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Capítulo 20: Cuando nada puede salir mal.

Durante los siguientes tres días viajaron casi sin descanso. Simulando inocencia, Nova preguntó a qué se debía tanta prisa, pero tras un par de miradas heladas de Soren, dejó de preguntar.

El mercenario también intentó impedir la continua verborrea de la joven músico con los marthienses, pero no tuvo éxito. Aun así, Nova cumplía el acuerdo tácito de aquellos que comparten camino: no indagar en lo personal.

A diferencia de Soren, los hermanos agradecieron mucho la adición de Nova. La joven músico les distraía de sus pensamientos y de los recuerdos recientes. Les contó varias leyendas del continente e incluso entonó alguna canción con aquel extraño instrumento que tanto fascinaba a Zephyr. Aunque a decir verdad, no parecía ser el hurdy-gurdy lo que realmente fascinaba al joven. Aquella sonrisa perfecta y aquellos rizos realmente habían capturado su atención. Pero, ¿qué sentido tenía? Pronto volverían a las islas. Volvería a ver a Cali, aunque tenía que reconocer que no la había echado tanto de menos como creía que debería.

Pero eso no era lo que realmente perturbaba la mente de nuestro joven de pelo plateado. A medida que se acercaban a Puerto Alegro, un extraño sentimiento anidaba en su estómago. Una parte de él no quería abandonar el continente. Y no era que se hubiese enamorado de aquellas tierras, nada parecido, le había tomado tanto cariño como a una reacción alérgica. Pero sabía que al llegar a las islas tendría que abandonar la idea de convertirse en un sustratista. Deseó no haber sabido nunca que tenía una afinidad o saber siquiera qué significaba eso. Pero cada vez que se prometía olvidar y apartar todo eso de su cabeza, se sorprendía a sí mismo cerrando los ojos y silenciando el resto de los sentidos, solo para volver a sentir aquellos hilos invisibles que le conectaban con lo que bombeaba los corazones.

El terreno comenzó a ser más montañoso. Abandonaban la gran meseta, donde se extendía la estepa de Eldoria. Una vez más, se alejaron del camino para pasar la noche, pero esta vez, el cambio de paisaje era alentador. Montaron el campamento en la ladera de una montaña rodeados de árboles.

Después del incidente de la taberna, no hubo más contratiempos. Por lo que esa noche, la última de su viaje, el ambiente era relajado. Soren cocinaba unas setas que había recolectado en un pequeño fuego. Zeph garabateaba, con ayuda de una rama, un intento de caligrafía en el suelo. Nova enseñaba a Nashit a cómo tocar el hurdy-gurdy. Nash parecía sonreír, por primera vez en mucho tiempo.

— No te preocupes, es normal que te cuesten las teclas —decía Nova mientras guiaba los dedos del niño—. Todavía te tienen que crecer las manos. ¡Guau, se te da bien la melodías eh!

— La música es fácil —Nash miraba ensimismado como la rueda del hurdy frotaba las cuerdas—. Aunque los instrumentos en Marthia no son tan complicados como este.

— Pocos lo son —Nova sonrió orgullosa, antes de guiñarle un ojo— pero lo complicado es atractivo.

— Dejad eso —gruñó Soren, mientras ofrecía setas ensartadas a los jóvenes—. Mañana será un día largo, me gustaría llegar a Puerto Alegro antes de la última sombra meridiana.

— Siempre tan alegre vuestro amigo —Nova miró a Nash, mientras levantaba los pómulos con una sonrisa burlona.

El niño rió ante el gesto de Nova.

— Deberías venir a Marthia —dijo Nash con el entusiasmo de quien ha encontrado la aguja en el pajar—. Nuestra música te encantará.

— Ojalá algún día. Antes los músicos viajaban por todo el continente; yo no he tenido esa suerte.

— Pensé que era eso lo que hacías —intervino Zeph—: viajar por todos los reinos

Nova negó ligeramente con la cabeza mientras comenzaba a guardar el instrumento en su estuche.

— Apenas he salido de Eldoria, y no más lejos de Serendal. Hacia el sur, el enjambre está mucho más presente. Además una chica sola, tiene muchas cosas de las que preocuparse.

— A ti parece que te ha ido bien —dijo Soren con un tono neutro—. Yegua propia, ropa cuidada... Ofrecer entretenimiento en las tabernas parece ser lo tuyo. Sigo preguntándome por qué insististe en unirte a nosotros.

Nova guardó silencio, sin saber muy bien cómo interpretar aquello. A pesar de los intentos de la joven, ella y el mercenario habían cruzado pocas palabras, y las de él no solían ser amables.

— Debe de ser fantástico, ¿no? —contestó Nova, arrugando los ojos—. No depender de nadie, sin preocuparte de los demás. Alquilas tu espada, llenas tu bolsa y continúas tu camino. Debe ser agradable no sentir nada.

Soren la miró de reojo; su expresión era imperturbable, pero Nova pudo ver que la provocación había tocado una fibra.

— Tienes razón —respondió el mercenario—. Es agradable que no me importe lo que digas.

Nova levantó una ceja. Se negó a rendirse, dispuesta a seguir hurgando en aquella coraza.

— Debe de ser solitario... Bueno, es así como os llaman, ¿verdad? "Solitarios". Mercenarios sin grupos ni vínculos. Siempre pensé que alguien así tendría que estar huyendo de algo.

Soren se quedó en silencio un instante, con la mirada fija en las llamas de la fogata.

— No se trata de huir —dijo lentamente, sin levantar la vista—. Se trata de sobrevivir; hacemos lo necesario para ello. Pero estoy seguro que eso ya lo sabes. Una joven músico; con talento y hermosa. Debe de ser complicado. ¿Cuántas noches tuviste que aceptar un trato que nada tenía que ver con la música, por no atreverte a dormir en los caminos?

Nova resopló, lanzó una mirada de odio a Soren y se levantó para adentrarse en el bosque.

Zeph y Nash compartieron una mirada de incomodidad mientras Nova se alejaba del campamento. Zeph se levantó para ir tras ella.

— Déjala ir —ordenó Soren—. Dará una vuelta y volverá.

— ¿Era necesario tratarla así? —reprochó el isleño a Soren.

Soren cerró los ojos, como si realmente sintiera el peso de la culpa.

— Mañana a estas horas, ya habréis zarpado —dijo Soren—. Pero aun así, tomad mi consejo. No os fiéis de quien conozcáis en el camino. La amabilidad es extraña y suele estar envenenada.

Zeph volvió a sentarse. Cerró los ojos, respiró y se concentró. Los hilos no tardaron en aparecer; cada vez le costaba menos. Hizo caso omiso a los que le conectaban a su hermano a Soren o a los caballos. Los siguientes haces, más finos, pertenecían a pequeños animales. Por fin pudo distinguir a Nova; intentó entrever su silueta, identificar su movimiento.

Zephyr arrugó la nariz. Nova parecía alzar el brazo, como si hiciera una señal al aire. Pero lo más raro, un pequeño animal respondía y acudía a ella descendiendo desde un árbol.


Soren les despertó antes de la primera sombra, como de costumbre. No tardaron en retomar el camino que seguía un río que se abría paso entre las montañas.

— Me ha encantado conoceros —dijo Nova a Zeph, aprovechando un momento en que los caballos iban al paso—. Espero que tengáis un buen viaje de vuelta a casa.

— Ha sido agradable viajar contigo —contestó Zeph—. Tienes mucho talento.

— Lo sé... —dijo Nova mientras sonreía y se sacudía el pelo en un gesto exagerado—. Sabes... nunca pensé que me cruzaría con unos marthienses; sois casi como una leyenda. Grandes marineros y astutos comerciantes. Y muy guapos, tengo que añadir.

Zeph sintió cómo se ruborizaba y tuvo el reflejo de apartar la mirada. Por suerte, en ese momento, Soren interrumpió.

— Nova, ¿podemos hablar?

La joven asintió con la cabeza, y ambos espolearon a las yeguas para adelantarse en el camino.

— ¿Conoces bien Puerto Alegro? —preguntó Soren cuando se alejaron de los hermanos.

— Digamos que más de un noble se alegrará cuando se sepa que estoy en la ciudad, pero sus bolsas no tanto —contestó con una media sonrisa, mirando de reojo a Soren.

— ¿Conoces alguna forma de entrar evitando la puerta principal? —preguntó el mercenario, haciendo caso omiso al comentario de la joven—. Necesitamos evitar a los guardias.

— ¡Vaya, vaya! —se regodeó Nova—. Tanto esfuerzo para mantenerme al margen, y ahora necesitas mi ayuda.

Soren guardó silencio y mantuvo la mirada en el camino.

— ¿Puedes ayudarnos o no?

— Les ayudaré a ellos —Nova miró al frente y entrecerró los ojos, haciendo una sátira de la expresión del mercenario—. Pero, ¿qué gano yo? A fin de cuentas, estoy segura que tú no haces esto gratis.

— El corcel —se apresuró a decir Soren—. Es un semental; podrás sacar unos buenos metales.

— ¿Ese caballo robado? —la músico le miró de reojo—. Será difícil venderlo sin tener que responder preguntas. Puedo aceptarlo... como una parte del pago.

Soren suspiró mientras agitaba ligeramente la cabeza. De un bolsillo sacó el rubí que le habían dado como adelanto, solo para que la joven le echara un vistazo rápido. Nova sonrió. Asintió sellando el trato.

De pronto, la voz de Nashit se alzó llegando hasta ellos.

— ¡Mirad! Se acerca una tormenta.

Todos miraron hacia donde señalaba el niño, justo donde las montañas dejaban paso al perfil de Puerto Alegro. Sobre la ciudad se cernía una densa nube negra, tan baja y compacta que parecía devorar el cielo. Zephyr frunció el ceño, notando algo extraño en el aire. No había viento ni el característico olor salino que solía preceder a las tormentas en la costa.

Soren también había notado la anomalía. Inclinó la cabeza hacia atrás olfateando el aire.

— Eso no es una tormenta —masculló, más para sí mismo que para los demás.

Su cuerpo se tensó; soltó las riendas de Brizna y le ordenó que acelerara el paso. El resto hizo lo mismo para seguirle.

Zephyr miró la nube negra que se retorcía sobre la ciudad. Conforme se acercaban el olor a humo se intensificó; el aire se hizo más espeso, casi asfixiante.

Cuando finalmente llegaron a las afueras de Puerto Alegro, el caos estaba bien instalado. Gente arremolinada en las puertas empujaba tanto para salir como para entrar. Los guardias, claramente superados, intentaban controlar la situación sin éxito. Aprovecharon la oportunidad para entrar sin que nadie los detuviera.

Soren, que marcaba el paso, solo disminuyó la velocidad para no caer al atravesar las calles más estrechas. Muchos transeúntes tuvieron que apartarse para no ser arrollados, mientras gritaban y maldecían a los imprudentes jinetes.

Casi al llegar al muelle bajaron de los caballos; la gente se agolpaba y era difícil avanzar. Un miedo se asentaba, burlón, en el cuerpo de Zeph; apenas tenía tiempo de negar la realidad a medida que se percataba de ella. Al menos cuatro barcos estaban calcinados, entre ellos la aún distinguible nave Marthiense.

Las llamas se habían ensañado con La Regulos. Aquella imagen los golpeó como la peor de las pesadillas; la que se hace realidad.

La nave de su difunto tío, y su esperanza de volver a casa, se hundía lentamente en el muelle. Las aguas, teñidas de negro por la madera calcinada, daban una pincelada aún más dramática a la escena. Zephyr sintió que el aire se le escapaba del pecho; su corazón desbocado, su mente desesperaba por huir lejos de ahí. Nashit, a su lado, tenía la boca entreabierta; su respiración parecía agitarse mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos, aferrándose al borde de su capa, como si eso pudiera evitar que el mundo a su alrededor se derrumbara.

Zeph quiso decir algo... gritar... balbucear... ¡Lo que fuese! Pero los sonidos se atragantaron. Todo lo que había estado conteniendo finalmente se liberó en un sollozo ahogado, lleno de desesperación y miedo.

Soren avanzó hacia los restos de la nave; su rostro mostraba una máscara de severidad. Antes de saltar a la cubierta desde el muelle, se giró hacia Nova, con una mirada que era una mezcla de orden y súplica. Nova captó el mensaje de inmediato y se inclinó hacia Nashit, cubriéndole la cabeza con la capucha.

— Poneos las capuchas —ordenó Nova con firmeza—. No llaméis la atención.

Intentando mantener la calma, Nova murmuró palabras de consuelo a Nashit mientras él sollozaba. Su voz temblaba ligeramente, pero se esforzaba por sonar segura.

— Tranquilo, todo va a estar bien —mintió Nova.

Soren no necesitó mucho para saber que había algo raro. El olor que acompañaba a la madera quemada era fuerte y penetrante, casi metálico. Como si hubiese ardido algún compuesto sulfuroso, pero no exactamente. Se dirigió a la bodega del barco. En los últimos escalones encontró el primer cadáver calcinado. Por su posición, supuso que el fuego no había sido la causa de la muerte.

El agua negra le llegaba a las rodillas. La luz se colaba irregularmente por los agujeros de la cubierta calcinada. Aún se podía sentir el calor residual de la madera quemada por las llamas, y aquel olor era incluso más fuerte ahí abajo.

Soren vio un par de cuerpos más, pero uno de ellos le llamó la atención. El abdomen había colapsado, como si los órganos internos se hubieran consumido primero. En algunas zonas, la piel se había retraído exponiendo músculos cocidos y huesos de un tono gris ceniza. Olfateó; el olor era insoportable: carne quemada mezclado con un hedor químico penetrante, con notas dulzonas y aceitosas provenientes de la grasa derretida. Los huesos del cráneo parecían fracturados, pero en vez de hundidos, era como si algo los hubiera empujado desde dentro. Soren entrecerró los ojos; era muy extraño, todo indicaba que aquel hombre había ardido desde dentro hacia fuera.

Miró alrededor, siguiendo las líneas dejadas por las llamas. No había duda: el origen del fuego había sido aquel pobre desgraciado. ¿Cómo era eso posible?

Sacó la daga que ocultaba en su guantelete izquierdo. A lo mejor, lo que quedaba de aquel hombre aún le podía decir algo útil.

Después de un rato, Soren abandonó los restos de La Regulos. Su rostro era rígido; su mirada, severa. Nova le miró con preocupación. Zephyr abrazaba a su hermano, intentando silenciar su llanto nervioso. El mercenario simplemente les indicó que era hora de alejarse de ahí; no se opusieron.

Antes de abandonar el muelle, Soren miró a su alrededor, buscando a un enemigo oculto; a uno que sabía que no podía tomar a la ligera. 

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