Capítulo 34
De más está decir que ninguno de los tres nos quedamos a contemplar el incendio. Pero nos aseguramos de regar un perímetro considerable de la propiedad, con la intención de que el fuego no se extendiera al bosque, aunque no visualizaba una tragedia. Estábamos en época primaveral y los retoños y leños conservaban ese verde vigoroso, recio, difícil de combustionar.
La columna de humo se erguía como un vaporoso tótem hacia el cielo, abrazándolo con sus brazos de tizne. La divisé mientras tomábamos un sendero alterno de regreso, seguidos por un variopinto escuadrón aéreo de aves, que también se alejaban de la escena.
Dana y yo íbamos en la Zanella 110 y Tobías conducía, orgulloso, su chopera 250, conteniéndose de regular la velocidad para no sacarnos unos cuantos metros de distancia, hecho que no le hacía mucha gracia.
En el trayecto empezamos a planificar la excusa que daríamos en el instituto. Mi amiga y yo no podíamos ausentarnos la jornada completa o los adultos comenzarían a sospechar.
Tobías nos ofreció falsificar un par de certificados médicos para justificar la media falta. Resulta que su padre es doctor y él usaba a menudo su talón de recetarios y de su sello, como respaldo de sus múltiples inasistencias. Por fortuna ningún directivo de la escuela había realizado nunca una revisión meticulosa de su historial, caso contrario hubiera saltado a la luz el engaño. El castaño era el adolescente con más infectocontagiosas tardías en todo el pueblo, y me atrevo a decir de toda la provincia.
Ambas aceptamos la oferta. Él, en cambio, no usaría la vieja excusa de manera inmediata porque no pensaba asistir a clase. Tenía que devolver la motocicleta robada, antes de que el dueño se percatara de su ausencia y nuestros problemas aumentaran. Después, aprovecharía la tarde para realizar "otras actividades", según había explicado, hasta que se hiciera la hora de salida, momento en el cual nos volveríamos a encontrar.
Tenía mis dudas respecto a si completaríamos el entrenamiento diario, debido a lo acontecido, pero todavía le debía al castaño muchas explicaciones.
Cuando llegábamos al establecimiento educativo oí el sonido de las sirenas de los bomberos y de la policía. Intuí que alguien había dado aviso del incendio de la cabaña y que hacia ese sitio se dirigían, aunque no pude verlos.
En mi fuero interno rogaba que cuando llegaran, las llamas se hubieran encargado de borrar cualquier rastro vinculante o las infaustas paredes de una despojada celda en una correccional de menores formarían parte de un paisaje constante.
—¿Las dos fueron al médico el mismo día?—preguntó con astucia la preceptora, María, desde el otro lado del escritorio, luego de que mi compañera y yo le entregáramos los respectivos certificados.
—Sí. Sacamos el turno juntas y nos lo dieron para la misma fecha—expliqué, de modo casual, intentando controlar el movimiento nervioso de mis sudorosas manos.
—Queremos entrar a natación y necesitábamos hacernos un chequeo general—añadió Dana de inmediato, acomodando sus lentes—. Ahí lo dice—señaló uno de los garabatos impresos en el certificado que yacía sobre la mesa, junto con papeles varios.
Tenía que reconocer que Tobías era bueno imitando la enmarañada caligrafía de los médicos.
María achicó sus ojos verdosos, en un pobre intento de descifrar aquellos jeroglíficos y luego se enfocó en constatar que el sello fuera el del médico local, para darnos su visto bueno.
—Entonces voy a justificar la media falta en el registro—informó finalmente, sacando una birome del bolsillo de su uniforme, a fin de hacer las modificaciones pertinentes—. ¡Tan impecable que estaba!—suspiró, al tiempo que imprimía sus propios garabatos sobre el documento—. Bueno...¡A clases ya, antes que se les haga más tarde!—apremió al vernos a ambas aún paradas frente a ella con cara de pavas—. El timbre sonó hace diez minutos.
El resto del día, ya más tranquilas (ningún cana* había llegado para llevarnos detenidas) nos dedicamos a copiar algunas de las actividades que se habían dictado durante nuestra ausencia, intentando actuar lo más normal posible, mientras que los recreos se me evaporaron intentando satisfacer la curiosidad de mi amiga. Las preguntas respecto a mi condición eran muchas y yo no tenía todas las respuestas todavía, además no todos los secretos me pertenecían de manera exclusiva, y aunque habíamos hecho un juramento de cero mentiras, me veía obligada a guardar silencio respecto a temas relacionados a la ubicación de la Logia, por ejemplo, o al rol que Amaru cumplía en este mundo paranormal alterno.
Aunque lo más complejo, a decir verdad, fue explicarle a Dana los detalles de mi reciente relación con Tobías.
—¿Entonces te gustan los dos?—cuestionó mientras clavaba sus inquisitivos orbes en el pelinegro, sentado dos filas adelante.
Sus ansias de conocimiento no se habían saciado y se habían extendido hasta las últimas horas de clase.
No obstante, charlar con ella era más entretenido que hacer los tortuosos ejercicios de Química.
¿A quién carajos se le ocurría poner Química al final de la jornada?
Héctor Tuz, el docente encargado de la materia, era un tipo más malo que comida de hospital. A mí se me hacía que era pariente de Hitler.
—Shiff—chisté—. Te puede escuchar—Comencé a hiperventilar—.Y no, no me gustan ambos—mascullé. Sus ojos seguían firmes en mí—. Bueno no sé. Uff… okey sí ¿Contenta?—Dana sonrió, al tiempo que yo apoyaba mi frente contra el banco, agobiada.
—Lo sabía —se jactó—. Y tranqui, Nahu ni siquiera nos ve—indicó y a los pocos segundos, ante mi silencio, añadió—: A menos que...—Entonces se acercó para susurrarme—. ¿Él es también Lobizón, cierto? —Asentí con la mirada—. ¡ME MUERO!
—Puede que la Química sea una materia peligrosa en un laboratorio—alegó el profesor, que de pronto tenía su rígida mirada puesta sobre nosotras—. Pero la tabla periódica nunca mató a nadie señorita López—. Dana estaba totalmente lívida—. Y como asumo que ya terminó los ejercicios y por eso está dele charlar con su compañera, ambas van a hacerlos en el pizarrón.
Las dos intercambiamos una rápida mirada de angustia antes de pasar al paredón...digo, al pizarrón. Y rectifico: Hitler un poroto al lado del profesor.
*cana: término coloquial para referirse a la policía.
También le decimos yuta, azules, pitufos, etc.
¡Hola amores!
Este capi es cortito, lo sé. Pero quiero preparlos para el que se viene 😍 😍
¡Los amo y gracias por leer!
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