Capítulo 1
El aeropuerto está lleno de gente, algunas personas corren para llegar a sus aviones y otros esperan pacientemente.
Precisamente esta semana los aviones están repletos, el verano ya terminó y todos están volviendo de sus vacaciones para empezar un nuevo año escolar.
Everleigh Hamilton espera que lleguen por ella. Unos grandes lentes oscuros tapan su cara mientras que la chica revisa su celular cada dos minutos, nerviosa.
La última vez que estuvo en Francia fue cuando tenía cinco años. Luego de la muerte de sus padres, tomó el liderazgo de la empresa más grande de todo el mundo: Empresas Hamilton.
A pesar de solo tener dieciocho años está decidida a terminar el colegio e ir a la universidad para estudiar administración de empresas. Todo eso mientras dirige la empresa que sus padres le dejaron.
Por estas simples y únicas razones decidió venirse a Francia, porque algunos contratos muy importantes se van a acordar aquí.
Cuando su celular vibra al llegar un mensaje, se para y trata de ver a través de la gente. Empieza a caminar por los largos pasillos del aeropuerto hasta que puede ver a lo lejos a un señor no tan alto, con pelo un poco gris a pesar de no tener más de cincuenta, con un traje gris.
En sus manos tiene un letrero que dice: "Señorita Alessia Leblanc".
Sonriendo, la chica se acerca a él, sin poder evitar darle un gran abrazo, mientras los dos ríen.
—Señorita, qué gusto me da verla.— dice el señor separándose de ella.
—Señor Stephen, no sabe lo complicado que es estar sin usted.— responde la chica sonriendo a más no poder.
El señor Stephen era la mano derecha del padre de Everleigh, ella lo considera como un tío porque desde que ella nació él ha estado con su padre.
Después de la muerte de ellos, Everleigh se creyó morir.
El hecho que mucha gente quería aprovechar la terrible situación para adueñarse de la empresa de su padre no dejó que ella pudiera llorar su pérdida como es debido.
Se escondió tanto en sí misma que se negó a tener entrevistas, fotografías o tener cualquier tipo de comunicación con todos.
Tanto ha sido el sufrimiento de ella que está prohibido encender la radio o televisión en su casa, solo para no ver las noticias que aparecían y siguen apareciendo sobre la tragedia.
Lo que a ella menos le importaba es la atención que estaba recibiendo por eso decidió desaparecer, al menos hasta que todo se calmara un poco.
Así que el señor Stephen se fue a Francia unos meses antes de su llegada para preparar todo. Él tuvo que hablar con muchas personas para mantener la identidad de Everleigh en secreto.
Tan importante era para ella desaparecer que la chica decidió cambiar su nombre.
Cinco meses después se volvieron a encontrar.
⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️
Luego de un par de minutos en el tráfico la limusina llega a una residencia privada.
—Espero que sea de su agrado señorita, busqué una mansión lo bastante grande para que se sienta cómoda y lo bastante alejada de la gente para que no llame la atención.— dice.
Ella mira la enorme mansión que está enfrente. Está completamente pintada de blanco, los grandes ventanales le daba muchísima luz a toda la casa. Era de tres pisos y ella está segura de que hay habitaciones suficientes para cincuenta personas.
A Everleigh nunca le gustó el hecho de que por tener dinero tenía que tener lo más caro, pero nadie parecía prestarle atención.
—Ya lo sabe, su padre siempre quiso lo mejor para usted... Y lo más grande.— dice abriendo la puerta del auto.
De la mansión salen cuatro sirvientas y seis señores con traje. Todos se inclinan a modo de saludo y la chica les responde con el mismo gesto.
—Señorita, ellas son unas de varias sirvientas que la atenderán a lo largo de su estadía aquí y ellos serán sus guardaespaldas.— le explica el señor Stephen con un perfecto francés.
Cuando Everleigh cumplió los once su madre la inscribió en clases de lenguas, ahora puede hablar seis idiomas diferentes, el francés es uno de ellos. Esto debido a los numerosos viajes que hacían.
Everleigh se acerca un poco al señor Stephen y le susurra.
—¿Guardaespaldas? ¿No crees que llamaría mucho la atención?
—No puedo dejarla sin seguridad señorita.— la chica un poco fastidiada se pone a pensar.
—Uno, solo quiero un guarda espalda.— dice y entra a la casa para evitar que le digan que no.
Como se lo imaginó la mansión es enorme, unas grandes escaleras se pueden ver al entrar. Toda la casa es de color blanco con detalles dorados. La mansión es bastante iluminada gracias a las numerosas ventanas desde ellas se puede ver el inmenso bosque que se encuentra atrás de la casa, las hojas verdes y el gigante jardín llenan la mansión de color.
Todo tiene una decoración minimalista, como le encantaba a su madre. Todos los cuadros colgados son de la gigante colección de su padre, siempre las llevaba no importa en qué lado del mundo se encontraba. La mansión era perfecta, justo como a sus padres les hubiera gustado. Aunque no estaba tan tranquila como acostumbraba a estar, las sirvientas iban de aquí para allá arreglando cosas.
—Señorita Leblanc, un gusto en conocerla. Soy la señora Curie, jefa de las sirvientas. Yo seré la encargada que todas hagan lo que a usted le plazca. Permítame llevarla a su habitación.— se presenta la señora. Everleigh asiente y la sigue.
Después de subir las escaleras y recorrer varios pasillos llegan a unas grandes puertas blancas. La señora Curie abre la puerta dejando ver una mediana sala de estar iluminada por una gran ventana en la pared.
—Bienvenida a su habitación.—dice.— El señor Stephen nos informó que a usted le gusta mucho leer, así que le pusimos estas librerías para que poco a poco usted compre los libros que sean de su agrado, puede pedirlos desde aquí o puede ir a una de muchas librerías que hay en la ciudad.
—Muchas gracias por todo, si me permite me gustaría quedarme sola un momento.— dicho esto la señora Curie asiente educadamente y se dirige a la puerta.
—Por supuesto, la cena estará servida en cualquier momento, una de las sirvientas vendrá a avisarle, a menos que quiera comer aquí.
—Sería un placer conocer el comedor por primera vez, gracias.— dice la chica y la señora se va.
Cuando por fin está sola Everleigh puede respirar con alivio. Recoge su largo cabello negro en un moño desarreglado y se quita el suéter que lleva puesto ya que la calefacción está puesta en la mansión. Recorre rápidamente la que será su habitación durante los próximos meses. Luego de la salita hay una pared que divide el espacio donde está su cama, para entrar ahí puede pasar por dos umbrales sin puertas, queda perfecto para que solo se vean unas grandes ventanas y que la pared cubra su cama. Cuando entra ahí puede ver que enfrente de su cama hay una tele incrustada en la pared.
Se sienta en la cama y se quita sus tacones para descansar sus pies.
Los recuerdos de su visita hace unos años la hacen sonreír. Inconscientemente su mano va hacia el collar que le dieron sus padres al nacer, era plateado y tenía una "E" llena de diminutos diamantes. Sin duda la posesión más valiosa que tenía. Una pequeña lágrima rueda por su mejilla.
—¿Señorita?— el señor Stephen entra al cuarto, ella rápidamente seca la lagrima con su puño.— ¿Se encuentra bien?— la chica le sonríe.
—Creo que si... Me gusta mucho el lugar señor Stephen, sí que te luciste esta vez.
—Me alegro que le haya gustado, para inaugurar esta nueva mansión me di el lujo de traerle un regalo.— dice mostrando lo que parecía una pequeña caja cuadrada envuelta en terciopelo rojo, como a su madre le gustaba. La chica no pudo evitar reír tristemente.
—No tienes porque gastar mas, sabes que no me gusta que lo hagas.— dice mirándolo fijamente.
—No se preocupe, sé que este regalo le gustará mucho.— Everleigh entrecierra un poco sus ojos al mirar el regalo pero finalmente lo agarra. Con mucho cuidado le quita la corona dorada y el papel.
Cuando lo hace se da cuenta que no era una caja sino que un cuadro. Un cuadro donde se puede ver una linda foto de ella con sus padres en una nevada. Por la gran torre atrás de ellos se pudo dar cuenta que estaban en Francia. Sus padres estaban igual que hace un par de meses, aunque ella tenía muchos años menos, seguía siendo una niña.
La mano de Everleigh se posa en su boca, tapando la gran sonrisa que se le forma. Sus ojos se llenan de lágrimas otra vez, pero ahora las deja caer con libertad. No puede dejar de ver la foto.
—Muchas gracias.— dice levantándose y abrazándolo.— Adoro la foto
—Me alegra que le guste.— se separaron y los dos ponen sus miradas en el cuadro.
—Nunca había visto esta fotografía, ninguna de ese viaje. ¿Hay más de donde salió esta?— pregunta la chica esperanzada de poder recordar más sobre su viaje.
—Lamentablemente no, esta foto la vio una de las sirvientas en uno de los restaurantes a la par de ese parque. Me imagino que el hecho que el famoso empresario Charles Hamilton llegara conmocionó a la gente. La sirvienta, como sabía que trabajaba para él, me dijo de la foto. La sirvienta no pudo reconocerla, solo a sus padres. Pero no sabe cuánto me costó que el señor del restaurante me la diera.—dice señalando la foto.
—Me encanta, gracias.
—Usted es una persona muy fuerte y la admiro por eso.— él limpia las lágrimas de Everleigh con su pulgar.
—Yo no me siento así realmente.— susurra.— Aún duele.
—No se preocupe señorita, con el tiempo podrá seguir adelante.— se dirige hasta la puerta pero antes de salir la voltea a ver.— Cualquier joven de su edad, teniendo la pérdida que usted tuvo, no hubiera asumido los cargos como usted lo hizo.
—Tú sabes más que nadie que mi padre dio su vida por esta empresa, nunca dejaré que se la lleven.— el señor Stephen asiente satisfecho por su respuesta.
—La cena ya está servida señorita.— dice y sale del cuarto.
Everleigh mira de nuevo la hermosa fotografía poniéndola en su mesa de noche antes de salir a cenar.
El comedor está perfectamente arreglado, hay una enorme cantidad de comida como si hubieran olvidado que solo ella comerá. Everleigh pide que todas las sirvientas se retiren y le ruega al señor Stephen que coma con ella. Aunque ,como siempre, se niega. Él siempre ha dicho que su lugar es en la cocina con todos los sirvientes.
Estos momentos son los que más le dolían a la chica, el hecho de ver la mesa vacía y la gran cantidad de comida le recordaba que no tenía a nadie con quien compartir esos pequeños momentos.
Terminada la cena se va a su habitación. Se da una ducha rápida, lava sus dientes, se pone su pijama y se acuesta.
—Es un nuevo comienzo, es un nuevo comienzo.— susurra sola en su enorme cama hasta que se queda dormida.
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