02
Al principio, habían construido una casa en el árbol en lo alto de uno de los altos pinos al lado del ryokan. Se turnarían para vigilar, mirando el camino en busca de sobrevivientes y los bosques en busca de Kyonshi. Ningún otro sobreviviente llegó y los Kyonshi no atacaban de esa manera. Aunque había muchos en el bosque, no estaban lo suficientemente organizados como para formar algún tipo de ataque. La única forma real de protegerse, era salir siempre en grupos. Si había que hacer tareas y hacer recados, los que iban siempre traían al menos otras dos o tres personas con el único propósito de vigilar.
Era el día de lavado de ropa. Yoongi ayudó a organizar un grupo para bajar al río. No podían lavar su ropa en las aguas termales, porque no deseaban que se contaminaran. Incluso una excursión así de simple, requería la cooperación de casi todos.
La pareja de ancianos y dos guardias se quedaron atrás, mientras que otros tres reunieron fardos de ropa sucia acarreándola en la espalda y llevaron tablas de lavar y jabón. Los tres restantes llevaban hachas para proteger a los otros tres. Habían descubierto que las hachas eran por lejos las mejores armas contra los Kyonshi. Eran pesadas con mangos largos. Un buen golpe podría decapitar a su atacante desde la segura distancia de un brazo. Los mantenían afiladas y listas todo el tiempo. Uno de los hombres armados con un hacha, tomó la delantera desde el frente, mientras que dos vigilaron la retaguardia.
Los Kyonshi parecían preferir atacar por la espalda. Los que llevaban los bultos permanecieron muy juntos para que fueran más fáciles de proteger.
Fue su turno de llevar la ropa, no el hacha. Caminó en silencio junto a uno de los otros jóvenes, Hoseok. Este también era su compañero de litera y su mejor amigo. Había sido el cuarto sobreviviente en aparecer en el onsen. Los dos jóvenes habían gravitado rápidamente el uno hacia el otro, ambos de buen humor y propensos a la positividad, antes que la desesperación.
Fue su turno de llevar la ropa, no el hacha. Caminó en silencio junto a uno de los otros jóvenes, Hoseok. Este también era su compañero de litera y su mejor amigo. Había sido el cuarto sobreviviente en aparecer en el onsen. Los dos jóvenes habían gravitado rápidamente el uno hacia el otro, ambos de buen humor y propensos a la positividad, antes que la desesperación.
Fue un viaje silencioso hasta el arroyo. No hablaron. Hablar se limitaba al interior de las paredes protectoras del onsen y luego permanecían en silencio.
Las voces humanas atraían la atención de los Kyonshi. Qué tan bueno era su oído, nadie lo sabía realmente, pero fuera de las paredes, nadie quería arriesgarse. Ahora estaban a principios de la primavera. El agua estaba gélida, y sus dedos picaban solo por tocarla, pero los lavanderos rápidamente se pusieron manos a la obra, frotando la ropa, las sábanas y las toallas, mientras los demás se mantenían en guardia. SeokJin era uno de ellos el día de hoy y eso hizo que se sintiera un poco más seguro.
SeokJin era un hombre atento, tenía los ojos y los oídos abiertos todo el tiempo y era mortal con un hacha. También notablemente abnegado, lo que contrastaba con uno de los otros guardias, Nam Joon. Este era lo suficientemente amable, hablador y gregario, pero fuera de todo el grupo, él era el único en el que no confiaba. No lo había hecho, desde que lo atrapó acumulando latas de maíz y chile debajo de su cama después de que todos pensaran que se habían acabado. Nunca dijo nada al respecto, pero había algo en sus entrañas que sabía que, si Nam Joon tenía que elegir entre él y ellos, se elegiría a sí mismo todas las veces.
Incluso si todos los demás tuvieran que morir para que pudiera vivir, tenía la sensación de que Nam aún elegiría salvarse a sí mismo. El rubio no sabía cómo, pero solo lo hacía; Nam era el eslabón débil. Por eso, cuando configuró las rotaciones, se aseguró de que este fuera equilibrado por otros con los que sabía que podían contar, como SeokJin y Soobin. Ambos eran del tipo "todos para uno, uno para todos", por lo que incluso si Nam se diera la vuelta y huyera, los otros dos se mantendrían firmes.
Acababan de enrollar la ropa en un paquete, cuando hubo un crujido en el bosque a su izquierda. Sin palabras, los que no tenían hachas se amontonaron y bajando sus bultos por si necesitaban correr. Los tres muchachos que llevaban hachas se movieron para dar un paso al frente. Todos estaban nerviosos, pero notó que solo Nam estaba sudando. No tuvieron que esperar mucho. Uno de los Kyonshi salió al claro rápidamente. Sus piernas estaban intactas, aunque le faltaban trozos de su torso y le faltaba toda la mandíbula inferior. Se preguntó brevemente cómo estaba comiendo, pero luego notó los dedos del zombi los cuales estaban manchados de rojo.
Obviamente, solo arrancó trozos con sus propias manos y se los metió directamente en la garganta. Sus ojos eran de color rojo brillante. Todos sus vasos sanguíneos habían estallado. Al igual que todos los Kyonshi, había vasos sanguíneos rotos en todo el cuerpo y la cara, lo que le daba una apariencia horrible y monstruosa.
Fue SeokJin quien avanzó hacia éste primero. El Kyonshi se tambaleó hacia él y luego otro de los jóvenes, Soobin, hizo girar el hacha desde un lado. Pasó limpiamente por el cuello, pero su ángulo fue erróneo, por lo que la hoja se incrustó profundamente en la carne de su hombro.
Una vez que el cuerpo se cayó, Soobin tuvo que liberarlo con un tirón. Limpió la cuchilla sobre la hierba y luego la lavó en el arroyo, con cuidado de no tocar la sangre. Nadie dijo una palabra. Le dio unas palmaditas en el brazo dos veces y luego el grupo se llevó sus bultos al hombro y realizaron un viaje silencioso de vuelta al onsen. Le pareció que todos soltaron un suspiro de alivio, una vez que las puertas se cerraron y se bloquearon con seguridad detrás de ellos.
Sonrió y los dio los cinco a Soobin y luego a SeokJin: —¡Chicos, eso fue increíble! ¡Justo como lo practicamos!
Se volteó hacia Nam, incluso cuando él no había hecho nada y lo felicitó de todas maneras: —Buen trabajo, hombre. Gracias por cuidarnos.
Nam se encogió de hombros: —No hay problema.
El anillo en sus labios centelleó a la luz y le provocó temor cuando se asomó por debajo de su espesa barba parecida a un pubis. Todos los hombres a los que les crecía la barba la habían dejado crecer durante el invierno para calentarse. El propietario del onsen y Nam estaban en ese grupo. Soobin, SeokJin y Yeonjun habían hecho buenos intentos, aunque las de ellos eran bastante irregulares. A varios de ellos no les crecía nada, debido a su ascendencia asiática; Hoseok, Hiyama, él y Fumiki caían en esa categoría. Sus caras seguían frescas y suaves como el trasero de un bebé. Lo que lo irritaba incesantemente, pero SeokJin le aseguró que el hecho de que fuera capaz de tener una barba gruesa de las que causaba comezón no era un indicio de hombría.
Relajados y confiados, los niños bromeaban y se empujaban unos con otros, mientras colgaban la ropa en largas filas en el patio. Todos los muchachos se llevaban bien, con la excepción de Nam que desapareció rápidamente dentro del onsen. Los ancianos propietarios del onsen salieron con vasos de agua. Estaba a temperatura ambiente y olía ligeramente a azufre, pero era fresca y refrescante. Bebió la suya con sed y luego se inclinó y besó a la anciana en su mejilla arrugada.
—¡Gracias, Tía! —Los muchachos corearon animadamente.
La anciana sonrió ampliamente. —De nada, muchachos. ¡La cena ya casi está lista! ¡Hora de lavarse!
Vitorearon de nuevo, pero fueron interrumpidos por un sonido metálico.
Mirando hacia atrás se les reveló a un Kyonshi hambriento presionando contra los barrotes, alcanzándolos y haciendo que las gruesas cadenas sonaran. La anciana se estremeció de miedo con los ojos muy abiertos y confundidos.
De todos los sobrevivientes, fue ella la que tuvo más problemas para comprender el nuevo mundo en el que vivían y los horrores que los rodeaban.
Los otros chicos y él trataron de protegerla lo más posible, porque ella se había convertido casi en una madre para ellos. Los monstruosos restos de lo que una vez había sido una persona roían el aire con avidez. Sus ojos eran rojos y aterradores, sus labios y dientes negros con sangre seca. Agarró infructuosamente el aire con las manos sucias.
Giró suavemente a la anciana y la acompañó adentro. —No te preocupes, Tía, nos ocuparemos de eso. Estamos seguros de que estamos hambrientos, ¡no podemos esperar para obtener algo de tu deliciosa comida caliente!
Ella sonrió débilmente y entró. Cerró la puerta firmemente detrás de ella.
Fue Fumiki quien dio un paso adelante. Era uno de los niños más bajitos. Él era el más bajo, pero todos eran fuertes y todos se habían enfrentado a suficientes Kyonshi para saber exactamente qué hacer. El joven se adelantó para atraer a la cosa más cerca. Esperó hasta que se presionó contra los barrotes y luego bajó el hacha con precisión sobre su cabeza. El cráneo se partió en dos con un crujido nauseabundo. El cerebro se derramó sobre la tierra cuando el cuerpo se desplomó hacia adelante, finalmente quedó inerte.
Había muerto hace mucho tiempo. El alma se había ido hacía mucho. Todos trataban de recordar eso.
Abrieron las puertas brevemente, justo lo suficiente para terminar la decapitación y arrastrar el cadáver fuera de la vista de la puerta y a favor del viento, antes de prenderle fuego. Volvieron a cerrarlas detrás de ellos, enrollando la cadena con fuerza antes de cerrarla no con uno, sino dos gigantescos candados de hierro. Las puertas eran fuertes, las paredes eran de piedra y muy altas, imposibles de escalar. Estaban a salvo por la noche.
Hoseok se giró hacia él, con una ceja alzada: —¿No les parece que cada vez hay más y más apareciendo todos los días?
El niño no quería pensar en eso. Guardó silencio, entonces SeokJin respondió: —Son seis esta semana. Solíamos pasar dos o tres semanas seguidas sin ver uno siquiera.
Hibiya elevó la voz: —Puede que estén quedándose sin comida… en otros lados.
Nadie quería pensar demasiado sobre las ramificaciones de esa declaración.
Los Kyonshi habían diezmado más o menos la población animal, después de diezmar la humana. Los únicos animales que sobrevivieron, fueron aquellos capaces de volar fuera de su alcance, pero las aves aún dependían de animales e insectos que vivían en el suelo y veían cada vez menos aves todo el tiempo.
Aunque parecía que los animales eran inmunes a cualquier contagio que hubiera creado el Kyonshi, no eran perdonados. La idea de que los Kyonshi se estuvieran moviendo hacia las montañas en busca de alimento, era una posibilidad a tener en cuenta. Los chicos estuvieron callados por un momento.
Cuánto tiempo podrían continuar como estaban, no estaba seguro. Era posible que un día, difícilmente pudieran salir de las puertas sin ser invadidos por Kyonshi. ¿Cómo sobrevivirían entonces? ¿A dónde más podrían ir?
El olor de lo que se cocinaba en la olla caliente, aliviaba sus cabezas doloridas y sus barrigas hambrientas y, a pesar de sus preocupaciones, se relajaron felizmente alrededor de una de las largas mesas de madera con un sake casero. Fumiki, además de ser un excelente “revienta cabezas de zombis”, también fue un estudiante de química que sabía cómo hacer alcohol y jabón a partir de casi cualquier cosa. También era un campeón del jeopardy y era una gran fuente de información.
Fujiya suspiró y apoyó su pie en la banca: —Me siento como un zombi que ha comido muchos cerebros.
Palmeó su vientre lleno por lo satisfecho que estaba, mientras todos los demás hacían ruidos de disgusto a su alrededor.
Soobin le dio un puñetazo en el brazo y luego apuntó a su comida: —Amigo. Estoy comiendo.
Fumiki se inclinó hacia adelante: —Sabes, creo que ese es el secreto de su biología. ¿Alguna vez notaste que los cerebros siempre son lo primero que buscan? Es como nosotros con alimentos grasosos o dulces. Estamos programados para buscar cosas con mayor contenido calórico.
Hoseok sonrió: —¿Estás comparando el hambre de cerebros de los Kyonshi con la adicción al azúcar de Yoongi? Porque estoy bastante seguro, de que los antojos de azúcar de Yoongi vencerán los antojos de un zombi cualquier día.
Sonrió y actuó su parte, levantando sus brazos como un zombi, y balbuceando:
—Poooo-cky. ¡Debo tener POOCKY!
(Pocky es un dulce japonés que consiste en un palito cubierto de galleta o chocolate, al decir esta frase, da a entender sobredosis de ese dulce)
—¡Pero lo digo en serio! Creo que lo que sea que estén usando para mantenerse animados y preservados de alguna manera proviene de los cerebros. Podría ser como la glándula pituitaria o el DMT en la glándula pineal o solo todos los neurotransmisores y hormonas en la sustancia gris. No pueden producirlos ellos mismos y están ansiosos por ello.
SeokJin asintió: —Es una buena idea. Y puede ser bastante posible, que después de un tiempo, sin alimentarse, puede que, esencialmente, todos se mueran de hambre.
Los ojos de Yeonjun se oscurecieron con preocupación: —Eso sólo pasaría una vez que se hubiesen comido todo lo demás.
Hibiya le dio unas palmaditas en la espalda y Yeonjun se inclinó un poco ante su toque. Notó que los dos muchachos se volvían cada vez más cercanos y que parecía haber algo más que amistad entre ellos.
Lo hizo feliz, la idea de que la gente aún pudiera enamorarse, incluso después de un apocalipsis zombi.
También se había dado cuenta, de que habían compartido habitación voluntariamente.
El onsen tenía ocho habitaciones en total. La pareja de ancianos se quedó en el alojamiento de los dueños. Hoseok y él, compartieron voluntariamente una de las habitaciones. SeokJin tenía la suya, al igual que Nam y Soobin. Fumiki originalmente había estado compartiendo con Hibiya, pero parecía que había sido abandonado a favor de quedarse con Yeonjun. A Hibiya no pareció importarle. Había una habitación vacía, como una habitación de huéspedes, instalada en caso de que otro sobreviviente encontrara su camino hacia ellos, pero hasta ahora, no había sido utilizada, excepto por el almacenamiento de productos enlatados adicionales.
El anciano fumó su pipa, mientras su esposa los sorprendía con pequeños pastelillos. Todos obtuvieron uno, pero notó que el suyo tenía un poco de hielo extra. Sus ojos centellearon y ella le guiñó un ojo. Pensó que era dulce.
Después de la cena, todos se amontonaron en el agua hirviendo del onsen para lavar de los sufrimientos y dolores del día. Nam, como de costumbre, fue el único que se abstuvo. En secreto, estaba contento. Sobresalía como un pulgar dolorido, mientras todos los otros jóvenes bromeaban y jugaban entre ellos, y como andaba desaparecido, no tenían que tratar de incluirlo continua y torpemente. Se sintió mal, pero de nuevo, Nam tampoco intentaba mucho ser aceptado. Supuso que cada grupo, tenía que tener un inadaptado.
Los próximos días pasaron tranquilamente. Después de tantos ataques de Kyonshi, fue casi inquietante. Fue muy pacífico. Nada rompió la misteriosa quietud. Ni siquiera los pájaros. Era como si no hubiera quedado nada vivo en el mundo además de ellos.
Aunque estaban todos juntos, a veces reinaba una sensación casi opresiva de soledad y aislamiento, especialmente para aquellos que habían crecido en la era de la conexión tecnológica constante. Habían sido desenchufados de esa vida para siempre.
Lo odiaba. Odiaba la eterna carencia de propósito de no tener ninguna razón de ser en su vida más que tratar de sobrevivir al día a día.
Se divirtió encontrando nuevas formas interminables de organizar el jardín para maximizar su capacidad de cultivo. El onsen siempre había cultivado gran parte de su propia comida y, gracias a las tendencias de acaparamiento del propietario, había suficiente semilla seca para cultivar una década de jardines y mucho más si cosechaban más semillas de cada hortaliza cultivada.
Lo más difícil de cultivar era el arroz, pero él y los demás habían desviado una pequeña parte de los manantiales a través de una serie de canaletas y embudos para regar los cultivos. Toda la parcela estaba inclinada, de modo que el agua se drenaba en la terraza más baja del jardín, manteniendo la tierra constantemente húmeda y perfecta para el cultivo del arroz.
Al día siguiente, limpiaron el onsen por dentro y por fuera, buscaron leña y buscaron comida en el bosque. El peor deber, por supuesto, era quemar y excavar las fosas de las letrinas, pero todos tenían su turno también.
Era tarde en la noche, cuando el sonido familiar del traqueteo de las puertas hizo que todos estuvieran en alerta máxima. Sonaba como si más de un Kyonshi estuviera tratando de entrar. Los chicos se movieron hacia el patio con hachas, espadas y garrotes, preparados para pelear una vez más con los muertos vivientes. Se encontraron sorprendidos por algo que pensaban que nunca volverían a ver.
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