Capítulo 47
Repasé con mis ojos el entorno. A primera vista, en ausencia de luz, el cuarto parecía una fotografía deslucida, con aquellos objetos cetrinos cubiertos por el velo de las sombras. Pero mis pupilas veían más allá, y podía distinguir la silueta que se ocultaba en el manto de tiemblas.
Su figura era inconfundible, lo mismo que su aroma: Tobías.
Mi corazón dio un vuelco. Me había pescado infraganti, en plena inspección, así como yo lo había descubierto. Sin embargo, era él quien estaba en falta mayor.
—Dejáme que te explique—dijo, dando un paso hacia el frente, en el preciso momento que la luna asomaba por la ventana y derramaba su luz, como un foco, en la recamara.
Lo miré por primera vez a la cara después de aquel breve tiempo de ausencia. Sus ojos estaban encendidos como luciérnagas, lo opuesto que su oscuro cabello que se asemejaba a negra seda. Sus marcados rasgos se endurecían con aquel contraste de luces y sombras, y aunque su faz era la misma me dió la impresión de admirar un rostro nuevo.
"¿Quién sos Tobías?" Ahora ya lo sabía: un traidor de su raza.
Lo odiaba, y a la vez me dolía odiarlo. Me lastimaba mirarlo a los ojos, aquellos faros que proyectaban la luz de los astros, me dolía sentirlo, respirarlo...
¿Cómo podría exponerlo y hacerle pagar por su traición hacia Dana, Nahuel y el resto de los Lobizones? ¿Cómo podía incriminar a aquel que había lastimado a mis seres queridos, cuando esa persona también era objeto de mi cariño?
Mis ojos me ardían a causa de las lágrimas contenidas, lágrimas de dolor, de rabia. ¡Quería decirle tantas cosas! Sin embargo, las palabras estaban atoradas en mi garganta, pulsaban y ardían como magma.
—Te juro que no es lo que parece—volvió a decir el castaño y extendió las manos hacia mí en un vano intento por retenerme.
Grave error. Aquel acto fue percibido como amenaza. Podría estar incapacitada para hablar, pero era perfectamente capaz de defenderme de otras formas.
Pude sentir mis garras cortando los tejidos, emergiendo hacia la superficie, lo mismo que mis colmillos. Lo siguiente que supe fue que estaba sobre él, y él, a su vez, estaba sobre el suelo, ambos enfrascados en una lucha, o eso creí al principio. En realidad era yo quien atacaba, provocando cortes severos al hundir en su carne mis garras, buscando con desespero la zona libre de su yugular, donde su carótida palpitaba eufórica, aquel sitio donde pensaba acertar el mordisco letal si notaba que mi vida dependía de ello. No obstante, estaba equivocada. Tobías no buscaba herirme, se estaba defendiendo.
—¿Qué te pasa? ¡Luchá conmigo! ¿También para esto sos cobarde?—Finalmente las palabras fluían con verborragia y se derramaban con furia, como la sangre que brotaba por sus heridas.
—No voy a hacerlo. No quiero pelear Irupé. Solo quiero explicarte cómo son las cosas—insistió. Sus brazos estaban puestos, como barrera, entre su cuello y mis afilados dientes.
—¿Qué me vas a explicar? ¿Cómo vendiste a los tuyos? ¿Cómo pusiste en peligro a Dana? ¿Cómo...Cómo me mentiste al decirme que me querías? ¿Cuánto faltaba para que también terminarás entregandome?—Las últimas silabas se fueron tornando débiles, ahogadas, como un lamento de un corazón que terminaba de resquebrajarse.
Me sentí vulnerable y él lo notó porque aprovechó el momento para tomar ventaja y someterme. En ese instante era Tobías quien estaba sobre mí y mi espalda pegada al pegajoso suelo.
Cerré mis ojos y las lágrimas comenzaron a derramarse en cascada. ¡Qué idiota había sido por apartar la razón y entregarme al sentimiento!
El muchacho de ojos dorados se aproximó hacia mi rostro y yo no hice nada por defenderme, al contrario, me quedé quieta, esperando, mientras su tibio aliento erizaba los vellos de mi cuello expuesto.
—No mentí en mis sentimientos, yo te amo—susurró próximo a mi oído. Mis ojos se abrieron para anclarse en los suyos, advirtiendo una veta de sinceridad en ellos.
—Me amás, pero aun así mentiste en otras cosas. ¡Traicionaste a los Lobizones, dejaste que capturaran a Dana!—contraataqué, sintiéndome más fuerte de pronto. La confirmación de su amor me había vuelto valiente. Era extraña la forma en la que funcionaba el corazón y cómo ese necio musculo cardiaco manipulaba mis acciones.
—Sí, mentí en varias cosas, pero te prometo que no soy el responsable de esos actos...Esa persona es... Es mi viejo, Irupé—confesó.
Examiné sus resplandecientes pupilas una vez más y medí la intensidad de sus signos vitales. Todo seguía igual, ninguna alteración que indicara que él mentía.
—Está bien... Te creo—asentí, dejando escapar el aire que mis pulmones habían acaparado celosamente durante largos segundos—. Sé que decís la verdad y que te duele contarme, pero voy a necesitar que me expliques las cosas mejor para despejar mis dudas al cien por ciento. Prometo ser ecuánime.
Tobías aceptó, liberándome de aquel falso cautiverio. Me ayudó a incorporarme. A la brevedad estaba sentada sobre la cama y él recogía las partes del móvil que había impactado contra el suelo y se había abierto. Después también tomó asiento, acomodándose a mi lado, a prudente distancia.
—Voy a contarte la verdad de todo, empezando por lo más simple—inició—, el nombre. Mal que me pese, y aunque soy el menor y no el primogénito, tengo el mismo nombre que mi viejo. Ambos nos llamamos "Tobías Alexander Di' Laurente" Y para que veas que no miento, acá está mi documento—me extendió el plástico que sacó de su billetera, la cual estaba en el bolsillo de su desgastado jean. La inspeccioné un momento, antes de devolverlo. Corroboré su edad y otros datos de interés—. Te mostraría también el de mi viejo, pero no lo tengo. Igual...
—No es necesario—interrumpí—, lo vi en la cartilla médica. "T. Alexander Di' Laurente"
—Estuviste ocupada Holmes—comentó, esbozando una sonrisa desganada.
—Admito que tuve que hacer algunas averiguaciones y cometer algún que otro delito menor para llegar hasta acá—reconocí—, pero yo voy a ser juzgada más tarde. Ahora enfoquémonos en vos. Decíme, ¿cómo es que tu viejo llegó a esto? ¿Tan mal se llevan? ¿Él sabe de mí?
—De una a la vez—Hizo un gesto con las manos para que bajara la velocidad del interrogatorio. Formulé un "lo lamento" en voz baja, pero no podía culparme por querer respuestas luego de tantos engaños—. Alexander y yo no siempre nos llevamos mal ¿sabés? Cuando comencé a experimentar mi transformación el primero en saberlo fue él. De hecho, hubo un tiempo en que también quise seguir sus pasos y convertirme en doctor...—reveló y las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. Comprendí el por qué de la peculiar decoración de su cuarto y pude unificar a aquellos dos Tobías que convivían entre esas paredes: el pasado y el presente. Finalmente veía detrás de la fachada de chico duro y comprendía las causas de su rebeldía. Todo estaba relacionado con su padre—. Como sea, a mi viejo no le cayó muy en gracia lo de mi naturaleza. Imagínate que el hecho de que su hijo fuera una "pseudo bestia" empañaba un poco la imagen de familia perfecta que siempre quiso dar al mundo. Dijo que lo mejor era que, dado que la maldición no se podía deshacer, teníamos que actuar como si no existiera. "Normalizar la situación" ¿me explico?
—Sí, básicamente te pidió que reprimas tu naturaleza—expresé, mientras mis manos se contraían en un puño. En ese momento, comencé a sentir un acentuado rechazo hacia el padre de Tobías.
—Algo así. Al principio no me pareció mal e intenté hacer lo que me pedía para complacerlo, pero no pude. Negar mi licantropía era como negarme a mí mismo. Y todo se tornó peor cuando conocí a otros Lobizones y me uní a la Logia de la Luna, lugar donde realmente me sentía a gusto, porque ahí jamás se me pidió que controlara mi verdadera esencia y fingiera ser alguien más. Entonces me di cuenta de que lo que me pedía mi viejo estaba mal—Tobías fijó sus ojos sobre la cama. Sus gestos proyectaban su consternación interior. Recordar lo lastimaba y me sentí culpable por remover su pasado, pero a la vez sabía que era necesario y que cuando acabara el alivio sería mutuo. Tomé su mano, entrelazándola con la mía, dándole ánimos para continuar.
—¿Unirse al bando contrario, a Los Cazadores, fue su forma de castigarte por tu desobediencia?—inquirí. Tobías negó.
—No lo creo. De hecho, pese a su negativa inicial, mi viejo pareció apoyarme respecto a mi interés por la Logia y quiso conocer ese mundo, "mi mundo". Incluso se unió al grupo como mi Protector—La expresión de asombro se reflejó en mis facciones. Otra mentira revelada. Permanecí en silencio analizando viejas palabras dichas por el castaño, palabras que cobraban un nuevo significado—. Al principio, estaba tan feliz de que me apoyara en algo enteramente mío, que no imaginé que las cosas podrían terminar mal. Aunque debí notarlo. Él seguía renuente a verme transformado. Buscaba evitarlo...Me decía que no era necesario, que para eso era mi Protector. No obstante, fue poco antes de conocerte que descubrí que la persona que vendía información de la Logia a nuestros enemigos era él. Lo peor fue que cuando lo enfrenté no lo negó y se defendió diciendo que ellos no eran "mis enemigos" como yo pensaba, sino lo opuesto. Alegó que había hecho tratos con los Cazadores porque ellos podían "ayudarme" a ser normal, que trabajaban en un suero que controlaba y disminuía las transformaciones...Admitió sus deseos de erradicar la licantropía de mi sistema, en fin.
—¡Por Dios! Eso es horrible—Llevé una mano hacia mis labios, exaltada. Nunca, hasta ese momento, había amado tanto ser diferente, ni me había enorgullecido a ese grado por ser una Lobizona, porque serlo formaba parte de mi identidad y pensar que alguien, y más "un alguien" de mi familia, quisiera eliminar de una forma tan cruel una parte crucial de mi persona, era inadmisible y repudiable. En el fondo sabía que ni siquiera mi madre, con su rechazo inicial y todo, habría llegado a tanto.
—Lo sé. Sé que es terrible y cuando me enteré de sus verdaderas intenciones le dije que se fuera de la Logia y que terminara su trato con Los Cazadores sino quería que lo mandara al frente por traidor. Fue solo una amenaza, pero él lo tomó muy a pecho y creyó que anteponía a mi especie por sobre él, que es mi progenitor, y fue cuando los "frágiles lazos" que había entre nosotros se rompieron de forma permanente.
—¿En la Logia sospechan de él?
—No directamente. Piensan que uno o más miembros pueden estar develando información a nuestros enemigos. Por eso a algunos nos pidieron que nos mantuviéramos alejados hasta que terminaran las investigaciones— "Por eso Tobías se puso tan nervioso el día que me mostró el recinto, cuando oímos que alguien se aproximaba" "Y por eso no podía presentarme ante los miembros de la Logia todavía, porque está bajo la lupa" analicé—. Yo creía que mi viejo se había hecho a un lado, te lo juro. Si bien estaba distante, parecía ensimismado en sus cosas, en el trabajo, "en su aventura romántica", algo de por sí reprochable, pero no imaginé que siguiera vinculado a Los Cazadores, hasta el evento del secuestro de Dana. Cuando vi sus mensajes con el Cazador muerto explotó todo, todos los secretos. Mi vieja se enteró. Discutieron ellos también, por su infidelidad y por lo que me había hecho. Después ella determinó que lo mejor era irse y yo la ayudé con la mudanza. Esa parte es totalmente cierta. Aunque sé que no fui honesto con vos sobre muchas cosas, que oculté información y alteré partes cruciales de la verdad...
—La normalizaste—señalé y él acordó.
—No podía contarte todo tal cual porque aunque sé bien que él la jodió sigue siendo mi viejo y...
—No tenés que decir más, lo entiendo. Este tema forma parte de tu intimidad familiar—admití sincera. Pero en mi interior reconocía que el asunto había dejado de ser íntimo cuando personas de mi entorno resultaron afectadas por las acciones del padre de Tobías.
—Gracias por comprender y te prometo que voy a darle un freno a todo esto. Por eso volví... También te garantizo que mi viejo no sabe de vos. Los Cazadores tampoco. Sospechan a cerca de la existencia de una Lobizona, pero no te relacionan. Yo mismo me esforcé por mantenerte siempre oculta. Jamás dejaría que algo malo te pase—Colocó su otra mano sobre las que estaban entrelazadas y comenzó a acariciar con sus yemas mi dorso, mientras me miraba fijo—. Te lo repito Irupé, no mentí en mis sentimientos, yo te amo.
Volver a escuchar aquellas palabras provocó que se me derritiera el alma. Por un momento sonreí.
—Yo también te amo—formulé abiertamente, porque era verdad. Nunca había estado más segura de aquel sentimiento y por eso dolía tanto lo que iba a decir—: Y comprendo que estás entre la espada y la pared con todo esto porque un miembro de tu familia está involucrado, pero quiero dejar algo claro, si no lo haces vos, voy a ser yo la que le haga pagar a tu viejo por esto tarde o temprano.
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