Capítulo 54
Corría.
El viento de la tarde se me enredaba en el pelambre y me hacía cosquillas. Mis suaves patas apenas se posaban sobre las agujas de las coníferas que cubrían el bosque, poseídas por el impulso que me otorgaba la cacería.
Mi nariz seguía un único rastro, un delicioso aroma que trazaba una estela vaporosa en la atmósfera y que dirigía mis pasos: cervatillo.
Había seguido al animal desde que el sol, como un péndulo, se mecía peligrosamente en la rosada línea del horizonte, hasta su absoluto descenso. Ahora la luna flotaba, ligera como un pálido espectro, un ánima perdida en el extenso y renegrido éter.
Un eco cercano detuvo mi andanza y me puse alerta. El sonido provenía de una construcción que interrumpía la armónica de la floresta, aunque esta última todavía luchaba por mantener su dominio, abriéndose paso entre las piedras.
A pocos metros de donde me hallaba, se erguían las ruinosas paredes de la vieja "Hostería Arrayanes". Un cartel de madera podrida colgaba de forma parcial de una de las oxidadas cadenas que se aferraba de manera frágil a las bisagras.
Las puertas frontales estaban abiertas de par en par y sospechaba que allí se había escabullido el intrépido cérvido.
Con determinación, troté hasta el edificio y me adentré en él. El aire estaba cargado de la senectud característica de los sitios abandonados. Todavía quedaban en pie algunos de los muebles originarios de la construcción, engullidos por la fronda. Algunos incluso habían pasado a ser guarida de las alimañas más perezosas.
Otro sonido de alarma se disparó desde la planta alta.
Subí las escalinatas con ímpetu. Las mismas crujieron de manera dolorosa bajo mis patas. De inmediato me cuestioné la decisión de subir. La construcción podría derrumbarse de un momento a otro. Al menos las partes de madera, la cual estaba apolillada.
En tres zancadas estaba en el segundo piso, en lo que parecía ser una alcoba principal, debido a su considerable tamaño.
Percibí el bulto oscuro tras los fantasmagóricos cortinados de gasa, que ondulaban a causa de las furtivas corrientes de aire que se filtraban por las grietas de la habitación.
De inmediato, supe que no se trataba del animal que estaba persiguiendo. El aroma era distinto, pero también familiar.
Un Lobizón.
"Nahuel" Manifesté su nombre en mi mente y, de manera mágica, aquel llamado interno provocó que él saliera de su escondite y avanzara a paso lento hacia mí.
No supe en qué momento nos habíamos transformado, pero la metamorfosis nos había sorprendido a ambos conforme él se iba acercando.
El moreno extendió sus brazos atrayéndome, y mi cuerpo se acopló al suyo con aquella perfecta concordancia que nos proporcionaba nuestra actual desnudez.
No sentí pudor. La habitación era un adecuado claro oscuro y algunas sombras eclipsaban, de forma generosa, ciertas zonas que no estaba preparada para ver.
No obstante era inevitable sentir, y yo podía hacerlo de manera plena. Percibir cada centímetro de su cuerpo, su fuerte musculatura, su dermis cálida, vibrando con sutileza sobre la mía.
¿Qué hacía él ahí? ¿Había salido también de cacería? Pero, ¿cómo era posible que se hubiera desviado del sendero habitual de caza y acabado en la misma decrepita Hostería? ¿Me había seguido, acaso?
Aquellas preguntas podrían haber sido formuladas en un contexto de lucidez, pero no ocurrieron en ese momento.
Mi pensamiento se había tomado un receso y, una vez más, era cautiva de mis instintos.
Frente a aquella cercanía, nuestras bocas, carentes de palabras, optaron por comunicarse a través del silencioso, pero efectivo, lenguaje de los besos. Besos que devoraban, que consumían y saciaban contenidas ansias, porque eran dados sin ningún freno.
En aquel sitio perdido de la vista de los hombres, en esa gruta artificial que la naturaleza estaba reclamando como propia, encontramos un lugar donde podíamos desnudarnos en cuerpo y alma.
Mis torneadas piernas envolvieron su cintura, mientras sus manos servían de perfecto sostén para mis muslos. Sentí sus labios descender, con insistencia, por mi cuello, succionando aquella delicada zona. Dejé escapar un suspiro y me aparté para buscar sus ojos negros, que desprendían la luminiscencia de unos astros perdidos.
En mis pupilas estaba grabado un deseo implícito, uno que él supo interpretar con facilidad.
Me guió hacia aquel lecho atemporal, erigido con deslucidos materiales humanos que el mundo natural había regenerado y transformado en algo nuevo. Un mullido edredón de florecida hiedra nos recibió, confortando nuestros cuerpos.
"Te amo" Lo escuché murmurar cerca de mi oído y al fin pude corresponder a aquel sentimiento sin pesar, sin miedo alguno.
Una última vez nuestras miradas conectaron de manera fugaz y nuestras manos se unieron en aquel intrincado lazo de dedos que selló una conexión más profunda e íntima en la que mi ser se volvía parte incuestionable del suyo.
Sentí sus colmillos penetrar la piel y la carne en mi clavícula. Una sensación que era dolorosa y a la vez vigorizante, confusa pero esperanzadora, me embargó.
Con aquel acto culminaba una etapa que había transitado sola y surgía otra donde mi vida estaría ligada a la de otro. Mi complemento, mi otra mitad. Un alma gemela que estaría conmigo por toda la eternidad...
—¡NO!—grité con todas mis fuerzas y lo aparté, sintiendo como su cuerpo liberaba el mío en el proceso.
"¿Qué he hecho?"
Mi respiración estaba agitada, mi corazón latía con frenesí cuando divisé aquellos ojos espejados que me observaban de lejos, brillando en la cerrada oscuridad. Agucé la vista. Aquel velo cristalino se rompía traspasado por un torrente de lágrimas. El corazón de Tobías se quebraba y el mío igual.
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