2. Cuando nadie ve. P. Final
Es domingo por la noche cuando los resultados oficiales se hacen públicos. Todo el mundo está a la expectativa en el salón de reuniones del edificio del partido, y se respira cierta tensión porque el último sondeo a ubicado a Christopher en el segundo lugar, con 2,5 puntos de diferencia respecto al ganador, el candidato del partido verde.
Para Víctor, dos veces elegido como presidente de México, los resultados del último sondeo son los resultados reales sin ser oficializados. A su juicio, las cantidades y los porcentajes suelen variar un poco, pero el nombre del ganador y el orden de los candidatos se mantiene igual.
Así que todos en la sala, funcionarios del actual gobierno, altos dirigentes del partido, colaboradores y empresarios de renombre que han apostado por la campaña, parecen estar en una etapa conjunta de asimilación, negación y alerta.
Estudio la situación sentada en un sofá alejado del resto, junto a Alexandra y la niñera del bebé que acaba de despertar de su siesta de la tarde. Balbucea cosas sin sentido con uno de mis dedos envuelto en su manito, y parece ajeno a la atmósfera cargada de tensión. Nos sonríe todo el tiempo, y de rato en rato sus ojitos traviesos se mueven hacia su padre, que tiene la mandíbula tensa mientras habla en voz baja con el presidente actual, Víctor y el primer ministro de su cartera. Algo en la escena le tiene que hacer mucha gracia, porque se voltea riendo y el sonido me estruja el pecho.
No espero el resultado oficial de las elecciones nacionales como una periodista a la que le pican los dedos por escribir un buen artículo sobre el nuevo presidente electo, ni como una ciudadana más a la que poco o nada le importan los resultados. Espero ese anuncio como parte del partido y de alguna u otra manera, como candidata al puesto de primera dama. Este nuevo panorama de mi vida me permite darme cuenta de muchas cosas y, por consiguiente, estudiar de cerca las reacciones de varios sectores de la sociedad.
Esto es más que unas elecciones de rutina o un casi confirmado cambio de gobierno y modelo económico. Es el fin de casi 20 años de dominación, en una suerte de dictadura democrática de un solo partido en el país. Y ese fin de ciclo traería consigo infinidad de procesos judiciales, investigaciones y acusaciones públicas. Porque las venganzas políticas existen, y las reformas del aparato estatal amenazan con poner en riesgo la inmunidad de un cierto grupo en la cima, al que luego de mi matrimonio apresurado hace casi un mes y medio antes, ahora pertenezco.
Nada es oficial, pero mi suegro pone en marcha las diligencias necesarias para trasladar parte de su patrimonio acumulado en un banco nacional a un banco de Suiza. Los funcionarios del gobierno actual hace lo mismo, y los estrategas ya no discuten el plan de gobierno para el próximo quinquenio, más bien, organizan las cosas para dejar el camino casi despejado antes de entregar el poder.
–¿Me ayudas un momento? –le digo a Alexandra, pasándole con cuidado al bebé.
–Por su puesto. Ven conmigo, mi vida.
Le dejo un besito en la cabeza y lucho para que suelte mi dedo antes de ponerme de pie. Balbucea cosas mientras camino con cuidado hacia Christopher, que sigue discutiendo en voz baja y no se da cuenta de que me acerco.
–Tú no estás en posición de exigir nada. Te recuerdo que estamos en esta situación por tu culpa, porque antes de ese maldito accidente ya tenías el puesto asegurado y las elecciones solo iban a ser un trámite de rutina. Pero el señor viaja con su amante, maneja de forma imprudente, jode su matrimonio y su reputación. ¿quieres que siga? –lo encara el presidente actual, ante la atenta mirada de su padre–, en vez de solucionar el problema aceptas todo, te decides hacer cargo del bebé y te casas con ella. La gente no iba a querer de primera dama a una...
–Cuida tus palabras. Nada es oficial y...
–Hice todo lo que me pediste, Christopher –lo interrumpe su padre–. limpié tu nombre y el suyo a como pude, le puse un programa de televisión y le compré una revista, el niño tiene nuestro apellido, dejé que te casaras y la única cosa que tenías que hacer era ganar las elecciones. ¡me lo prometiste, maldita seas!.
–Hice todo lo humanamente posible...
–¡Eso es precisamente lo que pasa! no era hacer solo lo "posible", tenías que hacer hasta lo imposible para ganar. Pero no, el señor descuidó cosas por estar con ella y con el bebé. Primero era la candidatura, los sentimientos y la familia para después ¿hasta ahora no te ha quedado claro?
–¿Sabes cual es el problema, papá? Que tú y yo consideramos aspectos distintos para ordenar las prioridades. El problema es que he vivido toda mi vida a la sombra de alguien obsesionado con el poder y mientras más ausencias acumulabas por anteponer tu trabajo, más me convencía que mi vida tenía que ser diferente. Yo no voy a criar un niño para convertirlo en lo que tú me convertiste, ni para perpetuarme en el poder. Yo voy a criar a un niño feliz, alejado de toda esta porquería y...
Sus ojos hacen contacto visual con los míos justo cuando el vocero del partido enciende las pantallas del salón y por primera vez en todo el periodo de campaña, hay una pisca de incertidumbre y miedo en su mirada. Creo que no le importa estar rodeado de gente importante cuando se pone de pie para abrazarme. Deja su cabeza sobre mi hombro, da un largo suspiro y cierra los ojos.
El bebé rompe el silencio en el que se había sumergido la sala con sus balbuceos, al tiempo que en los parlantes hace eco la voz de quien anunciará los resultados.
Veo a los miembros del jurado nacional de elecciones acompañados por representantes de todos los partidos, y también cierro los ojos, expectante.
–El ganador de esta contienda electoral para el periodo 2021-2026, con un margen de 9.7 por ciento respecto al segundo candidato, con 1650002 votos, equivalentes al 53,4 por ciento de la población electoral total es el licenciado Christopher Von uckermann, del partido Libertad nacional.
Hay una suerte de desconcierto generalizado en la sala. Esta vez, el patrón había fallado y todo mundo se había adelantado a los resultados finales. Se dio por ganador al candidato del partido verde guiándose de la boca de urna, que en elecciones anteriores sí había sido confiable.
Christopher se separa un poco y vuelve a abrazarme fuerte, me besa en repetidas ocasiones y me levanta del suelo para girar conmigo en el aire.
La tensión desaparece en el preciso momento en que Víctor se acerca a nosotros para darle un par de palmadas a su hijo. Todo mundo parece respirar tranquilo y Alexandra es quien sigue la celebración luego de entregarme al bebé, pues estrecha a Christopher en sus brazos y se echa a llorar, en una clara muestra de orgullo y nostalgia.
–Bueno señores, todo se ha tratado de un mal entendido. Esta vez la boca de urna ha fallado –se levanta el actual presidente y todos aplauden–. Me complace confirmarles que entre nosotros está el nuevo presidente de la república. Felicidades, Christopher.
Chris recibe el apretón de manos de mala gana, seguramente, recordando la discusión acalorada que sostuvieron minutos antes. Agradece serio la felicitación de un par de funcionarios más, pero corta la ola rápido, acercándose a mí para pedirme al bebé y luego, para pasar una de sus manos por mi cintura.
–Te dije que todo iba a estar bien –me susurra sin dejar de besar la cabeza del bebé.
–Felicidades, señor presidente. ¿Debería tratarlo de "usted" a partir de ahora?
Él ríe, y el bebé lo hace también, en un claro gesto de no quedarse excluido de la plática.
Y en ese preciso momento, mientras miro sus sonrisas idénticas y me inundo con el ruido de sus carcajadas, entiendo que todo ha valido la pena.
El habernos conocido a destiempo, el papel de amante que accedí tomar, el accidente, esa sensación de estar a nada de caer al vacío porque me sentía sola.
Y lo volvería a vivir una y mil veces, con tal de volver a este momento una y otra vez.
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–Tienes que ser un buen niño hoy, mi vida. Me parece que va a tomar más leche, ayúdame con otro tetero, por favor.
Estamos en la camioneta camino a los pinos. Alexandra, Lucy y la nana de Sebastián me acompañan. Christopher se adelantó con su padre y con los funcionarios del gobierno, porque tienen que dejar todo listo para la toma de posesión, y con un bebé tan chiquito no podía darme el lujo de acompañarlos.
Queremos que esté despierto y bien portado en la juramentación, y somos conscientes que a su edad eso no se logra fácil. Si iba antes, existía la posibilidad, bastante grande, de que se aburra, se quede dormido o se ensucie la camisa blanca, como pasa justo ahora.
Le quito el biberón de la boca y lo medio siento para evitar que la leche siga cayendo. Balbucea cosas mientras intento secarlo, sin éxito, con una de las toallitas que tenía en la mano.
–Saca también la camisa de repuesto –le pido a la nana.
–Cuidado que se te manche el vestido, Dul. Déjame ayudarte –Alexandra acomoda el biberón casi vacío en el porta bazos y me quita la toallita.
Me lleno de paciencia para quitarle la corbata sin deshacer el nudo, porque no sé hacerlo y no quiero estropearlo. Respiro aliviada viendo el saquito colgado en uno de los asientos, creo que hice bien al decidir colocárselo recién cuando llegáramos.
–Vamos a entrar por la puerta lateral. Un anillo de seguridad de las fuerzas armadas y desplegará ni bien lleguemos, y Christopher te va a esperar en una habitación de la segunda planta para que salgan juntos como acordaron –indica Lucy–. Lleva un juguete discreto para que Sebastián no se aburra, porque el protocolo sigue siendo largo.
–No puede caminar, así que estamos a salvo de que empiece a caminar alrededor del estrado. Christopher sí lo hizo cuando Víctor juramentó como primer ministro de gabinete. Tenía dos años, lo hubieras visto. Le desató los pasadores a un par de funcionarios, y se metió en medio del escenario justo cuando el presidente estaba finalizando el discurso.
–Pero él será un buen niño hoy, ¿verdad, mi vida?
Como si me entendiese, Sebastián balbucea y me regala una sonrisa que me desarma.
–Dile a la abuela que, aunque físicamente eres idéntico a papá, eres mucho más portado y tranquilo –la niñera me extiende la camisa abierta–. Muchas gracias, Ana. Por cierto, tú vienes con nosotros por cualquier cosa que se ofrezca. Mete un par de chupones y el conejito azul, por si las dudas.
–Como diga, señora. ¿Sí tomará un poco más de leche? –pregunta señalando por la ventana.
–Ni se te ocurra, estamos a cinco minutos –le responde Lucy desde el asiento del copiloto.
–Vamos a bajar la pañalera de todas maneras. Puede comer en cualquier lugar de los pinos, porque, a fin de cuentas, será su casa por los próximos 5 años. A propósito, Dul. Les dije a las empleadas que vayan terminando de hacer las últimas maletas ¿está bien? el camión de mudanzas llega mañana y no creo que te dé tiempo.
–Está perfecto, muchas gracias.
–No tienes por qué. Lo que sí, es que voy a extrañar a este bebé precioso –le besa la cabecita y él se sacude–. ¿No vas a extrañar a la abuela?
–Sabes que vas a poder venir todas las veces que quieras, Alex. Todos los días, si se puede.
Tal como Lucy lo advirtió, un anillo de seguridad de las fuerzas armadas rodea la camioneta ni bien llegamos. Los soldados nos abren las puertas y nos ayudan a bajar. Despejan el camino hasta el ingreso a los pinos, la casa presidencial del país, que luego de la juramentación de Christopher será mi casa por todo lo que dure el mandato.
Camino con el bebé en brazos al lado de Alexandra, seguida por Ana y Lucy, que hablan en susurros audibles sobre la distribución de la residencia. Es la primera vez que entro, antes solo había llegado hasta la entrada principal para cubrir eventos o discursos de los presidentes desde el balcón, y mientras lo hacía, con cámara y micrófono en mano, nunca me imaginé entrar a este lugar como la futura primera dama. No era un sueño, ni una fantasía; simplemente, estaba muy lejos de mi realidad.
–Este lugar me trae tantos recuerdos –comenta Alexandra mientras subimos las escaleras a la segunda planta–. Por aquí corría tras Christopher para intentar ponerle la corbata y el saco. Y ahora he vuelto, para verle ocupar el lugar de su padre. No lo pensé así ¿sabes? todavía sigo creyendo que es un niño, y mira, hasta ya tiene un hijo.
Río junto a ella ayudándole a subir la última escalera a como puedo. Seguimos de cerca a uno de los soldados, que nos abre una puerta al fondo del pacillo.
–La vida en los pinos es muy distinta, sobre todo si tienes un niño tan chiquito. Nunca vas a estar sola, y mi recomendación más sincera es que cuides tus palabras en algunas áreas de la casa, las paredes tienen oídos –me susurra lo último y río–. No te rías, ya me darás la razón luego. Hay que cuidar hasta el más mínimo detalle, de todo.
–Tengo miedo –le digo en un tono bajo–. ¿Y si no lo hago bien?
–Nunca vamos a saber si lo hicimos bien. Estamos subordinadas a la opinión que la gente tenga del presidente, pero yo sé que lo vas a hacer genial.
–Con la opinión distorsionada que la gente, y hasta los funcionarios del propio partido tienen de mí... lo dudo.
–Yo sé que sí. Eres fuerte, Dulce. Y Christopher sí te está dando tu lugar, a su lado, no detrás.
–¿Víctor...?
–Christopher es distinto a su padre, en todos los sentidos –me dice en cambio–. Luego de lo que ha vivido no va a repetir patrones, tenlo por seguro.
–El día que anunciaron los resultados..., bueno, cuando todos creían que había perdido las elecciones, Chris le reclamó muchas cosas a su padre. Los dos estaban muy tensos y...
–Nunca va a admitirlo en voz alta, pero yo sé que hay muchas cosas que no perdona. Víctor nunca le dejó escoger su propio camino, desde que supimos que era un niño, ya tenía el destino escrito. Nunca hizo un test vocacional, porque su padre ya le había elegido la carrera. Luego los puestos, la esposa..., todo, hasta que llegaste tú.
No le puedo responder, porque el bebé empieza a balbucear otra vez al ver a lo lejos a su padre. Vestido con un terno azul marino idéntico al suyo.
"Pa... Pa... Pa".
Alexandra y yo lo oímos, él también. Y cuando lo hace, cambia su expresión casi neutral por una sonrisa que le llega a los ojos.
–Dijo papá...
–No dijo nada –le digo arqueando una ceja–. Bueno, sílabas. Y eso.
"Pa... pa... pa..."
Extiende los bracitos hacia Christopher y se lo entrego. Porque siempre pasa lo mismo. Suele cambiarme cuando lo ve, y los platos se invierten cuando me ve llegar.
–¿Listo para la juramentación, campeón? –Sebastián juega con las solaperas del saco de su padre sin dejar de balbucear–. Estás hermosa, nena.
Sostiene al bebé con una mano y me atrae con la otra. Me besa rápido sin dejar de contemplarme y me siento la mujer más feliz del mundo.
Creo que el tiempo se detiene cuando nuestros ojos se encuentran. Hay una mezcla de satisfacción y amor en sus ojos, pero el ingrediente que nunca falta en esa mirada cargada que me regala es la adoración.
Me mira con adoración absoluta, y hace que me sienta en un altar, la mujer más invencible y poderosa del universo.
Y quizá esa sea la razón por la que nunca voy a poder dejarlo.
Le acomodo el cuello de la camisa a Chris y le desordeno el cabellito castaño a nuestro bebé, y suelto un suspiro largo al imaginar cómo será nuestra vida de ahora en adelante, en los pinos, como presidente y primera dama.
Mi corazón todavía cosquillea de felicidad porque no puede creer que después de casi 7 años a escondidas, ahora estemos a punto de mostrarnos al mundo como una familia. Quizá una parte de mi subconsciente todavía no se hace a la idea de que ahora, el adjetivo posesivo que uso para hablar de lo que tenemos es "nuestro", y siempre en plural.
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