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Capítulo 16: Las criaturas que reinan en la noche.


Zeph y Nashit montaban a Brizna. Soren cabalgaba al semental, de pelaje pardo brillante. Sus anteriores dueños le habían dedicado tiempo y mimo. Quizás haya vivido mejor que la mayoría en Aelthur, pensó Soren. No tardaron en desviarse del camino principal, por un sendero que se adentraba en una zona boscosa, conectando aldeas abandonadas hace mucho.

La vegetación, hambrienta como el que ha esperado demasiado, había engullido casi por completo algunos tramos del sendero. Hubiera sido imposible seguir de no ser por los "guardianes del camino"; estatuas de piedra de formas pseudo-antropomórficas, con rasgos animales para diferenciarse unas de otras. Muchas estaban caídas, rotas o cubiertas de maleza. Encontrarlas e identificar sus distintas características se convirtió en un pequeño juego para Nashit: orejas de rata, pico de búho, astas de cabra... Una manera de comprobar que no se habían perdido y de dar un descanso al ánimo. Zeph se unió y alentó el juego, logrando por momentos olvidar por qué tenían que huir de aquella manera.

La adrenalina de la noche anterior terminó por abandonarles. El cansancio y el hambre empezaron a acosarles. Pero lo peor era el frío, las capas y ropas de viaje no eran suficientes para abrigar a los jóvenes que nunca habían vivido en el frío del continente.

Mientras el día avanzaba las incomodidades se acumulaban, pero Soren no mostraba intención de detenerse. Llegó el punto que Zeph tuvo que concentrar todas sus energías en mantenerse en la silla de montar y sujetar a su hermano.

El sol había pasado el cenit cuando el sinuoso camino les condujo hasta una aldea abandonada. Escuchando las súplicas mentales de los jóvenes, Soren detuvo a su caballo y desmontó. Con un gesto les indicó que permanecieran sobre Brizna. Avanzó hacia la casa más cercana, se agachó y tomó un puñado de tierra para olerla. Los hermanos miraban al mercenario sin entender muy bien, pero esperaron en silencio. Soren miró a su alrededor, desenfundó una daga y golpeó la punta contra uno de sus guanteletes. Un sonido agudo, metálico y vibrante resonó por los alrededores. Solo cuando el sonido se desvaneció y lo único que se escuchaba era el viento molestando a los árboles, el mercenario pareció relajarse. Guardó la daga y les indico a los jóvenes que podían descabalgar.

Una ruinosa casa de adobe y paja se convirtió en su refugio provisional. Le faltaba parte del tejado y la vegetación había empezado a crecer en su interior, pero era la construcción en mejor estado de toda la aldea. Soren les negó la idea de hacer fuego, pues el humo podría delatar su presencia. Los hermanos se acurrucaron uno junto al otro para guardar el calor mientras comían parte de sus escasas provisiones: carne seca y galletas de viaje.

Soren les dijo que durmieran todo lo que pudieran, continuarian al caer el sol. Debían retomar el camino principal, y el mejor momento era cuando nadie más lo transitaba. A Zephyr el plan le pareció una locura. ¿Realmente pretendía que viajaran de noche? Neill les había dicho que la mayoría de las criaturas del enjambre no soportan la luz del sol. La gente del continente había aprendido a guarecerse con la llegada de la oscuridad y dejar que las criaturas de la noche reinarán en la oscuridad. Y ahora, aquel loco quería hacerles viajar de noche. Aunque también se preguntaba si pasar la noche en una aldea abandonada era realmente más seguro.

— ¿Tienes miedo? —preguntó Nashit, mientras comía su tercera galleta.

— Sí —Zeph no veía sentido en mentir a su hermano—. No hay nada de malo en ello..

— Tío me dijo eso durante una tormenta —Nashit parecía absorto en el trozo de galleta que le quedaba—. También dijo, que lo importante no es lo que entra en la tormenta, si no lo que sale.

— Es un dicho viejo.

— Pero, ¿qué pasa si no sales de la tormenta?

Zephyr guardó silencio. Observó a aquel hombre, en quien habían depositado su suerte para salir de la tormenta. El mercenario estaba con los caballos, acariciaba al semental mientras le daba de comer unas hierbas.

— Sé que nos ayudará —dijo Nash—.

— Insististe en ello.

— Les echo de menos... —los ojos de Nashit se volvieron cristalinos—. A padre, a madre, a Mirna y Elhin... Incluso a Fare.

Las lágrimas cayeron por sus mejillas. Zeph acarició el pelo rizado de su hermano intentando consolarle.

— Estas galletas son muy insípidas... A Shuri le encantaría —comentó Nashit con una voz temblorosa— ¡Le he abandonado! ¡He abandonado a mi mejor amigo!

— Hey, Nash escucha —Zeph giró con cuidado la cara de su hermano para mirarle a los ojos—. No le has abandonado, no podíamos hacer nada. Y te prometo que volveremos a casa.

— ¿Se enfadarán con nosotros por volver sin el tío? —preguntó Nash mientras se sorbía los mocos.

— No, nadie se enfadará con nosotros. No hemos hecho nada malo.

— Pero no volvimos a buscarle —dijo Nash mientras cerraba los ojos y se dormía entre lágrimas.

Nash apoyó la cabeza sobre el pecho de su hermano. Había pasado demasiado tiempo sin dormir. Zeph se permitió derramar unas lágrimas también. No le cabía duda de que su hermano había visto lo mismo que él. "Les protegeré con mi vida"; ese había sido el juramento que su tío hizo ante su madre cuando solicitó que le acompañaran en aquel maldito viaje. Pero ese juramento no contemplaba que sería de ellos una vez cumplido.

Volvió a mirar hacia el mercenario; quien había conseguido que el caballo se tumbara en el suelo mientras le acariciaba el cuello. Parece que los animales confiaban en él, a lo mejor Nash no se equivocaba.

Soren les despertó cuando apenas quedaba luz. Zephyr estaba entumecido, durante las horas de sueño el frío había martillado sus cuerpos y cuarteado sus labios y manos.

— Masticad esto —Soren les ofreció unas raíces amarillentas—, os ayudarán a entrar en calor.

Zeph tomó la raíz, que desprendía un olor cítrico y terroso y se la llevó a la boca. Su sabor era fuerte y le provocaba un picor en toda la boca. Evitó escupirla y pronto notó que el mercenario tenía razón.

Soren les ayudó a montar en el semental, que estaba tan calmado que parecía a punto de dormirse. Además el animal tenía los ojos tapados con una tela. Entonces el mercenario les entregó unos jirones de lino para que ellos mismos se vendaran los ojos. Los hermanos le miraron como si les hubiese pedido que sujetarán brasas con las manos desnudas.

— Los necrófagos no persiguen a aquellos que no pueden ver —apuntó Soren.

— ¿Entonces cómo sabremos por dónde vamos? —preguntó Zeph, mirando al paño de lino como si fuera la piel seca y escamosa de una serpiente.

— Brizna nos guiará; ella es ciega. Está acostumbrada a las tinieblas —contestó el mercenario mientras ataba una cuerda desde el ronzal del semental a la silla de Brizna—. Y yo me aseguraré de vez en cuando de que no se pierda.

A pesar de las dudas, obedecieron. Zephyr sujeto a su hermano delante de él, y ambos se aferraron a la silla de montar. Soren echó por encima de los chicos su propia capa y montó en Brizna.

— Cabalgaremos toda la noche y gran parte del día —dijo Soren mientras los caballos se adentraban por el sendero del bosque—. Mantened las provisiones a mano y comed cuando tengáis hambre. No importa lo que oigáis, no os quiteis las vendas hasta después del amanecer.

Privado de la vista, Zeph tuvo que esforzarse para mantener tanto a su hermano como a él encima del semental, que era demasiado grande para ellos. Intentó centrarse en cualquier cosa que pudiera percibir, pero solo encontró al viento embravecido, que lo ensordecía todo. Se dio cuenta con horror de que si venía algún peligro no podría verlo ni oírlo.

Pronto dejó de intentar notar lo que estaba fuera de su alcance para centrarse en lo que si; el olor fresco de la raíz que aún masticaba; el aroma de la tierra adherida al pelo de su hermano; el frío que le mordía la piel, penetrando incluso por debajo de la ropa. Por un segundo se maravilló ante todas aquellas sensaciones, tan intensas, tan distintas las unas de la otras. Los pensamientos de Zephyr fluyeron en libertad. Cuántas veces intentar anticiparse, centrarse en ver lo que se tiene delante, impide sentir todo lo demás. ¿Era ese, el mundo de los privados de visión? ¿O era acaso el don de aquellos que dejaban de intentar controlar su alrededor?

Entonces, comenzó a sentirlo, una sensación que siempre estaba ahí pero diluida entre otras. Sentía a su hermano, al mercenario que les guiaba, a los caballos que montaban. Sentía su presencia, su movimiento... Su esencia. Jamás había sido tan consciente de ello, de su afinidad. No era solo percibir algo, un sonido o una imagen puede ser alterada, distorsionada. En cambio aquello... de alguna forma le conectaba. Como si miles... no... cientos de miles, millones de finísimos hilos le unieran a todo lo que tuviese un corazón que palpita. De alguna forma podía ver aquellos hilos sin verlos, sentirlos de extremo a extremo.

Se quedó observando, como aquel que ve por primera vez las estrellas. Algunos de aquellos hilos, cientos de ellos, se apagaban en cada movimiento y otros tantos nacían. Recordó sus lecciones con Neillian. Cuando le explicaba que la esencia era en parte la posibilidad de lo que algo podría ser; por fin lo entendía. Sonrió, de alguna forma siempre lo había sabido, sólo que no le había prestado atención. Esa conexión que sentía... era hermosa.

Una idea cruzó su cabeza.

Afinidad, sustracción, y canalización, los principios de un arte del cual estuvo privado, aunque estuviese destinado para ello. Ya no tenía a Neill para que le guiase... Tendría que aprender por sí mismo.

La idea se convirtió en exigencia.

Se concentró en los hilos que le unían al semental que cabalgaba. Se imaginó enredándolos entre sus dedos, tomando todos los que pudo. Tiró de ellos.

El caballo relinchó y se sacudió con violencia. Les hubiera tirado al suelo de no ser porque Zeph apretó sus piernas con una fuerza sobrehumana, como si el propio caballo le hubiera prestado la suya. De pronto, el frío desapareció, y aquella sensación de conexión se intensificó. Por un instante pudo ver, no como ven los ojos, que sólo perciben lo que tienen delante, él ahora podía verlo todo. Pudo distinguir cómo Soren ladeaba su cabeza sorprendido por la queja del semental. Pudo diferenciar cada pisada de los caballos. Incluso consiguió distinguir a otros pequeños animales que se guarecían en madrigueras bajo el suelo o volaban en busca de alimento. Los finísimos hilos que lo conectaban dibujaban siluetas claras en todas las direcciones.

Aquella sensación se desvaneció y Zeph se sintió exhausto, como si le faltara el aire después de una carrera. Entonces recordó: "la sustracción siempre demanda algo de nosotros".

Más tarde, cuando la tímida luz de luna decreciente se filtraba por las vendas de lino, la cadencia del trote se transformó en un galope más fluido y rápido. No estaban asustados, simplemente el camino parecía prestarse a eso. Zephyr dedujo que habían alcanzado el camino principal que cruzaba la estepa. Y el viento pareció darles una tregua, haciendo menos pesado el viaje.

Desde lejos les alcanzó el sonido que, como a todos los que lo han escuchado, se quedaría para siempre grabado en la memoria de Zephyr y Nashit. Entre un alarido de dolor y el trisar de un águila. Definitivamente aquello no provenía de ningún animal o humano. Zeph se estremeció sintiendo que todos sus sentidos se embotaban por el miedo.

— Criaturas del enjambre —dijo Soren anticipándose a la pregunta—. Están lejos, no nos atacarán mientras no pasemos cerca.

— Creí bastaba con vendarnos los ojos —dijo Zephyr con un hilo de voz.

— Ayuda a que no te detecten desde lejos —aclaró el mercenario—. Pero si pasas cerca percibirán tu calor y esencia.

Aquello sorprendió a Zeph. Los necrógafos percibían la esencia, era algo que ya había escuchado, pero hasta ahora no había entendido lo retorcido que sonaba aquello.

— ¿Qué son realmente? Nos dijeron que antes eran humanos. Pero, ¿cómo es posible?

— Son cadáveres corruptos, producto de los experimentos de los necromantes.

— Necromantes... —el joven no pudo evitar que le temblase la voz—. ¿Quieres decir un tipo de sustratistas?

— Algunos los llaman sustratistas oscuros, pero no son tal cosa. No poseen ninguna afinidad y sus prácticas son muy distintas.

Tras hablar, Soren guardó silencio. Pero fue un silencio extraño, manchado por la duda de seguir hablando. Zephyr no dijo tampoco nada, pero su silencio era expectante, cuasi exigente, para que el mercenario terminara de explicarse. Un extraño pulso mudo donde se demandaba lo que se quería callar.

—Existe una forma de sustraer sin sustraer —cedió Soren—. Lo llaman drenaje, se puede tomar cualquier esencia sin sentirla o incluso varias a la vez. Eso trae muchas complicaciones, entre ellas el riesgo de corromper aquello que se vacía. Y si alguna vez estuvo vivo, se convierten en criaturas del enjambre. Monstruos carentes de esencia, que se alimentan de ella sin poder llenarse, corrompiendo todo lo que tocan. Por eso son tan peligrosos, dejan yermo el camino por donde pisan, las plantas enferman, el aire se vuelve pútrido y la roca se vuelve quebradiza. Se multiplican con cada víctima. Un cadáver destrozado, se regenera hasta volverse otro necrófago en unos días. Por eso hace mucho que quemamos todo lo que muere.

Zephyr sintió como si su estómago se pusiera del revés. Aquello era peor que todas las especulaciones que había escuchado. Sabía que hacía dos décadas el terror se había desatado sobre Caesias. Pero nunca se imaginó que alguien lo había hecho a propósito.

— ¡¿Por qué?! —preguntó Nashit horrorizado. Sorprendiendo a Zephyr, pues lo creía dormido —¿Por qué alguien haría una cosa así?

— Nadie lo sabe —respondió Soren, dando la respuesta que todos en Caesias habían por terminado de aceptar—. Tomad mi consejo, cuando volváis a vuestras islas, decirles a vuestra gente que no regresen nunca. Caesias está condenada. Los que aún vivimos solo cumplimos penitencia por nuestros pecados.

Un nuevo silenció, amargo y pesado. Las palabras de Soren cayeron como una mala noticia. No estaban acostumbrados a una visión tan cruda del mundo. Su tío siempre les había dicho que lo que había sucedido en Caesias había sido una desgracia, pero como todo, terminaría por resolverse y el esplendor del continente volvería tarde o temprano. Decía que su labor ahí, era ayudar a que eso sucediera. Pero su tío ya no estaba y la noche estaba plagada de gritos.

De pronto, Zeph notó como el caballo se sacudía, como si algo le molestase. Inmediatamente entendió que era; un hedor le llenó las fosas nasales. Una mezcla de olor a óxido y a carne calcinada, como si alguien hubiera quemado carne podrida. Sintió como pasaban junto a aquello que desprendía el hedor que irritaba nariz y ojos. Algo grande junto al camino, aún se sentía el calor residual de las llamas. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, seguido de una fuerte arcada. Su agarre se aflojó y sus manos temblorosas lucharon por mantenerse en las riendas. Sintió a su hermano agitarse y empezar a hiperventilar, a punto de sufrir un colapso. Le abrazó con fuerza, aferrándose a él, como si el contacto mutuo pudiera consolarles.

— Como he dicho... —dijo Soren—. Quemamos todo lo que muere, para que no se vuelva a levantar.

Zephyr no pudo evitar pensar en su tío. Posiblemente su cuerpo ya estaría reducido a cenizas, en vez de descansar en el mar como marcaba la tradición de Marthia. Sus restos no se hundirán en el fondo marino para que parte de él apareciera en la costa como algo nuevo. Toda la dignidad merecida sustituida por un mero trámite para evitar que se convirtiera en un monstruo. Sin diferenciarlo siquiera de otros cuerpos. Sin duda, el mercenario tenía razón, aquellas tierras estaban malditas.

El viaje continuó sin más palabras; no quedaban ánimos para ello. Zephyr no podía decir si dormía o no, pues no hubiese podido diferenciar una pesadilla de lo que estaba viviendo. Tuvo pensamientos o sueños sobre criaturas de grandes dientes que los veían pasar mientras cabalgaban en círculos. Y a su tío persiguiéndoles, convertido en una criatura de la noche, dándoles caza por huir y no quedarse para terminar su misión diplomática. Dejó que esas ideas le atravesaran, que le distrajeran del frío, que se apoderaran de su ánimo; para que luego se perdieran en el camino.

Poco a poco la luz volvió a cubrir el mundo. Cuando la luz también atravesaba el pañuelo de lino, Zeph se quitó la venda. Cuando Nashit se revolvió soñoliento en la silla de montar le ofreció la última galleta de viaje. Avanzaron por aquel paisaje amarillo y marrón, desprovisto de árboles, que se extendía hasta el horizonte.

Soren concedió un par de pausas para vaciar las vejigas y que los caballos descansaran. Cuando empezó el atardecer, el paisaje cambió un poco. Había casas dispersas y algunas arboledas junto a campos de cultivos, donde solo algunas tímidas plantas se atrevían a crecer.

— No sé cuánto énfasis pondrán en buscaros —dijo Soren cuando divisaron un poblado a lo lejos—. Pero en cualquier caso hemos ganado casi un día de ventaja. Hoy podremos dormir en un lugar cómodo. Además necesitamos provisiones.

La idea de dormir en un sitio que no fuese el suelo o en la silla de montar animó a los chicos. Los caballos también necesitaban un descanso, estaban agotados y apenas podían mantener el ritmo de trote.

Llegaron durante la última sombra del día. El pequeño poblado estaba rodeado de una empalizada de madera. Se dirigieron a la única posada del pueblo, que además contaba con cuadras propias. Un trozo de madera con la talla de un conejo con astas de ciervo les daba la bienvenida y el olor a comida y el calor bien guardado les invitaba a pasar dentro.

La posada era algo extraña, no era pequeña pero creaba esa sensación. El aroma de estofado caliente se mezclaba con el dulce olor de la cerveza de malta. Una docena de personas bebían y comían, mientras sonaba una interesante melodía.

La atención de Zephyr fue captada de inmediato por las notas que envolvían el ambiente y miró hacia la esquina de donde provenían. Vio a una joven, con un inusual instrumento de teclas y cuerdas accionadas por una manivela. Tenía el pelo rizado y unos increíbles ojos azules que contrastaban con el suave color tostado de su piel. La chica le devolvió la mirada, acentuándola con una sonrisa perfecta que parecía haber sido esculpida en su rostro.

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