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Capítulo 2

El sol entra por las ventanas, unos rayos tan fuerte que no dejan dormir, al igual que el tremendo ruido que se escucha en su cuarto.

Pasaron varios segundos donde ella está convenciéndose a sí misma que el ruido era parte de su sueño, hasta que los murmullos se hacen más fuertes lo que hace que sus ojos se abran. Everleigh gime estirándose. Con todas sus fuerzas, se sienta y aparta los mechones de pelo que sin permiso se habían pegado a la cara. Cuando logra adaptarse al iluminado cuarto puede ver a varias sirvientas ordenando lo que creía que era toda su ropa. Everleigh sin captar que pasa aún, bosteza agarrando su celular para ver la hora.

—¡¿6:30?!— grita y todas las sirvientas se detienen.

—Señorita Leblanc, espero que usted haya dormido bien.— dice la señora Curie que, rápidamente se pone enfrente de ella, demasiado cerca de la cara de la chica. Ella retrocede un poco aún con los ojos más cerrados que abiertos.

—Lo estaba disfrutando si. ¿Me puede decir porqué estoy despierta a las 6:30 am? Por favor.

—Mañana es su primer día en el colegio St. Clair.

—Ya veo... O estoy muy dormida o no encuentro la relación entre esas dos cosas.

—Todo tiene que estar listo. A las 8:00 vendrá la costurera para hacerle las medidas para su uniforme.

—¿Uniforme?— las sirvientas agarran a Everleigh por los brazos obligándola a pararse. La ponen frente al enorme espejo que tiene en su closet.

Ponen enfrente de su cuerpo muchas camisas, faldas y shorts tan rápido que Everleigh tiene que parpadear varias veces para poder enfocar bien.

—El señor Stephen nos dijo que usted tiene un buen gusto en cuanto a la moda se refiere así que le conseguimos la mejor ropa de la temporada.— Everleigh trata con todas sus fuerzas de no rodar los ojos. Cuando ella habló con el señor Stephen sobre cambiar temporalmente su nombre no creía que iba a cambiar también sus gustos. Claro que le gustaba vestir bien pero no hasta llegar al punto en que la sociedad decida como se vestir.

—¿Todo esto es necesario en este instante? El viaje me dejó muy agotada.— dice Everleigh bajando del podio que tiene el espejo con la intención de acostarse de nuevo. Pero se da cuenta que su cama ya está completamente arreglada. Las sirvientas la vuelven a poner frente al espejo.

—Lo lamento señorita, pero si quiere llegar a su cita en el spa hoy en la tarde tenemos que terminar esto.

—¿Cita de spa?.— la señora Curie solo asiente y continúa con su trabajo.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Everleigh tuvo una mañana muy ocupada, las sirvientas iban y venía con cajas de ropa, zapatos y una cantidad excesiva de maquillaje. La chica tuvo que pasar mucho tiempo parada mientras la costurera le hacía los últimos ajustes a su uniforme.

Este es de azul oscuro, la parte de arriba es un saco con una ridícula corbata de color rojo. El saco tiene un bolsillo donde queda el corazón, este bolsillo tiene el símbolo de la escuela St. Clair. La parte de abajo es una falta extremadamente corta, Everleigh está segura de que si se agacha podía vérsele todo.

Al mirarse al espejo con ese traje se pone de mal humor. En Estados Unidos no tenía que llevar uniforme. Pero llevarlo no es lo único que la hace enfadar, sino que parte del trato que había hecho con el señor Stephen para poder venir a vivir a Francia y tomar el mando de la compañía Hamilton es ir al colegio St. Clair, un colegio tan elitista que solo las personas de buenas familias podían ir. Everleigh odiaba depender de su dinero e ir a esa escuela no era algo que hacía voluntariamente. Suspirando sale de su closet para enseñarle a la costurera el uniforme.

—Le queda muy bien señorita Leblanc.— dice la costurera y la señora Curie asiente dándole la razón.

—Sí, quedó bastante bien, muchas gracias.— dice la chica mirándose al espejo.

En ese mismo momento tocan la puerta, luego de que Everleigh autorice a pasar, el señor Stephen entra. Cuando él la ve, sonríe.

—¿Y bien? ¿Qué te parece?— pregunta Everleigh, posando exageradamente, a lo que el señor ríe entre dientes. La chica sonríe al verlo reír.

—Se ve muy hermosa señorita, pero le faltan unos hermosos zapatos para completar el atuendo.— dice señalando sus pies descalzos. El señor Stephen le entrega una caja.

—¿Otro regalo?— pregunta sentándose en su cama para abrirlo.

—Solo es un regalo de inicio de clases.— dijo él encogiéndose de hombros. Everleigh abre la caja y le quita el papel que cubre los zapatos. Cuando lo hace puede ver un par de zapatos negros con un poco de tacón. En la punta de estos tienen detalles en plateado con pequeños diamantes.

—Son hermosos.— la chica no puede dejar de verlos.— Muchas gracias.— se levanta y lo abraza.

—Nada ni nadie puede vencer a Everleigh Hamilton, un año en Francia no es la excepción.— le susurra al oído. Ella sonríe y se aparta de él para mirarlo, suelta un leve suspiro y sonríe, feliz y asiente.

—Bueno, terminamos por hoy señorita Leblanc.— comenta la señora Curie.— Muchas gracias por su tiempo.— se dirige a la puerta con la costurera para irse.— Le pido que se prepare para el spa y por favor deje su uniforme en su cama para que las sirvientas lo guarden. El almuerzo estará en un momento.— luego sale de la habitación.

—Hablando de spa... ¿Desde cuando voy al spa?— le pregunta Everleigh al señor Stephen.

—Le pido que se cambie y que se dirija a la sala principal, ahí le explicaré todo.— dice antes de salir del cuarto.

Everleigh se queda confundida. La chica se mira una vez más al espejo, toma la caja de zapatos y la pone con los otros pares. Se quita el uniforme y lo pone en su cama como le ordenaron. Se pone una camisa de deporte y un short, si es que al final si iba a un spa tenía que ir cómoda. Amarra su cabello con una cola alta y sale de su habitación.

Le costó un poco encontrar la sala principal porque aún no sabía muy bien donde estaba todo en la mansión.

Cuando llega vio al señor Stephen observando el jardín desde una gran ventana. La sala era bastante grande pero a la vez acogedora. Everleigh se abraza a sí misma al sentir la fría brisa que entra. Cuando el señor Stephen nota su presencia cierra la ventana y se acerca a ella.

—Sígame por favor.— dice y pasa a la par de ella. Él empieza a subir las gradas.

Llegan al tercer piso y se dirigen a la última puerta del pasillo. Everleigh se da cuenta que no hay ni una sola sirvienta en los alrededores.

—Esta será su oficina señorita.— dice abriendo la puerta. Everleigh extrañada entra a la habitación.

Era muy grande, tanto que no le hubiera sorprendido que fuera todo el tercer piso. Hay muchas librerías y una pequeña sala con una mesa y un par de sillones, a la izquierda se puede ver una mini habitación separada por un vidrio, la chica supo que era una sala de reuniones, por la larga mesa, con las sillas y la pantalla blanca para las presentaciones o vídeo llamadas. Al fondo de todo está un escritorio marrón que tiene un computador y varios papeles con lapiceros, todo está bastante ordenado. Detrás de este se puede apreciar la vista del bosque gracias a la gigante ventana. Al parecer la casa entera está hecha de ventanas y eso le encantaba.

—Es...enorme.—dice viendo todo lo que hay en la habitación.

—Traté de hacerlo lo más cómodo posible para que pueda trabajar y estudiar. Todos los libros que están a la izquierda son todos los números de la compañía, no es necesario que los vea ya que son de años precedentes. Claro que si en un futuro hay un percance podemos necesitarlos por eso están aquí. A la derecha son todas las nuevas transacciones e inversiones de este año, esas si seria bueno que leyera para ponerse al tanto de los nuevos proyectos y los que necesitan que apruebe. Mandé a hacer esta pequeña sala por si necesita descansar un poco o si en un futuro algún cliente viene y la reunión no es tan formal para que estén en su escritorio. Lo mismo para la sala de reuniones aunque no se utilizarán hasta que usted lo desee.— Everleigh al ver la gran oficina se siente un poco abrumada pero ella sabe que tiene que hacerlo, que quiere hacerlo. Por ella, por la compañía y por sus padres.

—Me gusta.— dice sentándose en su escritorio. Da una vuelta gracias a la silla giratoria y se queda mirando el bosque unos minutos.— ¿El colegio St. Clair es tan bueno como dicen?

—El mejor de Francia señorita, su padre ayudó al general St. Clair a construirlo hace más de 20 años.

—Entonces, ¿porqué no tiene el apellido de mi padre?— pregunta Everleigh mirando al hombre frente a ella.

—Porque fue un obsequio de su padre. El general St. Clair estaba pasando por problemas financieros en su empresa y este colegio era algo que los dos habían pensado por muchos años. Cuando tenían la oportunidad de empezar este proyecto el general no tenía su parte del pago. Por eso su padre pagó todo y se lo dio a él. Siempre lo consideró como un buen hombre pero con la desgracia de tener que mantener a una gran familia. El general le agradeció mucho a tu padre y le dijo que pondría su nombre también y que le pagaría todo cuando tuviera la oportunidad, lastimosamente cuando el colegio se inauguró el general tuvo problemas de salud y antes de que haya podido firmar el tratado donde daba el crédito a su padre y la promesa de que le regresaran el pago, falleció. El actual señor St. Clair decidió no poner el nombre de su padre.

Everleigh no se sorprende por lo que acababa de escuchar, ella sabe que su padre siempre había sido una buena persona, dispuesto a ayudar a todos los que lo necesitaban. Tampoco se sorprende lo egoísta que fue el señor St. Clair , ya que por muchos años él se había ganado la fama de ser una persona muy destructiva, tanto que ni siquiera tiene bajo su poder el cien por ciento de su propia compañía, sino que muchos agentes, que ha sido obligado a contratar, lo guían en cualquier decisión.

—Entiendo, pero, ¿mi padre no trató de luchar por lo que le pertenecía?

—Para él, el colegio St. Clair siempre será del general St. Clair y de su familia, por eso no hizo nada.— la chica suspira.

—Bueno. Supongo que si mi padre no quiso hacer nada, no es algo de lo que deba prestar mucha atención. ¿Cierto?— el señor asiente.— Está bien, no lo tomaré en cuenta. ¿Y bien? para qué me trajiste aquí? Tengo que suponer que no iré al spa ¿no?— el señor Stephen ríe.

—Lastimosamente no, el tiempo corre y el trabajo no espera.



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