Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6: Los planes de los locos.

Ludo cabeceaba sobre su montura. Estaba cansado de aquel paisaje: de la colina que habían dejado atrás, de la arboleda que se presentaba ante el convoy. Era la séptima vez que hacía esa misma ruta en la última luna y no podía estar más harto de ella.

Se maldijo una vez más, como parte de su rutina. Aquella borrachera le había salido cara. Si tan solo hubiese sabido que estaban allí esos oficiales... se repetía una y otra vez.

Aquel no era su lugar, escoltar suministros no era tarea para un sargento de brigada. A cargo de un puñado de reclutas demasiado jóvenes para llamarse soldados o demasiado viejos para recordar cómo serlo. Tendría que estar en Lorato, tomando mi parte del botín, no transportando grano y hortalizas. Se lamentó una vez más.

Las ruedas de los carros saltaban por las irregularidades del camino, aquel día llevaban dos más que de costumbre. Con un poco de suerte, tras esta última entrega le levantarían el castigo y le permitirían unirse a la toma de la ciudad. Incluso había dejado una pequeña ofrenda al Dios de los siete rostros; hasta tal punto estaba desesperado... o quizás solo era aburrimiento.

Ludo se dejaba llevar por su caballo, que ya conocía el camino. Parecía una bestia lista, pero atraía demasiadas moscas. Ludo intentó atrapar a una que quería colarse en su barba, pero aquel maldito insecto esquivaba cada intento. ¡Incluso un insecto se burlaba de él! Se concentró para atraparla, tanto que no escuchó el crujido de la madera al romperse.

Los precavidos gobernarán el mundo. Los distraídos se quedarán preguntándose qué ocurrió, demasiado tarde para reaccionar. Pero si se trata de una emboscada poco importa ser de los primeros o de los segundos. Al destino le gusta tirar los dados, pero nunca mira el resultado.

Un árbol se desplomó justo delante del convoy, los soldados enmudecieron intentando entender. La mosca consiguió finalmente meterse en la barba. Ludo, o mejor dicho sus reflejos de soldado reaccionaron, levantó su brazo izquierdo justo a tiempo para parar con su escudo una flecha que buscaba su cabeza.

— ¡Emboscada! —gritaron lo obvio, mientras las flechas y saetas volaban sobre ellos.

Definimos al caos como el estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos. O simplemente a la confusión o desorden. Pero ninguna de esas dos acepciones te prepara para enfrentarlo. En el caos no buscamos orden; solo buscamos sobrevivir.

Entre los gritos, Ludo intentó hacerse notar. Gritó órdenes a unos soldados que apenas conseguían no mearse encima, y algunos ni siquiera eso.

— ¡Tras los carros maldit'sea! Venen desde izquerda —el sargento de brigada espoleaba a su caballo de un lado para otro—. ¡Tomar las ballestas joder!

Nada motiva más que salvar el pellejo, por eso, contra todo pronóstico, los soldados consiguieron organizarse. Usaron los carros para cubrirse de la lluvia de proyectiles, y presentaron un frente unido cuando los primeros atacantes a píe aparecieron.

Ludo se lanzó contra el bandido más cercano. Paso de largo dejando que su caballo lo aplastara mientras con su lanza alcanzaba a otro.

— ¡Prot'ger flancos, si queréis vivir, prot'ger flancos, por vue'tras madres! —grito Ludo mientras golpeaba con su escudo la cabeza de otro asaltante.

Algo se había apoderado de él, algo que hacía tiempo que no sentía. Había sobrevivido a las batallas contra Serendal cuando apenas era un crío, sobrevivió al enjambre cuando se extendió por Eldoria ¡No dejaría que unos ladrones acabaran con su vida! Su caballo coceó brutalmente a un hombre, lanzándolo al suelo con un golpe seco, mientras él clavaba su lanza en el cuello de otro. Quizás esta era la respuesta de alguno de los rostros del Dios, su oportunidad de redimirse, de demostrar que era más que un borracho. Fue entonces cuando le vio; y su sangre se heló al verle.

Un hombre delgado y pálido, de pelo oscuro. Caminaba hacia ellos como si fuera indiferente a la muerte que se desataba a su alrededor. No portaba ningún arma y vestía con una túnica ceñida con un cinturón. El instinto de Ludo le gritaba: ¡Date prisa, matale!

Estiró las riendas de su caballo para direccionarle hacia aquel hombre. Parecen de cobre, nunca he visto a ninguno que use cobre, pensó antes de espolear su caballo. Alzó su lanza, solo es uno y no está protegido; a lo mejor tenía una oportunidad.


Eldrin sintió el frío del cristal bajo su camisa, sus instrumentos estaban inquietos. O mejor dicho: la esencia que contenían pedía ser liberada.

Inspiró profundamente... uno.

Expiró con pausa... dos. Sus instrumentos comenzaban a vaciarse, su pelo se erizó.

Nuevamente tomó aire... tres.

Uno de los soldados a caballo, el único que parecía saber lo que hacía, cargaba contra él. Eldrin sonrió: tenía ante él a un hombre valiente.

Sintió como la esencia le llenaba. Una vez más, la sangre de sus venas ardía, su piel se sentía entumecida. ¡Qué sensación tan maravillosa!

Extendió hacia adelante su brazo derecho... cuatro.

El canal de cobre de su muñeca levitaba sin hacer contacto con su piel. Las primeras líneas azules aparecieron, junto con un sonido crepitante, le regalaban sutiles quemaduras en la piel más superficial. Sentía más poder que el que un hombre debiese poseer.

Eldrin se dio cuenta de que había subestimado la velocidad de aquel caballo, estaba a punto de alcanzarle, a un segundo de que la lanza del jinete se clavase en su pecho, a un instante que de que los cascos del animal le rompieran los huesos.

Había sido un buen intento, pero un intento seguía siendo un fracaso.... cinco.

Un estruendo ensordecedor cruzó el camino y la arboleda. Cuando el sonido se alejó buscando que alguien más le prestara atención, el panorama estaba totalmente cambiado. Uno de los carros ardía en llamas, que prometían engullir todo su contenido. Los bandidos estaban algo confundidos y cegados por el destello que acompañó al estruendo. Pero ya no había escaramuza, los soldados estaban muertos. El jinete que había cargado contra Eldrin yacía inerte en el suelo junto a su caballo: ya no había vida en sus ojos. Pero en los ojos de Eldrin, en cambio, se distinguía un brillo intenso, casi inhumano. Intentaba recuperar el aliento, agotado pero excitado sentía cómo sus manos vibraban, suplicaban volver a llenarse de esencia. Pero era suficiente por hoy, ya habían cumplido con La hermandad.


Los informes militares eran claros. Los primeros días de la toma de Lorato fueron un éxito. Las bajas: mínimas. Los primeros distritos: despejados y asegurados. El botín acumulado: más de lo esperado.

Durante las noches, llenaban las calles de trampas y se levantaban barricadas en llamas en las puertas de la ciudad. El ejército descansaba y celebraba el día en el campamento fuera de los muros.

La atmósfera en el campamento de Los Asaltadores de Din era tan distendida como en la de otras compañías, quizás incluso más. Su eficacia había sido premiada con un par de barriles de cerveza e hidromiel.

Soren intentó ir hasta su tienda sin llamar la atención, pero fracasó.

— ¡Hey, chico, Soren! ¡Ven aquí, chico! —gritó Gorak desde la hoguera principal.

Las llamas lanzaban sombras danzantes sobre las caras de los mercenarios. Rostros curtidos y cubiertos de antiguas cicatrices, contrastaban con sus sonrisas y muecas de embriaguez. Soren notó que los que ahí bebían eran los miembros originales de la compañía, unos treinta en total. De entre todos, un hombre destacaba por su enorme estatura: como si su sangre guardase el legado de los extintos gigantes.

— Este e'l chico del q' os hablé. ¡Hip! —dijo Gorak enredándose con su propia lengua—. Soren, bebe con noso... ¡Hip!

Gorak tenía las mejillas tan rojas como su barba. Estaba tan borracho que le costaba mantenerse sentado. Sin embargo, no desentonaba en absoluto con el resto del grupo.

— Os digo, hijos de... ¡Hip!, ete chico tiene talento —dijo el enano salpicando su bebida mientras agitaba su mano—. Sobre todo ¡Hip! no le hagas caso al grandullón, solo es el jefe.

Gorak rió su propia broma con una estruendosa carcajada mientras caía de espaldas. Pero con una habilidad nacida de la práctica, logró no derramar su jarra de cerveza.

— Gorak te tiene en alta estima —dijo una mujer alta, mientras ofrecía una jarra a Soren.

— No se me da mal el trabajo, eso es todo —contestó el solitario, mientras aceptaba la bebida con un gesto de gratitud.

— ¡¿Qué no se te da mal?! —dijo un hombre con una cicatriz que le cruzaba la cara—. Hoy bajé a un sótano con él y otros dos solitarios. Estaba inundado, agua negra por encima de las rodillas y apestaba como las letrinas que usan los enanos. Y de la nada ¡Bum! Tres necrófagos saltaron desde el agua. Llevarían ahí años. Pero antes de que siquiera pudiera apuntar mi mosquete, los necrófagos estaban decapitados. Creedme, Soren es rápido como un demonio. Como dice Gorak: verdadero talento.

— ¿Y es otres solitarem, qué ferem? —preguntó una voz, con el peculiar acento de Thalase.

— Uno se cagó encima y el otro creo que sigue ahí mismo paralizado.

Las risas resonaron alrededor de la hoguera. Soren notó varias miradas sobre él, algunas de desconfianza, algunas de admiración y otras simplemente perdidas por el alcohol.

— En serio, Din. —dijo el hombre de la cicatriz—. Deberías contratar a este tipo cuando esto acabe, desde luego es un buen activo.

— Eso ¡Hip! Opino yo —secundó Gorak desde el suelo.

— Si él quiere, será bienvenido —respondió Din con una voz profunda y grave—. Pero puede que cuando la ciudad esté en manos del príncipe, todo cambie un poco.

— ¡Príncipe! ¿Ahora le llamas príncipe? —dijo un hombre con tono burlón—. ¿También hincarás la rodilla ante su "alteza"?

Din, que por su tamaño hacía sentirse pequeño a cualquiera, no pareció inmutarse por el comentario. Sonrió, apuro su jarra, y la lanzó con tal fuerza que derribó y dejó inconsciente a su subordinado. Una nueva carcajada común resonó con fuerza.

— El príncipe, me ha hecho una oferta —continuó hablando Din con una voz que parecía tener peso propio—. Nos ha ofrecido cambiar una parte de nuestro botín por propiedades en la ciudad y asumir el puesto de alguaciles.

Las reacciones no se hicieron de esperar. Las voces se agolparon como niños ante una novedad brillante.

— ¡¿Ahora seremos los perros guardianes del crío?!

— Si es paga es bonna, laburo apremia.

— ¿Dónde está el otro barril de cerveza?

— ¿No se lo ofrecieron a Kira y a Los Cazadores de Dos Ríos?

— Qué ¡Hip! Jodan al príncipe por su real... ¡Hip!

— Se lo ofrecieron, y dijeron que no. ¡Somos su segunda!

Din carraspeó, imponiendo silencio. Los murmullos se desvanecieron rápidamente mientras las miradas de los presentes se dirigían hacia él, algunas con expectación y otras con cautela. Din no sólo imponía respeto por su tamaño, se le consideraba un líder justo. Un buen hombre atrapado en tiempos difíciles.

— Segunda opción o no, es una buena oferta —Din miró hacia una mujer que estaba junto a él, más grande que la mayoría de los presentes, pero menuda en comparación al líder. La mujer le devolvió la mirada y le regaló una sonrisa—. Quizás es momento de un nuevo comienzo. Todos seréis libres de seguirme o continuar por vuestra parte.

— Soren ¿Tú aceptarías? —preguntó el hombre de la cicatriz—. ¿Abandonarías los caminos para ser un guardia en la ciudad?

— Nunca he vivido en una ciudad —contestó Soren—. Creo que me asfixiaría.

— ¿Y te unirías a los Asaltadores si seguimos siendo un grupo de mercenarios libres? —preguntó otra voz—. ¡La mejor compañía de toda Caesias!

— ¡Vivan Los Asaltadores!

— ¡Vivan!

Soren no contestó, se limitó a beber e intentar contagiarse del buen ánimo del grupo. Era uno de aquellas compañías que mantenían un código, y daban importancia a la camaradería. Pero los planes de Soren distaban mucho de aquellas propuestas.


Devastadores: criaturas de enormes dientes que corrían a cuatro patas. Se especulaba que provenían de cadáveres de lobos, o de humanos que deseaban serlo. Mucho más resistentes y violentos que necrófagos comunes. Tau disparó una saeta más al cuerpo ya derribado de aquel engendro. Nunca se estaba suficientemente seguro. Había sido designado a un grupo de élite encargado de eliminar criaturas especialmente problemáticas. Más riesgo significaba mejor paga.

Mientras cortaba la cabeza del monstruo, una sensación se hizo presente. Su respiración era pesada y el polvo que tenía la criatura por sangre se le pegaba en el sudor de su frente. Algo iba mal, y no era solo una corazonada como la que cualquiera podría tener. Un reflejo animal, casi sobrenatural, que nacía desde la médula de sus huesos. Un instinto afinado por años de recorrer un camino paralelo a la muerte. No eran pocas las veces que Tau había bromeado con que podía sentir el peligro como los sustratistas sentían los elementos. Pero no era momento de bromas, algo terrible estaba a punto de suceder; tenía que avisar a Kira de inmediato.

Al otro lado de la ciudad una figura encapuchada se movía de forma esquiva. Estaba lejos de la zona asegurada, entró en una antigua iglesia dedicada al Dios de los siete rostros. Las criaturas de la noche no habían tenido especial respeto con el santuario sagrado. El encapuchado descendió por unas escaleras. Miró a su alrededor, finalmente, había llegado al lugar que buscaba.

Soren desplegó un papiro, y lo colocó donde un rayo de luz que se filtraba a través del techo. Una vez más, estudió aquel mapa, asegurándose que conocía cada línea y que su imagen mental era un calco a lo que se mostraba aquel papiro gastado. Tras guardarlo fue hasta una pared y comenzó a percutir con el puño. No tardó mucho hasta localizar una zona hueca. Empuñando un pequeño martillo de guerra comenzó a derribar la falsa pared.

Un pasaje se reveló ante él, unas escaleras que descendían al vacío, olor pútrido, un mal presagio. Soren maldijo su imprudencia en silencio, consciente de que aquel encargo de Raudic sobrepasaba incluso su temeridad habitual. Pero al menos esta vez no era por metales, aunque "El mercader" no lo sospechara, él buscaba sus propias respuestas. Aunque en aquel momento se preguntaba sobre sus propios límites. En el mejor de los casos lo que ahí abajo le esperaba era la locura y su único plan era improvisar.

Un enamorado se siente capaz de cambiar el mundo, pero alguien desesperado es capaz de destruirlo. De su faltriquera sacó raíz de aconitum y comenzó a masticarla; todo lo que aguardaba en las profundidades estaba muerto, y él debía pasar desapercibido. Desenvainó una pequeña daga oculta en su guantelete izquierdo y la puso frente a él, respiró profundamente y la golpeó contra el guantelete haciendo saltar chispas.

Guardó la daga y sacó un pañuelo de lino con el que vendó sus ojos. Uno de los muchos comportamientos extraños de los necrófagos y otras criaturas nocturnas era rara vez atacaban a aquellos que no podían ver. Por eso, los profetas de la muerte sobrevivían en los caminos, profetizando con sus campanas lo que todos ya sabían desde hacía tiempo; el mundo estaba perdido.

Se adentró en las sombras, viejas amigas, benefactoras malditas que te ocultan de los terrores que ellas mismas provocan. En esas sombras, solo tu pensamiento decide si eres cazador o presa.

El aconitum empezó a hacer efecto, su pulso cayó en picado, su cuerpo se volvió frío como el primer día de invierno. Los tormentos del pasado se hacían presentes: voces que exigían retribución. Se tuvo que recordar que solo era la droga que le hacía efecto, pero las voces le gritaban que ya estaba muerto y solo usaba un tiempo robado.

Llegó hasta el último peldaño e intentó intuir lo que le rodeaba, sintiendo el espacio a su alrededor. No puede ser real... son solo alucinaciones, se dijo a sí mismo al percibir lo que le rodeaba.

En la quietud, una llama azul brotó de su guantelete cubriéndolo por completo: fuego de los muertos, que ardía sin quemar. Desenvainó una de sus espadas y pasó la mano por la hoja, cubriéndola con las llamas.

Soren no podía ver, ni fiarse de su instinto, por lo que era un sordo en la penumbra. Pero yo te dejaré mis ojos, cómo si hubiese alguna luz que sólo se revela a los elegidos. Veremos entonces cómo los peores pronósticos se quedaban cortos. Una ciudad debajo de la ciudad, atestada de cientos de miles de criaturas latentes, esperando el momento de despertar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro