Miradas vacías
A pesar de que Amaris se había prometido mentalmente regresar a casa, al salir de aquel hospital psiquiátrico le abrumaron pensamientos que necesitaba despejar de su mente. Decidió caminar por la antigua calle donde vivía, y unas cuadras más adelante se encontraba su antiguo puesto de trabajo, quiso ver que había sido de él y si ya habían construido el consultorio odontológico que habían dicho.
Cuando estaba a unos pasos del local, vio que el letrero de la cafetería seguía puesto y un inconfundible olor a profiteroles recién hechos le confirmó que el local aún seguía en pie. Se tocó los bolsillos intentando calcular cuánto dinero llevaba, y si podía tal vez sentarse a beber una taza de café con alguna deliciosa masa dulce.
Se acercó con decisión intentando ver también al señor Larrosa, y quizás, si se daba la ocasión preguntar la razón de porqué había decidido mantener el establecimiento, pero cuando entró, le sorprendió mucho lo que vio. Su antiguo jefe estaba en la barra atendiendo a los clientes. Era mediodía, y normalmente en ese horario la cafetería estaba llena.
-¿Señor Durán? -preguntó confundida.
-¡Amaris! Querida... -respondió el mirándola de reojo mientras le entregaba un café, una bolsa de magdalenas y el cambio a una señora regordeta- esto está siendo un caos -comentó entre pequeñas risas.
Amaris sonrió y negó levemente con la cabeza, caminó hasta la ventana y se sentó en su lugar favorito: en la esquina. Cuando el último cliente se fue, el señor Durán se acercó a ella con una taza de café y un plato con donas.
-¿Cómo has estado querida? -preguntó sentándose en su frente- ¿Esos desmayos ya han cesado?
"Los desmayos son lo último por lo que debería preocuparse ahora" pensó, pero sabía que las personas no siempre preguntaban porque les interese, sino porque solo intentan ser amables.
-Sí, todo ha ido mejor -respondió, aunque la verdad era todo lo contrario-, pero lo que realmente me interesa... y gracias por el café -agregó levantando la taza- es, ¿qué hace usted aquí? -tal vez la pregunta haya sonado brusca, pero la forma en como él la despidió también lo había sido, así que no sintió ninguna compasión.
El señor Durán la observó por unos segundos sin contestar, se frotaba las manos en una forma nerviosa y en el brillo de sus ojos se reflejaban un dejo de tristeza y amargura.
-Probablemente en estos momentos estés pensando que usé la excusa de que vendí el local solo porque quería echarte de aquí -Amaris se encogió de hombros dedicándole una sonrisa que lo respondía todo- ¿has oído hablar del virus que está aterrorizando a todos?
-Claro que sí -respondió ella- en los medios no hablan de otra cosa, dicen que ya ha ingresado a nuestro país, aunque la verdad no he conocido a alguien que lo padezca -añadió mordiendo una dona.
-Amaris... -el señor Durán miró sus pies con pesadumbre, y entonces ella entendió que algo no andaba bien- mi esposa falleció hace 1 mes y medio debido al virus del COVID-19.
¡BOOM! Una bomba de ideas pasó por su mente como un rayo. No era buena expresándose al hablar, sabía que debía decir algo, conoció a su esposa e incluso almorzó con ellos en una ocasión; no podía creer que ella había muerto. La difunta señora Durán sufría de cáncer, pero lo estaban tratando y las expectativas de vida estaban altas, probablemente iba a morir en cualquier momento, pero ¡NADIE SE IMAGINA QUE SEA DE TOS!
Amaris había aprendido a desarrollar la hermosa habilidad de la sinceridad cruda en los últimos días, y aunque en ocasiones le causaba cierto problema, prefería decir lo que pasaba en el momento y no dejarlo como hacían otras personas.
-Realmente no sé que decirle -soltó juntando sus manos y mordiendo sus mejillas- es que... nada de lo que diga la traerá de vuelta, y presiento que lo que menos necesita es recordar lo buena que era.
El señor Durán rio por lo bajo.
-Siempre fuiste de las que lo sueltan todo -agarró una de las donas que había traído y se la llevó a la boca- el punto es que, muerta mi esposa ya no tenía razones para ir a Alemania, y una semana después de que Amelia murió, el hijo mayor de Miguel Larrosa también contrajo la enfermedad -se quedó callado un momento, pensando en quién sabe qué- ¿sabes? Esta enfermedad te enseña que no importa cuanto dinero tengas, o cuantos bienes posees, todo es inútil cuando se trata de tu vida.
-¿A qué se refiere? -preguntó ella.
-Miguel estaba desesperado porque afrontaron una situación económica muy mala, y para pagar los gastos de la internación y el oxigeno que su hijo necesitaba, me suplicó que le comprara nuevamente el café -masticó y un poco del glaseado se le quedó en la comisura de los labios, se lo relamió sin preocupación-, y aquí me ves, tratando de entender como aguantabas el caos de tanta gente pidiendo aquí -rio- me sentía feliz al ver tanto dinero entrar, pero nunca supe todo el trabajo que realizabas para que eso sucediera.
-Y aun así me negó ese aumento cuando se lo pedí -recordó Amaris tomando un sorbo de café.
-¿Te gustaría trabajar para mí nuevamente? -pidió él, y Amaris sintió que el café se le salía por los orificios nasales-, Y con ese aumento incluido -agregó.
La verdad era que el trabajo no le vendría mal. Pensó en qué diría Marcos cuando le contara que volvió a trabajar en un puesto tradicional, pero la verdad era que, hasta que no ganara lo suficiente con el internet como para vivir solo de eso, no se podía dar el lujo de vivir siempre de arrimada.
-¿Y tendré días libres? -preguntó intentando conseguir algo que siempre quiso, pero el viejo ese no le daba.
-Y tres semanas de vacaciones pagadas al año -agregó él.
"Vaya", pensó Amaris, "la soledad lo hizo generoso" bromeó en sus adentros.
-Trato hecho -asintió con esa expresión de superioridad que siempre hacía cuando conseguía lo que quería-, pero empezaré mañana, porque ahora debo volver a casa, salí muy temprano sin avisar y puede que estén preocupados -en ese momento un grupo de jóvenes entró a la cafetería, eran como 7 u 8 personas aproximadamente-, y usted debe disfrutar su último día atendiendo clientes -bromeó y salió de allí riendo.
La verdad era que sí tenía ganas de volver a casa, pero internamente sentía el instinto de no hacerlo, nadie sabía donde estaba y quería disfrutar de su perdido día.
Decidió que quería visitar a Alice, hacía tiempo que no hablaba con ella y tenía tantas cosas que contarle. A pesar de que su último encuentro no fue muy agradable que se diga, la extrañaba, habían pasado años y años de amistad y necesitaba volver a sentir ese frío cariño que solo su amiga sabía equilibrar.
Después de pagarle al señor Durán por el café y las donas, a pesar de que este insistiera en que no lo hiciera, ya no le quedaba dinero para tomar un autobús, así que se mentalizó que sería una larga caminata.
La casa de Alice no estaba para nada cerca del centro. Digamos que, si la casa de Amaris quedaba de un extremo de la ciudad, la casa de Alice quedaba del extremo contrario. Media hora de caminata después y con una camiseta algo empapada en sudor, observó triunfante que había llegado a la casa de su mejor amiga, cosa que fue un alivio, porque si tenía que dar 10 pasos más, su corazón se hundiría en un paro cardíaco.
Aprendió a no tener miedo de enfrentar las situaciones que se le presentaban, después de todo, la mayoría de las cosas que había creído real en su vida habían resultado ser una completa burla, por lo que se mentalizó que, si la visita a Alice resultaba en fracaso, podría imaginar que también era una pesada broma del destino y que nada había pasado allí.
Avanzó decidida y tocó el timbre. Pasó un minuto y no tuvo respuesta, nadie gritó un "ya voy", ni siquiera escuchó que alguien se moviera dentro; probablemente su amiga estuviera haciendo lo que más le gustaba: dormir. De cualquier forma, no tenía ganas de marcharse de allí, miró su celular y vio la hora: 15:36, se encogió de hombros y se sentó en la entrada recostando su espalda por la puerta y empezó a jugar Candy Crush.
-¡Muere monstruo de caramelo! -gritaba mientras lograba pasar un nivel y obtener nuevos boosters, la gente que pasaba por allí la miraban raro y algunos vecinos cerraban sus cortinas. A Amaris le gustaba que hicieran eso, amaba intimidar a la gente- Si tan solo supieran lo loca que estoy... -rio por lo bajo.
Luego de media hora de estar jugando y de que sus vidas se acabaran de tanto jugar, volteó la cabeza y vio que se encendieron las luces en la casa. Tal vez Alice si estaba, pero solo no quería recibirla...
Pues Amaris no daría el brazo a torcer, no habían pasado años y años de amistad solo para que todo se perdiera porque ella no haya aguantado que Alice no le abriera la puerta. Recostó su cabeza por la puerta y cerró los ojos.
-En algún momento querrás salir -susurró sonriendo.
Dos minutos después...
-AAAA -gritó cayendo y golpeando su cabeza contra el suelo.
Alice había abierto la puerta y la miraba parada con una sonrisa graciosa en el rostro.
-En serio no te das por vencida ¿eh? -adoptó pose de mamá regañona- he estado observándote desde que llegaste, quería comprobar si realmente querías verme o querías pasar el tiempo nada más.
-¿Sabes que desde aquí se te ven los pelos de la nariz? -preguntó Amaris ignorando su pregunta, con una sonrisa burlona, y sacando la lengua poniendo más cara de pendeja.
Ambas rieron, y cuando Amaris se levantó, se unieron en un abrazo muy fuerte que solo dejó pequeños segundos de respiración.
Pasaron un rato muy largo charlando sobre todo lo que había pasado en la vida de ambas. Alice tenía un nuevo novio, lo que era raro porque esa mujer no siempre conseguía caerle bien a alguien. Amaris descargó con ella toda la presión que llevaba dentro, contándole todo lo que había vivido los últimos días, sus lágrimas comenzaron a caer y Alice la acompañó en un largo abrazo.
-Siempre dije que Mónica no me caía tan bien -comentó Alice cuando las emociones se calmaron-, además, no se parecen en nada, ella es muy trabajadora y tú una floja -bromeó.
-¡Hey! -reaccionó Amaris lanzándole una almohada a la cara- Mira lo tarde que es -añadió levantándose- mi tía deberá de estar histérica por no saber donde estuve -rio ante la idea- ¿me llevas?
-¿Me estás diciendo que Mónica no te ha llamado en todo el día? -expresó su amiga con un dejo de sorpresa.
-Si lo ha hecho, no tengo ni idea -mostró el celular con los datos desconectados- probablemente cuando los conecte tenga 70 mensajes regañándome por no avisar y salir en "mi estado" -hizo las comillas con los dedos.
"Su estado", esa habría sido la forma en la que la familia había definido todo lo que le pasaba a Amaris. En ocasiones también lo definían como "su condición", pero siempre era lo mismo.
-Pues, te propongo algo -habló Alice mientras agarraba su bolsa y sus llaves- mientras te llevo a tu casa, escuchémoslas y riámonos de las más escandalosas.
Amaris rio y negó con la cabeza mientras la seguía cerrando la puerta al salir. Ambas subieron al auto y Alice se inclinó para colocar la música, pero Amaris la detuvo.
-Ese es el trabajo del copiloto ¿recuerdas? -agregó dándole una pequeña palmada en la mano- ¿The reason? -preguntó pasando algunas canciones y dejando la mencionada.
Su amiga asintió y comenzaron el camino de regreso a casa de Amaris.
"That I just want you to know,
I've found a reason for me
To change who I used to be
A reason to start over new
And the reason is you..."
Cantaban ambas mientras las luces de la carretera producían un brillo sombrío en sus rostros, era como si una humana iba acompañada de un cadáver y ambas cantaban juntas.
-Podría quedarme así por el resto de mi vida -comentó Amaris recostándose en el espaldero del asiento y cerrando sus ojos mientras cambiaba la canción a una de Green Day.
-Tengo una idea -comentó Alice mientras meneaba su cabeza al ritmo de la canción-, tú y yo, en un viaje de una semana a la cabaña de mi abuela el próximo mes ¿qué opinas? - le dirigió una mirada de complicidad levantando las cejas de forma seductora.
-Opino... ¡Que sería el mejor viaje del mundo! -gritó Amaris- Pero, ¿y tu universidad?
-Puedo faltar -contestó sin darle importancia.
"Suertuda" pensó Amaris.
En eso el teléfono de su amiga sonó, y ella estacionó el auto frente a una plaza para poder contestar. Algo juiciosa sí era.
-¿Bueno? -contestó- ¿Qué? ¿Ahora? ¿Y por qué?
Eso era algo típico de ella, si no le gustaba algo tiraba preguntas de todo lo que le vayan diciendo. Por lo que Amaris logró escuchar, era su madre, y le pedía que fuera urgente a la casa.
-Está bien... -colgó y soltó el celular, desganada.
-¿Problemas? -probablemente la pregunta de Amaris resultaba estúpida, pero era mejor asegurarse.
-Necesito ir a casa de mis tíos -contestaba ella-, el punto es que falta aún para llegar a tu casa, y yo necesito ir porque están "tocando temas familiares" -hizo unas muecas alocadas que a Amaris le causó gracia.
-Odio las charlas familiares -dijo Amaris desabrochándose el cinturón-, tranquila, caminaré -abrió la puerta del auto y puso una pierna fuera.
-¿Segura? -Alice miró a la plaza- Es peligroso -añadió con inseguridad.
Amaris alzó las manos mostrándole las vendas en sus puños.
-¿Crees que le tengo miedo a una plaza oscura, vacía y que mece sus hamacas sola? -preguntó, logrando que con lo último su amiga girara su cabeza con temor. Amaris soltó una risa estruendosa.
-Vuelve a hacer eso y te arrollo con el auto yo misma -se quejó Alice.
-Oh, por favor, hazlo -ironizó Amaris, riendo más fuerte.
-¡Ay vamos! -volvió a quejarse su amiga- Ya vete.
Alice puso en marcha el auto y dio vuelta marchándose en el rumbo contrario. Amaris no entendía qué es lo que le preocupa a su amiga, conocía esa plaza, era la plaza de armas y estaba a solo 6 cuadras de su casa.
Avanzó caminando lentamente pateando piedritas, era de noche, y había viento. Le gustaba disfrutar como el viento le pegaba descaradamente en el rostro.
Esa mañana cuando había salido de su casa se sentía miserable, un simple desecho del mundo; ahora, volviendo al lugar que llamaba hogar, sabía que era un desecho del mundo, pero al menos ya no se sentía miserable.
Por alguna extraña razón, sintió que el silencio en la cuadra se prolongaba con su presencia. Tenía el presentimiento de que algo o alguien la observaba, pero cuando volteaba la mirada no encontraba nada.
Una persona normal en su situación echaría a correr y se encerraría en su habitación debajo de la cama, pero Amaris no era ni de lejos una persona normal. Dio media vuelta sobre sus talones y avanzó adentrándose en la plaza, extrañamente sabía de dónde venían las miradas que había sentido en su espalda, y caminó justo rumbo a ellas.
Pero estando aun metro de acercarse a ellas, vio lo que la estaba observando. Al menos 3 pares de ojos brillaban detrás de un arbusto, viéndola con suspicacia.
Amaris pensó que eran perros, porque los vio muy juntos, y en la oscuridad solo eran una bola de pelo gris y negro. Pero cuando vio que un par de ojos más se sumaron al grupo, y que, en vez de ser amarillos, eran de un rojo como la sangre, su corazón se detuvo.
Fue ahí cuando sintió que no debía de estar allí, no tenía miedo, solo sabía que no debía de estar allí.
Dio vuelta y, a pesar de que no corrió, caminó lo más rápido que pudo a su casa. Cuando llegó, ignoró todo regaño que recibió de su tía y le suplicó que hablaran en la mañana porque estaba muy cansada y mañana comenzaba un nuevo trabajo. Al parecer la idea de que trabajaría de nuevo apaciguó a Mónica.
Sin embargo, Amaris no quería dormir, ella quería volver a ver aquellos ojos rojos e intensos que la observaron con rudeza en la plaza. Se acercó a la ventana, desde ahí se solía ver un poco del parque, y se preguntó si quizás podía ver aquellos ojos otra vez.
Pero no tuvo que hacer mucho esfuerzo, porque aquellos ojos la acompañaron a casa. Afuera, en la calle que daba frente a su ventana, unos ojos rojos inyectados en sangre la observaban, acompañado por los otros tres que había visto, que, a diferencia del primero, tenían los ojos de un color amarillo muy tenue y brillantes, como la luz de la luna.
La luna...
Esa noche estaba más grande que cualquier otra, brillando e iluminando cada esquina de su habitación. Amaris observó directamente a los ojos a la bestia que estaba frente a su ventana, y este le sostuvo la mirada fijamente.
-Hola -saludó ella sintiendo el instinto de hablarle.
El animal de ojos rojos aulló, y los otros tres lo imitaron. Aquel aullido heló la sangre de Amaris haciéndola sentir libre, como si necesitara aullar también. Les dedicó una sonrisa.
-¡Amaris! -escuchó que Mónica gritaba subiendo las escaleras- Ábreme.
Para cuando volvió de abrirle la puerta a su tía, miró por la ventana, pero ya no estaban.
-¿Qué fue eso? -preguntó su tía.
-No lo sé, yo ya estoy por dormirme -contestó, evitando responderle lo que ella quería saber.
Mónica asintió y le dio nuevamente su sermón de siempre, de que cerrara las ventanas y durmiera temprano, que no era saludable desvelarse tanto y un montón de palabras más que Amaris solo ignoro.
Su mente no tenía ganas de pensar en nada más que no sea lo que acaba de suceder.
Lobos...
Había visto lobos en su ventana aullándole a su saludo.
***
Nota de autora:
¡Hola lobitos! He aquí un nuevo capítulo jaja
Llego el momento de decir... AQUÍ SE VIENE LO CHIDO jaja.
Estuve avisando por mis redes sociales que tendrían sorpresitas en este capítulo jaja así que espero les haya gustado. Espero que me dejen sus comentarios para poder leerlos mientras lanzamos aullidos a la luna jaja.
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