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Capítulo 11: Tyara Vespasian

Capítulo 11: Tyara Vespasian



La repentina aparición de Thomas y Cat en escena calmó un poco los ánimos. Estaban al otro lado del umbral de la puerta, con las caras lívidas al haber sido descubiertos. El recepcionista también estaba allí, y los miraba con confusión, sin entender qué estaba pasando. Nada a excepción de que Tyara había vuelto, y eso le hacía feliz.

A él.

A mí.

A todos.

—¿Tyara? —preguntó Cat, logrando escapar con maestría de lo que sin duda había sido una de las mayores pilladas de su vida. Pasó por debajo de mi brazo, adentrándose en la habitación con paso firme, y se plantó frente a ella—. Eres Tyara Vespasian, ¿verdad?

Tyara parpadeó con incredulidad ante la escena. Me miró de reojo, desterrando por completo el enfado de su faz, y le dedicó una cálida sonrisa a mi hermana.

—Sí, y tú eres Cat, ¿a que sí? —respondió con cariño—. Lobo me hablaba mucho de ti.

—¿De veras? —Esta vez fue Cat la que me miró de soslayo, acusadora. Gracias a Dios, corrimos un tupido velo—. ¡Vaya, no te haces a la idea de cuánto me alegro de conocerte!

—Y yo —aseguró ella.

Las dos mujeres se abrazaron como si llevasen años esperando hacerlo, momento que Thomas aprovechó para entrar y cerrar tras de sí. A diferencia de Cat, que no tenía ningún tipo de reparo en mostrar abiertamente sus emociones, el policía era más recatado. Su mirada denotaba la satisfacción de haber localizado a Tyara, pero también inquietud. Lógico teniendo en cuenta las circunstancias: yo tenía claro por qué quería encontrarla. Lo suyo, al menos por el momento, seguía siendo prácticamente un misterio.

—¿Y estás bien? Pareces... espera, ¿estás herida? —Tras el saludo inicial, Cat se centró en el hilo de sangre ya seca que cruzaba el mentón de Tyara. Lo miró de cerca, localizando el punto de inicio en el labio, y se volvió hacia mí, acusadora—. ¡Esto ha sido cosa tuya, ¿verdad!?

Lo era, sí, y me arrepentía. Me avergonzaba lo que había pasado, pero tenía una excusa. No demasiado buena, pero una excusa.

—¡Pensaba que era un intruso! —me defendí.

—¡Claro, y antes de preguntar te lías a puñetazos! ¡Joder, Lucian, ya no estamos en Solaris!

—¿Lucian? —repitió Tyara con sorpresa, alzando las cejas. Hasta entonces, jamás había escuchado mi nombre. Lo había guardado con mucho cuidado, en un intento más de protegerla—. ¡Bueno, no importa, de veras! Ha sido todo muy rápido y extraño, pero me alegro de veros. De todo corazón. Por cierto, tú eres la hermana de Lobo, ¿y tú?

Thomas se acercó tímidamente para tenderle la mano, gesto ante el que Tyara no supo muy bien qué hacer. Me miró de reojo a mí, desconcertada, después a Cat, que se limitó a encogerse de hombros, y por último a él. Primero a los ojos, después a la mano.

Se la estrechó.

—Mira que eres formal a veces, Thomas... —murmuró Cat con un bufido.

—Ya, bueno, no nos conocemos —se disculpó él—. Es un placer, Tyara, y un alivio. Llevamos unos días buscándote. Ah, por cierto, soy policía: el agente Thomas Blue.

—¿Policía? —se sorprendió ella—. De Barcino, imagino.

—No exactamente.

—¿De Umbria entonces?

—Solaris —corregí yo automáticamente. Era innecesario, lo sé, y en momentos como aquel sonaba como un auténtico capullo, pero no podía evitarlo. Era así, lo siento.

Todos prefirieron ignorar mi aportación.

—Er... no, tampoco. Soy de Solaris, sí, pero ejercía en Escudo... —Thomas se llevó la mano a la nuca—. Bueno, es complicado. Sea como sea, te estaba buscando, que es lo importante.

—Todos —aclaró Cat—. Todos te estábamos buscando, y por tu aspecto creo que no estábamos demasiado mal encaminados. Has estado en el bosque, ¿verdad?

Tyara asintió. Dejó el abrigo sucio y polvoriento en una de las esquinas de la habitación y tomó asiento en la silla que había junto a la mesa. Permaneció unos segundos en silencio, pensativa. No llevaba demasiado tiempo en Lycaenum, menos de una semana, pero tenía la sensación de que para Tyara, el tiempo se había detenido.

—He estado en el bosque, es cierto —confirmó—. De hecho, llevo varios días. Perdí el teléfono en cierto momento, durante una caída. Supongo que entonces debería haber regresado para avisar a mis padres y no preocuparlos, pero estaba tan cerca de dar con Beatrix que no podía volver atrás. Tenía que encontrarla. —Sonrió con amargura—. Lástima que estuviese equivocada.

—Hablas de la anciana de las grabaciones —reflexionó Thomas—. ¿La has visto en algún momento?

—Visto con mis propios ojos, no, pero... —Tyara me miró de reojo—. La he sentido. No sabría explicarlo, pero sé que está aquí: lo noto. Al principio pensaba que era una mujer normal y corriente, de carne y hueso, pero ahora que estoy tan cerca de encontrarla he comprendido que estaba equivocada. No es una simple humana: es alguien diferente. Alguien especial.

Aquella descripción me inquietó profundamente. Apreté los puños, sintiéndome repentinamente amenazado, y en mi mente dos ojos negros tomaron forma.

—¿Es un demonio? —pregunté, aunque sonó a acusación—. Es un demonio, ¿verdad?

—No lo sé —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Lo único que tengo claro es que está detrás de las desapariciones; que busca niños y los trae aquí, al bosque, donde los hace desaparecer. En Lycaenum todos saben de su existencia. He estado indagando, y aunque tienen prohibido hablar de ello con extranjeros, sus reacciones les delatan. Saben quién es.

—¿No han querido colaborar contigo? —cuestionó Thomas, aunque sabía la respuesta. Ni tan siquiera esperó a escucharla—. Qué sorpresa: con nosotros tampoco. El comisario y los suyos parecen atados de pies y manos por Marc Gadot. Si él no estuviese, probablemente hablarían.

Los ojos de Tyara refulgieron llenos de rabia al escuchar aquel nombre.

—¡Exacto! —exclamó—. ¡Es ese hombre, el alcalde! ¡Él parece haber impuesto la ley del silencio en el pueblo! Aunque bueno, Lycaenum siempre se ha mantenido un poco al margen de todo desde hace años. No sé si lo sabéis, pero forma parte de los conocidos como "Pueblos Libres". Gracias a ello, son prácticamente autónomos, lo que les ha permitido aislarse casi por completo. Son gente complicada, que guarda secretos. —Se cruzó de brazos, pensativa—. Todo sería muchísimo más fácil si colaborasen. Al fin y al cabo, hablamos de niños, niños desaparecidos, ¿por qué querrían esconderlo?

La reflexión de Tyara nos arrastró a un silencio incómodo en el que ninguno supo que decir. Personalmente, admito que la historia de los niños me había impactado, pero en gran parte porque la había arrastrado a ella. De no haber existido relación entre los sucesos, probablemente lo habría ignorado. El mundo, por desgracia, había enloquecido y cientos de historias como aquella llenaban de sangre y dolor todos los rincones del mundo. No obstante, ahora que Tyara había aparecido y estaba decidida a seguir adelante con la investigación, empezaba a verlo con otros ojos.

El silencio de Lycaenum era sospechoso.

—El recepcionista y su madre nos han hablado de muchas desapariciones, tanto de niños como de adultos —comentó Cat—. De padres que logran seguir el rastro de sus hijos hasta aquí y que acaban esfumándose también.

—Se pierden en el bosque —sentenció Tyara con convencimiento—. Ese lugar es peligroso. He intentado ir con cuidado, durante estos días he estado leyendo bastantes registros sobre situaciones insólitas que se han dado en él, y después de pasar unos días perdida, admito que es un auténtico milagro que haya podido volver. Sé que suena a delirio, pero diría que los caminos cambian... que los árboles se mueven. Y sí, sé lo que estáis pensando ahora mismo, que de noche los bosques cambian mucho, pero en este caso, también lo hace de día. Es... —Negó con la cabeza, tratando de buscar el término más adecuado—. Es un lugar perturbador, con varios barrancos y desfiladeros de difícil acceso. Es fácil caerte y partirte una pierna. Y si ya hablamos de su fauna... Hay osos y lobos ahí, campando a sus anchas. —Tyara dejó escapar un suspiro—. En definitiva, que es un lugar perfecto en el que desaparecer.

La descripción caló hondo en mi mente, transformando los bellos bosques de los alrededores en un lugar sombrío y tétrico que era mejor evitar. No dudaba del testimonio de Tyara, seguramente tuviese mucha razón en lo que decía, pero tampoco me quería dejar llevar por lo que sin duda habría sido una experiencia traumática.

Probablemente estuviese exagerando.

—¿Crees que esos padres que han desaparecido han podido ser engullidos por el bosque entonces? —preguntó Thomas, pensativo—. Tendría sentido: personas que no conocen el lugar, sin preparación, y arrastrados por la desesperación: me cuadra.

—Diría que sí. De todos modos, lo que tengo claro es que Beatrix se lleva a los niños allí. No entiendo el motivo, pero es un hecho. —Tyara volvió la mirada hacia mí—. Por cierto, antes dijiste que encontrasteis un cadáver en el lago. ¿Viste si tenía en la frente una luna?

Tyara formuló la pregunta con cierta precaución, pero menos de la esperada. Se notaba que ya sabía la respuesta.

—No era Mario —confirmé.

—Me lo imaginaba. Mario es demasiado importante como para que muera así. —Se puso en pie—. Pero, aunque no sea él, necesito saber quién es. Puede que se trate de alguno de los otros desaparecidos, y si es así, qué menos que informar a su familia. Mario no es mi hijo, pero su ausencia me está matando. El imaginar cómo deben estar esos padres... —Sacudió la cabeza—, debe ser terrible. No nos queda otra opción: tenemos que identificarlo.

—Desde luego, esos padres deben estar volviéndose locos, no lo dudo, pero seamos sinceros: la policía no va a colaborar —advirtió Cat.

—¡Pues les obligaremos! —intervine con decisión—. Al fin y al cabo, no vas a volver a casa hasta que encontremos a ese chico, ¿no? Pues entonces sabemos lo que tenemos que hacer.

Sorprendida ante mi inesperado arrebato, Tyara abrió mucho los ojos, esperanzada.

—¿De veras? —Juntó las manos sobre el pecho, en señal de súplica, y apretó los labios—. ¿Me ayudaréis? ¿En serio?

Cat apoyó la mano sobre su hombro y asintió, logrando con aquel gesto que Tyara recuperase la sonrisa. Seguidamente, intercambió una rápida mirada conmigo. La posición de los hermanos Monfort era clara, la de Thomas, sin embargo, era diferente. Su objetivo era encontrar a Tyara, y ahora que la tenía ante sus ojos, su camino no tenía por qué seguir unido al nuestro.

Aunque, como ya había expresado anteriormente, quería que lo hiciese. Thomas era un tipo misterioso, pero su apoyo era clave. Sin él, todo habría sido mucho más complicado.

Los tres le miramos, a la espera de su respuesta, y él nos la dio, no se hizo de rogar... pero como de costumbre, lo hizo a su extraña manera. Se llevó la mano tras la nuca.

—Yo también te buscaba, Tyara, como ellos... aunque con un motivo diferente.

—Ah, ¿sí? —preguntó ella con sorpresa—. ¿Cuál?

—Bueno... —Thomas nos miró a Cat y a mí, tremendamente incómodo, y cogió aire—. Verás... bueno, es un tanto delicado. Yo...

—Necesita de tu don —sentenció mi hermana, poniendo en su boca las palabras que tanto le iba a costar a Thomas pronunciar—. Tiene un problema, no nos ha querido decir cuál, pero yo diría que es grave y cree que tú puedes ayudarle. Que puedes curarle.

Tyara ladeó ligeramente el rostro, sorprendida ante la petición. Miró al policía de arriba abajo, tratando de ver más allá de su fachada, y tras unos segundos de silencio asintió con suavidad.

—¿Te estás muriendo?

—Como todos, supongo.

De veras, Thomas...

—A corto plazo, digo.

—Ah, no, eso no. Aguanto de momento.

—De acuerdo, te ayudaré entonces, no lo dudes, siempre y cuando tú me ayudes a mí.




Aquella noche no pude dormir. A pesar de estar totalmente recuperado gracias al don de Tyara, a mi mente no dejaban de acudir retazos de nuestro reencuentro. Me veía a mí mismo, paralizado ante su regreso, y a ella mirándome desde la lejanía, rodeada de sombras. La veía cerca, pero a la vez la veía muy lejos... siguiendo un rastro que la arrastraba hasta el bosque.

El bosque donde todos se perdían.

Y aquellos niños desaparecidos. Sus padres, con el alma rota, habían buscado hasta la saciedad sin encontrar nada más que silencios y mentiras. Lycaenum sabía lo que pasaba, pero no quería compartir el secreto. No quería revelar la identidad de Beatrix y yo no podía entender el motivo. Al fin y al cabo, aquellos hombres y mujeres eran humanos, ¿cómo podían dar la espalda a los de su especie? ¿Cómo podían permitir que aquel monstruo se alimentase a su costa?

Ni lo entendía, ni quería entenderlo.

La humanidad podía llegar a ser terrible a veces, repugnante y odiosa. Por suerte, aún quedaban buenas personas en el mundo dispuestas a luchar por ella. Personas como Tyara, cuyo cometido en la vida ahora era el de encontrar a ese chico. Y personas como yo, que estaba dispuesta a ayudarla. Sobre todo, para que volviese a casa, por supuesto, pero también porque era lo correcto. Porque, aunque aquellos hijos no eran de Solaris, eran de los hombres, y mi deber era cuidar de ellos y protegerlos.

Porque era lo correcto como pro-humano.




Nos reencontramos a la mañana siguiente en el restaurante del hotel, donde la madre de Philippe nos preparó un potente desayuno con el que enfrentarnos al día. Después de una larga ducha y unas cuantas horas de sueño, con la cara lavada y la ropa limpia y seca, Tyara parecía otra. Se había dejado el cabello suelto, cubriendo de ondas toda su espalda hasta la cintura, y tenía el rostro descansado. Sus ojos volvían a brillar, ahora esperanzados ante nuestro regreso, y parecía más decidida que nunca.

Parecía haber renacido.

—¡Buenos días! —saludó nada más vernos, dejando la barra donde llevaba un rato hablando con Michelle—. ¿Qué tal habéis dormido? ¡Hoy va a ser un gran día, estoy convencida!

Desayunamos en una de las mesas junto a la ventana. Tanto Michelle como Philippe estaban al acecho, así que no tratamos ningún tema delicado en su presencia. Por el momento se habían posicionado como posibles aliados, pero preferíamos ser precavidos. Así pues, comimos con tranquilidad, charlando de trivialidades, y media hora después nos pusimos de camino a Lycaenum. Nuestro objetivo aquel día era claro: queríamos saber la identidad del cuerpo que yo mismo había rescatado en el lago, y hasta que no lo consiguiésemos, no íbamos a parar.

—Por el momento no han hecho ningún anuncio público sobre lo ocurrido —comentó Cat en el asiento de copiloto, teléfono en mano—. No aparece nada en la sección de noticias de la página web del pueblo.

—Lo raro es que tengan página web —exclamó Thomas desde el banco trasero—. Pero sí, Nicky ha estado sondeando en los distintos medios y no hay nada. De hecho, tampoco han trasladado el cuerpo hasta el hospital de Pírica, por lo que es de suponer que no haya salido del pueblo.

—Deben hacer las autopsias allí —comenté, pensativo—. Puede que cuenten con algún facultativo preparado... o no, a saber. De todos modos, volveremos a la comisaría. Con suerte, los pocos minutos que tarde en aparecer de nuevo el alcalde, que estoy convencido que aparecerá, nos servirán para intentar descubrir el paradero del cadáver. Thomas, intenta sonsacarle al comisario, ¿de acuerdo? Tu placa es la única arma que tenemos contra ellos.

—Y no sirve de demasiado, pero bueno, me encargo.

Al llegar a los alrededores de la comisaría nos dividimos. Thomas se encaminó directamente hacia la sede policial, mientras que Cat, Tyara y yo nos quedamos algo más rezagados. Nos acercamos al edificio, pero no llegamos a entrar. Las chicas se quedaron en la entrada, atentas a la posible llegada del alcalde, y yo me interné en el estrecho callejón que separaba el edificio de la siguiente casa. Una vez allí me oculté junto al poste de luz por el que pasaban las tomas de corriente. Distintos conjuntos de cables que, incluso cubiertos por el protector de plástico, me sirvieron para hacerme una idea de la estructura eléctrica. Las conexiones ascendían hasta la planta baja y la superior, pero también descendían a lo que probablemente debía ser un subterráneo. Bordeé el edificio, en busca de algún acceso exterior, y regresé al callejón, donde me situé junto a unos cubos de basura para disimular. A simple vista el bajo no tenía acceso directo desde fuera, por lo que era de suponer que su existencia fuese de conocimiento de pocos.

Una zona de mayor control, supuse. Quizás la planta donde tenían el calabozo, los archivos... y puede incluso que el laboratorio.

Saqué el ordenador y cuadrangulé mi posición. Acto seguido, accediendo al programa espía que yo mismo había diseñado años atrás para colarme en las bases de datos de los voivodas en Solaris, inicié el estudio. Antes de bucear en sus redes necesitaba sabe con qué sistemas de seguridad contaban, y lo que era aún más importante, si tenían algún dispositivo de control. De nada me servía poder acceder a su cerebro si acto seguido era localizado.

Para ser sincero, no esperaba gran cosa, y no me equivoqué. Las defensas informáticas de Lycaenum estaban muy desactualizadas, lo que me permitió acceder fácilmente. Una vez dentro, empecé a navegar. La base de datos era de uso muy intuitivo. A simple vista parecía un sistema de almacenamiento de datos similar al de las carpetas compartidas, con distintos niveles de permiso. Todos los agentes tenían acceso a las carpetas comunes. La documentación más confidencial, sin embargo, estaba alojada en carpetas restringidas a las que tan solo unos cuantos tenían acceso. El comisario, por ejemplo, podía entrar a todas, al igual que el usuario de Gadot.

Nadie más.

Me planteé usurpar sus identidades, pero descubrí que existía un tercer usuario con los mismos derechos. Lo desbloqueé desencriptando la contraseña y, ya registrado, me adentré en las carpetas encriptadas, donde se almacenaban los datos del laboratorio. Había una carpeta creada aquella misma noche con la fecha del día como nombre. Accedí a ella; en su interior se alojaban dos ficheros de texto. En el primero se narraba cómo se había localizado el cuerpo, el lugar, hora y día, las circunstancias. En el segundo, el resultado de la autopsia.

—¿Desangrado? —me dije con perplejidad tras una rápida lectura en diagonal. En mi mente, el cuerpo del niño estaba prácticamente intacto, solo hinchado por el agua—. ¿Ataque de un lobo o de un oso? Pero ¿de qué demonios están hablando?

Justo entonces, un coche paró frente a la comisaría y, en la lejanía, escuché a mi hermana llamarme: Marc Gadot entraba en escena.




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