Capítulo 2
Un día me quedé dormida. No desperté hasta que el Sol vino a besarme a mi cama; me extrañó mucho ya que siempre había venido a despertarme y a hacerme cosquillas (porque sabía lo que me enfadaba y que era la única forma de que tuviera un buen día).
Fui a su habitación y me lo encontré abrazado a una vieja muñeca llorando mientras le susurraba al oído algo que no entendía. Me acerqué y le pregunté que qué ocurría; su respuesta me dejó helada: dijo que su pequeña ya no le quería hacer cosquillas.
No sabía qué hacer. Día y noche no paraba de hablar de su hermosura, me hizo vestir la muñeca y tratarla como a una persona más. Los médicos que venían salían destrozados por la cruel realidad: se había vuelto loco.
¡Yo lo intenté! Y no cesaba en mi empeño para hacerle ver que sólo era una vieja muñeca de porcelana, pero él insistía y me trataba de malos modos. La rabia me consumía, ¡yo le necesitaba!.
Poco a poco se fue aislando del mundo exterior, siempre sentado frente a la muñeca llorando por su belleza serena, por la juventud perdida... al principio pensé que la confundía conmigo por cómo describía su personalidad, pero después me di cuenta que era otra persona.
Los años pasaron y yo me fui de allí. Formé una familia y traté de llevar una vida normal; de aceptar que estaba loco y que nunca volvería a ser como antes, que no me volvería a despertar con sus risas, que no me volvería a contar cuentos...
Pero cuando iba a verle y le encontraba hablando de su hermosa muñeca... no podía evitar llorar y desesperarme.
El tiempo pasó para todos y él se iba deteriorando en soledad, junto a ella. Constantemente maldecía a la vida y al destino; según él eso había sido obra de los celos de alguna diosa (fruto de su pasión por las mitologías).
Un día empezó a sentirse mal: el cáncer había elegido a su siguiente víctima. Yo sabía que era consciente de ello, pero su única preocupación era ella: la muñeca; de hecho me llegó a suplicar (¡a mí!, ¡de rodillas!) que me hiciera cargo de ella.
La locura no quiso abandonarle ni en el final. Ésta le negó una muerte tranquila, serena, en paz... en lugar de ello, murió sufriendo por el destino de la muñeca; al menos eso pensaba yo.
Años después, ahora que soy una anciana, voy a visitarlo a su tumba y me parece que aún llora por la muñeca... he tardado mucho en darme cuenta, no era la muñeca la Perfección de la mirada perdida. Se trataba de alguien que su imaginación había creado.
Todo fruto de la locura.
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