Capítulo 11
¿Conocen esa sensación orgánica, entre amarga y ácida, que produce la resaca?
Bueno, yo me sentía así al día siguiente, pero no era precisamente por haber bebido en exceso, tampoco podía atribuírselo al consumo masivo de hurones. Me sentía mal a causa de la culpa y como soy de las personas que psicosomatizan todo, pues mi cuerpo pagaba el precio.
Lo cierto es que no podía lidiar con el rostro desfigurado de Yaguati, sin ponerme a pensar que la golpiza se la había ganado, no solo por andar saliendo con mujeres comprometidas, sino en parte por culpa mía, por mandarlo al frente con Nahuel. Pero, en mi defensa diré que jamás pensé que ese chico, en apariencia pacifista, llegaría con esos dos buscapleitos pasados de asteroides.
Además, estaba el hecho de que Nahuel se veía bastante afectado luego de haber descubierto la infidelidad de su novia y eso me sorprendió. Es decir, yo creía que luego de un breve lapsus de depresión (como de cinco minutos) en los cuales intentaba subsanar su ego de macho herido, entendería que romper con esa mujerzuela (con el perdón de las mujerzuelas que ejercen por necesidad la profesión) era lo mejor que podía pasarle en la vida, pero no. Estaba aturdido, o era idiota.
Y por último, la cuestión que me ponía peor era haber descubierto a Katu besándose con otro tipo. No me mal entiendan, no es que sea homofóbica, nada más lejos. Pero me chocaba haber pasado indiferente (por distracción o egoísmo) de la situación que atravesaba mi hermano. Porque seguramente sería difícil para él tener que ocultarle a su familia su identidad sexual y vivir fingiendo alguien que no era, por vergüenza o miedo al rechazo o qué se yo.
Por eso, esa mañana me obligué a levantarme de mi cama, aún en mi estado de agonía, y me propuse ir a hablar con Katu para brindarle mi apoyo. Yo mejor que nadie conocía el peso que implicaba guardar un gran secreto y me sentía en la obligación moral, como hermana, de alivianar su carga. Además, de momento, era el único bien que podía hacer para aligerar también mis cargas emocionales.
Luego de darme una ducha rápida y tomarme una buscapina compuesta (no hay nada mejor que eso para combatir las dolencias físicas y anímicas; sobre todo si es de Bayer) fui al cuarto de Katu a mantener una charla con mi fraterno.
—¿Puedo pasar? —pregunté, después de dar un par de golpes suaves en la puerta (él sí había tomado en exceso y posiblemente tuviera una autentica resaca)
—Pasá.
Al entrar me encontré con dos panoramas antagónicos. Primero, el de una habitación perfectamente ordenada. Libros prolijamente clasificados en los estantes de su pequeña-gran biblioteca, objetos de aseo personal pulcramente acomodados sobre la cómoda, ropa minuciosamente doblada en los estantes del placard (probablemente. Lo cierto es que tenía las puertas cerradas, pero conociéndolo, no me atrevía a asegurar lo opuesto), en fin, todo relucía más que las extravagantes joyas de Mirtha Legrand*
Y por otro lado, vi a Katu, completamente deshecho, con sus cabellos en estado natural y la ropa con la que había salido del boliche aún puesta, tirado sobre la cama individual, boca abajo, con sus desgarbados miembros, colgando de esta.
—¡Fa! Veo que te pegaron mal los tequilas. Y pensé que la floja era yo—Sonreí mientras tomaba una silla y la acercaba a la cama—. ¿Querés que te prepare un té con limón?
Mi hermano arrugó la nariz.
—No, gracias. Ya vomité todo. Lo que necesito ahora es descansar.
Si era una indirecta no me di por aludida, y seguí firme en mi lugar.
—Seguro. Pero capáz necesitás darte una ducha también y sacarte esa ropa que apesta a faso.
—Está bien má. Después lo hago— ironizó—. ¿Necesitás algo Irupé?.
—¿Qué, no puede una ser simplemente amable con un hermano desvalido, sin que éste sospeche que hay segundas intenciones detrás?
Él enarcó una ceja y clavó sus ojos marrones en los míos.
—Si hubieras querido asistir a uno de tus hermanos, hubieras ido con Yaguati. Él sí que está hecho mier...—El molesto aguijonazo de la culpa volvió a hacerse presente y nuevamente me sentí mal por él—. Aunque la verdad se merecía los golpes. A ver si con eso aprende a no salir con minas que tienen compromiso.
—Sí, lo mismo pienso—comenté, desviando la mirada—. Pero bueno, te voy a decir la verdad ya que insistís— me urgía cambiar de tema, aunque eso implicara admitir mis intenciones de una vez—. Vine acá para hablarte de lo que pasó anoche— Volví a enfocar la vista en él, para descubrir que estaba aún más pálido su semblante.
—¿A qué te referís?
—A que te vi besándote con ese chico Katu.
Noté como mi hermano se estremecía ligeramente ante el descubrimiento y su expresión se tornaba más descompuesta.
—Por favor, no se lo digas a los viejos—suplicó, mientras intentaba incorporarse.
Mi corazón empezó a latir más rápido. Empezaba a sentir lo embarazosa que se tornaría la situación y eso no me estaba gustando nada. Así que intenté infundirle la mayor confianza minimizando el tema, para que no se sintiera peor de lo que ya estaba.
—¡Eh tranquilo! Yo no estoy acá para acusarte, ni juzgarte. Son tus elecciones y las respeto. Cada cual tiene derecho a hacer con su vida lo que le plazca, siempre y cuando sus acciones no afecten de manera negativa o insidiosa a terceros a priori. Y no hablo de que alguien pueda sentirse ofendido porque tiene el cerebro de un maní y no llega a comprender que ser homosexual, no es padecer una enfermedad física o mental, sino que es una cuestión de gustos, nada más. Digo, no a todos nos gusta el helado de vainilla siempre...porque es taaaaan normal que aburre...
Mi hermano tenía los ojos abiertos como platos.
—¡Guau!—expresó—. Ya veo que la tenés clara.
—Obvio boludo. Soy tu hermana, y una mujer inteligente—Sonreí y él imitó el gesto—. Solo quiero que sepas que si vine a hablar con vos sobre este tema, es porque necesito que entiendas que en mí podés confiar siempre y que tenés un apoyo incondicional.
—Gracias Irupé...—murmuró y aún en su precario estado, se levantó de la cama para abrazarme. Lo cierto es que después de haber soltado tanta cursilería junta, yo me hubiera golpeado, pero él era más sensible.
Correspondí al abrazo y luego, ya más relajados ambos, estaba lista para soltar yo mi propia confesión.
—También quiero que sepas otras cosa Katu—Mis manos estaban sudando. Eso me ponía tensa de veras, ya que mi situación sí era anormal—. Soy una lobizona.
Ya. Al fin lo había dicho. Y sin anestesia. A las noticias complicadas no hay que complicarlas más con tanto "bla bla" previo. Mejor dejarlas salir de una y que pase lo que tenga que pasar.
—¡Jodeme!—exclamó, mientras llevaba una mano a su boca para cubrir aquella expresión estupefacta que había adoptado (estupefacta era mejor que escandalizada u horrorizada)—. ¡Entonces, la leyenda es cierta! —añadió, recuperando la compostura. Agradecí muchísimo que él también minorizara las circunstancias y no hiciera un drama. Pero, sobre todo, agradecí en el alma que me creyera.
—Sí.
—Bueno, tengo que confesar que sentí un tirón en las costillas cuando me abrazaste recién. Estás más fuerte que antes—Rió, mientras se frotaba el costado.
—Es la mejor parte de ser loba. La súper fuerza y tener los sentidos más desarrollados y sensibles. En ese aspecto es como estar embarazada, pero mucho más simple—Me encogí de hombros—. En fin, me alegra que lo tomaras tan bien y que no hicieras un escándalo por esto.
—Es lo menos. Vos fuiste igual de condescendiente conmigo—Me guiñó—. Además, como portador de grandes secretos que soy, puedo entender el peso que sentías al llevar lo del mal licantrópico vos sola y como buen hermano que soy, lo menos que puedo hacer es alivianar tu carga— Katu era el mejor. Pensaba y sentía igual que yo—. Pero me preocupa eso que dijiste de que los sentidos agudos eran la mejor parte de la licantropía... ¿Cuál es la peor?
—¿A parte de atragantarme cada dos por tres con bolos de pelos?—Él arrugó el ceño—. Creo que es el miedo de no poder controlar mi naturaleza y que surja en público. Y antes de que intentes aplicar conmigo el discurso de que "uno debe mostrarse tal como es, sin importar lo que el otro piense", te digo que salir del closet por ser homosexual, no es lo mismo que mostrarse en público porque se es Lobizona. Te garantizo que la reacción social sería mucho peor. Sin mencionar que los viejos, que siempre se esforzaron por repeler la maldición, se van a poner bastante mal por esto.
—No te iba a decir eso. Yo no salí del closet por completo. ¡Hola! Me escandalicé ante la posibilidad de que le contaras mi secreto a los viejos.
—Okey, sí. Pero podés ser de esos que dicen: "haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago" y soltarme el discurso de todos modos.
—Te confieso que me reitero ese discurso a diario, para infundirme valor y contarle a toda la familia lo que me pasa, pero todo queda en vagas palabras mentales. Cuando los miro a la cara y me imagino soltando todo, pienso que van a reaccionar negativamente, en especial Yaguati.
—¡A la mierda Yaguati!—solté ofuscada. Si él reaccionaba mal, yo misma me encargaría de darle su merecido, pero no lo haría a golpes, sino a mordidas—.Pero bueno, yo no te voy a joder para que hables. Hacelo cuando te sientas seguro.
—Lo mismo digo—acordó él. Ahora se lo veía de mejor ánimo. Y es que exteriorizar las cargas emocionales, que nos aquejan por dentro, es mejor que vomitar. Genera un alivio más inmediato y placentero—. Y ahora, ¿te puedo hacer una pregunta más sin que te enojes?
—Mientras no me preguntes si me voy a imprimar de alguien...
Él me miró divertido y negó.
—Ya tengo claro que los Lobizones no son como los Licántropos de Crepúsculo—‹‹Menos mal››—. Lo que te iba a preguntar es ¿si citaste a Nahuel en el boliche porque querías que cortara con Karen y así saldar cuentas o porque en serio te lo querés levantar?
‹‹¡Carajo!››
Dedicada a JayCam 💜
*Mirtha Legrand: actriz y presentadora de televisión argentina.
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