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Sacrificios necesarios.

Eran las 02:00 hs de la madrugada cuando Amaris se despertó sobresaltada; algo, sea lo que fuese, la había despertado. Había sentido una horrible sensación de pánico, miraba en todas las direcciones de su oscura habitación, pero estaba sola, sola con sus pensamientos. Si bien la madrugada tenía una brisa fresca, tampoco era fría; sin embargo, Amaris sentía frío, mucho frío y por alguna razón, sabía que aquello no era normal.

Por más que intentó volver a dormir no logró conciliar el sueño de nuevo, así que se levantó, se abrigó y se sentó en alfeizar de su ventana mirando la ciudad. Las luces de las calles daban un brillo inquietante para aquellas vacías veredas, a lo lejos se escuchaban el sonido de una o dos ambulancias y el viento que se había colado por su ventana traía consigo el sonido de una fiesta en algún lugar cercano.

Aún faltaba mucho para que amaneciera, salir a las calles ahora era peligroso y no tenía hambre; de alguna forma debía hacer pasar ese tiempo. Decidió sentarse en el sofá y prendió su computadora, abrió wattpad y se puso a escribir un poco; su historia se llamaba "un destino sin precedentes".

— Bien Bella, que tienes para contar al mundo hoy — dijo mirando la página en blanco que tenía.

Le era difícil concentrarse, de igual forma escribió un poco; se dijo a si misma que luego, cuando estuviera con ánimos de escribir más, ordenaría esas ideas. Releyó en silencio lo que había escrito.

— Es un asco — dijo dejando de escribir.

Quizás si leía un poco... pero no, lo intentó. Nada de lo que leía era suficiente para animar su inspiración, de modo que abandonó toda idea de ponerse detrás de las letras en ese momento. Quiso mirar una serie, pero ninguna le llamaba la atención, quiso volver a mirar una que ya había terminado, pero todas le parecían aburridas.

Sentada en el sofá y con aquella crisis interna se dio cuenta de algo: estaba perdiendo el interés y la concentración por las cosas que más amaba en la vida. Dejó a un lado la computadora y se levantó caminando al baño; a lado, el vecino acababa de apagar las luces, probablemente eran las 03:00 hs de la madrugada, ¿Quién dormía a esa hora y más cuándo al otro día debía ir a trabajar? Pero quien era ella para culpar a alguien; estaba ahí, a mitad de la noche recorriendo su casa, ahogándose en su propia desesperación inexplicable, sin saber que hacer, sin saber cómo escapar de sí misma, sin saber cómo terminar con todo aquel caos mental que se desarrollaba en ella.

Ya estando en el baño decidió darse una ducha; mientras se quitaba la ropa y el aire frío de la habitación acariciaba su piel se miró al espejo que tenía sobre el lavabo. Vio a una chica con una expresión desconcertada en el rostro; tenía ojeras, sus pómulos estaban hundidos y al soltarse el cabello se veía a una chica diferente. No solamente su apariencia, sino también su personalidad iba demacrándose poco a poco, las manos le temblaban y su respiración era agitada, con una constante sensación de miedo.

— ¿Qué me está pasando? — susurró apretándose la cabeza con las manos, mientras miraba su reflejo sombrío en aquel espejo.

Se quedó ahí unos minutos; examinándose, pensando, buscando alguna solución para sí misma. Luego de bañarse, vio lo rápido que había pasado el tiempo, su reloj marcaban las 04:30 hs, y el cielo poco a poco comenzaba a aclararse.

Aquella ducha le había sentado muy bien, aunque seguía sintiendo el cuerpo abatido, cansado y con una pesadez horrible; pero al menos el pánico y su agitada respiración se habían calmado. Decidió acostarse nuevamente, y quizás esta vez, el ASMR lograría lo que antes no había conseguido hacer, mantener la mente de Amaris en paz.

Si bien consiguió dormir, no fue lo suficiente, pero esta vez ya no por sus ataques de pánico, sino por aquel vecino que se había acostado tarde; había decidido aquella mañana para levantarse a las seis y poner una música de reggaetón super alta que despertaba a todas las personas del edificio, y aunque ella quería gritarle que lo quitara, no estaba en su personalidad crear conflictos, y menos con vecinos que no conocía.

— No tienen remedio — se quejó susurrando mientras se levantaba de la cama con mala gana.

A pesar de no tener hambre, se obligó a desayunar algo, debido a que ya había comprobado unos años atrás, cuando se había desmayado en plena clase de química, que el desayuno es el alimento más importante del día. Se sirvió cereal en un tazón, le cargo yogurt, cortó unas rodajas de fresas, kiwi y le agregó trocitos de chocolate; además, preparó café negro y un vaso con agua. Se sentó en la mesita que tenía en la cocina, no era muy grande, pero de igual forma era lo suficiente para una sola persona, antes de desayunar, abrió tres frascos de vitaminas y sacó una cápsula de cada uno.

— Omega 3, vitamina A y vitamina E1000, listos — dijo como si repasase una lista en su cabeza.

Cuando se puso a desayunar y metió la primera cucharada de cereal en su boca, el desayuno se le hizo pastoso, trató de beber el café, pero sentía que solo bebía agua con sabor a tierra. A duras penas se obligó para terminar su desayuno, pero su estómago no se lo aceptaba, se pasó unos minutos teniendo náuseas y sintiendo en su boca un sabor agrio de todo lo que había comido.

Dejó todo en la mesa tal cual como estaba y fue a tomar algo de su mochila, buscó por uno minutos hasta que al fin lo encontró, era un pedazo de papel pequeño y de forma cuadrada, una tarjeta, buscó su celular y cuando lo encontró anotó en el un número que se encontraba escrito al dorso de aquella tarjeta, lo marcó y una señora muy amable la atendió.

— Hola — dijo aquella mujer, su voz le pareció muy conocida a Amaris, pero no dijo nada.

— ... — Amaris vaciló unos segundos antes de contestar, aún estaba dudosa de que era realmente lo que estaba haciendo — Hola — dijo al fin — me llamo Amaris Rodríguez, la llamo porque el doctor Bedoya me dio su número y dijo que usted podría ayudarme con algo que me sucede.

— Estoy encantada de hablar contigo Amaris — respondió la mujer con un tono meramente dulce en su voz — yo me llamo María Lenguaza, dime ¿Cómo puedo ayudarte?

— Esa... — dijo Amaris con incertidumbre — es precisamente la razón por la cual la llamo.

— Bien... ¿Qué tal si nos reunimos y me lo cuentas?

— Claro, ¿Dónde y a qué hora la veo? — contestó Amaris con urgencia.

— ¿Qué tan lejos te queda el parque central? — preguntó María.

— A unas cuadras nada más, ¿por qué?

— Yo estoy ahí en estos momentos y tengo tiempo para que hablemos cómodamente, ¿te gustaría venir?

— Por supuesto, la veo en unos minutos — y colgó.

Afuera no hacía frío, pero aun así ella se abrigó; sus manos sudaban, pero su piel estaba fría, de momentos sentía pequeños temblores y sus nervios aumentaban a medida que se acercaba al parque. Cuando llegó, vio a una señora, de unos 40 años; tenía el rostro marcado por algunas líneas de expresión, cosa que le confirmó a Amaris lo dulce y amable que era aquella mujer, puesto que tenía rastros de reírse mucho.

Lo que sí Amaris pudo notar, fue que, la razón de que la voz de aquella mujer le resultara tan familiar, es porque ya había tenido el gusto de mediar palabra con ella en una ocasión. Ella era la dulce mujer con quien Amaris se había encontrado en el parque hace unos días cuando iba de visita al doctor.

— Hola — saludó Amaris a aquella mujer, que ahora sabía que se llamaba María.

— Así que tú eres Amaris — dijo María con una tierna sonrisa, — me alegra que podamos volver a vernos, por favor, siéntate — continúo diciendo haciendo un lugar para ella en la banca del parque.

— Gracias — dijo sentándose.

— ¿Te gusta el té Amaris? — preguntó ella con amabilidad.

— Si claro — respondió.

— Veo que estás nerviosa, — comenzó diciendo y le pasó un vaso como esos que te dan cuando compras en una cafetería, pero este tenía té — ¿Te gustaría contarme ahora todo lo que sucede y así ver cómo puedo ayudarte?

Amaris comenzó a contarle todo; como se ponía nerviosa y entraba en pánico sin razón ocurrente, como se levantaba a media noche y no podía dormir, su pérdida de interés hacia cosas que antes le sacaban el aliento de tanta emoción y su pérdida de apetito. A cada cosa que Amaris decía, María anotaba en una libreta que había sacado, y no se perdía de ningún punto, sin importar cuán insignificante podría parecer.

Después de unos minutos, María releyó todo lo que ella había anotado, examinó a Amaris con su mirada y dijo:

— Mi niña, lo que tienes es trastorno de Ansiedad — tal parecía que la compadecía que aquello que tenía la estaba matando - no te atormentes ni te trates mal a ti misma, esto no es culpa tuya y tampoco es algo que deba hacerte sentir diferente de una mala forma. Se puede tratar y yo puedo ayudarte.

— ¿Cómo? — preguntó ella llevando sus manos a su pecho y entrelazándolas nerviosamente.

— Con terapia Amaris y mucha paciencia.

— Pero no estoy loca ¿cierto? — se apresuró a decir ella.

— Por supuesto que no — respondió María — la terapia psicológica no quiere decir que estés loca; es más y mejor, la terapia psicológica es una muestra profunda de que te amas a ti misma y quieres salir adelante.

— ¿Y es costosa? — sin trabajo y sin un medio del cual disponer dinero, Amaris sabía que pagar esa terapia sería casi imposible.

— Bueno, si el dinero es lo que te preocupa, puedo darte mi presupuesto y así puedas pensarlo mejor — dijo escribiendo un monto en un papel y tendiéndoselo para que lo tomara.

Al verlo, Amaris pensó un rato, sus manos sudaban más que antes y comenzaba a sentir temblor de nuevo; se levantó y dando unos pasos, luego dijo titubeante — ¿Qué pasa si decido no ir a terapia?

— Bueno — respondió María con su voz dulce — ¿Qué pasa cuando sabes que tienes diabetes y no lo tratas?

— Empeora — respondió Amaris — e incluso trae consigo otras enfermedades.

— El trastorno de ansiedad puede tratarse — recalcó — pero si no lo haces, empeorará; si decides no ir a terapia Amaris, se producirá un deterioro significativo en tu vida, y al igual que la diabetes trae consigo otras enfermedades, el trastorno de ansiedad puede traer a la depresión luego. Sin contar las enfermedades psicosomáticas que vienes también.

— Psico... ¿Qué? — preguntó sin entender.

— Dolores de cabeza profundos, trastornos abdominales sin un origen orgánico, mareos y vértigos, infartos...

— Ya... entiendo — la interrumpió Amaris, la psicóloga podría haber seguido nombrando enfermedades, pero con el hecho de escucharlas, Amaris se sentía enferma.

— Solo quiero ayudar — le dijo.

— Lo sé, y quiero que lo haga — respondió ella, — solo déjeme pensarlo unos días.

Luego de despedirse de María, Amaris sintió que debía tomar terapia, no por que aquella mujer la haya convencido con su amabilidad, sino porque quería mejorar su vida; no quería seguir despertándose en la madrugada con pánico y sin razón, sabía que no importaba si conseguía trabajo o no, ya que, si seguía así, no podría mantener ninguno.

Llamo a su madre. Tenía una loca y descabellada idea de cómo conseguir el dinero para pagar sus terapias, y además, quizás, podría conseguir dinero para tener un trabajo y algo más. Sabía que un sacrificio así era necesario.

— ¿Hija? — respondió la voz de su madre tras el teléfono.

— Buenos días mamá, oye... iré al grano ¿sí? ¿Crees...? — dijo indecisa mordiéndose el labio — ¿Crees que pueda volver a vivir con ustedes?

— ¡Claro que sí! — respondió su madre — pero, ¿ha pasado algo malo? ¿Qué sucedió? Cuéntame — insistió.

— Es solo que voy a vender el departamento.

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¡¡Otro capítulo!! Que emoción todo lo que se viene: el drama, el caos, y la luz que siempre brilla en el centro de todo ese caos llamado esperanza. 

Un beso enorme mis lectoreeeeeees. Espero que les guste este nuevo capítulo de nuestra historia. 

Si quieren que les dedique algún capítulo solo me lo dicen pues en comentarios o al pv. Además, no se olviden de seguirme en Instagram como @abigailgb20, que es donde siempre los mantengo informados sobre mis libros y regalos que tengo para ustedes.


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