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2. Cuando nadie ve. P, uno

A ojos del mundo, tengo todo para ser feliz. Éxito, dinero y amor.

La piedra central del anillo que tengo en el dedo anular brilla intermitentemente, como si fuese un recordatorio de lo feliz y afortunada que, en teoría, debo sentirme.

Soy Dulce Espinosa, la directora ejecutiva de la revista de socialité más importante del país y la flameante esposa del hijo mayor del dueño. De hecho, me casé hace exactamente cinco años, y se supone que todo tiene que marchar de maravilla. O, mejor dicho, todo marcha de maravilla.

–¿Qué tal, querida? –la madre de mi esposo me alcanza en la barra, cuando me disponía a pedir otro trago–. Es una noche maravillosa ¿no te parece?

–Sin duda –le respondo distraída justo cuando nuestros ojos, aparentemente sincronizados, fijan la vista en el bulto llamativo de mi dedo–. No he podido dejar en mejores manos la organización de la fiesta. Todo está exquisito. Muchas gracias.

–¿sabes qué faltaría para que esta noche sea inolvidable? –aparto la mirada de la piedra y arqueo las cejas, interrogante–. Que te pares en ese escenario para anunciar un embarazo. ¿ya va siendo tiempo, no crees?

–Creo que tenemos toda la vida para eso. Estamos disfrutando –levanto la mano para llamar la atención del barista–. Ponme un wiski doble, por favor.

El chico asiente con una sonrisa y haciendo alarde de su habilidad, vierte hielos en un baso para empezar a preparar el licor.

Hay gente riendo en grupos pequeños por todas partes, música de coctel suave amenizando el momento y meseros repartiendo copas, quesos o salmones.

–han disfrutado cinco años ya. El tiempo no espera y tú, lamentablemente, no vas a vivir en la eterna juventud –estira una de sus manos y acaricia la piedra de mi dedo, sin quitarse de la cara esa sonrisa que de auténtica no tiene nada–. ¿No será que tienes..., ya sabes, algún problemita?

–Gracias por preocuparte, pero no. Todo está perfectamente bien. Cuando tenga que llegar, llegará.

–Ahí tiene, señora –me sonríe el barista y le agradezco con un asentimiento.

–No va a llegar si sigues bebiendo así –me dice en voz baja antes de acercarse a darme un medio abrazo.

Miro a un lado y entiendo el cambio evidente. Mi esposo deja un baso vacío sobre la barra, y le hace un gesto al encargado para que le prepare otro antes de acercarse hacia nosotras, con una sonrisa digna de un cuadro. Pasa un brazo por mi espalda baja para atraerme y no pongo resistencia.

me llevo el wiski a los labios justo cuando deja un beso suave en el lóbulo de mi oreja y sonrío complacida, cuando hace un poquito de esfuerzo para pegarme más a él.

–Estás hermosa –susurra solo para mí.

–Tu madre me estaba preguntando sobre el embarazo –uso un tono dulce mezclado con una pisca de sorpresa.

–Estamos trabajando mucho en ello, mamá –le cuenta él y suelto una carcajada–. Quizá en el próximo aniversario ya halla un bebé aquí –acaricia mi vientre sobre la tela del vestido–, o quien sabe, quizá ya lo estés cargando.

Hago una mueca cuando el licor me raspa la garganta, y me suelto del agarre con disimulo. Sin perder tiempo dejo el vaso a medio tomar en la barra, me acomodo el cabello, miro la piedra un par de segundos antes de cerrar los ojos.

Creo que mi suegra le dice algo sobre un posible nombre, hasta puedo jurar que él le sigue la conversación, pero hago caso omiso a todo llamando la atención del barista para pedirle un licor distinto.

–Voy a ir a picar unos quesos, o creo que unos chocolates que vi de pasada en la mesa del jardín –me vuelvo a acercar a ellos tras recibir mi piña colada–. ¿Vienes conmigo, mi amor?

–¿te molesta si te alcanzo en un rato? Quería aprovechar para saludar a los Von uckermann –arrugo la nariz al escuchar el apellido–. Creo que acaban de llegar.

–Mejor te acompaño –le digo rápido, y entrelazo su brazo con el mío–. Quiero pasearme un rato contigo. Nos vemos luego, Julieta.

Su madre me dedica una mirada larga, como si estuviese intentando leer mis pensamientos, sin embargo, le regalo la sonrisa más bonita que tengo y le guiño el ojo, antes de alejarme. En el camino nos saludan un montón de personas importantes que nunca dejan de hacernos cumplidos, y eso de alguna u otra manera eleva mis niveles de seguridad para lo que viene.

"Somos la pareja perfecta".

Soy la esposa perfecta.

Y eso no tiene que cambiar.

Nos detenemos cerca a los violinistas para chocar nuestras copas, y sin dejar de mirarnos, guiados por una fuerza magnética, nos besamos.

Procuro que el beso no sea tan intenso, no quiero que se me arruine el labial y no pienso volver al tocador.
No cuando a pocos metros, en una de las mesas del centro, yace una de las familias más influyentes de México.

El ex presidente, Víctor Von Uckermann junto a su esposa, y su hijo, el actual ministro de hacienda, Christopher también con su esposa. Pero eso último no tiene importancia.

Lo que sí importa, y capta mi atención casi al instante, es el cabello castaño desordenado del político y el trago, idéntico al mío que reposa en una de sus manos y que agita con una barita.

Nadie lo nota, pero anticipándose a los saludos formales y a la plática protocolar de siempre, llega una sonrisa que me desarma y un posterior guiño sensual.

–Dulce, Juan Carlos ¿cómo están? –Víctor es el primero en levantarse para estrechar la mano del hombre que me acompaña y para besar la mía.

–Con esta mujer no podría estar más que feliz –el comentario casual de mi esposo desata un par de carcajadas entre los presentes, y resuena, más profundo y electrizante, en Christopher–. Muchas gracias por acompañarnos.

–Para nosotros es un honor –le responde Alexandra, la ex primera dama acercándose a saludar–. ¿Cómo estás, querida? No sé para que pregunto si el matrimonio te ha sentado de maravilla.

–Igual que a ti. Estás regia –beso dos veces su mejilla antes de rodear la mesa para saludar a la otra mujer, ligeramente más pequeña que yo–. Natalia.

–Dulce –acerca su mejilla a la mía, pero me alejo casi de inmediato–. Estás preciosa, y el bolso... ¡es una belleza!

–Gracias.

–¿Dónde lo compraste? Fui a Hermes el otro día, pero me dijeron que la colección no iba a llegar aquí.

–No te sabría decir. Es un regalo –esta vez, yo le guiño el ojo al hombre que termina de saludarse con Juan Carlos.

–¿Juan Carlos?

–Una amiga –remarco la última palabra, alejándome para saludar al hombre de traje gris y cabello desordenado–. ¿Cómo está, ministro?

El aroma me hace tambalear, y la firmeza con que su mano grande atrapa a la mía me hace ver estrellas. El roce de nuestras pieles es tan electrizante, que tengo que removerme un poco para ignorar a las cosquillas de mi vientre bajo que amenazan con expandirse.

Esta vez no lleva alianzas.

Y yo tengo el impulso de quitarme la mía, justo ahí, en frente de todos.

–Estresado. Ya sabes, el ministerio no me da tregua.

–Me imagino –sin soltarme la mano, da un par de pasos hacia adelante.

–Me voy a tomar el atrevimiento de abrazarte, no todos los días se cumplen cinco años de feliz matrimonio. Perdóname, Juan Carlos –dice un poco más alto, para atraer la atención de mi marido, que, tras saludar rápido a Natalia, ha entablado una conversación con el ex presidente.

–Descuida, Christopher.

Y ahí, ante la atenta mirada de sus padres, de su esposa y de mi marido, me abraza.

Creo que dejo de tocar el suelo cuando su cuerpo, mucho más grande y fuerte que el mío, invade mi espacio personal con confianza. Por instinto, también paso mis brazos por su cuello, y me permito, presa de la euforia del momento, enredar mis dedos en su cabello.

Christopher es consciente del mar de sensaciones que despierta su cercanía en mi interior, pero aún así, se acerca más, apretándose contra mí.

–Yo tengo que quitarle ese vestido, señora del Bosque –susurra, tras soplar en mi oído–. Y no acepto un "no" por respuesta, que hoy también es nuestro aniversario.

–Quizá nos podamos ver en media hora en la biblioteca.

–Muero por saber que hay dentro de ese vestido –continúa, atrapando el lóbulo de mi oreja con sus dientes.

–Quien sabe... a lo mejor y no hay nada –le digo antes de romper el abrazo.

No en vano hemos pasado siete años sin ser descubiertos.

Sus ojos, nublados por el deseo me analizan de pies a cabeza y me vuelvo a llevar el baso a los labios, para saborear el trago más de lo necesario. Cuando el líquido se resbala por mi garganta le guiño el ojo y le sonrío con complicidad. Nadie se da cuenta.

Nadie nota que en ese intercambio de miradas meramente formales se esconden promesas y pensamientos impuros.

Nadie sabe que la cartera plateada exclusiva que llevo colgada del brazo es un regalo anticipado de aniversario.

A Christopher no le cuesta incluirse en la charla de las próximas elecciones que mantienen sus padres y mi esposo, porque, a fin de cuentas, ese es su tema. Y lo que parece ser una conversación trivial incluye, en cierta forma, su posible próxima candidatura a la presidencia. Para no mantenerse aislada, Natalia se prende del brazo del ministro sin ningún tipo de disimulo, y el estómago se me revuelve casi al instante. Siguiendo mis impulsos me termino el trago en un par de sorbos y fijo mis ojos en el suyo, todavía a la mitad.

–¿Podríamos fijar una fecha para entrevistar a la próxima pareja presidencial, verdad, cariño?

–Por supuesto. Cuando ya tengan claro la candidatura lo podemos hablar –esbozo una sonrisa amplia, como para que no quede duda de mi felicidad.

–Estaba pensando una sesión de fotos dentro de casa o en la finca –intenta Natalia, ganándose una mirada cargada del ministro.

–Eso se ve luego –le responde Chris frunciendo el ceño–. Me interesaría más una entrevista netamente política, eres experta en eso, ¿verdad, Dulce?

–no tienes idea de cuánto. Cuando quieras, podemos sentarnos a hablarlo. Sería interesante abordar las políticas contractivas de tu gestión actual.

–Genial. De hecho, quiero una entrevista como para cerrar el trimestre, ya sabes.

–Más aceptación para la próxima campaña –simplifico, retirando una copa de champaña de la fuente que trae un mesero.

–Creo que podríamos hacer la entrevista la próxima semana –Juan Carlos deja un beso suave en mi frente, y siento la mirada penetrante de Christopher sobre nosotros.

–Antes me gustaría pautar unas preguntas, la temática de la entrevista. Creo que tu esposa y yo para eso nos vamos a llevar demasiado bien.

–Claro, cuando tengas tiempo te pasas por la revista y...

–¿Por qué no hoy?

–Christopher, es su aniversario. Déjalos disfrutar –Alexandra mira mal a su hijo, y Víctor se echa a reír–. No todo en la vida es trabajo.

–A mí me parece una excelente idea –me aclaro la garganta–. Digo, el ministro debe tener una agenda súper apretada por fin de mes, y qué mejor que adelantar trabajo.

–Dulce tiene razón, todo puede esperar, lo que no espera es el trabajo –Víctor levanta su copa instándome a un brindis, y no tardo en chocarla con la mía.

–No sé que estoy pagando con los dos. Mi esposo y mi hijo son unos adictos al trabajo –se queja Alexandra en son de burla.

–Y Dulce también es del clan, pero porque ama lo que hace.

"idiota" –digo para mis adentros, cuando Christopher suelta una risita por lo bajo luego de escuchar a mi esposo.

–De eso no tengo dudas –continúa, haciéndome rodar los ojos–. Por eso la revista está donde está, como la más leída de todo el país ¿no?

No lo notan tampoco, pero me guiña el ojo dos veces.

Y ambos sabemos que no es la revista, precisamente, a lo que quería hacer referencia.

–Si quieres, podemos sentarnos un rato en la biblioteca para pautar la entrevista –me apuro por proponer.

–¿no te molesta si te robo a tu esposa un ratito, juan Carlos? –clavo los dedos alrededor del baso a consecuencia del tonito burlesco que emplea.

Joder.

Miro de reojo a mi marido mientras me alejo. Ajeno a lo que pasa por mi mente, sigue hablando de lo más tranquilo con Víctor y Alexandra, porque siempre ha procurado tener buena relación con ellos. No sé si por cariño o porque sabe de lo importante que es tenerlos de su lado en un mundo tan complejo como el de la prensa y la política, pero, de cualquier forma, los ha hecho formar parte de su círculo más cercano.

Christopher es una figura importante, por ello, actúo con naturalidad cuando un par de personas se nos atraviesan para saludar. A todo el mundo le interesa estar bien con él, y digamos que ese aire de hombre carismático y divertido que le caracteriza hace que sea más compatible con la gente.

Ese aire carismático y divertido es, en efecto, lo que me obligó a replantear los principios que tanto se esforzó por inculcarme mi madre.

Eso y el porte de hombre apuesto y sexi que pone a babear a más de una.

En silencio, subimos hacia la última planta de la casa. No dice nada ni cuando enciendo una de las luces, ni cuando abro la puerta de la enorme biblioteca, ni cuando dejo el bolso y mi trago sobre una de las repisas.

–Bonitas fotos –señala las fotos de mi matrimonio y mi luna de miel que están colgadas en la pared del fondo, al lado de las de mis suegros–. Lo difícil que fue quitar ese vestido. Por cierto, nunca me explicaste el porqué de tanta tela.

–idiota –me acerco a paso lento, moviendo mi cabello hacia atrás–. ¿cómo quieres que iniciemos la entrevista?

Su carcajada áspera me eriza la piel. Cierro los ojos, y dejo que me abrace la cintura con una mano, mientras que con la otra acerca su trago hacia mi boca.

Por instinto entreabro los labios, y me arqueo hacia atrás para que él lo haga todo.

–Parece que la media hora de espera se convirtió en diez minutos. Hay que agradecérselo a Juan Carlos ¿no crees?

–Me encargo después –suspiro con satisfacción al sentir el trago deslizándose por mi garganta.

–De eso nada –quita el vaso y se acerca lentamente para rosar levemente nuestros labios–. ¿Te diste cuenta?

–¿MHMHMH?

El papel de esposa y directora ejecutiva intachable se ha quedado en medio de la fiesta, él lo sabe y yo también. Por ello, me dedica una sonrisa arrolladora al anticipar mis movimientos.

Los tacones me dejan casi casi a su misma altura, por ello, solo es cuestión de acortar la breve distancia que nos separa para hacer lo que he querido hacer desde que supe que había llegado. Besarlo.

Aunque fui yo quien propició el beso, él se encargó de profundizarlo. Su mano libre me apretó la mejilla para intensificar el contacto que fue más una succión de labios. Deslizó la lengua con vehemencia, iniciando un baile frenético que terminó por hacerme perder los estribos.

Mis brazos no se mantuvieron quietos en ningún momento. Con la necesidad de más, se entrelazaron en su cuello y él, con la mano libre, apretó mi nuca para intensificar el momento.

–No traigo alianzas –susurró todavía sobre mis labios.

–¿A, ¿sí?

Se alejó un poquito y me mostró primero la mano que sostenía el baso de champaña, luego, la otra, que todavía apretaba mi mejilla.

Lo siguiente que pasó me tomó por sorpresa. Con movimientos rápidos deshizo mi abrazo y levantó mi mano derecha para arrancarme, sin ningún tipo de cuidado el anillo.

No supe donde calló. Luego habría tiempo para mandar a buscarlo.

–Sabes que te mereces más que esa porquería –susurró antes de volver a besarme con dureza–. Dime, nena ¿Cuánto tiempo crees que es prudente para hablar de una entrevista?

Embriagada por el sabor de su boca, me alejé un poco y le arrebaté el baso de las manos. Vacié su contenido en un sorbo, lo dejé en una de las mesas bajas de la estancia y volví a enfrentarle.

Me impulsé con mis talones y enrollé mis piernas en sus caderas. De inmediato, él bajó una de sus manos para sostenerme y la otra se movió con destreza hacia el inicio del cierre del vestido.

–Eso depende mucho del inicio.

Sus labios se movieron raudos por mi cuello, descendiendo hasta mis pechos, sobre el escote en forma de corazón que dejó caer al desabrochar el cierre del vestido. Eché la cabeza hacia atrás en un gesto reflejo al placer que experimenté, que a la par se mezcló con la corriente de aire que golpeó mi espalda. No sé si me estremecí por el cambio de ambiente, o por la sensación exquisita de sus labios presionando mi piel; lo único que sé es que no pude contener el primer gemido de la noche.

La atmósfera que nos rodeaba se calentaba cada vez más, por la respiración acelerada del hombre que me sostenía, por la humedad que brotaba entre mis piernas y por la idea de saber que allá abajo nos estaban esperando.

Pero, así como pasaba cada que estábamos cerca, no podía pensar con prudencia. De hecho, cada que nos veíamos sentía que la cordura me abandonaba por completo. Le quité la corbata con movimientos torpes y del mismo modo, empecé a desabotonar su camisa; quería tocarlo yo también.

Sin dejar de besarme me recostó sobre uno de los sofás y se alejó un poco. Esa forma tan profunda de mirarme, mezclada con la sonrisa complacida que dibujaron sus labios me hacía sentir especial, la mujer más importante del maldito mundo. Y eso era algo que Juan Carlos no me había podido echo sentir en cinco años.

Quizá sea por esa misma razón, de sentirme poderosa e intocable en sus brazos, que no pude dejar de verlo ni cuando me pidieron en compromiso, ni cuando me casé.

Mis pezones se tensaron cuando sus dedos los pellizcaron segundos después, y el jadeo que emití a continuación le dio la señal para continuar. Se los llevó a la boca sin dejar de mirarme, y actué por impulso enredando mis manos, ya sin alianza en su cabello.

–Déjate de preámbulos ¿quieres? –le pedí casi sin aire, cuando se apartó para volver a besar mi cuello.

–Pensé que esto le gustaba, señora del Bosque.

–Me gustan más otras cosas –contesté poniéndome de pie para quitarme el vestido que dejé envuelto a un lado.

–Se va a arrugar –soltó una carcajada sin dejar de verme–. ¿Por qué tan desesperada?

En vez de responderle, volví a besarlo y encandilada, metí mi mano entre los dos para poder tocarlo. Lo odié más que nunca por la cantidad de implementos que tenía el traje, pero, aunque me costó, pude interponerme entre la ropa para tocarlo a mi antojo. Mi ropa interior se sintió más pesada por la humedad, las cosquillas entre mis piernas se hicieron más intensas y tragarme cada gemido fue más complicado.

–nena –gruñó aún sobre mis labios antes de besarme con un deseo desbordante.

El ardor en su mirada me consumió en segundos. Se apartó un segundo para completarme, y esa mezcla de deseo y adoración en sus ojos era lo que me tenía ahí, faltando a todos mis principios.

Me empujó al sofá y solté un gemido alto en cuanto la yema de sus dedos hizo a un lado mi ropa interior. Estaba empapada, caliente, y no tenía ni una pisca de vergüenza. Supuse que la decencia y el pudor se habían quedado enterrados con la Dulce perfecta que hacía apenas unas horas, se había paseado sonriente de la mano de su esposo entre todos los invitados para saludar. El rose cambió por uno más fuerte y pesado, haciéndome arquear la cabeza y obligándome a desechar cualquier pensamiento coherente que podía arruinarlo todo.

Solo quería más, y tal como hacía siempre, Christopher acató lo que quería. Con un firme impulso terminó dentro de mí, a la vez que su boca, aprisionando la mía callaba el grito que estaba a nada de soltar.

En ese momento, mientras se movía lentamente como si buscase torturarme, sentí que había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Y tuve la necesidad de besarle el cuello, tan fuerte e impuro, que seguro luego tendría que cubrirse la marca.

La manera impúdica en que mis dientes se clavaron en su piel le dio la pauta para aumentar la fuerza en cada envestida, gemí arqueándome, buscando hacer más intensa la sensación de satisfacción que me recorría al completo.

Estaba ardiendo, el deseo líquido se deslizaba entre mis piernas y solo me importaba saciarlo. Por ello, guie una de sus manos a mi pezón instándolo a masajearlo, mientras volvía a buscar su boca, que parecía estar concentrada en mi cuello para besarle.

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–¿Dónde está el anillo, Dulce?

Mierda.

Con la plenitud que experimenté tras nuestro encuentro candente de la noche anterior no tuve cabeza para buscar el anillo, de hecho, ni siquiera pensé en eso mientras me ponía decente para volver a la fiesta. Estaba tan feliz que no sentí la ausencia de la piedra extragrande en mi mano, hasta que a mi suegrita se le ocurrió preguntar.

El recuerdo de los besos de Christopher me golpeó de repente, haciendo estragos en mi cuerpo, que no acababa de recuperarse del todo de las sacudidas trepidantes de horas antes. Fingí desinterés llevándome la taza de café a los labios y en ningún momento dejé de observarla fijamente.

–Se me olvidó en casa.

–Eso ya lo sé, ¿dónde?

–Supongo que en mi joyero. No tengo cabeza para eso ahora, voy a hacer una entrevista en unos minutos, y creo que tienes que irte –dejé la taza sobre la mesa y volví mis ojos a los artículos que me habían mandado para revisar.

Julieta nunca se movió. Más bien, le hizo una seña a mi secretaria, que hasta entonces había permanecido sentada a mi lado en silencio para que se fuera.

–Por favor, Julieta. No me quites el tiempo. Podemos hablar en casa si quieres –puse la mano en el hombro de Lucy, evitando que se levante.

–No quieres que se vaya, perfecto –metió la mano en su bolso y dejó caer la joya sobre la mesa–. La empleada lo encontró en la biblioteca cuando hizo la limpieza.

–Listo, gracias por traerlo –me lo puse rápido.

–No tan rápido, querida. Yo no soy tonta.

–¿Qué estás insinuando?

–nada. Quiero que me lo expliques tú. Esa pieza no se cae así por así, y mucho menos en la biblioteca ¿qué pasó ayer?

El mensaje que iluminó mi móvil me impidió responder. Lo vi de reojo en uno de los cajones del escritorio y suspiré.

"¿Qué planes para este fin de?" –alcancé a leer.

–¿qué va a pasar? ¿Juan Carlos no te dijo? Ayer subí con el ministro a hablar de una entrevista. Supongo que se me cayó.

–¿Qué conveniente, ¿no? subes a hablar con el ministro y se te cae el anillo.

–A ver, Julieta. No sé qué estés pensando, pero no voy a permitirte que...

No puedo terminar la frase porque la puerta se abre y mi esposo entra, con un ramo de flores en una mano y una caja de chocolates en la otra.

Perfecto.

–¿Cómo está la mujer más hermosa del mundo? –me pongo de pie para recibirlo y le hago una seña a mi secretaria para que cierre el cajón–. ¿Mamá?

–Mi amor –le saludo, poniéndome de puntillas para besarle–. Tu mamá vino a traerme el anillo, es que anoche lo dejé en la biblioteca, pero ya sabes, con eso de la fiesta y la entrevista del ministro no me acordé.

–Tu siempre tan despistada, cielo. Por cierto, esto es para ti. Flores para que no olvides cuanto te amo y chocolates para que te endulcen la mañana.

–Te amo, cariño –recibo los regalos y dejo que me abrace–. ¿Puedes traer un florero con agua, Lucy?

–Ahora vuelvo –sonríe tecleando algo en mi ordenador.

Dejo mis regalos sobre el escritorio y el teléfono de la oficina se ilumina, anunciando una de las comunicaciones internas. Mi marido me hace una seña para que conteste y lo hago, sin perder de vista la interacción que tiene con su madre.

Él la abraza, ella sonríe.

–¿Ya está listo el set?

–Si, señora. Pero le llamaba porque el ministro quiere hablar con usted, dice que es para la entrevista del lunes.

–Pásamelo, por favor –disimulo las cosquillas de mi vientre acomodándome el cabello.

No hace falta ser adivina para saber que Julieta intenta envenenar a su hijo con discreción. Le cuenta cómo encontraron el anillo y pone sobre la mesa sus posibles sospechas. Sin embargo, sonrío para mis adentros al escuchar la respuesta sobria de mi esposo.

–Dul es muy distraída, mamá.

No sé cual sea la teoría de Julieta, y para ser sincera tampoco me interesa saber. Llevo más tiempo siendo amante del ministro que de estar casada con su hijo, y si nadie lo ha descubierto en todos estos años no van a hacerlo ahora.

No van a hacerlo porque sabemos fingir muy bien, y porque para todo el mundo tenemos "matrimonios perfectos".

Bueno, supongo que yo más que él, porque digamos que Christopher no es tan amoroso con su esposa.

–¿Por qué no contestas mis mensajes, nena? –es su saludo, y mi vientre se contrae en consecuencia.

–ministro ¿cómo está?

Mi saludo capta la atención de mi suegra y mi esposo, quienes dejan de hablar para intentar entender la conversación.

–Extrañándote. He llegado a la conclusión de que cada que te veo, en vez de aliviarme, me dejas con ganas de más. No sé qué me has hecho, nena. Pero no dejo de pensar en ti.

–Créame que lo entiendo –aprieto el teléfono para no reflejar la emoción que producen sus palabras–. Dicen que después de haber probado el poder no se puede dejar de ver.

–Me ha llegado una invitación a la inauguración de la semana de la moda en parís. Y no sé, estuve viendo hoteles y pensé en ti.

–¿Cuándo?

–El próximo fin de semana. Dos días, nena. Quítame el estrés y te lo quito a ti, que ayer te viste demasiado ansiosa. ¿Qué dices?

Me trago la carcajada que amenaza con salir, suspiro y finjo buscar algo en la agenda que yace abierta sobre mi escritorio.

–Estoy de acuerdo, señor. Le diré a mi secretaria que vuelva a agendar la entrevista para el lunes en la tarde.

–Vaya, veo que no estás sola. Cuéntame, nena ¿tan estúpido es como para no darse cuenta?

–yo más bien creo que confía. Ya sabe, la confianza es la base de todas las relaciones, y sobre todo la base de la relación de los políticos y el pueblo.

–Viajaremos en el jet –indica tras soltar una carcajada que me estremece–. Ve pensando en lo que inventas esta vez, que lo del retiro espiritual ya no creo que te crean.

–Eso mismo digo yo.

–Yo no tengo que darle explicaciones a nadie. ya viste suficiente ayer.

–Que pena por ella –le digo sin poder evitarlo, y mi marido arquea una ceja–. Se vio muy entusiasmada con la idea de una sesión de fotos en casa o en la finca.

–Lleva poca ropa que no la vas a necesitar. Sueña conmigo, nena –me dice antes de colgar.

Los dos pitidos finales me hacen rodar los ojos, sin embargo, suspiro y finjo que aún está al teléfono para dar un discurso formal de despedida.

***
¡Volvimos otra vez! Oigan, impresiones sobre la historia.
Es algo diferente, pero me hace mucha ilusión.
Si quieren la siguiente parte, no se olviden de votar y comentar mucho, que me gusta leerlos.
Un beso😊

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