Corte 5: Una pequeña dosis de realidad
Corte 5: Una pequeña dosis de realidad
Aquella era la segunda noche en Pírica. Una noche que se prometía larga en soledad. Después de pasar toda la tarde metida en la biblioteca inspeccionando la documentación que habíamos recopilado aquella mañana, las horas se me estaban haciendo largas. Tenía mucho por hacer y entender del gran misterio que representaba Lycaenum, y por mucho que leía y releía textos, no paraban de abrirse más y más interrogantes.
Demasiados mitos, demasiadas leyendas...
Demasiada fantasía.
Era desesperante.
Y estaba sola y tenía sueño.
No debería haberlo hecho, pero decidí dormir un rato. Eran las tres de la madrugada y me pesaban los ojos. Tenía la cabeza llena de historias truculentas, de ritos de iniciación y de rituales... de cánticos para serenar a la Dama del Bosque, oraciones para llamar al Señor de la Montaña y palabras clave para que la sirenita del fondo del lago de su puñetera madre acudiese a mi llamada.
Había tantas historias que era imposible darles sentido. Era como si aquellos pueblos respondieran a las costumbres de los cientos de tribus que habían pasado a lo largo de toda su existencia, y ahora yo, una cualquiera, intentaba darle sentido.
De locos.
Me dejé caer en la cama y cogí el teléfono móvil. Una estúpida parte de mí quería pensar que tendría un mensaje de Carsten preguntándome cómo estaba, pero obviamente no lo había. Estaría ocupado con una de tantas amigas. Me planteé también que me hubiese escrito Balian, pero no lo había hecho tampoco. Él estaría con Scarlet, recogidito en su castillo y disfrutando del lujo de la nueva voivodina. Por suerte, D. y Ana sí que se habían acordado de mí. Ellos me habían escrito varios mensajes en el grupo que compartíamos y estaban preocupados ante mi falta de respuesta.
C.M. 03:15 – Hola chicos, perdón por no decir nada, tengo la cabeza como un bombo. Seguimos investigando, pero es difícil... la novia de mi hermano está convencida de que esa bruja está escondida en el bosque, en algún rincón... a saber.
D.W. 03:15 - ¿Bruja? ¿Qué bruja?
C.M. 03:15 – Es una historia muy larga...
D.W. 03:15 – Cuenta.
D.W. 03:16 – Esa ha sido Ana. Dice que le cuentes.
D.W. 03:17 – Cat, ¡¡YA!!
D.W. 03:17 – ¡¡AHORA!!
Logró hacerme reír. Me la podía imaginar al borde de la histeria, consumida por los nervios, arrancándole el teléfono de las manos al bueno de D.. Menuda paciencia tenía el pobre. Un auténtico santo.
C.M. 03:18 – No creo que tarde mucho en volver, tranquilos, os lo contaré todo.
D.W. 03:18 – Ahora.
C.M. 03:19 - Ahora no, estoy cansada... además, ¿qué hacéis despiertos?
C.M. 03:19 - ¿Haciendo cosas malas? ;-)
D.W. 03:19 – No te metas en líos.
C.M. 03:20 – No prometo nada.
Dejé el teléfono en la cama y cerré los ojos. Descansar unos minutos me sentaría bien...
No sé cuánto tiempo después el sonido de unos nudillos golpeando la puerta me despertó. Me incorporé de golpe, como si me estuviese ahogando, y cogí el teléfono.
Dos horas.
Habían pasado dos horas. Abrí mucho los ojos, sobresaltada por el brusco despertar, y me bajé de la cama. Al otro lado del umbral esperaba alguien.
Alguien cuya sombra se proyectaba a través de la rendija inferior...
Volvió a llamar, arrancándome un grito de puro sobresalto. Me acerqué a la puerta y abrí. Thomas entró en tromba, teléfono en mano.
—¡Lo tengo! —dijo—. ¡Lo tengo, lo tengo! No ha sido fácil, pero...
Se detuvo en mitad de la habitación, junto a la cama, y se volvió para mirarme. Me miró a mí, a la puerta, a mí de nuevo y de nuevo a la puerta. La señaló con el mentón.
—¿Cierras?
Cerré. Estaba demasiado atontada como para saber lo que hacía, así que opté por obedecer. Ajusté el cerrojo, no sé muy bien el motivo, y me acerqué. Thomas seguía con el teléfono en alto, supongo que queriendo decirme algo, pero yo no lo entendía. Tenía demasiado sueño.
—¿Te has quedado dormida? —preguntó. Antes de que respondiese, ensanchó la sonrisa con picardía—. ¡Te has quedado dormida, sí, se nota! La noche se está haciendo larga, ¿eh?
—Mucho, sí... pero bueno, decías que lo tenías, ¿no? ¿El qué?
—Nicky me ha conseguido el expediente de tres de los niños desaparecidos. Uno era bastante antiguo, así que no ha sido fácil, pero los otros dos...
—¿Nicky, tu no novia?
Thomas se sonrojó.
—Nicky mi compañera y amiga, sí. La policía.
—Ajá... ¿y qué ha descubierto?
—Jeannette Vilches, desaparecida hace tres años: la familia nunca la encontró. Vivían en el norte de Galia, pero se mudaron por el trabajo del padre hace siete años. El caso no trascendió a la opinión pública, eran gente importante dentro del gobierno galo, así que intentaron ocultarlo. Se la buscó durante un año entero, pero nunca apareció. Se perdió su rastro durante una noche de verano, mientras jugaba en un parque con otras niñas. Sus padres estaban cenando en un restaurante y, para cuando quisieron darse cuenta, Jeannette había desaparecido.
—¿Y nunca se les comunicó que había aparecido en Lycaenum?
Thomas negó con gravedad.
—No. De hecho, de ella tan solo se encontró una muñeca a poco menos de un kilómetro de donde desapareció. Según el expediente policial, nunca se localizó el cuerpo.
—Y, sin embargo, la enterraron en Lycaenum... con nombre y apellido. —Sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo—. ¡Es terrible, alguien debería contactar con su familia!
—Y lo vamos a hacer: Nicky se va a encargar de ello. Esos padres merecen saber la verdad... siempre y cuando sea la niña, claro.
—¿Y tienes más?
Thomas asintió con decisión.
—Jean Paul Gausse, cinco años. Se le perdió la vista durante una excursión en los montes de Lycaenum. El niño se resbaló al intentar mojarse la cara en el río y la corriente se lo llevó. —Se encogió de hombros—. Fue horrible: tardaron varios días en encontrarlo.
—¿Y apareció el cuerpo en el lago?
—Apareció, sí... pero lo más terrible es que durante esos días de búsqueda su hermana mayor, de siete años en ese entonces, aseguró que Jean Paul la había visitado en sueños. Que le pedía ayuda... le pedía que fuese a buscarlo. Decía que Beatrix le iba a devorar.
—Dios mío...
—Lo peor está por llegar —anunció en voz baja—. El niño apareció muerto, sí, pero la autopsia dictaminó que no había sido por ahogamiento. Al niño lo habían devorado vivo, cuando lo encontraron, le faltaban los...
Se me retorció el estómago de solo imaginarlo.
—Vale, vale, no me lo digas, por favor. No me lo digas...
Me aparté unos pasos hasta la ventana y la abrí. Necesité respirar un poco de aire para no vomitar. Thomas se apresuró a disculparse.
—Perdona, no quería ser tan gráfico. Es solo que... bueno, creo que es un detalle importante. Los padres son conscientes de que el niño está en Lycaenum, ellos mismos participaron en su entierro. Eran antiguos habitantes del pueblo.
—Madre mía, ¿se puede ser más retorcido? —Me abaniqué la cara. Estaba mejor pero no podía prometer no vomitar—. Dime que el tercer caso es mejor.
—Tessa Ivic, doce años. Desapareció con el que se suponía que era su novio, un chico mayor de edad. La madre se oponía a su relación, no sin razón, y las cosas se complicaron. Al parecer la niña dejó una carta de despedida y nunca se supo más de ella. A día de hoy se sigue creyendo que está en algún lugar, con ese chico.
—Pero está muerta.
—Muerta y enterrada en Lycaenum, sí.
—Es horrible.
Thomas asintió.
—Nicky va a intentar mover los hilos para que se reabra el caso e investiguen en Lycaenum, pero es complicado. Su condición de pueblo libre lo blinda. Si la policía local no quiere que otros cuerpos investiguen, no les darán permiso.
—¿Y entonces no podrán hacer nada? —No necesité escuchar la respuesta, la sabía y era una mierda. Una auténtica mierda—. Joder...
Thomas quiso decirme algo más, pero no le escuché. La imagen del cadáver del niño devorado acudió a mi mente de la forma más desagradable e imaginativa posible y no pude soportar la arcada. Salí corriendo al baño, me arrodillé ante el inodoro y vomité cuanto tenía en el estómago.
La imagen fue muy desagradable. Asquerosa incluso... pero hasta cierto punto tierna. Y es que, aunque yo seguía arrodillada en el suelo con la cara en el inodoro, Thomas había entrado al baño para sujetarme el pelo.
Fue un detalle encantador.
—Yo de ti me iría corriendo —le advertí—, no tengo claro de que haya acabado.
—Pues cuando acabes me avisas —respondió, dedicándome una sonrisa preciosa—. Hasta entonces me quedo. No creo que al tinte azul de tu pelo le vaya bien mancharse de bilis...
—Oh, cielos...
—Me gusta tu pelo, ¿te lo había dicho ya?
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