madre, traidor mi padre por no apoyarme y traidora mi novia por estar de acuerdo con esa idea.

—Oh, eso me encantaría.

—¡Bueno! —exclamé, poniéndome de pie—, ¡Basta de avergonzar a Evan! ¿Por qué no vamos a cenar?

Todos ellos volvieron a reírse de mí, pero esa vez tuvieron compasión y me siguieron el juego.

La cena en nuestro restaurante favorito estuvo estupenda. No hubo incomodidades, ni preguntas fuera de lugar, ¡Y lo mejor! Mis padres no me avergonzaron con historias de mi infancia. Bea pareció encajar a la perfección con mi familia. No cuestionaba nada de nuestra dinámica y no sacaba a relucir temas del pasado. Solo se la pasó bien con mi mamá, se hizo su propio criterio de ella y, al parecer, fue uno muy bueno.

Cuando nuestra relación tuvo un poco más de estabilidad, le conté más detalles sobre lo que pasó ese abril del año que Ava nació, todo lo que implicó para mí y mis problemas, también lo que implicó para mi familia y como nos hemos estado recuperando este tiempo. Bea me abrazó por un largo rato y me dió un beso, aseguró lo muy valiente que he sido pese a todo el desastre que he vivido. Cuando le conté lo de los cortes, esperé alguna reacción negativa, en cambio ella me dijo que «todos caemos en un vacío oscuro, la cosa está en tener las agallas para poder levantarte y salir de ahí» e hizo el acto más precioso que se quedará por siempre en mi corazón.

En serio no sé qué fue lo que hice en esta vida o en la pasada para merecer a una chica tan increíble como Beatríz Ferguson, pero estaba bastante agradecido con ello.

Observé por un momento a mi novia reírse por algo que dijo mamá, seguro alguna anécdota de mi infancia. Se veía radiante, en su entorno, no se mantenía callada, no desviaba la mirada, no contenía su verdadero ella. Fluía, y lo mejor de todo es que lo estaba haciendo con mi familia.

-

Al volver a clases, las cosas iban más suaves que en invierno. Claro que los profesores nos advirtieron a los de último año que eso no duraría mucho y que ya para dentro de unos pocos meses empezarían los exámenes finales y los de admisión para la universidad, que en febrero ya podríamos ir optando por las becas o asegurando cupos a los que se permiten pagarse la carrera.

Febrero es un mes que me tiene nervioso por dos razones.

1. La cosa de la universidad, eso me tiene los pelos de punta porque es algo nuevo, además que me aterra no poder obtener beca en la universidad a la que quiero ir.

2. San Valentín.

El San Valentín de este año sería el primero que pasaría con novia. Vale, que he tenido alguna que otra novia antes, pero no fueron relaciones que hayan durado tanto como para llegar al catorce de febrero. Incluso una vez, en sexto grado, tuve una novia que me duró medio almuerzo.

Pero nunca había tenido una chica con la que pasar un día de San Valentín.

Y eso me pone nervioso. No sé qué hacer para la fecha. Mis ideas se acumulaban todas de golpe y cuando quiero tomar una, ¡Puf! Todas se van y quedo en blanco.

Cómo ahora.

Pensaba y pensaba, nada se me ocurría, ninguna idea se mantenía lo suficiente como para analizarla y decir «Sí, me gusta, haré esto» no, todas se esfuman y me dejan en blanco. 

Resoplé cerrando mi casillero, ¡Tengo que pensar en algo! Sé por experiencia que el mes se puede ir en un abrir y cerrar de ojos, y cuando menos te lo esperas, ¡BOM! Ya tienes a febrero encima con el día de San Valentín.

Vamos, Evan Ross, tú puedes pensar en algo.

—¡Hola! —doy un respingo asustado cuando escucho ese grito.

Giré para ver a Bea, que sonríe divertida de haberme asustado.

—Mierda, Bea, que susto —admití, llevando una mano a mi pecho. 

—Lo siento, es que te ví muy concentrado ahí. Fue inevitable, por cierto, hola —dijo y se acercó a mí, poniéndose de puntillas para dejar un beso en mi mejilla. Uno que me dejó sonriendo como idiota.

Ah... aún me pregunto qué habrá sido lo que hice en mi vida pasada para merecer a una chica tan genial.

—¿En qué tanto pensabas? —preguntó alejándose de mí.

—En cosas... Nada interesante —mentí. No quiero decirle que ya estoy pensando en San Valentín, además, quiero hacerle una sorpresa. No tenía idea de cuál pero quería hacerle una.

Por su mirada, sabía que no se había tragado la mentira.

—Hum... bueno, si tú lo dices —encogió los hombros—. ¿Cómo estás?

Preguntas simples que nos hacemos todo el tiempo. «¿Cómo estás?», «¿Cómo te sientes?», «¿Está todo en orden?» eran necesarias para lo sano de una relación.

Y aún sonrío como estúpido cuando sale a coalición la palabra «novia» y «relación», simplemente soy feliz de escucharlas.

—Bien —le respondí—. Bueno, casi bien. No quiero que lleguen otra vez los exámenes.

Ella asintió de acuerdo.

—Comprendo, estamos igual —hizo un espasmo—. Exámenes...

Antes de ella, yo no sabía lo que era mirar a alguien y sonreír sin motivo, tuvo que llegar Beatríz Ferguson para hacerme dar cuenta de que tan solo verla, puedo sonreír y ser tan estúpidamente feliz. 

—¿Sabes? He... estado pensando —dijo, de pronto cambiando su ánimo.

—¿Si? ¿En qué?

—En que... en unos meses te irás a la universidad.

Oh... así que estuvo pensando en ese tema.

Faltan al menos unos seis meses, pero aún así el tiempo pasa demasiado rápido. Cuando menos me lo imagino, ya estaremos en julio y con él vienen los finales de clases, y eso significa que tendré que irme a la universidad poco después.

Quería, pero a la vez no.

Ya sé dónde quiero estudiar, en la Universidad Central de Holbrook, una de las mejores del condado. Optaría por estudiar psicología ya que la facultad en esa universidad es una de las mejores. Sin embargo, también está ese sentimiento de negación. Añoro ir a esa universidad pero... está Bea, no quería irme y dejarla aquí.

—Sí... —digo, pensativo—. Falta nada para eso...

—Prometamos algo, ¿Vale? —asentí—. Que... si acaso por el tiempo que estamos separados ya no sentimos lo mismo, le diremos al otro para así... no lastimarnos.

—Bea... —fruncí el ceño, muy confundido y también ofendido—, ¿Qué carajo...?

—Prométemelo, por favor.

Suspiré, viéndola. Entiendo bien su miedo porque también es el mío.

—Bien, te lo prometo —ella asintió—. Pero Bea, tendrían que hacerme un trasplante cerebral para poder olvidarme de lo que siento por ti. Y ambas cosas son imposibles —alcancé su mano.

—Sí, Evan, pero... No lo sé... solo pensaba que si tú empiezas a sentir algo por alguien más, no quisiera que ninguno de los dos estemos en esa situación.

Le regalo una sonrisa tranquilizante. 

—Hey, Bea, está bien. Te prometo que si acaso, (cosa que es imposible) ya no llegase a sentir lo mismo, te lo diré. Pero te lo digo ahora: eso será imposible, ¿Bien? Nunca dejaría de estar enamorado de ti.

Ella sonrió apretando los labios y con la mejillas sonrojadas.

—¿Quién se imaginaría que tú, el chico más lindo y popular de esta preparatoria terminaría siendo el novio de esta chica que ni le llega al hombro?

Pasé mi brazo por encima de sus hombros, apretándola en un medio abrazo.

—La pregunta correcta sería: ¿Por qué te fijaste tú en mí, un chico con más inseguridades que sal en el mar, que sufrió de depresión, que le da repentinos ataques de pánico y que aún lucha contra la ansiedad?

—Te desestimas mucho, Evan.

—Oye, yo solo digo la verdad.

Bea rueda los ojos y niega con la cabeza.

—Eres un gran chico, Evan Ross, ¿Okey? Un gran chico —repite para dejar un beso en mi mejilla después.

Retengo el suspiro porque sería muy cursi, pero no evito sonreír.

En serio que soy tan malditamente feliz a su lado.

Y la extrañaría demasiado cuando me vaya a la universidad.

-

Viajé en el tiempo.

Bueno, no literalmente hablando. Sentí que viajé en el tiempo.

Todo pasaba tan rápido que ni me di cuenta del momento en que el día se acababa. Ya mamá había vuelto a Québec. Los exámenes en la escuela empezaban a ponerse complicados, ya teníamos encima las solicitudes para la universidad. Lo único que consideraba bueno en ese «viaje en el tiempo» eran las salidas, citas y momentos que pasaba con Bea.

Ah... Juro que nunca en mi vida había sido tan feliz como ahora. ¿Cursi? Puede ser, ¿Pero era feliz? Totalmente.

Ahora estamos sentados uno al lado del otro en el suelo del pasillo de los casilleros con nuestras espaldas pegadas a ellos. Desde hacía un tiempo los dos nos ayudábamos en clases. Hay cosas que a Bea se le complican y que para mí son realmente fáciles. Y ella me ayuda en la materia en la que voy peor: matemáticas.

Sí, mi novia un año mejor que yo me ayuda con las tareas de matemáticas. ¿Tenía vergüenza? Claro que no. Cuando estás a punto de reprobar la materia y con la posibilidad de no graduarte, no sentirías vergüenza de recibir ayuda ni de un crío de preescolar.

Claro que me costaba lo mío prestarle atención. Tenía muchas razones, pero las principales serían que:

1. Estoy empezando a considerar de verdad que tengo discalculia porque cuando veía los números, solo los veía enredados.

2. Bea es mi tutora.

¿Qué tiene eso? Bueno, ¡Que es Bea! ¡Bea! Mi novia. ¿No es suficiente explicación eso? No me concentraba porque es ella quien hacía distraerme. Me gusta ver cómo sus ojos verdes se mueven leyendo los problemas matemáticos, como se muerde el labio inferior cuando pensaba en la solución del problema. ¡Y como me llamaba cuando sabía que no le prestaba atención! Eran simples detalles que me dejaban hecho más tonto de lo que ya soy con matemáticas.

—No me estás escuchando, ¿verdad?

No, no la había escuchado.

Le sonrío como niño.

—¿Lo siento?

Ella suspira, viéndome como si considerara meterme la libreta por el oído para que así llegue a mi cerebro y poder entender el tema.

—Vamos, Evan, debes pasar los últimos exámenes. Si no sabes lo que pasará.

—Sí, lo sé, no me gradúo, no voy a la universidad y me convierto en un fracaso total. Comprendo, ¡Pero mi cerebro no colabora!

Bea rueda los ojos.

—No es tan difícil, Ross. Solo préstame atención.

—Toda la que tú quieras.

Me mira con reproche, también con las mejillas rojas.

—Evan Ross...

—Bien, bien... —alzo ambas manos en son de paz—. Está bien, te prestaré atención.

Y procedió a explicarme el tema una vez más. Y debo aclarar: medio le presté atención.

Luego me arrepentí de no haberla escuchado porque al momento del examen no sabía qué hacer.

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