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Capítulo 56

—Irupé un pibe te está buscando—anunció Amaru, asomando su cabeza pelinegra por la puerta del cuarto. Su tono de voz era aquel que empleaba cuando se ponía en el rol de "hermano cuida". Su semblante lucía serio.

—¿Qué pibe?—pregunté incorporándome. Había permanecido todo el día en cama, ya que estaba forzada a mantener la farsa de mi "supuesta enfermedad". Por fortuna las horas eran más transitables en compañía de una buena lectura de Wattpad—. ¿No avisaste a la visita que estoy enferma?— Hasta ese momento, mi única certeza era que "el pibe" no era Nahuel, ya que habíamos establecido lo del límite perimetral y no se me ocurría quién podría ser, hasta que capté aquel aroma familiar. Su esencia ascendía hacia la planta alta guiada por la brisa: Tobías.

¡Ahora sí que estaba en problemas!

—¿Por qué te pensás que tengo esta cara? Ya intenté echarlo y nada que se va. Insiste en hablarte. Dijo que se llama Tobías y que va a tu escuela—confirmó mi fraterno—. Aunque se me hace algo pasado de edad para ser tu compañero—reflexionó, frunciendo el entrecejo—. Igual como que tiene pinta conocida el tipo...

—¡Ahhh sí!—exclamé haciéndome la boluda—. Tobías va a mi escuela, pero no somos compas. Él está un año más avanzado, en el grado de Katu. De hecho, ellos son amigos, por eso le ves cara conocida—indiqué, al tiempo que me ponía las zapatillas. Evitar mirar a Amaru a la cara hacía más fácil la mentira—. Seguro vino a darme catedra sobre una materia en la que ando floja—"Ahora todos son tutores" lo oí mascullar al "celoso" de mi hermano, pero lo ignoré—. Igual ya bajo y coordino que venga otro día...cuando me sienta mejor—"O nunca" volvió a musitar mi bro.

Preferí guardar mis comentarios para evitar una discusión que no nos llevaría a ningún lado. Amaru se pasaba de Protector.

Mientras terminaba de arreglarme, intenté dilucidar los verdaderos motivos de aquella repentina visita. Tobías no solía aparecer en mi casa a plena luz del día.

"¿Habrá pasado algo que no me podía decir por teléfono?" Me pregunté. Entonces me di cuenta de que me había olvidado por completo del celu y de avisarle a cerca del auténtico motivo del faltazo a clase. Lo más probable era que, ante mi ausencia repentina y mi falta de respuesta, Tobías hubiera hecho sus propias averiguaciones a través de Katu.

¡Seguro estaba preocupado por mi estado de salud!

En ese momento me di cuenta de que no me quedaba otra que afrontarlo personalmente o seguiría ahí, firme como rulo de estatua, hasta asegurarse que todo estaba bien conmigo. Solo esperaba que pudiera controlarse mejor que Nahuel cuando me tuviera enfrente, o mi hermano se daría gusto de romperle la cara.

—Te aconsejo distancia—le susurré al bajar las escaleras, solo para que él me escuchara. Amaru iba detrás de mí como guardaespaldas.

—¿Qué pasa?—lo oí responder en un murmullo, con gesto preocupado. Tobías se encontraba de pie en el umbral, con medio cuerpo dentro de la casa y la otra mitad en el exterior (lo que demostraba la falta de voluntad de mi fraterno de dejarlo entrar), sin embargo, al oír mi petición obedeció y retrocedió unos pasos.

Cuando llegué al recibidor, el chico estaba cerca de la escalerita del Porsche.

Amaru se me adelantó y pasó a su lado destinándole una mirada que reflejaba un mensaje silencioso e igualmente claro: "estás advertido". Luego se perdió en el garaje, desde donde podía vigilar a la distancia.

La avalancha de recuerdos fue inminente. Una situación similar había pasado la primera vez que Nahuel se había aparecido en nuestra casa. No obstante, a esas alturas el moreno parecía agradarle y mucho, como a toda la familia, de hecho. Me pregunté si Tobías alguna vez llegaría a ganarse el corazón de mi gente. Indudablemente primero debería dejar el porro.

—Estoy en celo, por eso no fui a clase—solté abiertamente. No era momento de andarse con preámbulos. Mientras más tiempo permaneciera Tobías frente a mí, le sería más difícil contener sus impulsos.

El chico abrió la boca y luego volvió a cerrarla, y de nuevo la abrió:

—Entonces debería irme...—balbuceó, pero sus pies seguían firmes en el mismo sitio y su mano cerrada a la barandilla —. ¡Dios! ¡Qué rico aroma tenés!

"Por favor no te excites" pensé. Con el vergonzoso evento de la mañana ya había tenido suficiente.

—Sí, va a ser mejor que te vayas. En un rato te llamo y explico todo por teléfono.

Tobías avanzó un paso y luego retrocedió, un gesto que evidenciaba que la razón luchaba contra el instinto. Sus ojos refulgían como braceros.

—Dale...espero tu llamada—dijo al fin y cerró sus ojos un momento. Noté el leve temblor en su mano, pero logró controlarlo y cuando volvió a abrir sus parpados el fuego se había aplacado. Entonces se dispuso a irse, no sin antes chocar con una fastidiada Karen que justo subía las escaleras.

—¡Cuidado! Algunas mujeres tenemos cuerpos delicados—soltó con esa vocecita irritante, echándome una mirada de refilón. Como si su insidioso comentario me afectara.

¡Igual, que ganas tenía de apretar su cuerpecito de alambre con mis musculosos brazos hasta quebrarla!

En otras circunstancias Tobías posiblemente le hubiera retrucado. No era de los chabones que se quedaban callados ante comentarios malintencionados, menos cuando estos eran dirigidos a alguien que quería y yo me jactaba de estar entre sus personas favoritas. Pero en la situación actual, enajenado como estaba, apenas la miró. Al poco tiempo lo vi perderse en el bosque, a paso ligero, como alma que lleva el diablo.

Karen, en cambio, avanzó en mi dirección.

—¿Sabe Nahuel que estás saliendo con otro?—dijo con cizaña, cerca de mi oído. Ella era la menos indicada para hacer ese tipo de observaciones, pero lo que dijo me afectó porque era verdad—. Tranquila Irupé, era broma. ¡Deberías haberte visto la cara!—Sonrió con malicia. Se merecía que le borrara la risita de un sacudón, aunque no podía dárselo sin tener que rendir cuentas ante mi hermano y otros miembros de mi familia a quien "la princesita plástica" caía simpática, porque se la pasaba en el papel "Anita la huerfanita"—. Tomá, te traje la tarea, para que después no digas que soy una pésima cuñada—Me tendió un block de notas que sacó de la mochila. La misma era de peluche color rosa con estampa de unicornio. Me pareció repulsiva hasta el punto de querer vomitar. Karen era la única que me hacía odiar objetos con seres tan bellos.

—No creo que seas una pésima cuñada—comenté. "Estoy segura que sos una pésima persona" añadí en mi interior, pero no dije nada en voz alta para evitar broncas. Al fin que hacía tres minutos que su delicado zapato de diseño se había enterrado en la caca que Mauricio había dejado gentilmente en el Porsche. ¡Gracias karma! Era la primera vez que podía decir que el felino me caía medio simpático.

››Yaguati está en la habitación—informé, después de tomar los apuntes. Resulta que él sí estaba enfermo. Se había pescado una gripe estomacal de temporada y aunque lo lamentaba, su condición volvía más creíble la mía—. Aunque antes de subir, yo me limpiaría eso—Miré su zapato lleno de "heces" y luego su cara. La expresión que puso "la estirada" me devolvió el buen humor. Si hubiera tenido mi celu a mano le sacaba una foto. Dana le haría un meme incluso. Pensar en la morena me recordó que también debía llamarla.

Dejé a Karen con su berrinche y el tendal de insultos que recitó mientras se alejaba enfadada en dirección al baño de la planta baja y me dispuse a subir las escaleras, pero a medio camino debí regresar, porque el timbre había sonado de nuevo. En mi fuero interno rogué que Tobías no se hubiera rendido a su lobo interno.

Respiré cuando abrí la puerta y me encontré con un tipo desconocido.

—Cualquier cosa que venda ya la tenemos—dije a aquel hombre cincuentón que sostenía un bulto rosa bajo su brazo. Parecía ropa.

—No soy vendedor—aclaró—. Tampoco testigo de Jehovah—aportó, deteniéndose en mi expresión de incredulidad—. Soy el padre de Karen— "Ok un testigo de Jehovah no hubiera estado tan mal"—. Vine a traerle el abrigo que se olvidó en el auto—Me tendió el bulto, que resultó ser una campera en tono rosa chillón. Muy de su estilo.

Estiré el brazo para tomarla y mi corazón se detuvo cuando mis orbes captaron el peculiar tatuaje en el dorso de su muñeca: "Cazador".

Mis sentidos se dispararon. Pasé de estar sorprendida a ponerme alerta cuando mi mente asoció su cara con una vieja voz. Una que, a pesar de haber oído una única vez por breves instantes, reconocería en cualquier parte. El padre de la rubia no solo pertenecía al grupo de exterminadores de Lobizones, sino que además él había estado detrás del secuestro de Dana.

—Papi, que bueno que no te fuiste. Llévame a casa, que me tengo que cambiar los zapatos—Karen nos había interrumpido, aunque ya era tarde.

¡Él me había visto! Estaba segura.

Me reproché por no haberle hecho caso a mi primer impulso asesino y desgarrarle la yugular de una. Pero no, tenía que iniciar la transformación y arrepentirme, torturada por un estúpido sentimiento de culpabilidad.

"¡¿Culpa de qué?! ¡El tipo es un puto asesino!" Pensé. "Pero también es el suegro de mi hermano"

Mi deber era informarlo a la Logia y que Greg tomara cartas en el asunto.

"¿Por qué tuve que dejar que mi loba asomara?" Me cuestioné.

El Cazador sabía. Antes de que su hija apareciera, llegué a verme reflejada en sus pupilas y noté en su expresión el reconocimiento.

"Tal vez no sea tarde para salir a buscarlo y acabar con su vida" Analicé. "¡Irupé concentrate! ¡Está Karen en medio!" Lo más probable era que el tipo guardara las apariencias por su hija. Era obvio que ella no sabía nada. En otras circunstancias él hubiera actuado.

Me obligué a controlar los espasmódicos movimientos de mi cuerpo. De nuevo mi loba asomaba dispuesta a dar batalla. Pero esta vez estaba sola en mi cuarto. Hacía varios minutos que padre e hija se habían marchado.

No sabía qué hacer, excepto poner a cargar el celu porque se había quedado sin batería. Entonces este sonó. En la pantalla apareció en nombre de Tobías.

—¡Tengo que decirte algo importante!—expresé cuando atendí el teléfono.

—Yo igual—La voz estaba lejos de ser la del joven. Mi sangre hirvió.

—¿Qué hacés con el teléfono de Tobías, hijo de puta?—vociferé al Cazador.

El corazón me palpitaba a mil por hora. Comencé a caminar por la habitación con nerviosismo. Mi mano estaba a punto de estrangular el teléfono.

—Resulta que encontramos a tu noviecito vagando al costado de la ruta cuando íbamos para casa y nos ofrecimos a llevarlo—relató el hombre con cinismo—. Pero...lo vi tan aturdido y confundido al pobre que tuve que dejar a mi querida hija segura en nuestra casa para poder encargarme mejor del chico.

¡Desgraciado!

—Si le hiciste algo a Tobías te juro que...

—Tranquila lobita—me interrumpió—. El maldito lupus está bien, por ahora...

Tragué saliva. Lo cierto era que no estaba en posición de amenazar. No mientras la vida de Tobías estuviera en riesgo. Inspiré hondo para controlar mi exacerbado temperamento.

—¿Qué querés que haga?—pregunté en tono sumiso. Casi pude sentir la estúpida sonrisa del tipo del otro lado del móvil.

—Veo que ya nos vamos entendiendo—señaló con sorna—. Lo que quiero, es que tomes nota—El cretino hijo de su madre me dictó una dirección—. Si querés conservar a tu novio en una pieza te aconsejo que vengas sola. Sin trucos, sin transformaciones innecesarias. Y por favor querida, no te tardes. No quiero darme a la tarea de buscar otros rehenes... Aunque estoy al tanto de que tenés hermanos de sobra.

Cortó y me contuve de no estrellar mi teléfono contra la pared.

Iba a hacer lo que me pedía, pero no al pie de la letra. Tenía alma de heroína, pero idiota no era. No podía confiar en que el Cazador me entregara a Tobías si yo me presentaba ante él indefensa. Además, tampoco podía fiarme de que estuviera solo. Debía planear una estrategia. Un plan de respaldo.

Volví a tomar el celu y finalmente realicé el llamado.

¡Gracias a todos por leer! El fin se acerca 😱

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