Capítulo 46
La fachada de la suntuosa propiedad relucía bajo la dicroica luminiscencia de las luces exteriores, permitiendo una vista clara de la entrada principal.
Llevaba algunas horas observando el chalet a prudente distancia, tiempo suficiente para convencerme de que la accesibilidad a la vivienda no podía ser por esa puerta. Aunque conocía el sitio donde el Doctor Di' Laurente había ocultado la llave de repuesto, ahí en el macetero con forma de cisne, entre la mata de tupidos geranios rosados.
Pero la puerta estaba por demás expuesta y la cámara de seguridad, ubicada en lo alto de uno de los cipreses centinelas que flaqueaban la casa, apuntaba con su ojo vidrioso hacia aquel punto exacto.
Por otro lado, si la magnánima construcción reflejaba suntuosidad en el diseño exterior, podía estar segura de que su interior no carecía de objetos de valor que estarían protegidos a través de un servicio de alarma.
Eso complicaba las cosas, ya que dudaba que el buen doctor hubiera tenido la gentileza de dejar escrito el código junto a las llaves del macetero.
Tales especulaciones me habían obligado a rodear la casa y descubrir la pequeña ventana trasera que apuntaba directamente al bosque. Oculta a la vista de cualquier transeúnte, pero accesible y vulnerable, aquella abertura era el sitio de acceso perfecto.
Llegar hasta la planta alta del chalet no sería problema, al menos no para una Lobizona experta. Podía escalar fácilmente la chimenea que se ubicaba a un lado. La misma estaba recubierta en cuarzo y las piedras me darían el soporte adecuado para no caerme.
Una vez ahí con mis garras abriría el seguro. Aunque el problema seguía siendo la alarma. La ventana seguramente tendría sensor y debería ser muy rápida para entrar y cerrarla antes de que la bulliciosa chicharra se disparara.
Cargué aire en mis pulmones y lo liberé junto a mis nervios. Paseé mis ojos una última vez por el cielo que había terminado de oscurecer, aunque eran casi las nueve de la noche. La proximidad del verano ya se hacía sentir.
Por fortuna, para cuando llegué a la ventana, lo hice al abrigo de la más cerrada negrura.
Ni siquiera la luz anaranjada de la farola que daba a la foresta llegaba a esas alturas.
De pronto empecé a tener un buen presentimiento, ya que todo había salido bien hasta ese momento. El doctor estaría de guardia toda la noche, según la información que me habían brindado en el hospital y hasta donde sabía la casa estaba deshabitada ya que su familia estaba fuera de la ciudad.
Dejé libre una de mis manos mientras que con la otra me sujetaba con firmeza a la chimenea. Mis garras empezaron a aflorar. Delgada y afilada, la uña del menique serviría para forzar el seguro y así fue. El "clic" de apertura fue música para mis oídos. Sonreí ante la idea de que me estaba volviendo una maestra en el arte de abrir cerrojos. Pero con la misma facilidad mi alegría desapareció. Tenía que concentrarme. Disponía de cinco segundos para abrir del todo la hoja y deslizarme en el interior antes de ser puesta en evidencia.
Inspiré una última vez y empujé el cristal. En esa ocasión, el aire contenido no fue expulsado de nuevo hasta que no me aseguré de estar sana y salva dentro de la vivienda con la ventaba cerrada nuevamente tras de mí.
El tenue silbido de mi respiración y el insistente "tic tac" del reloj de pared fueron los únicos sonidos que me recibieron. ¡Lo había conseguido. Estaba dentro!
¿Pero en dónde con exactitud?
Esa pregunta fue rápidamente resuelta. Mis rutilantes orbes se detuvieron en el portarretratos que decoraba la mesa de noche, revelando la identidad del propietario de aquel cuarto.
No me había equivocado con eso de la "buena suerte". Estaba justo donde necesitaba estar. Me encontraba en la alcoba de Tobías.
Verlo, así fuera a través de un objeto tan inanimado como una fotografía, me causó escalofríos y eso provocó que mi corazón se encogiera.
Tobías no era precisamente sinónimo de "recato" pero era posible que a su impetuoso carácter y a su espíritu rebelde se le sumaran adjetivos tales como el de "manipulador" "mentiroso" y "traidor"
No lo sabía, pero estaba ahí para averiguarlo.
La decisión de irrumpir en su casa no había sido sencilla, porque no me sentía cómoda con eso de "invadir su intimidad" de forma tan deliberada, pero tampoco esperar a que regresara de su viaje y preguntarle directamente me hubiera garantizado la verdad.
Dos días me había tomado dar el gran paso que me había llevado a dónde estaba. Tiempo en que averigüé su dirección a través de mi hermano Katu, indagué sobre los horarios de trabajo de su padre, estuve observando su entorno, su casa, analizando los pro y los contra de ingresar a ella sin autorización, las implicancias legales a las que sería sometida si llegaba a ser descubierta, y aquellas morales si era yo la que descubría algo...Pero sobre todo fue un tiempo donde me debatí internamente sobre mis sentimientos hacia él y sobre qué pasaría si finalmente mis temores más profundos se confirmaban y Tobías terminaba por romperme el corazón.
Empecé a buscar en los cajones del chifonier. Todo su cuarto olía a él...Al clavo de olor de su perfume, tan fuerte e intenso, porque debía tapar el aroma a marihuana que había debajo y que mis diestros sentidos podían captar a la perfección.
La sorpresa me la había llevado al encontrar las prendas prolijamente dobladas, y hablo de la ropa interior.
¿Qué adolescente en su sano juicio dobla los calzoncillos? O mejor dicho, ¿Qué adolescente con el prospecto de Tobías lo hace?
Tal vez su madre estuviera detrás de todo el asunto, pero dudaba que por más buenas intenciones que tuviera la señora Di' Laurente en mantener la pulcritud en la habitación de su hijo, este le hiciera honores por mucho tiempo. No, aquel orden no era reciente, sino antiguo y era él el responsable.
Estaba frente a una faceta desconocida de ese chico que llevaba agujeros en los "agujeros" de sus pantalones. En ese instante me cuestioné si estaba en la casa correcta, en la habitación correcta, y tuve que volver a observar su fotografía, en el aludido yacía junto a su madre, y aspirar el aroma del ambiente para cerciorarme del todo.
Estaba en el sitio correcto, pero pese a un orden excesivo, no había encontrado nada alarmante o revelador (en el mal sentido)
Seguí indagando. Me dirigí hasta el ropero empotrado en una pared y obtuve idénticos resultados: buena disposición de las prendas, organización, limpieza. Incluso su ropa "rocker" estaba colgada en las perchas, junto a la ropa de salida, y los trajes...
"¿Esto es broma?" pensé.
Los mismos nulos resultados tuve hurgando en la biblioteca (meticulosamente ordenada por tema y autor).
Debo confesar que amé la parte en la que curioseé entre sus gustos literarios, por el simple hecho de que su número de volúmenes superaban con creces el mío. Su biblioteca era extraordinaria y ocupaba casi una pared entera, la opuesta al placar. Excepto por el espacio central destinado a su escritorio, donde yacía su computadora.
Eso de "dime lo que lees y te diré quién eres" no aplicaba tampoco con Tobías, al menos no del todo. Lecturas como "El Príncipe" de Maquiavelo, "El arte de la guerra", "Meditaciones" de Marco Aurelio, eran textos históricos que no esperaba encontrarme, (ni siquiera entre las obligatorias lecturas escolares), aunque admito que el pelinegro manifestó en ciertas ocasiones su gusto por el pasado, y por supuesto, estaba esa cuestión del "poder" en las distintas civilizaciones...
En lo que a literatura ficcional respectaba, aquella era variada en géneros y títulos, pero primaban una serie de autores argentinos como Borges, Sábato, Cortázar. Encontré en ese estante cierta compatibilidad con mis gustos.
En lo demás, los intereses de Tobías eran lo suficientemente amplios y diversos como para encajar en los gustos de todos, con excepción de su padre. No había textos de medicina en aquella repisa. Pero pudiera ser que antes existieran, posiblemente en aquel espacio fantasma, el cual estaba pobremente relleno con algunas "figurillas" coleccionables.
Tampoco en su computadora había nada, o bueno, ninguna evidencia que lo señalara como culpable, nada que pudiera involucrarlo con los Cazadores, como un vil espía, como un traidor de su raza, en fin...
Me senté sobre la cama, sobre aquel sommier King cubierto por un pesado edredón blanco tejido a mano, que desprendía un tedioso aroma avainillado, la única fragancia totalmente ajena a Tobías en ese cuarto, y escruté la oscuridad reflexionando.
Miré las paredes libres. No había otras fotos familiares, ni siquiera cuadros. A parte de la inmaculada pintura que las investía, estaban desnudas.
Se supone que la habitación de uno es su santuario, y que la decoración del espacio nos define, refleja nuestros gustos e intereses. ¿Pero, dónde mierda estaban sus bandas de rock favoritas? ¿Porque no empapelaban esas paredes despojadas?
"¿Quién sos Tobías?" me pregunté.
Si bien, en la habitación, había ciertos "artículos" que sin duda le pertenecían, todo lo demás parecía extraño. Era como si el chico que yo conocía y su alter compartieran recámara.
Pero, siendo honesta, ¿qué tan bien lo conocía?
Un caleidoscopio de recuerdos me embargó: Tobías frente al lago en su forma de licántropo, él desangrándose en el bosque al ser casi atravesado por un rayo, ambos desnudos en una cueva completamente mojados, Tobías sorprendiéndome en pleno asecho a la casa de Dana (donde también había un episodio de desnudez involucrado), los dos en la Logia de la Luna, él sacando su ballesta en el bosque, él, como héroe sin capa, llegando en aquella motocicleta robada a mi rescate, ambos en el Pub la noche de mi cumpleaños, él y yo besándonos bajo la luz de los astros...
Ese era el verdadero Tobías, el que estaba en esos recuerdos conmigo, el que yo conocía y del cual me había enamorado. Porque sí, tenía que dejar de engañarme a mí misma de una vez por todas. No podía buscar sinceridad en el prójimo sino podía ser honesta conmigo. Yo lo quería, incluso tal vez lo amaba, con la misma fuerza con la que quería a Nahuel y ahí estaba lo complicado.
Era todo, estaba dispuesta a irme, con el corazón más tranquilo al no haber encontrado nada que pudiera incriminarlo. Pero entonces reparé en el único sitio donde no había buscado: la mesa de noche, donde mis ojos se habían posado ni bien había entrado al cuarto.
Podría haberme ido, podría haberla pasado por alto, pero soy una persona curiosa e impulsiva y mis instintos me gritaban que abriera el cajón de esa mesita.
Lo hice y me terminé de convencer de su inocencia hasta el momento en que estaba por cerrar el cajón y este se trabó porque la base de había desprendido levemente. Entonces quise repararlo y me encontré en con hallazgo: el doble fondo.
Dentro yacía una caja de madera de mediano tamaño donde estaban sus pipas, un frasco de cogollos, un par de entradas a recitales de sus bandas favoritas, mi medalla de quince años, esa que pensé que había perdido en la cueva el día de la tormenta...
Hasta el momento, aparte de ser un ladrón y un adicto, no había otros crímenes reprochables. Y pese a todo, en parte era tierno que se hubiera quedado con algo mío, porque eso significaba que le importaba, así me hubiera "medio robado" aquel objeto.
Todo podría haberse quedado ahí, de no ser por el pequeño aparato negro brillante que estaba en el fondo de la caja. Un dispositivo electrónico que podría haber reconocido hasta con los ojos cerrados porque ya lo había sujetado entre mis manos: el celular del Cazador que había secuestrado a Dana.
Me lo quedé mirando fijo. ¿Por qué no lo había destruido todavía?
Se suponía que intentaría extraer información relevante, pero luego debería haberlo hecho desaparecer.
Me decidí a encenderlo y lo primero que hice fue mirar los nombres grabados en la agenda. En ese momento todo se manifestó con la claridad que antes había faltado: el nombre del pelinegro figuraba entre los contactos y lo peor era que había varios mensajes que el difunto y él habían intercambiado.
Por primera vez mis manos temblaron y el teléfono se resbaló de mis dedos impactando en la alfombra que cubría el suelo. Frente a aquella dura revelación, un segundo descubrimiento: no estaba sola en el cuarto.
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